No recuerdo el día en el que Lulu y yo nos vimos por primera vez. Puede que llegase a casa en la segunda o tercera noche de reyes de mi vida, así que yo no era más que un mocoso demasiado pequeño como para recordarlo. No obstante, tengo muy presente a Lulu entre mis juguetes de finales de los años 60’s. Se trataba de uno de esos juguetitos mecánico y metálico que ofrecía muy poca interactividad, ya que tras darle algunas vueltas a su cuerda poco más se podía hacer salvo observar como daba saltitos a la vez que remostaba su pico contra el suelo. Con ese tipo de juguetes siempre pasaba lo mismo; jugabas con ellos dos o tres días a lo sumo, te dabas cuenta de sus escasas posibilidades y finalmente les desterrabas a “la caja”. La caja era una especie de limbo para juguetes. Una especie de mundo entre los vivos y los muertos, o en el caso de los juguetes, la frontera entre el calor del hogar y el vertedero. En esa caja se hallaban aquellos muñecos que por tener rota alguna de sus extremidades ya no eran aptos para el servicio activo ni para ninguna misión que implicase salvar al mundo o algo así. También se podían hallar rompecabezas incompletos, cromos que nunca encontraron su destino final pegados en las páginas de su álbum correspondiente, piezas sueltas de algún juego de construcciones, cuentos pintarrajeados con los colores Alpino, cochecitos sin ruedas, pistolas sin cachas, soldaditos sin ejército ... y así cientos de objetos incompletos que permanecían en la caja, hasta el día en que mamá, en una de sus implacables revisiones, llenaba con ellos una bolsa de basura y desaparecían para el resto de los tiempos. Otros juguetes gozaban de mayor fortuna, eran los considerados “preferidos”, los que te llevabas los domingos al campo y viajaban en el SEAT 850 con el resto de la familia. Eran los que dormían con nosotros y compartían nuestro sueños e incluso a veces... nuestras pesadillas. Nunca viajé con Lulu a ningún lugar, y debido a su material metálico jamás dormí con aquella cadernera que a pesar de sus vivos colores daba pocas opciones de juego.
Sí recuerdo el día que encontré a Lulu en la estantería de mi habitación. Alguien se había apiadado de ella y la había rescatado de la caja para darle algún tipo de utilidad, ni que fuera de adorno. Acepté con agrado la nueva ubicación de mi cadernera metálica hasta el punto que pese a que la decoración de mi habitación iba cambiando con el paso de las décadas de los 70’s y parte de los 80’s, Lulu permaneció allí. Primero haciéndoles compañía a mis Madelman, posteriormente a los útiles de vidrio de mi juego de química, al lado de la rejilla para los tubos de ensayo. Más tarde compartió espacio con una minúscula colección de latas de cerveza vacías y posters de grupos de música Heavy, y así hasta que un día desapareció de forma definitiva, quizá por ser un objeto demasiado infantil para la habitación de un adolescente que empezaba a traer a casa a alguna que otra amiga. El caso es que le perdí la pista a Lulu. Mucho me temo que la abandoné en algún cajón y que con el tiempo fue a parar a alguna de esas bolsas de basura en la que terminan algunos juguetes e inician ese irremediable viaje sin posible retorno.
También recuerdo el día en el que, ignoro porque razón, Lulu vino a mi mente y sentí unos irreprimibles deseos de recuperarla. Aproveché una visita a casa de mis padres para buscarla por la que había sido mi habitación durante largos años, pero apenas quedaba nada de la vieja estantería, del armario con cajones, así como de algún rincón en el que hubiesen podido permanecer, aún, algunos viejos juegos. Mi habitación, se había convertido en la habitación de invitados y las posibilidades de encontrar por ahí a Lulu eran prácticamente inexistentes.
Hará pronto cuatro años que tuve algo en común con Lulu y con todos los juguetes que van a parar a "la caja”. Estuve, por decirlo de alguna manera... en el limbo y con inciertas posibilidades de regreso, pero regresé para disfrutar de lo que tienen de bueno las segundas partes (por más que haya quien diga que nunca segundas partes fueron buenas). Por experiencia puedo decir que no hay nada como una nueva oportunidad para poder vivir sin necesidad de preocuparse tanto por el futuro que es y será siempre incierto y para disfrutar más del presente que para lo bueno o para lo malo es, cuanto menos, palpable. Imagino que de ese breve viaje que hice por “tierra de nadie” nació también la vena nostálgica que me movió a recuperar parte del pasado para convertirlo en presente y plasmarlo poco más tarde en este blog en el que uno de mis primeros objetivos era precisamente el de poder escribir esta entrada. Lulu fue el primer juguete que busqué y busqué para mi colección que en sus orígenes no pretendía llegar a ser una colección. Se trataba únicamente de un intento por reencontrarme con años vividos, de recuperar formas, olores y sonidos de tiempos felices de esa infancia en la que los juguetes son inseparables compañeros con los que vivir inolvidables momentos.
Lulu, quizá por ese desapego que tuve con ella desde el día en que nos vimos por primera vez, se resistía a ser encontrada. Se negaba a formar parte de mi presente después de haberla desterrado a “la caja” tras un par o tres de días de haber jugado con ella. Pero Lulu, sin duda consciente de la importancia que tiene eso de ser un juguete para un niño mayor, cedió finalmente a mis búsquedas y se dejó encontrar para traerme con ella esas formas, olores y sonidos de tiempos felices, y para recordarme una vez más que todo es posible en esta vida y que incluso, en momentos difíciles, se puede salir de “la caja” y seguir haciendo camino.
jueves, 25 de agosto de 2011
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4 comentarios:
Precioso relato kiosquero...realmente me ha emocionado.
Otro de tus maravillosos relatos y otro más con mensajes positivos que tanto hacen falta con los tiempos que corren.
Los "niños" del 64 desde diferentes partes de España hemos tenido tantas experiencias compatidas y verlas reflejadas en este blog es una delicia. ¡Adelante kiosquero nos tienes al otro lado impacientes por tus entradas!¡Hasta en agosto! ja,ja,ja...
Buen relato, kioskero. Comparto absolutamente tu valoración de las segundas partes o segundas oportunidades. Tengo varias experiencias de profundo calado sobre esta cuestión. Citaré una: recuperé mi infancia semi-robada por el terror y los malos tratos de un pobre padre frustrado, participando como niño y como padre de la infancia feliz que han tenido mis hijos.
Malu, Felix, gracias por los comments ;-)
Marc, tu experiencia es sin duda tremenda. Quizá de las cosas que peor resulten de llevar en esta vida, no obstante, me parece admirable el modo en cómo peleas por quedarte únicamente con los buenos recuerdos de esa complicada infancia que tuviste.
En la medida de lo posible, espero que en este rincón setentero de la red, encuentres motivos que te ayuden a recordar cosas de nuestra época con agrado ;-)
un abrazo Marc, y como siempre muchísimas gracias por comentar y estar ahí.
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