sábado, 18 de abril de 2009

Churro, Mediamanga, Mangotero

En quinto de E.G.B y con aproximadamente 10 años; al Boliche, al Hernandez, al Gijarro, al Pecas, al Niña (porque era un crío muy guapo), al Vallcanera y a mi, el Señor Villa nos llamaba “Los siete magníficos” ya que según él, teníamos la habilidad de desestabilizar una clase en menos de cinco minutos; y ésa era una verdad absoluta. Nos aburrían sobremanera sus clases y no soportábamos que nos hablase de historia con aquellas pocas ganas. Quién podía mostrar interés por cuanto nos contaba, cuando al propio Señor Villa parecía importarle más bien poco todo aquello? Digamos que no tenía un don especial para que sus clases fuesen amenas, no obstante era el rey de la “palmeta”.

palmeta
1. f. Dícese de la vara que usaban los maestros de escuela para golpear la palma de la mano a sus alumnos como castigo.♦ También se dice palmatoria.
2. Golpe dado con esta vara.

Ése fue el modo en el que el Señor Villa, alias “palmeta” se nos presentó el primer día de clase, leyendo esa definición de un diccionario y blandiendo su palmeta suavemente sobre nuestras cabezas mientras recorría las filas de pupitres arriba y abajo.

Los siete magníficos solíamos hacer fila delante del encerado mientras él se detenía en cada uno de nosotros e iba repartiendo estopa con su regla de madera. El resto de la clase encogían los hombros y fruncían los entrecejos como si aquellos palmetazos fuesen destinados a ellos mismos; nadie quería encontrarse en nuestro lugar. Las palmas de las manos o las puntas de los dedos sufrían el castigo, y por más que las restregásemos en las culeras de nuestros pantalones era imposible calmar el escozor de aquellos azotes. Yo me juraba para mis adentros portarme bien en lo sucesivo para no tener que pasar de nuevo por ese trance, pero a los cinco minutos... volvía a dar brincos por encima de las mesas y a “encestar” trozos de tiza desde la ventana de la clase en el interior de los cafés con leche que los obreros se desayunaban en la terraza de un bar que había justo debajo. “Indio” me llamaba el Señor Villa, ya que según decía, yo estaba poseído por el espíritu del indio Jerónimo.

Otra de las habilidades que teníamos los siete magníficos, era la de poner de moda diversos juegos para la hora del patio. No recuerdo quien de nosotros fue, pero un día, por iniciativa de alguno, empezamos a jugar al Churro, mediamanga, mangotero, Fue todo un descubrimiento ese juego y nos proporcionó unas horas de patio inolvidables.

Las reglas eran las de formar dos equipos de entre tres o cuatro componentes cada uno. Unos eran los saltadores, los otros los captores y siempre tenía que haber alguno que hiciese de madre y que apoyado contra una pared sostuviese con sus manos la cabeza del primer captor; de ése modo se evitaba que ésta se remostase contra la pared. Los captores se agachaban uno detrás de otro formando una fila cos sus cabezas metidas entre las piernas de quien tuviesen delante. Los saltadores iniciaban el juego saltando sobre ellos como si se tratase de saltar al potro, e intentando –en la medida de lo posible- destrozar la espalda del captor en cuestión para hundir la fila y vencer. Lo importante era que el saltador no cayese jamás, ya que sí una sola punta del pie tocaba el suelo, los saltadores perdían y se invertía el turno de equipos, y la verdad... ser captor era una absoluta jodienda. En el caso de que los captores soportasen los envites de todos los saltadores del equipo, entonces se establecía la pregunta del millón que determinaba si los captores seguían siéndolo, o sí en caso de acertar la respuesta, ganaban y pasaban a ser saltadores.

—Churro, mediamanga, mangotero. Adivinas lo que tengo en el puchero?

