sábado, 30 de octubre de 2010

La Pantera Rosa

Todo empezó porque Blake Edwards, el director del film de “La Pantera Rosa” necesitaba algo original para los títulos de crédito de su película protagonizada por Peter Sellers, y que trataba de un ladrón de joyas que deseaba hacerse con un valiosísimo diamante cuyo nombre era el que le daba el título al film. El actor Peter Sellers, encarnando a un torpe inspector, tenía la misión de recuperar la joya en la que fue una divertida comedia que dio lugar a varias secuelas que tuvieron un éxito más bien regular.

Entre cientos de bocetos realizados por varios dibujantes y diferentes estudios, Blake Edwards decidió que el personaje que encabezaría la película en sus créditos, sería la que posteriormente iba a convertirse en una estrella a nivel internacional y que fue creada por un veterano de la industria de la animación en USA, Isador “Friz” Freleng, un gran ilustrador y animador con un estilo sencillo, elegante y un peculiar sentido del humor.

La película se estrenó en el año 1963, y quizá nadie la recordaría de no ser precisamente por eso, por el personaje que abría los créditos y que causó gran impacto entre los espectadores.

Blake Edwards decidió llevar al personaje de La Pantera Rosa más allá del que fue su cometido inicial, de modo que realizó un corto titulado “The Pink Phink” que fue galardonado en 1964 con un Oscar de la academia y que sirvió de episodio piloto a la que posteriormente sería una exitosa serie de animación con cortos de aproximadamente 6 minutos y que se emitió desde 1964 hasta 1980 en un total de 124 capítulos. También recibió una nominación al Oscar el inolvidable tema musical de la serie creado por Henry Mancini, todo un clásico.

Durante los 70’s, en España, pudimos disfrutar de los episodios de este personaje con un toque británico, un andar peculiar, una elegancia exquisita y un humor que nos dejaba boquiabiertos todos los domingos por la tarde frente al televisor. El que fue conocido como “El Show de la Pantera Rosa” se convirtió en líder de audiencia en esos tiempos en los que únicamente habían un par de cadenas de televisión y en el que niños y mayores lo pasamos en grande con sus aventuras. En su Show, a la Pantera le acompañaban otros personajes tales como El inspector Clouseau y su ayudante Dodo, el oso hormiguero y la hormiga, pero el que sin duda se convirtió también en imprescindible fue el hombrecillo blanco que acompañaba a la pantera en muchos de sus episodios, y que reaccionaba coléricamente ante la flema de la protagonista.

Como anécdota personal les contaré que durante los años 1993 y 1994 tuve la posibilidad de trabajar con Art Leonardi, uno de los animadores principales de La Pantera Rosa en su época, y posteriormente director de animación de la serie en la que ambos coincidimos, concretamente “Problem Child” producida por Universal Pictures. Dicha serie constó de dos temporadas, pero Art Leonardi, otros animadores y yo, participamos únicamente en la primera de ellas compuesta por 13 episodios; imagino que en la segunda temporada trabajaron otros, pero fuimos muchos los que no pudimos soportar ni un instante más la tiranía del productor con el que nos tocó dejarnos las pestañas sobre nuestros tableros de animación. Una lástima, ya que Art Leonardi, aparte de ser una leyenda viva del mundo de la animación, fue un buen compañero de trabajo y un cuidadoso profesional que preparó unos detallados cuadernos de producción para unificar los estilos de todos los dibujantes que participamos en aquella producción. Lamentablemente, a Art y a mi, nos tocó coincidir en un proyecto en el que, al parecer, al productor tan solo le interesaba meternos prisa para terminar con aquello lo antes posible, Así que sin perder el ánimo... nos fuimos a animar a otra parte.

Les dejo con el episodio piloto y primer capítulo de la serie “La Pantera Rosa".

Adjunto también la intro y el ending que, sin duda recordarán, de “El Show de La Pantera Rosa”.

Y para terminar, un video en el que Art Leonardi realiza algunos bocetos del personaje que a día de hoy, sigue siendo considerado como la protagonista de una de las mejores series de animación.

