Siempre envidié al ratón que tenía Susanita, ya saben... ese ratón al que se refería Fofó, el payaso de la tele y que en su canción nos relataba eso de: “Susanita tiene un ratón, un ratón chiquitín que come chocolate y turrón y bolitas de anís...”.
Jodido ratón. Yo imaginaba que él con sus bolitas de anís haría lo mismo que normalmente hacía yo con las mías y con todas mis chuches en general. Cada vez que algo dulce, de colores, envasado o a pelo, con azúcar por encima o sin él, duro, blando, de formas divertidas o cuanto menos simpáticas... caía en mis manos, mi madre se desesperaba e incluso me atrevería a afirmar que se avergonzaba de ir conmigo por la calle. Y es que yo, con mis chuches, tenía un desmedido sentido de la posesión y de la propiedad privada.
Por norma siempre fui un crío bastante desapegado de cualquier cosa material. No me importó jamás compartir mis juguetes con ningún otro niño ni aún en el caso de que ese otro niño tuviese los suyos y no los compartiese conmigo. Bastaba con que él me pidiese algo para que yo se lo prestase aunque en ese preciso instante estuviese jugando yo con el juguete en cuestión. Nunca me negué a ello y jamás puse la menor mala cara. El resto de las madres se admiraban de esa capacidad de compartir que tenía siendo tan pequeño, y mi madre se sentía orgullosa de mi por esa actitud.
Lo malo era cuando algún crío decidía que mis chuches... tenía que compartirlas con él. Lo peor fue cuando una madre, viendo que su hijo miraba mi bolsa de chuches con ojos de deseo, le dijo:
—Anda corazón. Pídele una al nene que seguro que te da. Él tiene muchas.
No tenía nada mejor que hacer esa madre? Ya cuidaba bien de su hijo? Le llevaba a un buen colegio? Le obligaba a lavarse cada noche los dientes? Evitaba riñas con su marido delante de él? O quizá... el responsable de que el mequetrefe de su hijo acabase con algún trauma infantil... Iba a ser yo por no querer darle una chuche a su nene? Por qué esa tipa no se metía en sus asuntos y dejaba de andar metiéndose con las chuches de los demás? Tanto le costaba comprarle un chicle Cheiw al cuellicorto de su nene en lugar de aguarme la tarde a mí?
Mi madre cambiaba de color cada vez que se daba una de esas situaciones, se ponía pálida y unas gotitas de sudor invadían su frente, de golpe, sin aviso, ahí estaban cientos de ellas que brotaban como si estuviesen soportando el tórrido calor de un mes de agosto cualquiera.
Inmediatamente mi madre trataba de aplacar al monstruo que habitaba en mí y mediaba con toda la ternura de la que era capaz de dar para que yo no montase en cólera.
—Vamos cariño, dale una chuche a este niño. Vale?
Eran tres contra mi: la madre del gorrón por un lado, con una abierta y forzada sonrisa de oreja a oreja esperando a que introdujese mi mano dentro de la bolsa y sacase una chuche para el mofletudo de su hijo, que más que una chuche, lo que posiblemente le convenía era una buena dieta. Mi madre que me miraba mordiéndose el labio inferior y rezando a todo el santoral en pleno para que yo cediese y compartiese mi tesoro con el gordinflón. Y como no... el gordinflón, esperando ansioso su poco merecido premio. Qué había hecho él para ganárselo? NADA! Pero ahí estaba contemplando mi bolsa y mirándome con cara de pensar: “jódete capullo... somos tres contra ti”.
Mi madre insistía sin dejar de lado esa dulzura que en realidad ocultaba un miedo y una vergüenza considerables.
—Mira... mira cuantos cacharritos tienes con bolitas de anís. Le das uno al nene?
Recuerdo la vez que vi mi primera película de piratas; bueno, al menos la primera de la que tenga conciencia. Los piratas iban en busca de un tesoro, llegaban a una isla y se inflaban a leches con otros piratas que habían llegado a la vez en un galeón distinto y que venían desde la otra punta. Ambos grupos habían coincidido en el lugar que indicaba el mapa con la típica cruz y destacando el punto exacto en el que el ansiado tesoro se hallaba. Recuerdo que al ver semejante pelea entendí que el contenido de tan valioso cofre no podía ser otro que una buena cantidad de chuches. Cuando descubrí que tan solo encontraron un montón de monedas de oro me llevé una decepción, y tanta aventura previa y tanta lucha arriesgando sus vidas me pareció un auténtico sinsentido.
