viernes, 29 de enero de 2010

Gwendolyne

Quizá es consecuencia del frío, pero me apetece más que nunca recordar esos días de verano en la piscina y acercar algo de aquel calorcillo al cuerpo aunque sólo sea a través de esos recuerdos y de esas inolvidables mañanas en las que mi madre, mi yaya Lola y yo, subíamos por el Poble Sec cruzando la montaña de Montjuic hasta llegar a las piscinas de Picornell, donde nos remojábamos y nos tostábamos al sol hasta que se acercaba la hora de comer y tocaba regresar a casa.

Muchos son los recuerdos de aquellos días: mi piragua hinchable de color verde, el bocadillo de queso del almuerzo, la Mirinda que ayudaba a tragar cuando el pan, después de masticar y masticar "se nos hacía bola", mi toalla en la que había dibujado un delfín, etc.

Los recuerdos tienen diversas categorías, y no me refiero al caso de recuerdos mejores o peores, me refiero a categorías según su propia naturaleza; es decir: hay recuerdos visuales, gustativos, los olfativos que son especialmente importantes, etc. En mi caso, esos días de piscina me traen recuerdos auditivos de una especial banda sonora formada por el ruido del chapoteo en el agua, el griterío de los niños y niñas bañándose o correteando por las instalaciones, el murmullo de las conversaciones de los adultos, y todo eso... mezclado con el Gwendolyne de Julio Iglesias.

Un cóctel que debió ser perfecto ya que a día de hoy, sigue resultándome imposible escuchar esa canción y no asociarla a esos momentos. Es más... cuando la oigo por algún lugar siempre digo lo mismo: "Mira... la música de la piscina", y tanto a mi mujer como a mis hijos les cuento una y mil veces esta historia.

Es obvio que en las piscinas de Picornell no sólo sonaba esa canción como si se tratase de un bucle infinito, sin duda que los responsables del lugar tenían a bien ponernos a los asistentes un variadísimo repertorio compuesto por temas de algunos de los artistas más populares de la época: Camilo Sexto, Cecilia, Pablo Abraira, Nino Bravo, y un largo e interminable acompañamiento melódico que sonaba con esa particularidad tan característica que sólo es capaz de tener el hilo musical; y es que está ahí, pero apenas se nota, no obstante, si no está... se echa de menos. Como decía: muchos eran los artistas y canciones que se dejaban oír a lo largo de la mañana, pero Julio Iglesias y Gwendolyne -ignoro por qué razón- combinaban de un modo perfecto con el barullo y lo convertían todo en un sonido agradable que quedó grabado en mi mente como si se tratase de un vinilo jamás editado por ninguna discográfica; un incunable... por desgracia.

Puedo entender, que como cantante, Julio Iglesias no le guste a todo el mundo ya que personalmente no soy uno de sus incondicionales fans. Lo que no comprendo es a esa gente a quienes no les cae bien. Yo creo que un tipo capaz de irrumpir con sus canciones en una mañana de piscina y no molestar... debería caerle bien a todo el mundo.

Les dejo con la Gwendolyne de Julio y en la versión que nos interpreto del tema en el Festival de Eurovisión de 1970 obteniendo un cuarto puesto. El griterío de críos lanzándose en bomba al agua, el ruido del chapoteo y el murmullo de las conversaciones de adultos, deberán ponerlo ustedes mismos extrayéndolo de su propia imaginación.

Feliz fin de semana.

Créditos de las imágenes: 1) el Kioskero del Antifaz en la piscina. 2) Portada del sencillo de Julio Iglesias "Gwendoline" editado por Columbia.

lunes, 25 de enero de 2010

Woodstock 1969


La granja Bethel en Sullivan County, en el estado de New York, fue el terreno que acogió "El Festival de Música y Arte de Woodstock", sin duda el festival de música Rock más famoso de la historia.

300 acres de terreno en el parque industrial de Mills que contaban con un buen acceso a menos de una milla de la ruta 17, la cual desembocaba en la autopista estatal de New York, y que poseía los servicios básicos de agua y electricidad. Ahí se empezó a preparar el terreno para dar lugar al festival de música que se celebraría durante los días 15, 16 y 17 de agosto de 1969 y que acogería a un promedio de 50.000 visitantes a quienes se les cobraría el precio de 6 Dólares por entrada y día. No obstante, sus organizadores andaban buscando un nuevo emplazamiento para el Show debido a que la población local, temiéndose una invasión de Hippies drogadictos, empezaron a mostrar una insistente oposición al evento.