Disfruten de los videos ;-)





viernes, 29 de octubre de 2010

El Hombre y la Tierra

Los programas de Félix Rodríguez de la Fuente fueron obra de referencia para el resto de documentales de la naturaleza que se crearon posteriormente en España y en el extranjero, e inauguró una nueva fórmula documental. Félix fue, sin duda, un pionero en este género de programas que a día de hoy, y con tanta oferta televisiva, parecen pasar desapercibidos por la audiencia, aunque eso si... los documentales de animales y de la naturaleza en general son ese tipo de programas que todo el mundo dice que ve, pero que en realidad... nadie mira.

Entendamos que en la década de los setenta, la televisión no se trataba única y exclusivamente de un divertimento, sino que además, cumplía una función pedagógica y formativa debido a que era un modo eficaz de introducir información en los hogares de todos los españoles; amén de contarnos constantemente las excelencias del régimen y de tratar de manipular nuestras mentes para que no cayésemos en actos de sublevación o rebeldía ante lo que era una estricta dictadura. Actualmente cualquier persona con un mínimo de sentido crítico, capaz de acercarse a buena documentación, puede acceder a cualquier tipo de conocimiento a través de gran cantidad de medios, así pues, la televisión, ha pasado a convertirse en una “válvula de escape”, en ese aparato “antiestrés” que encendemos cuando llegamos a casa después de una jornada de trabajo y en la que la vida, las idas y venidas de una mujer del barrio de San Blas y madre de la hija de un torero, se convierte en el opio del pueblo; puesto que para documentarnos, o volvernos más sabios, ya tenemos internet y las enciclopedias online.

También hay que decir que no estaría de más que las televisiones tratasen de transmitir algún tipo de información amena a través de algún sistema más o menos entretenido; sin ir más lejos... el otro día, en un reality en horario Prime Time, pude ver como a una joven de unos 25 años -a la que la cultura le pasó un día de largo- se le entregaba una fotografía de la catedral de Notre Dame y ella exclamaba: “Esto... esto es la Torre Infiel!”. Seguro que de “la princesa del pueblo” antes mencionada que insiste en que su hija se coma el pollo... se sabe toda su vida, “obra”... y milagros. De modo que estaría bien pedirles a los “personajes” que aparecen constantemente por los programas actuales, que transmitiesen algo más que lo fácil que resulta hacerse famos@ por el mero hecho de echar un polvo.

En la línea de ese tipo de programas que de un modo divertido intentan hacernos tomar interés por temas serios, está el programa que desde el pasado domingo 3 de octubre puedo disfrutar en compañía de mis hijos. Me refiero al programa de CuatroFrank de la jungla”. Me río con ese tipo que gasta una considerable mala leche con los dos técnicos que le acompañan en sus aventuras selváticas y que “aparentemente” se la juega en cada programa manipulando cocodrilos o venenosas serpientes como si se tratasen de inofensivas criaturas.

Frank Cuesta fue una joven promesa del tenis español que tras un accidente de moto pasó a convertirse en entrenador y en descubridor de talentos como: Pete Sampras o Andre Agassi. La academia de tenis profesional, de la cual formaba parte, le mandó a Tailandia, se enamoró del país y además de seguir entrenando a futuros aspirantes a tenistas, se apasionó por los animales y se dedicó a su estudio y observación.

Se pueden contar por decenas la cantidad de programas documentales en los que un presentador, más o menos carismático, nos hace de guía a los telespectadores a través de sus incursiones por territorios angostos poblados de fauna curiosa, cuando no... peligrosa, pero Frank Cuesta rompe un poco con el estereotipo de aventurero que se nos ha presentado hasta ahora vestido de explorador safari, seudo-Indiana Jhones o similar. El loco de Frank se nos presenta con ropa cómoda, como de estar por casa, con gorra de tenis, calzando unos Crocs de color naranja y con una mochila de Barrio Sésamo en la cual guarda algunos antídotos para el veneno de las serpientes, una linterna y poca cosa más.

Como digo, me río y me divierto, y me encanta contemplar como mis hijos se ríen y se divierten, pero en esta incombustible fórmula televisiva que combina la fragilidad del hombre en constante jaque con la impredecible naturaleza, nosotros, los de mi generación... ya tuvimos a nuestro aventurero particular durante los 70’s. Nuestro Frank de entonces fue Félix Rodríguez de la Fuente y aunque no parecía estar tan loco, ni ser tan divertido, nadie puede negar el valor documental que sus programas tuvieron en aquella época en la que por primera vez supimos de la existencia de animales como el lirón careto, el águila perdicera, o el... abejaruco, entre muchos otros.

