viernes, 26 de febrero de 2010

Llueve

En mi viejo radiocasete Telefunken sonaron mil veces las canciones de Joan manuel serrat.

La señora Ángeles, su madre, se veía a menudo con mi yaya Lola en la peluquería del barrio; cosa normal debido a que Serrat era vecino de la calle Poeta Cabanyes del Poble Sec, justo la de al lado de la calle Salvà en la que nací yo. De modo que era corriente encontrarse habitualmente con ella. Una mujer que jamás -aún y pudiendo hacerlo- presumió de hijo. Imagino que era porque no hacía falta ya que todos en el barrio lo hacíamos por ella, así que para la señora Ángeles, el indiscutible éxito de “el noi del Poble Sec” era algo que llevaba con esa humildad que caracteriza a todos cuantos son verdaderamente grandes.

Aún conservo esas cintas de Serrat que mi madre y yo escuchábamos casi a diario. Nos sabíamos todas sus canciones y no nos perdíamos ninguna de sus apariciones en televisión, e incluso yo, que a pesar de ser un amante de la música, no soy demasiado aficionado a conciertos, acudí en un par de ocasiones a verle actuar en directo.

Tuve la ocasión de estar con él dos veces más, fugaces, pero importantes para mi. La primera vez fue en el estreno de Evita en Barcelona interpretado por Paloma San Basilio, yo tendría unos 17 años y allí una amiga que le conocía bien, me lo presentó diciéndole que yo también era vecino del Poble Sec, como él. La segunda vez fue un encuentro casual en el que estreché su mano y me presentó a Candela, su compañera de viaje.


El caso... y cambiando de tema, es que parece ser que empiezan a dejarnos en paz las tremendas lluvias de estas últimas semanas. Lluvias que han desbordado los embalses, como casi cada año, en un país en el que pronto empezarán a decirnos, como casi cada año, que ahorremos agua para evitar sequías. Increíble paradoja la de una tierra que se ahoga de pronto para morirse de sed un instante después.

En 1969 Joan Manuel Serrat grabó el tema titulado “Una balada de otoño”, y eso me recuerda que hay dos placeres que los hedonistas no debemos perdernos jamás. El primero es, sin duda, escuchar esta canción de Serrat (hay que ver lo que se perdió Epicuro por eso de nacer en la antigua Grecia), y el segundo, aún mejor si cabe, es el de escuchar el sonido de la lluvia desde el calor y la oscuridad de la alcoba.

Para el primero puedo ayudarles... no tienen más que darle al “Play” del video. Para el segundo, deberán esperar a las próximas lluvias, y a ser posible... siéntanse libres para disfrutar del momento en buena compañía.

Feliz fin de semana.


lunes, 22 de febrero de 2010

Un año hace

Hoy es el quincuagésimo tercer día del año en el Calendario Gregoriano; es decir: 22 de Febrero.

Un día normal y corriente, uno más, salvo que es lunes y ya se sabe... para muchos los lunes son esos días fatídicos en los que no apetece arrancar después del fin de semana. Ya lo decían los Boomtown Rats en el tema que fue número 1 en Inglaterra en 1979 titulado “(Tell me way) I Don’t Like Mondays”. Eran finales de los 70’s y en la estética ya se empezaban a notar importantes cambios, sobretodo en los cantantes Pop que siempre han andado por ahí marcando tendencias. Las patillas jamoneras empezaban a dar paso a las melenas crepadas, las camisas ajustadas se sustituían por blusones amplios, las chaquetas apretadas se rellenaban de poderosas hombreras, y los pantalones de campana nos decían definitivamente adiós para cederles el paso a las mallas unisex. Creo que en los 80’s, la estética fue la clara muestra de que la humanidad estábamos pagando por algún pecado cometido en alguna otra vida anterior.

Sea como sea, este Kiosco-Blog seguirá relatando anécdotas y curiosidades de los 70’s, continuará mostrando juguetes, baratijas kiosqueras, música y demás casos y cosas acontecidos durante esa época que para muchos supuso ése fugaz período de tiempo transcurrido entre nuestra niñez, y nuestra adolescencia; sin duda, y pese a todo, una buena época.

Sólo que hoy, en este quincuagésimo tercer día del año en el Calendario Gregoriano; es decir: 22 de Febrero, este Kiosco-Blog cumple su primer año de existencia.