Ésa era la pregunta que realizaba el primer saltador que estaba más cerca de la madre. Mientras, colocaba su mano derecha sobre su muñeca izquierda (Churro), o sobre su antebrazo izquierdo (Mediamanga), o bien sobre su hombro izquierdo (Mangotero). El primero de los captores y soportando el peso de los saltadores que tuviese encima, era quien debía responder ante la permanente vigilancia del que hacía de madre para evitar que el saltador hiciese trampas, sí acertaba la respuesta se invertían las tornas, y así hasta que sonaba el tedioso timbre que anunciaba el fin del patio.

Había un montón de estrategias para hundir la fila de captores y tratar de ganar siempre el juego aunque fuese utilizando sucias artimañas, pero eso era lo suyo, cualquier cosa con tal de no ser captor. Una de las más habituales era ponerse de acuerdo para saltar todos sobre el mismo y a ser posible que ése fuese el más débil. El primer saltador se ocuparía luego de hacer la pregunta como si de un vinilo a 33 revoluciones por minuto se tratase, ganar tiempo y que el captor débil terminase hundiéndose a cualquier precio. Alguno de los captores gritaba “Va tú... dilo más deprisa que no aguantamos!”, y el saltador que preguntaba se entretenía discutiendo con él “Oye... que lo digo deprisa. Qué no lo ves?” Con lo cual... siempre era mejor tratar de aguantar como fuese y no decir nada, ni quejarse de la parsimonia del saltador que estuviese haciendo la pregunta.

Otra era la de compincharse con el que hacía de madre y que él, discretamente te chivase la respuesta. La cosa era fácil si conseguías su complicidad. La madre ponía sus manos sosteniendo la frente del primer captor de manera que sus dedos fuesen visibles para él y colocaba el dedo índice de su mano derecha sobre una de las falanges de su índice izquierdo, e indicando así, a escala, cual era la respuesta correcta, pero obviamente... eso tenía un precio.

El Boliche (del cual ya hablé en una entrada anterior) siempre hacía de madre. Sinceramente era una madre estupenda debido a que su mullidita barriga era ideal para soportar bien la cabeza del primer captor. Además, no era muy hábil saltando y se quejaba de dolores de espalda, pero le entusiasmaba el juego y hacer de madre le parecía requetebién.

En una ocasión le tanteé para ver qué tal. Le pregunté si estaría dispuesto a hacerles la pirula al Vallcanera, al Niña y al Hernández, para que el Guijarro, el Pecas y yo pudiésemos ganar siempre. Eso sucedió en un patio en el que yo estaba devorando un Bony de chocolate relleno de mermelada de fresa.

—Acepto sí cada día me traes algo para almorzar —Me respondió.

—Vale. Te traeré cada mañana un Bony. Hace? —Le propuse.

—Ni hablar! —y mientras miraba al cielo como pensando y se refrotaba la barbilla con sus rebotudos dedos, concluyó —Les hago la pirula si me traes un bocadillo de barra de cuarto de pan con tomate, jamón dulce y queso.

La tarde que le dije a mi madre que me preparase un bocadillo para almorzar al día siguiente, la pobre alucinó, pero más alucinó aún al ver que día tras día me llevaba esos enormes bocadillos a clase, “me los comía” y no engordaba un solo kilo. Incluso se planteó llevarme al médico para ver si tenía una solitaria o algo similar. Tuve que apresurarme en decirle que el motivo de mi falta de peso era que hacía mucho ejercicio... algo había que decir a pesar de que la mujer siempre tuvo la mosca detrás de la oreja.

El Boliche se zampaba mis bocadillos en un abrir y cerrar de ojos. Su estómago era como una especie de agujero negro sin fin, pero pese a ello, el resto de los siete magníficos estábamos impacientes en que terminase con su almuerzo para que nos hiciese de madre y empezar a jugar ya que el patio, por desgracia... no era eterno.