El hombre y la tierra fue una serie que debutó en RTVE en 1974 y que se mantuvo en antena hasta el año 1980. Constó de tres partes y de una cuarta inconclusa debido al mortal accidente de avioneta, que el 14 de marzo de 1980 sesgó la vida de Félix, la del piloto, la de un cámara de Televisión española y la de su ayudante. Todos ellos se encontraban sobrevolando el círculo polar ártico para filmar la carrera de trineos tirados por perros esquimales más importante del mundo. Dicen... que en el momento de iniciar el vuelo, Félix decidió cambiar de avioneta ya que la que usaba la mayor parte del equipo técnico había sufrido una pequeña pérdida de aceite. Instantes antes de subir a la nueva avioneta que le costaría la vida, Félix contempló el maravilloso paisaje que le rodeaba y exclamó: “Que lugar más hermoso para morir”.

Sé que es viernes y que debería insertar un tema musical en la entrada, pero lamentablemente... no se me ocurre otro que el infumable “Amigo Félix” que en homenaje a su desaparición nos interpretaron hasta el hartazgo el dúo Enrique y Ana. Como les quiero bien y no quiero que sufran más torturas que las justas y necesarias, me abstengo de adjuntarles el tema, así que en su lugar, les dejo con la cabecera que daba paso a los fabulosos documentales de “El hombre y la tierra”.

Feliz weekend.

jueves, 21 de octubre de 2010

El Ford Galaxie de Rico, y el "Chilofiu Ye-Ye-Ye"

Dicen los expertos que el ser humano empieza a conservar recuerdos a partir de los 4 o 5 años de edad.

Es decir, que según esa docta teoría, yo no debería acordarme ahora ni por un instante del maravilloso Ford Galaxie que la casa Rico lanzó al mercado en la campaña de Navidad de 1965. No debería recordarlo ya que por entonces yo tenía 1 año, así que no debería recordar ni que mis padres me lo regalaron, ni que aluciné en colores cuando ese prodigio de casi 50 centímetros de hojalata litografiada empezó a moverse tras accionar un botón y a entonar, a través de un altavoz en su asiento trasero, algo parecido al “She loves you” (1963) de los Beatles. Tampoco debería recordar que en su interior, y tocando diversos instrumentos musicales, se hallaban unas figurillas de goma que pretendían (y conseguían) parecerse a los integrantes de la banda de Liverpool más popular de la época. Y obviamente no debería recordar esos diseños de flores, notas musicales y demás adornos psicodélicos que el coche tenía estampados, y que inducían subliminalmente a los de mi generación al consumo compulsivo de psicotrópicos.

Pues mira por donde... lo recuerdo, a pesar de la opinión de los expertos recuerdo perfectamente ese coche que fue uno de los mejores con los que la localidad de Ibi, en Alicante, consiguió hacer las delicias de un buen puñado de críos que pudimos disfrutar de un juguete que hoy en día está considerado como una auténtica joya de coleccionista.

No, lamentablemente no forma parte de mi colección particular, pero... ando tras él, y eso únicamente significa que tarde o temprano podré volver a accionar ese botón y revivir esos recuerdos que conservo de mi primer año de vida pese a la estadística que se empecina en decirme que dichos recuerdos no existen. Qué sabrá ella?

La casa Rico tuvo un buen ojo comercial al lanzar el juguete haciéndolo coincidir con los conciertos que los Beatles dieron en España en el año 1965 y en plena dictadura franquista. Sus actuaciones en Madrid y en Barcelona, cerrando su gira europea, no estuvieron exentas de gran polémica y de numerosos intentos del régimen por tratar de restarle importancia a un fenómeno musical imparable, y con el fin de que los fans no se mostrasen demasiado eufóricos ante unos melenudos transgresores que eran un pésimo ejemplo para la juventud española del momento, que al parecer... debía mostrarse al mundo como un prodigio de virtudes.