Publicaciones como el "Village Voice" o la revista "Rolling Stone" promocionaban el que sería el Woodstock Festival desde abril del mismo año y bajo el eslogan de "Tres días de paz y música". La idea no era la de construir grandes escenarios, poderosas instalaciones, ni la de vender boletos. La idea fue siempre la de crear un estado mental, un hecho que ejemplificara a aquella generación cansada de la retórica vacía de los políticos, de la Guerra de Vietnam, del racismo, y de una iglésia que prohibía y se entrometía en el entorno político y social.


Allan Markoff fue el encargado de diseñar un sistema de sonido para 50.000 o más personas. Una auténtica locura teniendo en cuenta que jamás se había hecho un concierto para 50.000 asistentes; además... en caso de lograrlo, los amplificadores que se situasen en Woodstock podrían llegar a destrozar los oidos de quienes se hallasen a menos de 10 pies de distancia.

El resultado fue que durante esos 3 días y sus interminables noches de sexo, drogas y Rock & Roll, acudieron al festival cerca de 500.000 personas, más unas 250.000 que no pudieron llegar a tener acceso a las instalaciones.

Artistas de la talla de: Richie Heavens, Joan Baez, Jimi Hendrix, The Who, Santana, Janis Joplin, Creedence Clearwater Revival, Jefferson Airplane, un jovencísimo Joe Cocker, entre otros, se subieron al esceneario para interpretar unos 258 temas legendarios; algunos que ya eran grandes éxitos, y otros que lo fueron a consecuencia del festival.

Bob Dylan fue el gran ausente al acontecimiento debido a que uno de sus hijos se encontraba hospitalizado. No obstante fue esperado por todos los asistentes hasta el último momento.


Richie Heavens abría el festival a las 5:00 horas de la tarde con el tema "High Flyin' Bird". Jimi Hendrix lució su mítica Fender Stratocaster en color blanco y que tocaba incluso con la lengua, e interpretó en un solo de guitarra el himno estadounidense, demostrando que a pesar de mostrarse contrarios a la política militar de su país, seguían siendo Norteamericanos. Bajo la lluvia de ese caluroso agosto, Ravi Sankar interpretó cinco temas con su mágico sitar. The Who iniciaron una maratón nocturna que empezó a las 3 de la madrugada del día 16 en la que llegaron a interpretar 24 de sus temas. Les siguieron, alrededor de las 8:00 h de la mañana Jefferson Airplane en un concierto considerado como uno de los momentos más memorables de la historia del Rock. Jimi Hendrix cerraba el festival tras la interpretación de 18 de sus temas, con el titulado "Hey Joe".

En la cumbre del éxito y un año más tarde del Woodstock Festival, ya en 1970. Janis Joplin y Jimi Hendrix morían por sobredosis de heroina.

Les dejo el video de un Joe Cocker de 25 años interpretando una de las más conocidas versiones de una canción de The Beatles durante el mencionado festival, y que le sirvió para empezar a asomarse al éxito con "éxito", ya que a día de hoy sigue siendo un excepcional rockero convencido de que no es necesario llegar a morirse con mierda en las venas para ser leyenda.

miércoles, 20 de enero de 2010

El fantasma del Poble Sec

En la Edad Media, lo que actualmente es la Plaza de España de Barcelona, era un monte denominado "El Turó dels Inforcats", y en él se pudrían al sol los cadáveres de los ajusticiados como muestra de escarnio y de advertencia a los viajeros que cabalgaban a través del camino de La Creu Coberta, principal acceso a la ciudad desde casi toda España. Los condenados a la pena capital permanecían ahorcados hasta que las aves de presa daban buena cuenta de los restos mortales de los que tan sólo quedaba un espantoso hedor a descomposición.

Nadie lo diría teniendo en cuenta que ahora, en ese fantasmagórico lugar, se halla la Fira de Barcelona y el Palacio de los Congresos al que millares de visitantes de todo el mundo vienen constantemente con motivo de los diversos eventos que se celebran en la ciudad, pero lo cierto, es que en la memoria de los viajeros se construyeron gran cantidad de leyendas con respecto a ese monte que un buen día desapareció para dar lugar a la calle Creu Coberta, la Avenida Mistral y la que hoy en día es la entrada principal a la Plaza de España: la Avenida María Cristina.

Cabe destacar que desde ahí, el Poble Sec, mi barrio, se extiende a lo largo de la Avenida del Paralelo hasta el puerto de Barcelona, y no es de extrañar que con antecedentes tales, las historias de fantasmas se hayan prodigado durante muchos años dejando leyendas tan populares como espeluznantes.

Corría el año 1971, apenas tendría yo unos siete años, cuando los vecinos de la calle Salvà nos las vimos cara a cara con una de esas ánimas en pena.

