Desde siempre me han caído bien las ranas. Todo
empezó el día que leí las aventuras de Tom Sawyer y me divertí horrores cuando
el pequeño Tom ocultaba una rana en su peto y asustaba con ella a Becky
Tatcher, y a pesar de ello, posteriormente se convirtió en su novia; me refiero
a Becky, no a la rana.
A Becky le asustaban las ranas, pero a pesar de
ello, las princesas de los cuentos, era a ranas a quienes debían besar para
encontrar así a su Príncipe Azul. Siempre me pareció mejor el papel que
interpretaban las princesas besando a ranas que el que les tocaba interpretar a
príncipes como el de la Blancanieves o la Bella Durmiente a los que no les
quedaba otra que tener que besar a princesas... en principio muertas.
La rana se convirtió también en protagonista de
nuestros juegos; un ejemplo es la pequeña ranita a cuerda que fabricó la casa
Geyper a finales de los 60 y que ilustra esta entrada.
Aunque también jugábamos con ranas de verdad.
Recuerdo las excursiones al campo con padres y amigos, así como esas escapadas
a las charcas o a los ríos para capturar renacuajos, o cabezudos. Los metíamos
en tarros de cristal con un poco de agua, y luego en casa, los pasábamos a un
cómodo balde y observábamos poco a poco su curiosísima metamorfosis. Esos
renacuajos que vivían única y exclusivamente en el agua, con el tiempo perdían
su cola, desarrollaban sus patas y salían del agua convertidos en ranas
adultas. Una versión a cámara rápida de lo que para muchos significa el origen
de la vida en la tierra y la aparición de los primeros mamíferos terrestres.
Ahí es nada el espectáculo que se desarrollaba ante nuestros ojos! Entre la
metamorfosis de las ranas y la de los gusanos de seda nos dimos una panzada de
ver cómo evolucionaban diversos seres que convivían con nosotros en nuestras
casas. No es de extrañar que a los de nuestra generación, los Pokemon nos
parezcan una verdadera estafa.
Luego llegaba el instituto, y a esas pequeñas ranas
que nos sirvieron de entretenimiento en nuestra infancia las extraíamos de
tarros de cristal (como a nuestros renacuajos), les aplicábamos formol en el
laboratorio de ciencias, clavábamos sus patas con alfileres dejándolas sobre
nuestras mesas hechas un Cristo y las abríamos en canal para sacarles las
vísceras. Los pobres anfibios ofrecían su cuerpo a la ciencia, cosa que ya
habían hecho a lo largo de la década de los 60 en la que se les inyectaba bajo
la piel la orina de una mujer para averiguar si estaba o no embarazada.
Quizá el origen de esa práctica en la que se
utilizaban ranas como test de embarazo se remonte al antiguo Egipto en el que
la diosa Heket, representada como una mujer con cabeza de rana, simbolizaba la
fertilidad, presidía los nacimientos, asistía como comadrona en los partos y
daba el soplo de vida a los recién nacidos. De este modo se la asoció como la
diosa de la concepción y de los nacimientos y se vinculó a la rana con el
renacer y la prosperidad.
Los romanos la usaron para protegerse de las malas
influencias y para alejar las desgracias. Los chamanes encontraron en las ranas
al espíritu sagrado purificador que da vida a la tierra. Por su parte, en
China, la rana simbolizaba la longevidad y la buena salud, y en la práctica del
Feng Shui los batracios simbolizan la abundancia y la prosperidad.
Y así, a lo largo de la historia de la humanidad y
en multitud de culturas distintas, la rana siempre ha sido vista como un
elemento positivo a quien se rendía culto porque deparaba cosas buenas.
Bueno... no siempre, el catolicismo, sin ir más lejos, asoció a la rana con la
lujuria y la hizo culpable de los mundanales y furtivos placeres, pero ya se
sabe que para los católicos, todo lo que es placer es pecado, así que tampoco
hay que darles demasiado crédito.
Las ranas tienen una capacidad que siempre me ha
parecido admirable, y es que pueden congelarse en su charca cuando
llega el invierno, permanecer criogenizadas durante todo ese periodo, y con la
desaparición del hielo volver a su estado normal, continuar como si nada y
ponerse a croar sobre un nenúfar anunciando el despertar de la naturaleza y la
llegada de la primavera.
Ojalá pudiésemos ser ranas en épocas de crisis,
todo y que con los políticos que tenemos... terminaríamos convertidos en sopa o
en un plato de ancas para satisfacer su infinito, voraz e insaciable apetito.
Pongan una rana en su vida, y suerte! Seguro que su
buenos augurios les traerán prosperidad, pese a todo...
Créditos imágenes: Fotografías de la rana de Geyper. Colección particular.
miércoles, 7 de noviembre de 2012
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