Una mañana, aún con la boca llena del último bocado de su/mí almuerzo, el Boliche se puso en posición. Nos tocó parar y cumplió bien con su misión de chivarme la respuesta con lo cual, el Guijarro, el Pecas y yo pasamos a ser saltadores. Era verano, hacía un calor de mil demonios, el sol pegaba de lleno en el patio y la chicharrina era considerable. A mí me tocaba saltar el primero, así que salté y me coloqué sobre el primer captor a escasos centímetros de la cara del Boliche. Me extrañó verlo ligeramente bizco, sus ojos describían círculos en el interior de sus órbitas y el color sonrosado de sus regordetas mejillas estaba tornándose de un verde cachumbo. Acto seguido soltó un poderoso eructo que me devolvió parte del aroma del bocadillo de jamón y queso que jamás llegué a almorzarme. Seguidamente... una arcada, y finalmente se despachó con un inmenso chorro de vómito que a los seis que nos encontrábamos en pleno juego, nos llenó los bolsillos de nuestras batas, los oídos, las bocas y cualquier parte susceptible de dar cabida a semejante vomitona. Algo exagerado y desmedido, antológico y digno de haber sido inmortalizado por alguna de esas cámaras tomavistas que tenían nuestros padres y que filmaban en 8 milímetros.

Clicar imagen para verla en grande

Con las batas empapadas regresamos a clase y pasamos por la palmeta del Señor Villa... como casi cada día. No se nos permitió cambiarnos de ropa y hubo que soportar clase tras clase el vómito del Boliche sobre nuestros pequeños cuerpos. Alguno de nosotros pilló incluso un resfriado por culpa de aquello. En las escuelas de barrio sucedían cosas así. Los niños teníamos una crueldad infantil justificable, pero el sadismo de algunos profesores era digno de diván de psiquiatra.

Como bueno, me queda el recuerdo de lo mucho que disfrutamos jugando al Churro, mediamanga, mangotero; que por cierto, en Catalunya se llamó Cavall Fort antes de la dictadura, pero pasó a denominarse familiarmente “el Churro” tras el empeño que puso el señor Franco en prohibir hablar en Catalán.

Como malo, me queda la cosa esa de que hubiese podido ser de otro modo el detalle de compartir el bocadillo con mi querido amigo el Boliche. Y mira que los bocatas de mi madre, eran de buenos...

Créditos de las imágenes: 1, 2 y 3 de procedencia desconocida (encontradas en internet). Imagen 4 dibujo de humor gráfico de Sergi Càmara.

14 comentarios:

MT dijo...

¡¡¡¡¡Cojonudo tu relato.....!!!!!

En muchas ocasiones has conseguido que mi mente recuerde cosas semi-olvidadas.

En ésta además de traerme gratos recuerdos de esa época, has conseguido hacerme reir a mandibula partía.

El juego de patio que tu relatas en mi tierra se llama (o llamaba) Angüa.

Y justo cualdo saltabamos teniamos que decir en voz alta: "Angüa toca mis palmas señor Aranda". Y debias callarte ya que si alguien te veía los dientes al siguiente turno estabamos debajo.

Tampoco estaba permitido 'marinear' que era trepar para no caerte.

Sí que podías dar saltitos con el culo para hundir a los de abajo.

Saludos de Manolo

JuanRa Diablo dijo...

Por algún sitio leí que en sus orígenes se decía Churro, media manga, manga entera, pero la última palabra fue derivando a mangantera y a mangotero por último.

Bueno Kioskero, esto va in crescendo. Cada entrada supera a la anterior.
No es sólo lo interesante de lo que cuentas y lo ameno que lo haces, es que, además, le veo mucha calidad literaria por lo que te felicito sinceramente.
Sólo me queda saber si el dibujo es tuyo. Supongo que sí, pero aún no he descubierto tu nombre en el blog o tal vez se ma haya pasado por alto.
Un saludo.

Valentín VN dijo...