El inconveniente con el que se encontraron los fabricantes del Ford Galaxie fue el pago de derechos de propiedad al intentar comercializar el juguete utilizando el nombre de la banda, así que en su lugar, nos fue presentado como el “Ford galaxie de los Ye-Yes”, evitando así el consiguiente sablazo y dándonos absolutamente igual a los críos, ya que nadie nos podía negar que John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr se hallaban en el interior de ese vehículo jugando con nosotros en el salón de casa. Algo que nunca harían los Rolling Stones y que marco los inicios de las irreconciliables diferencias entre fans de unos y de otros; algo parecido a lo que sucede entre seguidores del Barça y del Real Madrid, o más en mi línea –debido a que el fútbol me importa un bledo- entre usuatrios de PC o de Macintosh (PC de toda la vida. Dónde va a parar... el Mac es para pijos!)

Así pues, el Ford galaxie de los Ye-Yes fue un juguete inigualable. Uno de los que voy persiguiendo y que algún día adquiriré en buen estado, ya que a pesar de no poder guardar recuerdos de esa primera infancia... se ha mantenido fielmente grabado en mi memoria.

Les dejo con una pequeña dosis de lo que fue la actuación de los Beatles en España en el 1965; actuación que al ver el video me he enterado que la presentó Torrebruno. Vamos... que me dicen a mi que Torrebruno se encargó de “amenizar” el acto, sin verlo con mis propios ojos, y no me lo creo. Que es que me pinchan y no me sacan una sola gota de sangre!

Les dejo también un video del “Chilofiu Ye-Ye-Ye” que así era como lo pronunciaban los fans españoles en aquellos tiempos en los que aquí ni Dios hablaba inglés; claro... teniendo en cuenta que “por su gracia” Franco fue caudillo... Hasta Dios era español!



jueves, 7 de octubre de 2010

Ana, la rana

Los domingos que no se salía al campo o a la playa y nos quedábamos en casa, mis padres y yo salíamos a dar una vuelta por ahí; paseábamos por las Ramblas, o íbamos al rompeolas, o caminábamos por los jardines de Montjuic, o nos íbamos al Mercat de Sant Antoni en el que los domingos se instalaban (y se instalan) los libreros de antiguo y de nuevo, y además de cambiar cromos “repes”, siempre conseguía arrancarles algún tebeo a mis padres y regresar a casa la mar de contento con mi adquisición.

Los domingos eran fantásticos. No había escuela y mi madre me dejaba remolonear en la cama, o lo que era más divertido aún, papá o mamá me llamaban desde su habitación y me invitaba a compartir un buen rato de cosquillas y juegos con ellos hasta que tocaba levantarse para iniciar una jornada tranquila y sin prisas.

Aún recuerdo lo mucho que me gustaba asomarme al balcón mientras ellos se arreglaban y contemplar como en los balcones de los vecinos también era domingo. La actividad en las demás casas no tenía nada que ver con los días normales y se respiraba calma por todas partes.

De regreso a casa tras el paseo, entrábamos en la pastelería y comprábamos un tortel de nata o un brazo de gitano de trufa o de crema catalana, lo que fuese, pero sin duda un buen postre para la sobremesa. Lo malo, lo que empezó a convertir en insufribles esos domingos era el momento previo a la comida... el aperitivo. Entrante exclusivo de los domingos que destacaban por la inusitada afición de ofrecer dicho manjar que marcaba la diferencia entre los días normales en los que cuando uno se sentaba a la mesa se encontraba directamente con el plato de sopa y las albóndigas, o con la verdura y las croquetas, o con lo que fuese, y los domingos en los que el “aperitivo”, parecía ser que era lo mejor para la jornada festiva y para arruinarme a mi un domingo que se me prometía como mágico, pero nada... ahí estaba invariablemente el maldito ágape.

No me disgustaban los berberechos con esa salsa de tabasco que preparaba mi padre. Tampoco les hacía ascos a las patatas fritas ni a las cortezas, ni al fuet, pero en el aperitivo... algo que no faltaba nunca jamás, eran las dichosas aceitunas con hueso. En realidad hasta más adelante no supe que las aceitunas eran deliciosas, sencillamente... no las había probado nunca, pero lo que me daba un asco terrible, y me lo siguen dando... son esos huesos de oliva que después de pasearse por las bocas de los comensales, después de haber sido literalmente roídos por los dientes ansiosos de llevarse hasta la última pizca de aceituna aprovechable, se quedaban ahí, sobre la mesa, cerca de los platos, de los vasos, e incluso algunos, los que rodaban un poco por haber sido lanzados con un ímpetu más allá de lo normal... se acercaban peligrosamente al pan o peor aún, en el más repugnante de los casos... llegaban a tocarlo.

