No sé si les sucedía lo mismo a ustedes, pero me imagino que si. Me refiero a la sensación que de niño se experimentaba aquellas noches en las que uno sabía que al día siguiente, por la mañana, se presentaría un familiar: tía, abuelo, o quien fuese, con un flamante regalo y sin necesidad alguna de que fuese por nuestro cumpleaños o fiesta señalada en especial, simplemente; un regalo. Era una sensación indescriptible, de unos nervios que nos mantenían en vela, que no nos dejaban conciliar el sueño pensando en ese juguete y en ese momento en el que nos veíamos a nosotros mismos disfrutando del regalo que en pocas horas iba a ser definitivamente nuestro. Por fin! Nos imaginábamos en el parque exhibiendo nuestro flamante juguete nuevo ante las envidiosas miradas de nuestros amigos y vecinos. “Como mola!!!” decía alguno. “Que pasada!” apuntaba otro, y todos ellos con las miradas incrédulas al comprobar que un crío del barrio se había hecho con el juguete, que era suyo, que alguien se lo había regalado para que disfrutase a sus anchas de él. La diversión de los demás quedaba reducida a mirarnos con esas caras que transmitían admiración y rabia a partes iguales al ver como el afortunado, disfrutaba de lo lindo.
Mayor era el impacto entre los vecinos cuando se trataba de alguno de esos juguetes con los que uno había soñado una y mil veces, pero que por razones diversas, nuestros padres, nos decían que tal regalo no nos lo podían hacer porque se trataba de un juguete muy caro, así que habría que esperar a que llegase el tío de América (que había hecho fortuna) para pedírselo a él.
Yo nunca tuve un tío en América, y nadie en mi familia hizo jamás fortuna, de modo que los juguetes caros que cayeron en mis manos, se los tengo que agradecer, en parte, a mi tía Pilar, la esposa de mi tío José que trabajaba en la Compañía de las Aguas de Barcelona y ganaba un buen sueldo. No es que mi tía Pilar estuviese haciéndome regalos caros cada dos por tres, pero quizá por el hecho de que nos veíamos de uvas a peras y que sentía un gran cariño hacia mí, cuando se daba el caso se estiraba con alguno de esos juguetes que le dejaban a uno extasiado para el resto del día.
Uno de los regalos que me hizo la tía Pilar, fue el juego de la Anatomía Humana que las Industrias Termoplásticas SERIMA de Badalona, sacaron al mercado en 1963. No sé la repercusión que ese juego tuvo en su momento, pero me consta su éxito durante la década de los 70’s y la gran cantidad de críos que lo tuvimos en sus diferentes formatos. La casa SERIMA lo lanzó con números que iban del 1 al 4, y que respectivamente, y según su número, llevaban de menos a más complementos. Así pues podíamos encontrar una caja en la que tan solo hubiesen los huesos que formaban el esqueleto, otra en la que se hallaban los órganos internos, una en la que aparecía el maniquí con los músculos sobre una figura en relieve, y la número 4, la más cara de todas y la que lo contenía absolutamente todo: los huesos, los órganos, el maniquí con los músculos y un manual explicativo en el que se desglosaban todas y cada una de las piezas con sus correspondientes nombres. Aún recuerdo lo que por aquel entonces me fascinó cuando, en dicho manual, leí el nombre de uno de los músculos del cuello; el que venía indicado con el número 18 para ser exactos: esternocleidomastoideo. Me alucinó esa palabra que retumbó en mi cerebro como una de las mejores palabras jamás inventada. Se me hacía extraño que semejante vocablo sirviese única y exclusivamente para designar a un mísero músculo del cuello. Me pareció que se desaprovechaba un término que bien hubiese podido servir para definir algo con mayor entidad o empaque. Qué se yo... para construir frases enormes como: “La inmensidad del universo es infinita y esternocleidomastoidea”, o... “Por fin se ha firmado un acuerdo esternocleidomastideo en virtud del cual, las diferentes naciones del mundo acuerdan mantener la paz mundial”. Pero no, la palabra que a partir de ese día, fue para mí un término de culto, únicamente servia para definir a ese jodido músculo del cuello que permitía que la cabeza girase y se flexionase de modo lateral. O sea, que era algo así como decir que era mejor mirar hacia otro lado y restarle a la palabra “esternocleidomastoideo” la importancia que tenía.
El caso es que mi tía Pilar se gasto las 650 pesetas que costaba el juguete en su versión más cara y completa. Aproximadamente una cantidad que no llegaba a los 4 €uros, pero que por aquellos tiempos ya eran pelas, ya.
A partir de ese día mi infancia ya nunca fue la misma. Conocer minuciosamente cómo éramos por dentro me hizo tener sentimientos encontrados con mi propia especie. Las chicas por ejemplo; eran hermosas por fuera, guapas de cara y en especial los domingos cuando salían a pasear con las trenzas y las coletas bien hechas y no a toda prisa como sucedía en los días de cole. Los modelitos por encima de las rodillas que dejaban ver sus pantorrillas, sus calcetines blancos y esos zapatitos negros de charol formaban un conjunto de lo más atractivo. Y que decir de las revistas que papá y mamá escondían por algún cajón de casa o bajo la cama, y en las que mujeres exuberantes se mostraban desnudas en provocativas poses. Todo eso era fascinante y me producía un inexplicable calor en la entrepierna, pero... ellas, las chicas... Eran por dentro igual que mi maniquí de la Anatomía Humana? En serio? Tenían ese conducto de entre 6 y 8 metros de largo llamado intestino delgado, en el interior del cual se verificaba la formación del quilio y del jugo pancreático e intestinal que contenía fermentos, invertina, lactosa y maltasa? Joder... Pues que asco!