Todo empezó una noche de verano en la que la señora Eulogia regresaba a su casa después de cerrar su colmado. A la altura del número 85 de la calle Salvà se encontraba un edificio en construcción en el que por algún motivo especulativo, las obras llevaban bastante tiempo detenidas. Los vecinos de la calle teníamos las ventanas de los balcones abiertas para soportar el asfixiante calor y a pesar de los ruidos de los televisores y de los receptores de radio, a pocos nos pasó desapercibido un grito desgarrador que rompió la noche.

Asustados y curiosos, los vecinos se asomaron a sus balcones para ver de dónde procedía aquel grito. Las mujeres subían las persianas y se dejaban ver con sus batas de guatiné y sus rulos puestos, los hombres con sus camisetas estilo imperio y fumando tabaco negro. Todos, absolutamente todos los que se encontraban cerca del lugar, se preocuparon por saber qué era lo que estaba sucediendo.

—Qué pasa señora Eulogia? Está usted bien? —gritaba un vecino desde su balcón.

La señora Eulogia no respondía, estaba de pie en mitad de la calle, agarrotada de terror y mirando fijamente, sin parpadear, la fachada del edificio en construcción del número 85 de la calle Salvà.

—Alguien sabe qué ha pasado? —gritaba una vecina a otra que se hallaba en un balcón de enfrente.

—Ni idea. Estábamos viendo el parte cuando hemos oído el grito.

Rapidamente la calle empezó a llenarse de los vecinos que hacía un momento estaban en los balcones. Todos se preocupaban por el estado de la señora Eulogia que seguía en estado de shock. Alguien bajó una botellita de agua del Carmen y le dieron a tomar unos sorbos, otros le daban aire con abanicos y pañuelos, a la vez que la sentaban en una silla en mitad de la calle.

La señora Eulogia empezó a recuperarse poco a poco, levantó su mano derecha señalando un punto concreto del esqueleto de aquel edificio y en un apocado murmuro... susurró:

-Fan... tas... ma..., un fan... tas... ma.

Todos los allí presentes dirigieron su mirada hacia el lugar señalado por la señora Eulogia, el silencio era absoluto.

El "Poca cosa", un vecino bajito, pero con muy mala leche, se acercó al edificio no perdiéndole de vista mientras que con su dedo índice se rascaba la barbilla. Al rato, y en medio del silencio, se giró hacia el resto y les dijo:

-Si ahí hay un fantasma... habrá que encontrarlo.

Y dicho y hecho; el resto de hombres regresaron a sus casas en busca de linternas de petaca y de cualquier cosa que les pudiese proporcionar algo de luz. Las mujeres permanecieron al lado de la señora Eulogia, y como no... poco tardamos los críos en salir de nuestras casas, llenar la calle del barrio y en sumarnos a tan apasionante aventura.

Pronto empezamos a acceder al interior de la obra. Por aquellos tiempos no habían accidentes, así que ni pensar en eso de ponernos cascos de protección para entrar a un edificio en construcción. Grandes y pequeños sabíamos que ante cualquier paso en falso la mercromina y las tiritas lo solucionaban todo. Fuimos metiéndonos por lugares imposibles, subiendo y bajando altísimas escaleras sin barandilla, deslizándonos por cuerdas, etc. Los mayores con el afán indiscutible de encontrar al fantasma o algún indicio que diese alguna pista de qué era lo que sucedía allí. A nosotros los críos, nos daba igual el fantasma, nos bastaba con estar jugando en la calle a esas horas de la noche y respirar el aroma del riesgo que implicaba aquel lugar lleno de desafíos y múltiples peligros.

Aquella noche la búsqueda del espectro fue infructuosa. Nadie dio con él, aunque algunos aseguraron haber visto alguna sombra, o haber tenido una sensación muy extraña al acceder a la obra. No faltaron las teorías referentes a “de quién” podría ser el alma que deambulaba por el edificio, y ahí salieron a relucir los últimos casos de muertes que habían tenido lugar en el barrio. Mi yaya Lola recordó que la señora María, una anciana que vivía en el último piso del número 90 de la calle, haría escasamente seis meses que había tomado su balancín, lo había acercado al borde de la azotea y desde ahí se desplomó al vacío para poner fin a sus días de soledad y olvidada por todos sus hijos. La señora Paquita se atrevió a comentar algo bastante tabú entre el vecindario, y que tenía que ver con la carnicería situada unas calles más abajo y en la que sus dos últimos dueños fueron hallados muertos en extrañas circunstancias en un periodo de tiempo relativamente corto. El "Paquito", un solterón de toda la vida, recordó que hacía poco habían encontrado muerto al señor Quimet "el cojo", bueno... en realidad encontraron su cuerpo decapitado, y hasta la fecha, aún nadie, ni la policía, había dado con su cabeza.