Lo tremendo era que no había nada que hacer: si se me ocurría apartar un hueso de oliva con el tenedor tenía que pedirle a mi madre que me lo cambiase, lo mismo sucedía si lo apartaba con cualquier otro cubierto o con la servilleta. Es más... si alguna vez se me había ocurrido dispararlo de mi lado dándole un golpe con mi dedo índice, como si de una canica se tratase, no había posibilidad alguna de cambiarme el dedo, y eso era lo peor. Mi yaya Lola me lavaba la mano con agua y jabón, pero yo me pasaba el resto del día de fiesta olfateándome la punta del dedo, notando el olor del hueso de aceituna y aterrado solo de pensar que ese asqueroso aroma permanecería allí para los restos.

Ni que decir tiene que eso era considerado por mis padres como “una manía”, así que no dando crédito a lo exagerado de mis reacciones ante los huesos de aceituna, se divertían acercando las semillas devoradas lo más posible a mi plato, y ante mi expresión de no saber demasiado bien dónde meterme, se lo pasaban en grande hasta el punto de que la noticia –la manía del nene- se extendió por todo el resto de la familia: tíos, tías, primos, primas e incluso amigos íntimos. Nadie se puede llegar a imaginar la gran cantidad de huesos de oliva que podían llegar a amontonarse junto a mi plato los domingos que venían invitados a comer a casa.

El colmo llegaba en esos domingos en los que yo estaba en la mesa sentado comiendo mis patatas fritas, y distraído mirando la tele no me daba cuenta de que el resto de los comensales ya andaban haciendo de las suyas.

—Huy!... Qué es eso que tienes en el plato? —me preguntaba alguien.

Inocente de mi miraba, y me encontraba con los restos de aceituna, que en fila y como si de un acto de peregrinación se tratara, se desperdigaban por la mesa desde el plato que contenía las aceitunas hasta el mío, arruinándome, como no... el pollo con salsa que con tanta dedicación había preparado mi yaya. Evidentemente yo ponía esa cara de no saber dónde meterme que tanta gracia les hacía, y conseguía un nada deseado éxito despertando las risas y carcajadas de los presentes que parecía que estuviesen asistiendo a una tarde de circo en la plaza de toros de la Monumental.

Esos domingos de tranquilidad, de paz, de tomarse la vida sin prisas y de salir a pasear, pasaron a convertirse en el día más indeseable de la semana. Ese momento de remolonear en la cama por las mañanas, pasó a ser un infierno en el que la hora de la comida se acercaba, y con ella... el aperitivo, y con él... las aceitunas. Afortunadamente, y con el tiempo, mi madre se percató de que “la gracia” me llevaba a no probar bocado, y aunque en época de escasez ya estaba bien eso de que alguien comiese más bien poco en casa, no era plan de torturarme con semejante bobada. Así que un día entró en casa la fabulosa “rana de cerámica para huesos de aceituna”, presente en todos los hogares de los años 70 y un portento del ingenio humano que inventó, sin duda, alguien a quien de pequeño se le sometió a algún tipo de calvario similar al mío, y que como resultado de su trauma dedicó gran parte de su vida a desarrollar un recipiente que sería colocado en la mesa, y en el cual, todo el mundo dejaría los huesos de aceituna sin someter a presión psicológica a ningún menor. Ignoro el nombre de su inventor y desconozco el por qué el objeto en cuestión tenía que ser una rana, pero en cualquier caso, no hubiese estado de más concederle algún premio Nobel o similar; total... se lo dan a cualquiera...

Parecía que mis días de suplicio habían pasado ya. Me reencontré de nuevo con esa bonita sensación de despertar un día por la mañana con una sonrisa tonta dibujada al darme cuenta de que era domingo, de que no había prisa y de que iría a pasear con mis padres y a comprar un Tebeo y un tortel, o un brazo de gitano. Mi aversión estaba protegida por la rana Ana (así le llamábamos en casa), y ya no había nada por lo que temer, pero... nunca las cosas son tan sencillas como parecen. El domingo que vinieron unos primos del pueblo a comer a casa la rana Ana pasó de ser un simple recipiente en el que depositar los huesos de oliva, a convertirse en un lugar donde encestarlos, y claro, el gilipollas de mi primo Javier (un primo al que por fortuna, solo he visto en un par de ocasiones en mi vida), no era precisamente muy diestro en el deporte de la canasta, así que los huesos que hasta entonces me habían torturado cerca del plato, pasaron a hacerlo en el interior del mismo.

