Hubo un tiempo y un entorno social determinado, en el que la prostitución fue el modo de iniciar a los adolescentes en eso de “la vida”, y no solo en el aspecto sexual. Ni mucho menos! Al parecer, existía (y existe aún, según se mire) cierta tendencia a creer que una vez rota la timidez sexual en manos de una meretriz profesional que supiese bien qué material sensible tenía entre sus manos, el “iniciado” en cuestión, pasaba a convertirse de inmediato en un “hombre” y a afrontar sin el menor temor todos los retos de la vida. Así pues, no era de extrañar que los propios abuelos, e incluso padres de un turbado imberbe, fuesen quienes le iniciasen en una ceremonia, que según el nivel adquisitivo de la familia, podía ser de lo más sofisticada, o en su defecto, de lo más sórdida. Pero en cualquier caso, el joven sacaba su virilidad a pasear y eso se convertía en algo similar a la adquisición de un título universitario con postgrado, doctorado y master, todo en el mismo pack.
En ese sentido podríamos decir que la prostituta cumplía una importante labor social, ya que era la encargada de darle el empujoncito al joven adormilado para hacerle aterrizar en el mundo real. Otra cosa es que realmente todo fuese tan fácil y que bastase un revolcón, previo-pago, para que de golpe, se le quitase a alguien toda la tontería que pudiese llevar encima.
El concepto de “ir de putas” cambió radicalmente en las décadas de los sesenta y de los setenta (en este país, me refiero). La prostitución pasó a ser algo marginal y centrado en aquellos barrios llenos de los llamados por el régimen “vagos y maleantes”. La prueba está en que dudo mucho que a los de nuestra generación, los padres o los abuelos nos llevasen de putas para que una señora en corsé, medias de rejilla y labios de intenso rojo carmín, nos hiciese un favor y nos espabilase. En su lugar había aquello de “la mili”, esa facción seudo-ocioso-militar del ejército español y por la que todo joven (menos los excedentes de cupo) teníamos que pasar y por la misma razón: “para hacernos hombres”; Oh, no (perdón)... “para servir a la madre patria”. Lo que estaba claro era que o bien te hacía un hombre una puta o lo hacía un militar, y bueno... puestos a escoger... Lo peor de la mili era que se trataba de algo forzoso, y ya aprovechando, tampoco faltó quien se estrenase también yendo de putas. Vamos... que esos volvían a casa convertidos en auténticos “HOMBRES”; así, con mayúsculas, que era el único modo de ser hombre en aquella España de brandy Soberano.
La diferencia entre una escort y una prostituta al uso, es el hecho de que los servicios de la escort hay que solicitarlos, o bien a través de portales de internet como este de escorts de erosguia, o telefónicamente; de ahí que se las conozca también como “call grils”, y ya bien sea desde su domicilio privado o desde la agencia para la cual preste sus servicios, será a través de este medio por el que se negocien las condiciones hasta cerrar o no el trato; es decir, que solicitar los servicios de una escort viene a ser algo así como pedir una pizza a domicilio, pero por más que nos guste el queso, el tomate, las aceitunas o la mozzarella, seguro que los servicios de la escort son más completos y puede que más gratificantes, y además, no se limitan a la relación estrictamente sexual. De hecho, el término “escort” viene de la palabra anglosajona: acompañante o escolta; es decir que los servicios de estas señoritas se pueden contratar para acudir con ellas a fiestas, viajes de negocios y diversos compromisos sociales que pueden o no terminar con final feliz. De ahí que de algunas de estas señoritas de compañía se solicite que conozca idiomas y que su comportamiento sea discreto a la vez que excelente.
A decir verdad, todas las formas posibles de prostitución han existido desde siempre, ya que aún y cuando no se había inventado el teléfono las chicas de compañía acudían allí donde eran reclamadas por sus clientes a través de sus damas alcahuetas que se encargaban de facilitar los encuentros amorosos.
Siempre recordaré, que en los 70’s, las señoras mayores, las abuelas, y con tal de no nombrar las palabras: prostituta o puta, popularizaron aquello de: “mira, mira... una señora que fuma” ya que se podía contactar con ellas mientras esperaban en las esquinas de las calles o en los portales de las pensiones baratas con un cigarillo entre sus dedos y dando sensuales caladas. Cuando digo "contactar con ellas", me refiero a las putas... no a las abuelas.
Imágenes 1 y 3: Fotografías de la década de los 60's de Joan Colom i Altemir
Imagen 2: Autoría desconocida