Esa noche nadie puso en duda la existencia de ese posible fantasma. A excepción de la señora Eulogia nadie vio ni oyó nada durante el largo rato que los vecinos permanecimos en la calle, pero curiosamente, nadie cuestionó la situación y para todos los allí presentes, la existencia del fantasma, se trataba de un hecho probado.

Al día siguiente, de vacaciones y con el verano por delante, los niños acompañamos a nuestras madres y abuelas a hacer la compra; El colmado, la tiendecita de ultramarinos, la tintorería, la bodega... en todas partes se hablaba de lo mismo. El fantasma había cobrado tal protagonismo que era tema de conversación constante, y no sólo eso... en las tiendas del barrio a las que entraba de compras con mi yaya Lola, se estaba fraguando un nuevo encuentro nocturno de todos los vecinos con el fin de tratar de verlo y dar debida fe de su indudable existencia.

Y así fue; una noche más en busca del fantasma, sólo que esa noche ya nadie se adentró en el esqueleto del edificio del número 85 de la calle Salvà. Esa noche los vecinos y vecinas se congregaron en la calle frente a la obra y con sus cigarrillos, sus cervezas, las camisetas estilo imperio, las batas de guatiné y los rulos, charlaron hasta la saciedad sobre temas relacionados con ánimas en pena, errantes y venidas del más allá. Numerosas historias de fantasmas se contaron esa noche y en las noches sucesivas de ese verano del 71. Imagino que en un tiempo en el que ir de vacaciones era un lujo al alcance de unos pocos, la excusa del fantasma nos sirvió a todos para salir de nuestras casas, tomar un poco el fresco y hacer vida en la calle. Cualquier cosa era mejor que mantener la espalda pegada al escai del sofá frente al televisor en blanco y negro, en el que no hay que olvidar que en aquella época, no eran pocos los programas que nos alertaban de la existencia de OVNIS, fantasmas y triángulos marinos y misteriosos en los que desaparecían numeroso barcos y aviones. El Dr. Jimenez del Oso empezaba a ser popular en las teles de todos los hogares con programas de misterios y enigmas; poco después dirigió sus famosísimos programas tales como: "Todo es posible en domingo" y "Más allá"; es decir,,, que nuestras mentes, y las de nuestros mayores, estaban predispuestas a dar crédito a todo y cuanto fuese susceptible de ser, o parecer... un fantasma.

Para nosotros, los niños, esas noches fueron como de fiesta mayor. Los mayores no tenían prisa ya que no había que madrugar para ir ni a la escuela ni al trabajo, así que nos daban las doce y la una de la madrugada en plena calle, y mientras que ellos -cada vez con menos entusiasmo- seguían en el empeño de ver al fantasma de la calle Salvà, nosotros lo pasábamos en grande jugando a las canicas, o al pilla-pilla.

El escepticismo fue dando lugar a comentarios y a historias cada vez menos sugerentes que las que en noches anteriores se contaban sobre fantasmas. La teoría de que el "supuesto" se tratase de un vagabundo o de un preso fugado de la prisión Modelo fue tomando forma entre los más descreídos, y así, poco a poco se fue desvaneciendo el mito y con él... las divertidas noches de callejeo consentido y compartido con nuestros mayores. Cada vez nos retirábamos antes hacia nuestros pequeños pisos del barrio, hasta que una noche en la que empezó a refrescar un poco, ya nadie salió a ver si el fantasma aparecía o no.

Poco tiempo después, el señor "Paquito", el solterón de toda la vida... desapareció y nunca más se volvió a saber de él en el barrio. La policía entró en su casa y todo estaba allí, intacto, y lo peor de todo... no apareció nadie a quien echarle la culpa.

Créditos de las imágenes: Ilustraciones de “El Kioskero del Antifaz”.

Aprovecho la entrada para dejar una reseña del libro titulado: "Fantasmes de Barcelona", de la escritora y periodista Sylvia Lagarda-Mata. Una lectura muy amena e instructiva sobre todos los hechos sobrenaturales acontecidos a lo largo de la historia en BCN. Debo decir que en su libro no habla de mi fantasma... del "fantasma del Poble Sec", pero se lo perdono a la autora por lo exquisito de su obra.