La intención primigenia de este blog y de esta aventura online, no fue otra que la de mostrar mi colección de recuerdos; los que conservo, así como los que he ido adquiriendo en subastas y compra directa a coleccionistas, pero... mira tu por donde que también suscitó en su día la curiosidad de mi hijo de 13 años, y nos ha servido a ambos para charlar largo y tendido sobre esos tiempos. Él se ha interesado por el pasado de su padre, y a su vez por el de una época que nos afectó a todos en mayor o menor medida. Mi hijo no deja de sorprenderse por esa ausencia de libertad en la que se vivía entonces, por las cosas que sucedían, e incluso por el miedo que en no pocas ocasiones se tenía al hablar de política cuando se miraba en contra del gobierno y se contaba con recursos económicos extremadamente limitados.

Le agradezco pues a él, a mi hijo, la atención que le presta a este blog y a las historias que hay en él. Del mismo modo, agradezco a todos vosotros que a lo largo de este año os hayáis dejado caer por aquí con vuestras visitas, comentarios, recuerdos...

Así pues, seguiremos en la brecha... a pesar de los lunes.

Se quedan también con nosotros los Boomtown Rats en un directo que interpretaron en 1981. Ahí queda eso.



jueves, 11 de febrero de 2010

Carnaval, carnaval

De crío me encantaba la llegada del carnaval, y con él, la idea de poder disfrazarme de los personajes que desfilaban por los televisores de nuestras casas en aquellas sesiones de tarde de los sábados. Personajes de películas que invariablemente eran: o piratas, o mosqueteros, o vaqueros del lejano Oeste (que me pregunto yo... Para los habitantes del lejano Oeste... el Oeste es lejano?).

El carnaval era la época ideal para poder salir a la calle vestido de nuestro héroe favorito y prolongar nuestro tiempo de juego incluso en las horas de clase. Un lujo el no tener que soportar las tediosas clases de historia del señor Villa, ni las cansinas clases de matemáticas de la señorita Isabel. En su lugar... esas horas eran de concursos y juegos entre un montón de críos y crías vestidos de lo más variado de todo cuanto lo que por aquel entonces era popular: princesas, caperucitas rojas, indios con arcos y flechas con ventosas, condes Drácula, zorros enmascarados, y como no... piratas, mosqueteros y vaqueros del lejano Oeste.

Los kiosqueros nos lo hacían fácil poniendo a nuestra disposición un gran surtido de indispensables complementos: antifaces, espadas de plástico, pistolas de todo tipo y de marcas míticas como Joal, Gonher, Redondo..., placas de Sheriff, cartucheras, etc.

Vaya, que la llegada del carnaval era la excusa perfecta para pasar todo el día vestido de Jim West o de princesa Blancanieves; algo a lo que pocos niños y niñas podíamos resistirnos.

El caso es que ayer iba yo por la calle de la mano de mi hija de siete años. La llevaba disfrazada de arco iris y la pequeñaja estaba encantada de la vida con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja. Llegamos a la puerta de la escuela y me encontré con una situación, que a mi juicio, fue desagradable.

Una madre que llevaba a su hijo vestido de mosquetero estaba siendo increpada por una profesora. Textualmente la profesora le decía a la madre que: “O se lleva la espada del niño para casa, o se lleva al niño, pero aquí... nada de armas”.

Armas??!! Una espada de plástico perteneciente a un disfraz de mosquetero... es un arma?.

La madre fue todo lo prudente que yo no hubiese sido, le pidió a su hijo que le diese la espada y el asunto se zanjó con la entrada en la escuela de un mosquetero desarmado, cabizbajo, y haciendo pucheros ante una profesora que no cabía de gozo por haber cumplido con su obligación de restablecer la paz en el mundo, y no habiendo alimentado las ansias de lo que podría haber terminado convirtiéndose en un futuro psicópata. Realmente era necesario joderle la fiesta a un niño de siete años??!

Me adentré con mi hija hasta el interior del patio, y allí vi a unos cuantos mosqueteros, vaqueros y piratas desprovistos de sus complementos imprescindibles, les habían desarmado con esa hipócrita y ridícula pretensión de “no fomentar la violencia”.

A ver señores... que no hace falta una pistola de juguete para alimentar las ínfulas de un futuro violento, que quien lo es, se basta con sus puños o con un palo para armarla por un quítame allá esas pajas. Que no estamos haciendo un mundo mejor por no dejar que los críos disfruten como lo que son, y que lejos de aleccionarles en la paz, lo que hacemos con actitudes como estas no es más que meterles una pizca de frustración por no dejarles emular a los protagonistas de sus películas.

Afortunadamente la naturaleza es sabia y no hay quien le ponga barreras a lo que es absolutamente natural, y esos niños del patio que habían sido desarmados, la estaban montando gorda con pistolas y espadas imaginarias y convirtiendo aquello en una divertidísima batalla campal.