Una lamentable tragedia. Cabizbajo contemplaba como ese hueso de oliva flotaba en mi sopa. Por debajo de mis cejas mis ojos miraban a mi primo Javier a la vez que enrojecían, pero no por estar inyectados en sangre como producto de la ira, sino enrojecidos de contener lágrimas y de estar a punto de romper a llorar. Las comisuras de mis labios se arqueaban hacia abajo y comenzaban a temblar por más que yo trataba de contenerlas, y acto seguido los lagrimones se esparramaban por mis mejillas y ya no había nada que hacer. Mis padres contaban lo de mi manía y las carcajadas daban paso a que aquel primo idiota juguetease con los huesos de aceituna acercándolos a mi cara, poniéndolos por debajo de mis narices, arrimándolos a mi plato, y adivinando, como si gracias a una especie de poder telepático se tratase, todas aquellas cosas que me daban un asco superior para ponerlas en práctica. Maldito hijo de puta por más que parte de mi sangre fuese la misma que la suya.

Ante el fracaso, la rana Ana pasó a convertirse en una rana palillero y a albergar en su cuerpo de cerámica los mondadientes de madera, función para la que al parecer, fue inventada también, y que al igual que los huesos de oliva, los palillos... me dan un asco infinito.

A día de hoy las comidas o cenas con parientes y amigos siguen siendo de gran fiesta con esa manía mía. Digamos que con el tiempo he logrado contener las lágrimas, pero me siguen produciendo un auténtico pavor los huesos de oliva. En el caso de que una pizza contenga olivas no me conformo con retirarlas y necesito que una mano amiga las quite de la pizza, y ya de paso, que corte delicadamente la porción de pizza que se halle un centímetro a la redonda de donde se hallaba la jodida aceituna. Hasta que no la veo desaparecer no me quedo tranquilo.

La verdad es que he recuperado la alegría de esos domingos, la paz, la tranquilidad, y disfruto como nunca de ir a pasear por las Ramblas, o por los jardines de Montjuic, o de ir al Mercat de Sant Antoni para husmear por los puestecitos de los libreros de antiguo y de nuevo, y de ver como mis hijos cambian sus cromos “repes”, y consiguen siempre arrancarnos a su madre y a mi algún tebeo. Y es que en mi casa, los domingos... ya no se comen aceitunas.

Fotografía de Ana la rana procedente de mi colección particular.

lunes, 4 de octubre de 2010

A matar marcianos!

Esta mañana, el Facebook, me hacía saber que mi amiga Maria había encontrado finalmente su consola PSP tras buscarla durante algunos días por entre las cajas de algún que otro armario, o por entre medio de los almohadones del sofá que siempre fagocitan cosas como mandos a distancia, paquetes de tabaco, encendedores, etc. No sólo me he alegrado de que por fin Maria recupere su PSP y pueda añadirla al resto de consolas que colecciona desde los ochenta, sino que además, la noticia me ha dado el empujoncito necesario para publicar esta entrada que ya hace algún tiempo tenía en mente.

En casa de cualquiera de nosotros –y no es absolutamente necesario que tengamos hijos- seguro que debajo del televisor del salón hay una buena consola en la que poder echar una partida a casi cualquier cosa; participar como soldado de la 101 Airborne en un de las brutales contiendas que tuvieron lugar durante la II Guerra Mundial, practicar todo tipo de deportes sentados desde nuestro sofá, o a lo sumo blandiendo un mando con nuestras manos mientras tenemos la boca llena de sándwich de jamón york y queso; es más, seguro que realizamos algún trayecto de metro o de autobús con nuestro teléfono móvil en mano y participando de alguna partidita del Prince of Persia o similar. Y bueno... Qué me dicen de los días de oficina jugando al busca minas de Windows, al solitario, o bien accediendo a cualquier página web que nos permita descargarnos juegos online y aprovechando esas aburridas horas de trabajo para echar un buen rato durante parte de la mañana o de la tarde?