Les dejo también la cabecera del programa de gran éxito televisivo en la segunda mitad de la década setentera; se trata del programa “Más allá” del Dr. Fernando Jiménez del Oso.

sábado, 16 de enero de 2010

Trastos viejos

Antonio era un hombre de izquierdas en un tiempo en el que ser de izquierdas tenía un sentido; cuanto menos, el sentido de plantarle cara a un gobierno autoritario respaldado por la extrema derecha, el ejército y la iglesia. Se trataba de un hombre sencillo que trabajaba en una fábrica y que daba la cara por el resto de sus compañeros de trabajo, aunque ellos, nunca dieron la cara por él, ni cuando le despidieron por conflictivo y por defender unos derechos que por aquel tiempo parecían ser inconcebibles.

Mi padre iba una vez por semana al bar de la esquina entre las calles Salvà y Magallanes, allí compraba su paquete de Rex y charlaba con Antonio, que tras quedarse sin empleo, pasaba largas horas semitumbado en la barra y con bastantes copas de más. Nunca fueron amigos del alma, pero hasta que comenzó su declive personal, había sido un buen vecino, y mi padre, sentía cierto afecto por él.

Antonio le contaba cómo le había dejado su mujer y le había arrebatado a sus hijos tras perder su casa, que literalmente... se la había bebido.

—Santi... tómate un vino conmigo —le decía Antonio a mi padre.

No Antonio, sabes que no bebo.

Bueno... pues invítame a un trago —insistía Antonio.


Lo siento, pero no voy a contribuir en eso que andas metido de convertir tu hígado en paté le respondía mi padre una y mil veces cada vez que Antonio intentaba financiarse una de sus borracheras.

Yo estuve presente en una de esas ocasiones en las que muy respetuosamente, mi padre trataba de librarse de él, y quizá precisamente por eso, porque yo estaba allí, Antonio puso todo su empeño y echó toda la carne en el asador tratando de tocar alguna fibra sensible.

Santi... mira a tu hijo, está contigo. Tú eres un hombre feliz que lo tiene todo en la vida, pero... Y yo? Qué hay de mi? A caso no sabes los problemas que yo tengo? Anda, por tu hijo... invítame a un vino.

Mi padre siempre fue, y sigue siendo, un hombre de pocas palabras. Le encanta discutir con personas a las que quiere y con las que se siente a gusto, pero por regla general prefiere observar y guardarse sus opiniones. Aquella tarde-noche en la que mi padre, conmigo de la mano, entró en el bar a por su paquete de Rex y se sintió abordado una vez más por Antonio... ya no pudo callar.

Tus problemas? Todos tenemos problemas le dijo.

Ah si? —Antonio ofendido y con un tono claramente agresivo replicó—. Te ha dejado a ti tu mujer? Has perdido tu empleo? Y tu casa? A caso has perdido tu casa? Sabes el tiempo que hace que no veo a mis hijos porque la zorra de mi mujer hace lo imposible para que no pueda verlos? Crees saber mucho de problemas verdad? Yo puedo hablarte de lo que es eso, así que si no vas a invitarme a un trago... no me vengas diciendo que todos tenemos problemas!!

Mi padre respiró hondo mientras abría su paquete de Rex, le pidió una tónica al señor Fernando, el camarero, y sin perder la calma se encendió un cigarro.

Mira... tienes 36 años, eres un tipo joven que ha perdido su trabajo, su mujer y su casa, pero eso no han sido más que circunstancias provocadas por el que realmente es tú único problema, y es que bebes.

Recuerdo que a mis 8 años me impactó el modo en el que Antonio, un tipo alto y fuerte, con una poblada barba, miraba atentamente a mi padre con los ojos vidriosos y me dejaba ver qué era eso de estar al límite. Imagino que por aquel entonces quizá no tuve mucha conciencia de ello, pero seguro que por mi cabeza pasó algún pensamiento en torno de que a nadie por quien yo pudiese sentir afecto, me gustaría verle así.

Antonio intentó hablar, pero mi padre le interrumpió.

Verás... aún tienes salud para encontrar un buen trabajo, y con tu aspecto no debería resultarte difícil conocer a una buena mujer o recuperar a la tuya; todo depende de lo que te cuides a partir de ahora y de que te cures de una vez. En cuanto a tus hijos... has sido tú quien les has dejado a ellos ya que en lugar de tratar de recuperarlos, te pasas el día metido aquí consumiendo alcohol. Desengáñate... queda muy bien llorar por todas y cuantas cosas desagradables te han sucedido en la vida, pero te repito que tu único problema es que bebes, te lo bebes todo.


Mi padre recordó que Antonio tenía un viejo almacén dos manzanas más abajo de la que fue su casa, un almacén lleno de trastos viejos que habían pertenecido a su abuelo, un viejo anticuario que tenía una pequeña tienda en el casco antiguo de Barcelona.