Para los que no nos gustaba el fútbol, este juego era la mejor manera de desfogarse en plan bestia. Y cuanto mayor fuese la sensación de daño, mejor.

Por cierto, ¿conocías el juego del helicóptero? Es como el látigo (una fila de niños en la que todos van cogidos de la mano y los últimos terminan volando. Pues era en individual. Se cogian las manos, con los brazos en aspa y se giraba, hasta que un contrincante volaba. En es momento, los brazos se ponían en paralelo (el niño volador quedaba panza arriba) y se le soltaba cuando la fuerza centrífuga era mayor.

J.P. -Akela dijo...

Has clavado lo del Churro… Nosotros cuando saltábamos encima dábamos el aviso chillando…”Churro va…” para lo que estaban abajo se prepararan para el encontronazo. Lo dicho, en lo referente al juego ha sido como si lo contara yo, es decir… hasta lo de estar conchabado con la madre y la señales con el dedo meñique… igual!

La experiencia de la ducha gástrica ha sido sublime… pero el maestro no tiene perdón.

Intuía que esta entrada tenia que aparecer, es tan nuestra, como son los recuerdos que nos cuentas…

Gracias.

Dolors dijo...

a mi nunca me pegaron con la regla, pero aguantaba las esquinas.
Que asco la vomitada, lo iba leyendo y lo estaba visualizando.
Tu profesor debía haber perdido la vocación, yo por suerte aún la conservo.

conchita dijo...

me encanta visitar tu blog ...jajaj en mi tierra se llamaba el juego sota ,caballo o rey...pero en el fondo estaba la misma finalidad..ah y era un juego de chicos,nosotras jugabamos al elastico,jejeje
a ver quien lo conoce?
saludos conchi

Anónimo dijo...

jo, Sergi, pobre boliche, seguro que él tampoco ha olvidado el momento. Veo que todos jugábamos a lo mismo en el recreo, nosotros decíamos churro va y ya está, a mí se me daba muy bien, lo mismo que el salto de la piola. También jugábamos al elástico, a los cromos troquelados, y a correr sin salida ni meta fijadas, corríamos simplemente para desfogarnos, porque las clases de matemáticas con Don Andrés eran una fuente de estrés.

Besitos. Loli

Anónimo dijo...

Me has echos mirar hacia atrás,recuerdos que añoros ptros no tanto como es la vida,la regleta que profesor,los patios los juegos tantas cosas.te agradesco que tengas este blog que pasaré de vez en cuando para recordar sobre todo lo bueno.Con cariño Vicky

Helen dijo...

Mi hermana se rompió los dientes jugando al dichoso Churro y creo que esa fue la ultima vez que jugué jajaj por si acaso!

Un saludo!

NÚRIA dijo...

Yo soy nacida en L´Hospitalet de llobregat y he vivido toda mi vida allí ( Barri Sant Josep ) hasta que me independicé y me vine a BCN ( Sants ) y toda la vida le llamamos: Churro, mediamanga, mangotero... Lo de Cavall Bernat no lo había oído más k por la revista-comic k regalaban antaño a los niños en La Caixa...Curioso...Saludets.

molinos dijo...

A mi me encantaba jugar a Churro pero pronto las monjas de mi colegio decidieron que no era de señoritas y lo prohibieron. Era divertidísimo.

Donn Demetrinco dijo...

Buenas,
Estaba buscando fotos del tema churro, medimanga... y he parado aquí. Soy del 1958 y veo que más o menos coetáneo. Me ha gustado el sitio.
Bravo, volveré para leer más.

Ana Márquez dijo...

A mí siempre me pareció un juego bastante salvaje... o será que yo, como siempre tuve la espalda mal, no podía jugarlo y me daba envidia, jajaja :-D Qué tiempos. Gracias por tu blog, amigo. Volveré a la infancia contigo otro día. Saludos.

Trailers Videos dijo...

No conocia ese juego