Sea como sea, el caso es que a día de hoy podemos jugar a cualquier cosa, a todas horas, en cualquier lugar y disfrutar de unos gráficos espectaculares y de una jugabilidad formidable en la que, ni tan siquiera es necesario llevar una moneda de cinco duros para introducir en la rendija de una máquina de marcianos ubicada en algún bar o salón recreativo. Recuerdan el “Insert Coin”? fatídico mensaje que además de que reducía al mínimo nuestra paga, nos proporcionaba sólo tres vidas que no daban ni para media hora de juego, ni a los más expertos.

En aquellos años 70’s los videojuegos irrumpieron por primera vez en nuestras vidas y algunos tuvimos el gran privilegio de poder jugar, en vivo y en directo, con los juegos pioneros de lo que, a día de hoy se ha convertido en un mercado que mueve cifras millonarias superiores a las de las más importantes productoras cinematográficas Hollywoodienses. Quién nos iba a decir a nosotros que aquellas máquinas que se hallaban en todos los bares, con sus joysticks, sus botones, las rendijitas en las que introducir las monedas, y esas pantallas que nos mostraban unos gráficos de lo más simple, iban a formar parte de una de las mayores formas de ocio de la actualidad.

La media hora del bocata a media mañana se convertía en el momento más deseado del día. Salíamos de clase y nos apresurábamos para llegar al bar de siempre y empezar con la excitante labor de “matar marcianos”. Consumíamos un Cacaolat o una Coca-Cola, pero nunca, ningún dueño de ningún bar nos exigió consumir más o comprar el bocata en su establecimiento en lugar de traerlo de casa. Para qué? Dejábamos una fortuna en las máquinas mientras que el camarero podía repanchingarse a leer el periódico o a prepararle un café a algún que otro cliente ocasional.

Hay que reconocer que los videojuegos, esos valientes pioneros que nos deslumbraron en aquellos años, nada tenían que ver con la espectacularidad de los juegos actuales. Realmente eran la más mínima expresión en casi todo: músicas simples que apenas superaban las cuatro o cinco notas, graficos de una estética minimalista, pantallas sin interminables scrolls, sino más bien estáticas y con pocas posibilidades más de lo que a simple vista se observaba, pero su poder adictivo era tremendo.

Seguidamente les muestro algunos de los videojuegos más importantes de la época:

El Pong (Atari-1972): Se trató de uno de los primeros en alcanzar un gran éxito recreando una partida de Ping-Pong. Cabe destacar que el mundo del videojuego nació esencialmente para la creación de consolas caseras fabricadas de la mano de la empresa Atari en los 70’s, y que acto seguido se implementó el sistema en salones recreativos y en las populares máquinas de marcianos. Personalmente jamás tuve ninguna de esas consolas, pero si recuerdo haber jugado al Pong en casa de algún amigo, y en su máquina... que parece que se me quiere dibujar en la memoria como un artefacto bastante grande y de un diseño no demasiado atractivo.


Space Invadres (Taito Corporation-1978): Diseñado por el japonés Toshihiro Nishikado y que supuso la revolución de los videojuegos y el inicio de lo que actualmente se trata de una floreciente industria. El Space Invaders que yo recuerdo nos presentaba sus gráficos en dos colores: blanco y verde, pero también llegué a jugar con otro que iba haciendo que los marcianos cambiasen de color a medida que descendían hacia nuestra nave. El truco, no obstante, no estaba en el juego en sí, se trataba de la pantalla de la máquina recreativa que estaba tintada de diferentes colores creando un efecto... revolucionario en aquellos tiempos!


Gunfight (Midway-1975): Un juego que emulaba los duelos entre dos pistoleros del lejano Oeste, pero que entre medio de ambos oponentes interfería la presencia de algún que otro cactus en las primeras pantallas, y luego, la acción se iba complicando con la aparición de carretas y otros elementos que hacían complicada la labor de acabar con el maldito forastero. Recuerdo que quizá no era el más popular comparándolo con Space Invaders, pero concretamente en este yo me dejé una buena pasta, y como no... un montón de horas.