Por cierto... —le preguntó mi padre—. Aún tienes ese almacén?

Si, lo tengo. Allí es donde vivo ahora. Duermo sobre un colchón rodeado de todos los trastos y de la mierda que mi abuelo y mi padre habían metido allí.

Mierda? La mierda es en la que estás metido ahora. Yo de ti trataría de restaurar algunos de esos trastos, ponerlos a la venta y recuperar tu vida. No sé... por algo se empieza.

Mi padre le pagó el tabaco y la tónica al señor Fernando, dio las buenas noches, me tomó de la mano y juntos salimos del bar. Durante el corto trayecto hasta casa mi padre me dijo algo que no entendí muy bien: "Hijo, no dejes nunca de quererte por encima de todas las cosas. Es el único modo de conseguir que las circunstancias no terminen convirtiéndose en problemas". Le vi tan ofuscado en esos momentos que tampoco le pregunté más, simplemente... traté de recordar sus palabras.

En los meses sucesivos Antonio dejó de frecuentar el bar del señor Fernando, a lo sumo se acercaba alguna mañana y se tomaba un cortado con leche bien caliente. Se afeitó la barba y empezó a cuidar su aspecto. Al parecer, vendió gran cantidad de trastos a algunos anticuarios del barrio gótico y adecentó el local. Seguía viviendo en una pequeña habitación que había en él, pero el resto lo convirtió en una ferretería. Juan, otro vecino del barrio, se convirtió en su socio y juntos, lograron sacar adelante un negocio bastante próspero.

Una tarde saliendo de la escuela vi a Antonio en la plaza del surtidor del Poble Sec, estaba allí jugando con sus hijos.


Poco tiempo después volví con mi padre al bar del señor Fernando acompañándole a por su paquete de Rex. Antonio y su socio estaban allí tomándose, curiosamente... una tónica. Mi padre les saludó y Juan respondió efusivamente a su saludo, no obstante, Antonio, apenas esbozó un buenas noches a la vez que hundía su cabeza en el cuello de su chaqueta. No entendí ese gesto.

Por qué no te ha saludado Antonio? —le pregunté a la salida del bar.

Es muy complicado hijo, pero a veces... la dignidad de según que personas, tiene esas cosas.

Tampoco entendí qué quiso decir con eso, ni si mucho o poco tuvieron que ver las palabras que mi padre tuvo con Antonio para conducirle hasta su recuperación, pero recuerdo que a partir de ese día, el Guerrero del Antifaz, el Capitán Trueno, y Superman dejaron de ser mis héroes preferidos. En esa España en la que, en ocasiones, resultaba difícil incluso el salir a la calle, y más aún si uno miraba en contra del gobierno, mi padre lo hacía a diario por complicado que fuese y para que no nos faltase de nada en casa. Eso era mucho más de lo que eran capaces de hacer los admirados héroes de papel.

Antonio, quizá avergonzado por lo que sucedió en aquella ocasión, trató de esquivar a mi padre cada vez que se lo cruzaba, en cambio para mí, esas y muchas otras cosas son las que siempre me han hecho sentirme muy cerca de él; a pesar de nuestras numerosas diferencias.


Papá... Ya te he dicho que te quiero... Verdad?

Para recuperar las viejas tradiciones anteriores a este paréntesis navideño-vacacional, les dejo un tema setentero interpretado por Josep Guardiola y que tiene mucho que ver con el esfuerzo, el sacrificio, y la dignidad.


Créditos de las imágenes: 1, 4) Álbum personal del Kioskero del Antifaz: Mi padre y yo. 2,5) Bajadas de Internet. Autor desconocido. 3) Fotocommunity. Acreditada como: Jro1952

jueves, 14 de enero de 2010

Despertar en los setenta. Así... como quien no quiere la cosa

Esta mañana he madrugado (mi abuelo me dijo siempre que madrugar no era del todo bueno, casi tan malo... como levantarse demasiado tarde). Para mi sorpresa, me he llevado uno de los sustos más grandes que recuerdo en los últimos tiempos, aunque por otra parte, debo reconocer que por un momento, se me ha hecho “casi” realidad un sueño que hace tiempo me ronda por la cabeza.