Vamos... que me prohíben a mí de crío, llevar mi pistola de Cow-Boy al cole en el día de carnaval, y de esa escuela no me expulsan, de esa... me despido voluntariamente.

Feliz carnaval a todos y no me sean violentos con sus disfraces de Winnie the Pooh o de Mariquita Pérez... que de todo hay.

Créditos de las imágenes: 1) Antifaz pirata kiosquero de los años 70 y complemento imprescindible del autor de este blog. Colección particular. 2) Pistola de la marca Gonher que hoy en día estaría considerada por alguna “seño” como una peligrosa arma de destrucción masiva, y no olvidemos que por evitar que alguien tuviese de eso... ya montaron un pollo. Colección particular.

lunes, 8 de febrero de 2010

El Caballero Blanco de AJAX

En las décadas de los sesenta y de los setenta el papel de la mujer era de una relevancia muy significativa. Las amas de casa competían entre ellas por cosas tan fundamentales como conseguir una blancura luminosa en las prendas de ropa y en ser la envidia de sus vecinas que cuando salían a tender, quedaban cegadas por lo blancas que estaban las sábanas de la del quinto primera.

Mientras, los hombres luchaban a brazo partido por no perder alguno de los dos empleos que tenían o por no quedarse en la calle; a la vez que presumían ante sus amigos y compañeros de lo blancos y bien planchados que sus respectivas “santísimas” les dejaban los puños de las camisas.

Eran otros tiempos. Hoy, sí vemos a un hombre tendiendo la ropa ya no nos da por pensar que debe ser marica, y del mismo modo, sí una mujer nos pega una bronca en el trabajo lo asumimos como la obligación que tiene por el hecho de ser nuestra jefa. De todos modos... sigue sin gustarnos a los varones tender la ropa, y pocos pueden evitar el pensar que la jefa, cuando les mete la gran bulla, es porque está “mal follá” o porque le ha venido la regla.

Los datos son reveladores; a día de hoy un 17% de los hombres españoles comparten las tareas domésticas con su pareja. Con suerte, para el próximo siglo, eso de repartirse las labores del hogar... será de lo más normal, pero lo cierto es que en la actualidad, y después de 40 o 50 años de supuesta evolución, sólo un 17 % se han sacado de encima el complejo de “comepingas” por planchar, lavar, tender la ropa o quitar la mugre del cuarto de aseo.

Me abstengo de confesar si me hallo dentro de ese mínimo porcentaje, ya que como en la gran mayoría de parejas, el hombre opina una cosa mientras que su mujer declara todo lo contrario. Lo que sí me atrevo a asegurar es que me he quemado con la plancha, se me ha pasado la pasta por cocerla demasiado, he tenido que bajar al piso de la vecina para que me recogiese unos calzoncillos que tendí mal... y cayeron en su tendedero, me he pasado del presupuesto haciendo la compra, he vestido de una forma desconjuntada a la niña o le he hecho mal la coleta (el niño da igual, pero las madres, con las coletas de las niñas y los colores de sus vestidos... tienen una obsesión enfermiza), en definitiva... que he recibido broncas por no hacer las labores del hogar como “se supone” hay que hacerlas, y cuanto menos, eso demuestra que algo hago, y que voluntad no me falta, aunque... hay cosas que son difíciles de aprender.

Y es que no nos engañemos... El caballero blanco de Ajax por el que en 1966 nos volvíamos locos todos los críos, pasó a mejor vida y nuestras sábanas ya no lucen “el blanco más poderoso”. Ellas, en las décadas de los sesenta y de los setenta, contaban con la ayuda de ese magnífico caballero blanco que a lomos de su corcel quitaba las manchas más resistentes, pero ahora, que los hombres nos atrevemos hasta con eso de las tareas domésticas... no contamos con la ayuda de nadie.

Era divertidísimo hurgar entre las cajas de Ajax para encontrar a ese caballero de plástico hueco que supuso uno de los juguetes más representativos de la época. Un muñeco fabricado por la casa Reigón por encargo expreso de la marca de detergentes y que poseía un exquisito lujo de detalles.

Hoy en día, sigo buscando por entre los polvos de las cajas de detergentes a algún caballero para que me eche una mano, pero lo único que recibo a cambio es una frase parecida a un: “No, si al final resulta que voy a tener que hacerlo yo todo!”.

Estoy convencido de que cuando mi mujer lea esta entrada, me dirá: "Qué te has quemado tú con la plancha?... Pues ya me dirás cuándo".

Pues si coño!... Poco, pero... me he quemado.

Créditos de las imágenes: 1) Caballero Blanco de AJAX. Colección particular. 2) Publicidad de AJAX 1966.