Asteroids (Atari-1979): También se hizo muy popular, y actualmente sigue desarrollándose su tecnología en muchos de los juegos que podemos encontrar online y creados a través de Flash. La virguería fue concebida y diseñada por Lyle Rains y programada por Ed Logg. La sensación de ingravidez y de inercia que se sentía al “pilotar” la nave en el intento de ir destruyendo los asteroides, le convertía en un juego especialmente adictivo.




Pac-Man (Namco-1980): El popular juego de los “comecocos” y el primero en separarse de las temáticas de deporte y acción para presentarnos un nuevo género más metido en lo humorístico, y acaparando la atención también de los más pequeños y del sector femenino. Pac-Man desbancó la supremacía mantenida hasta entonces por Space Invaders y se llegó a convertir en el videojuego más popular a nivel mundial, con la nada despreciable cifra de 193.822 máquinas vendidas entre 1981 y 1987. además... este ya era en color!, pero es que claro... estábamos ya en los 80's.


A estas alturas es imposible negar que la industria del videojuego se halla en un estado de salud formidable, y que cada nuevo juego sorprende por su calidad gráfica y por la complejidad en la trama de algunas de sus elaboradísimas historias. No obstante... algo se ha perdido con la manera de “matar marcianos” de hoy en día con respecto a la manera de matarlos en los 70’s. Se trata del sentido de dos simples palabras que por entonces eran de una importancia vital. Me refiero al lapidario “GAME OVER”; nos dejaba helados, con la miel en los labios. A punto de liquidar al terrible enemigo que nos daría acceso al nivel superior, pero no... para seguir intentándolo había que meter cinco duros más o dejarlo para el día siguiente. El Game Over era frustrante y demoledor, tanto que incluso nos sabía a derrota, y no eran pocas las ocasiones en las que esas dos palabras nos servían para ver la hora que era y percatarnos de que ya se nos había pasado la hora de matemáticas, y que encima... llegábamos tarde a la clase de latín.

Quieran que no, hoy en día esto de tener vidas ilimitadas... como que no mola.

Así que: GAME OVER ;-)

viernes, 1 de octubre de 2010

El ventilador, Triana, y el lago

Recuerdo los sudores de aquel caluroso verano de 1976 recién cumplidos los 12 años. Mi yaya Lola bajó a la tienda de electrodomésticos de la esquina a comprar uno de esos ventiladores que ningún año resistía a la llegada del verano siguiente. Confiábamos en que como mínimo pudiese darnos un ligero alivio durante esa época estival; para la próxima , y si el parné lo permitía, ya compraríamos otro, de lo contrario... a pasar calor, total, ya estábamos acostumbrados. Además... tampoco se estaba mal tomando el fresco en el balcón o saliendo a dar una vuelta por la calle.

A la que el ventilador llegaba a casa yo dejaba de hacer vida en mi habitación; lugar en el que habitualmente me recluía y me empleaba a fondo en la lectura de tebeos y en llenar hojas de papel con dibujos. Directamente me iba allí donde el ventilador se encontrase; bien fuese la cocina, el comedor... e incluso si mi yaya Lola se encerraba en su cuarto a coser, allí estaba yo, pegado al ventilador y contemplando como zurcía medias y calcetines utilizando un huevo de madera.

En aquel verano del 76, alguien, no recuerdo quien, me regaló el álbum de Triana titulado “El Patio” y que la banda había sacado justo durante el año anterior.

No sé si fue la frescura de lo que sin duda era una nueva forma de hacer música, o si fue el tema de “El lago” incluido en ese primer álbum, pero a partir de Triana el verano del 76... dejó de parecerme tan caluroso, empecé a respirar y a sentir incluso un escalofrío en el cogote.

Luego, ya más tarde, llegó el frío. Estábamos ya en los 80’s y a pesar de estar en medio de una auténtica revolución hormonal que zarandeaba mi cuerpo, un nuevo escalofrío se me instaló en el cogote cuando me enteré de la muerte de Jesús de la Rosa, el alma de Triana, vocalista y autor de la mayoría de las canciones del grupo. Un trágico accidente de carretera se lo arrebató absolutamente todo.

Creo que esa mezcla de flamenco y Rock progresivo nació y lamentablemente murió con él.

Lamento la jodida publicidad que Goear pone al inicio de las canciones. He intentado hackear el tema, pero... no han habido güevos.