Resulta que he salido del portal de mi casa sobre las siete de la mañana –mas dormido que despierto- y un grupo de jóvenes, hombres y mujeres, con patillas, pantalones de campana, melenas al viento y demás, andaban proclamando en una no demasiado multitudinaria manifestación, no sé que consignas, a la vez que a sus espaldas un grupo de grises cargaban sobre ellos y repartían porrazos disolviendo violentamente el disturbio. En la acera se hallaban aparcados SEAT 600, 850, y 124. Todo era tan sorprendente como real. Los carteles y los escaparates de los comercios, el ambiente de la calle y la gente que contemplaba lo que en esos momentos estaba sucediendo lucían un aspecto que no dejaba lugar a dudas... esta mañana, aun no recuperado de mi estado de somnolencia y a falta de mi café matinal, me he dado cuenta de que algo extraño había sucedido y de que sin duda, en algún tramo del ascensor de mi inmueble había atravesado una puerta en el tiempo y me hallaba en plena década de los 70!!

Con la de veces que he soñado últimamente que me sucediese algo así. Que aunque sólo fuese durante 24 horas, tuviese la oportunidad de pasar unos instantes en 1970 y poder contemplar con ojos de adulto cómo era, de nuevo, la vida en los lugares en los que transcurrió mi infancia!!!


Pues bien; el ambiente setentero y todo lo que ello conllevaba, con grises incluidos, estaba allí, ante mis incrédulos ojos.

En medio de todo el alboroto alguien me gritaba.

— Apártese por favor! Va a entrar en campo!

Desconcertado he dirigido la mirada hacia una joven que me hacía unos exagerados ademanes y que tan sólo los ha interrumpido cuando una mecánica voz ha sonado de los walkie-talkie que llevaba colgados de su cintura.

En esos momentos los grises han detenido su persecución tras el grupúsculo de jóvenes, y fuerzas del orden público, manifestantes y mirones se han dirigido hacia unas mesas improvisadas en las que se encontraba un suculento catering. El aroma a café ha entrado en mis narices y casi ha sido suficiente para que empezase a percibir la realidad de todo aquello.

Numerosos miembros de un equipo técnico se sacaban los auriculares que adornaban sus orejas, dejaban sus cámaras, sus focos y sus enormes paneles reflectores y se dirigían con el resto a saborear un rico café con pastas y bocadillos de york y queso con pan con tomate.

He preguntado a la joven de los walkie que a qué se debía todo aquello, y me ha contado que se trataba de la filmación de un corto de un alumno de la ESCAC, la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya y de que he estado a punto de arruinar una escena metiéndome por medio.

A decir verdad he suspirado de alivio al darme cuenta de que me encontraba en enero de 2010 y de que todo mi desconcierto se había producido por una terrible coincidencia unida a mi falta de sueño, pero por otra parte, no he podido disimular la frustración que me ha embargado al percatarme de que mi sueño no se había cumplido y de que pese a que sería un buen argumento para una película, no dejaba de ser eso... un simple buen argumento, pero algo difícil de que suceda en la realidad.

Pensando aún en todo ello y algo traspuesto por el sobresalto, me he dirigido hacia el kiosco de la esquina para comprar algo de prensa y vaya!... parecía que el sueño continuaba y se resistía a abandonarme. Mi kioskero habitual estaba rodeado de ejemplares enfundados en enormes blisters que contenían el material de los viejos kioscos setenteros: Esther y su mundo, El Jabato, Heidi, los cuentos clásicos de Disney, etc.

— Definitivamente vuelven los 70. Eh?— me ha comentado el kioskero con complicidad.

— Bufff... y que lo digas!— he respondido.

Y no he podido evitarlo; he comprado el primer fascículo y CD de la colección de Heidi para llevarlo a casa, compartirlo con mi mujer y mis hijos y continuar reviviendo esos años, pero desde el recuerdo y sin necesidad de volvernos locos.

Les dejo el opening y el ending de esa serie que sin duda, es ya legendaria.


lunes, 11 de enero de 2010

Quién no tiene un buen trancazo?

En los setenta, pasadas las fiestas navideñas, además de las resacas y de los estómagos castigados tras los atracones típicos de estas fechas, nos quedaban los resfriados, los catarros, las narices moqueantes y un frío considerable que nos hacía empalmar un trancazo tras otro hasta bien terminado enero.

Recuerdo un anuncio radiofónico de la época de una famosa tienda de Barcelona, que decía: "En mantas, colchas y juegos de cama, la Mallorquina tiene fama". Así que lo mejor para mitigar las bajas temperaturas y el entorno hostil que reinaba en el exterior, era permanecer sumergidos en nuestras camas dejando que apenas nuestra nariz sobresaliese por entre medio de mantas y almohadones.

Lo malo del caso era que no quedaba más remedio que sacar pecho y hacer frente a nuestras obligaciones. Más que nunca había que estar en forma para seguir trabajando y recuperarnos un poco de los gastos navideños que siempre fueron considerables y bastante por encima de las posibilidades de la gran mayoría. De modo, que a los resfriados, se les sumaban unas buenas jaquecas fruto de las preocupaciones que nos esperaban para recuperarnos del gasto, y que, por si fuera poco, a partir del mes de enero todo, absolutamente todo... era un poco más caro.