Yo miré al gordinflón, a su madre y a la mía. Bastó una mirada para hacerle entender a mi progenitora que los santos no iban a estar con ella y la pobre miró al cielo con la certeza de que se iba a armar una gorda y efectivamente, una vez más, así fue. Antes de que nadie pudiese reaccionar la bolsa de chuches bien agarrada a mi mano, ya estaba describiendo una parábola aérea que irremediablemente terminaría su recorrido estampándose en uno de los mofletes del gordinflón y abriéndole una brecha. No fue culpa mía que precisamente la caja de hojalata de pastillas Juanola estuviese en la base de la bolsa y que esa parte fuese la que diese de lleno en la jeta de ese niñato estúpido.
Mi madre se deshacía en disculpas, mientras que la madre del gordo le decía cosas del estilo de: “A ver si cuida de este crío que es un salvaje!”. “No le saque usted a la calle que este niño es un peligro!”, etc, etc. Mientras, el gordo me miraba con los ojos sumergidos en lágrimas y con un pañuelo en la mejilla. Yo... seguía comiendo mis chuches mirándole a él y pensando: “Quién es el capullo ahora?”. “Anda y que te de bolitas de anís el ratón de Susanita!”
Fotografía correspondiente a mi colección particular de cacharritos de bolitas de anís. Si nadie quiere que le llene la cara de manos... que no me pida ;-)
12 comentarios:
Ya no me acordaba de las bolitas de anís...a mi lo que me fascinaba era el sidral y su versión más psicodélica, el "peta zetas".
Madredelamorhermoso!
¿Ni a los Jinetes del Apocalipsis que hubieran aparecido a pedirte bolitas de anis? ¿¿Tampoco??
Con el meritazo que tiene el que compartieras juguetes y cuánto se contrarresta con esto otro.
Aunque a decir verdad yo era de los que si me obligaban daba, pero maldita la gracia que me hacía. Tú al menos eras consecuente.
Me acuerdo que intentando sacar con la boca bolitas de anis de aquellos cacharritos, siempre entraba saliva dentro y terminaba formándose un mazacote de anis de dudoso color que ya no salía por el agujero. Esos, esos mazacotes son los que tenias que haber dado a los gordos gorrones.:D
Un abrazo, Kioskero
Gracias, por el recuerdo..., y por las risas.
Un saludo.
No te iba a pedir eh? no me mires así , que sólo estaba mirando las chuches malpensado ...
Besotes .
A mi las bolitas de anís me ponían nervioso ya que me metía el cacharrito de anises en cuestión prácticamente en la boca y claro… las bolitas de anís se quedaban todas pegadas dentro del cacharrito, ya sea botijo o porrón…
Afortunadamente yo tengo mis cacharritos de anís, paso del trance de pedirte alguno…ja,ja,ja…
ja ja ja.
Ya no me acordaba de ellos ains.... y el cheiw y los palotes madre mía
Jejeje!!
Es que hay que ser hermanos...¡¡pero no primos!! Juas,juas..
El juanolazo se lo merecía la madre, por caradura!!No te digooooo!!
De esos cacharros de anís, tengo las raquetas , que para el conjunto "tenis" de Nancy, son perfectas. Ahh!! y a mi también me creaban ansiedad, se pegoteaban por dentro y no habia manera de sacarlas, quizás para eso tenía Susanita el ratón.
Saludos.
A mí me gustaban más los cacharrillos que los anises de dentro :-) Los aprovechaba para que jugaran las muñes y me duraron muuuucho tiempo.
Te imaginas la Barbie beiendo de un botijo o de un porrón!?? En mi casa sucedía... que eran muy glamourosas y fisnas fuera, pero de puertas pa'dentro las Barbies se ponían las pantuflas y se refrescaban el gaznate con sifón.
Dios mioooooo cuanta nostalgia por favor!!!
Desde que colecciono juguetes y cosas de mi niñez nunca mas ví estas cosas.
Y las recuerdo como si fuera ayer.
Son preciosas si hasta el sabor de las bolitas puedo recordar.
Gracias por tan lindo post.
Que buen post...!..y que ricas las bolitas de anís!!...¿¿las siguen fabricando o si las veo en un kiosko mejor no comprarlas??
Besoss
Sí, las siguen fabricando.En las tiendas de chucherías se encuentran, a mis hijos les gusta, han tenido varias de estas, pero lo k les pasa, como nos pasaba a nosotros de peques...k se los acercan tanto a la boca k se llenan de saliva y no salen las bolas,XD...
Jajajajaja,a mí no pasaba eso de que se pegaran las bolitas... porque no me gustaban nada. Yo jugaba con los cacharritos llenos, porque me encantaban y los coleccionaba (eso sí, siempre tenía que ir reponiéndolos porque... "desaparecían" misteriosamente). Ahora mis hijas también los coleccionan, pero vacíos, y ésos no desaparecen.
Besos nube (¿ya te he dicho que estoy disfrutando como una enana con tu blog? Jajajajajaja.)
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