Por fortuna me convencí a mi mismo de que eso no era posible y de que las chicas, y debido a que se les llamaba “macizas”, eran eso, macizas, y que en su interior estaban formadas también de esa maravillosa textura compuesta de carne y piel que resultaba tan agradable al tacto y que desprendía un sensual olor. De lo contrario, la casa SERIMA hubiese sacado también un maniquí femenino, y... Por qué no lo hizo? Eh? Pues por eso, porque no merecía la pena, ya que las chicas no tenían ninguna de esas cosas asquerosas por dentro. Faltaría más!
Como ya indiqué en una entrada anterior, lo que resultaba más frustrante del juego de Anatomía Humana, fue el descubrir que el maniquí no tenía pito. No había colgajo alguno y en el manual de instrucciones, pese a detallar minuciosamente: el esqueleto, el aparato respiratorio, el digestivo, el sistema circulatorio, el sistema nervioso, excretor, endocrino, los músculos, etc, no decía ni palabra sobre los órganos sexuales, de modo que no había más remedio que creer a pies juntillas lo de la cigüeña y olvidar todas esas teorías perversas que apuntaban a que hombre y mujer se unían en un acto de cópula sexual para tener hijos. Una vez más la iglesia tenía razón en aquella España en la que la iglesia SIEMPRE tenía razón. Sin duda que aquello que me colgaba a mi entre las piernas no era más que algún tipo de malformación que era mejor no tocar, ya que en caso contrario se ponía duro, se marcaban las venas y se procedía al secado automático de la médula espinal y terminaba produciendose una irreversible ceguera.
Pese a todo, jugar con la Anatomía Humana de SERIMA, tenía su punto perverso. Eso de construir pieza a pieza a un ser humano nos convertía en jovencitos Frankensteins con ese punto de enajenación que caracterizó al personaje creado en 1818 por la dramaturga británica Mary W. Shelley y en la que su protagonista, el doctor Victor Frankenstein, elaboraría delicadamente a un monstruo formado con diversos trozos de seres humanos muertos, y al que finalmente daría vida. El juego de la Anatomía Humana nos proponía algo de eso. Y pese a esa Iglesia todopoderosa, omnipresente y represora, mi amigo Boliche y yo, encerrados en mi habitación y montando pieza a pieza a aquel ser de plástico, rivalizábamos con el poder de Dios construyendo a ese maniquí y convirtiéndonos en infantiles Prometeos dispuestos a desafiar a cualquier deidad estúpida que se atreviese a arrebatarnos nuestro poder. Un poder que con el tiempo tuvo sus resultados, ya que descubrimos, a pesar de la iglesia, de SERIMA y del régimen establecido, que el colgajo, el pito ese que muchos de mi generación consideramos que no se trataba de nada más que de una malformación, era en realidad un fabuloso ESTERNOCLEIDOMASTOIDEO, un instrumento que nos proporcionaría toneladas de placer y que sin duda, por eso y no por otra cosa... era considerado pecado.
Créditos de las imágenes: 1, 2, 3, 4) Juego de la Anatomía Humana de SERIMA. Colección particular de El Kioskero del Antifaz. 5) Ilustración de Sergi Càmara. 6) Librito explicativo correspondiente al juego de Anatomía Humana y que proponía aprenderse el nombre de todas las partes del cuerpo. Para ello, los nombres de los diversos huesos, órganos, músculos, etc, estaban rotulados en rojo, y gracias a una filmina transparente del mismo color, quedaban ocultados a la lectura de modo que nos facilitaba su memorización.
jueves, 1 de septiembre de 2011
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9 comentarios:
Ja, ja, ja... ese también lo tuve yo!!!, era de mi hermana, creo, diez años mayor que yo, y lo flipaba montándolo y desmontándolo y, por supuesto, guardándolo muy bien en su caja, con sus gomillas elásticas que sujetaban las piezas. Gracias por tantos recuerdos!!!
Fantástica descripción. ¿Que mas se puede añadir? Fer
Els meus pares no me'l van poder comprar mai. Així anaven les coses llavors. Gràcies, com sempre, pels (bons, malgrat tot) records.
Francesc
A mi me haría mucha falta repasar músculos y huesos. Si me pilla mi hijo tan desentrenado...
Jejeje, como siempre estas historias tuyas ilustrando una época tan cercanamente lejana y tan esternoceidomastoideanamente añorada.
Un abrazo, Sergi
Yo soy del 68 y en los 70 tuve este juguete, pero me parece recordar que era un poco diferente; me acuerdo también de que nunca me encajaban bien las piezas, pero también recuerdo que era un torpe y que nunca aprobé manualidades.
cielos, yo también tenía uno. No sabes cómo desearía volver a tenerlo. Lo he buscado cientos de veces en páginas de ventas estos años pero no lo vende, al menos no en mi país.
Yo soy más joven, nací en los 80 pero en mi casa mi madre guardaba su anatomía humana serima completa y recuerdo cuando pasó a mis manos y sentirme todo un todopoderoso. Recuerdo que en los 90 aún se seguía comercializando con un diseño de la caja más actualizado. También recuerdo de ver la anatomía humana serima pero femenina con feto incluido pero nunca conseguí. En los 70 también se hizo el sistema circulatorio y el cráneo con encéfalo incluido pero a mayor escala para decorar tu escritorio jaja En cuanto al pene yo pensaba que ese micropene del maniquí era lo normal, luego me dí cuenta que cuando crecías todo crecía contigo. Buena observación con lo del reproductor es verdad que en el libreto no estaba, no lo recordaba.
Un saludo!
Yo todavia lo conservo pero sin su caja. se ha deteriorado algun huesito pero esta completo.. me
llena de recuerdos inolvidables de niño...saludos desde Venezuela!
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