Ah!... Qué resulta que ahora es lo mismo? No me digan?

Mecachis... Pues antes había una solución para todo eso, en cambio ahora... pues no sé.



martes, 5 de enero de 2010

Día de Reyes

Esta madrugada, sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, harán sus aparición triunfal en las casas de los niños españoles y dejarán los regalos a todos y cuantos se los hayan merecido; es decir... a todos, ya que aún no concibo la idea de que algún niño haya hecho algo tan tremendo como para no ser merecedor de amanecer por la mañana y de encontrar un buen surtido de juguetes con los que colmar algunas de sus ilusiones. Como mucho, algunos encontrarán dulce carbón junto a sus juguetes, así que espero haberme portado lo suficientemente mal como para encontrar algún pedazo también junto a los míos.

De modo que esta noche, y a lo largo de todo el día de mañana, tocará ser monárquicos y demostrarle a Santa Claus que aunque le dejemos transitar por estas fechas junto a nosotros, tenemos una tradición a la que no vamos a renunciar, ya que aunque no sea más que un día al año... los reyes sirven para algo!

A estas alturas ya todos hemos escrito nuestra carta y se la hemos entregado a los pajes reales; eso espero. A los rezagados decirles que sí no la han mandado aún, que luego no se quejen. No valen las excusas, siempre pueden imprimir y recortar la que les adjunto en esta entrada y darse prisa en mandarla, aún están a tiempo. Se trata de una estupenda carta ilustrada por Pere Massana, el ilustrador catalán de quien ya hablé en una entrada anterior. La realizó en el año 1969 y creo que fue una de las más tradicionales de nuestra infancia y que se podía conseguir gratuitamente en las jugueterías y librerías de toda España.

Así que ya saben: los zapatos de los niños deben estar llenos de turrón y frutos secos en la puerta de casa, junto a ellos, unos curruscos de pan y un recipiente con agua para los camellos, y tres copitas de vino dulce para que sus Majestades se remojen el gaznate. Ah! Y no se preocupen por nada más, los Reyes van en camellos y ningún guardia urbano les someterá a un control de alcoholemia.

Espero que los Reyes se porten bien con todos y que mañana, al despertar, no se encuentren ni con los típicos calcetines de rombos, ni con corbatas, o con pijamas de franela para pasar las noches de invierno. Espero de corazón que se encuentren con maravillosos juguetes ya que se trata de eso, de un día en el que todos, absolutamente todos, tenemos el derecho y casi, el deber, de ser un poco niños.

Les dejo el anuncio que quizá representa con mas fuerza el espíritu navideño. Se trata de un anuncio realizado en 1970 por la casa de juguetes Famosa y que a día de hoy sigue siendo un referente insustituible de la importancia que tienen los juguetes en estas fechas.

Para terminar, que se coman a gusto el roscón y a ver a quién le toca el haba; no me vayan a hacer los rácanos y a tragársela con papel albal y todo con tal de no pagarlo.

Feliz día de Reyes!!!!

Créditos de las imágenes: 1-2) carta a Sus Majestades los Reyes Magos ilustrada en 1969 por Pere Massana. Colección particular.



domingo, 3 de enero de 2010

2010

Hay quien dice que la felicidad está formada sólo de pequeños momentos, pero también hay quien cree que la felicidad es una filosofía de vida, o un modo de ver las cosas. Definir qué es felicidad nunca ha sido fácil, aunque desde un punto de vista pragmático, felicidad no es nada más que un estado de ánimo que nos proporciona bienestar, alegría y positivismo en general.

Ser feliz consiste en aspectos tan simples como el hecho de ser autosuficiente, de poder realizarse luchando por conseguir las metas propuestas y de tener la capacidad de experimentar el placer tanto a nivel físico como intelectual. Visto así... tampoco parece tan difícil.

Personalmente creo que lo que nos hace felices es la memoria y la experiencia; es decir... el no tener más remedio que atravesar momentos agradables y desagradables y el ser capaces de focalizar todas nuestras vivencias, sentimientos y emociones hacia una dirección en la que encontremos la armonía y la paz necesarias.

No voy a desearles un feliz 2010; ya ven la cantidad de días que tiene el año, así que imagino que habrá de todo y que a lo largo de esas 365 casillas que lo componen habrán momentos inolvidables y momentos que mejor no recordar jamás. Lo que sí voy a desearles es una buena salud para ustedes mismos y para sus seres queridos, el resto... sólo son cosas que pasan.