jueves, 30 de abril de 2009

"I Got You Babe" Sonny & Cher

Nunca he sido en absoluto mitómano. La verdad es que mi admiración va destinada a gente sencilla que hace de sus vidas algo maravilloso para sí mismos, para quienes les rodean, y útil para los demás. Las grandes estrellas, los grandes mitos por excelencia y los ídolos de masas me acostumbran a ser un poco ajenos y aunque me guste aquello que hagan, no logran despertar en mi una profunda admiración. Como con todo, hay excepciones que confirman la regla y en mi caso hay dos: La primera excepción es Clint Eastwood, un actor considerado mediocre en sus inicios, posteriormente y tras su interpretación del personaje Harry Callahan fue considerado un fascista. Después de “Escalofrío en la noche” (su primera película como director) fue bastante ninguneado, aunque ya hubo quien se dio cuenta que tras la cámara había un auténtico talento e incluso, quien reconoció que frente a ella... tampoco era tan mal actor. A todos esos que siempre hemos seguido al viejo Clint el tiempo nos ha dado la razón. Sus detractores de antes le consideran un genio ahora y quieren convencernos a los que nos ha gustado siempre de eso, de que es un genio. Genio?... Vamos hombre! Clint Eastwood es el de siempre, solo que mejora con el tiempo.



La otra excepción es Cher. Estuve enamorado de esa mujer a mis 14 años. Pasaba el tiempo y Cher seguía estando hermosa e incluso parecía que a medida que yo me hacía mayor, ella rejuvenecía hasta el punto de que en algún momento, llegó a aparentar tener 10 años menos que yo. Parecía como si me estuviese esperando para un encuentro de esos que deben tener los mitómanos de pro en el que la estrella y ellos se ven por primera vez y surge un apasionado amor a primera vista. Yo creía que Cher se mantenía bella para mí.

Un día alguien tuvo la desfachatez de decirme que se había operado hasta los dedos pulgares de los pies y que de ahí venía su aparente juventud. Ese día dudé en sí seguir enamorado de ella o de sí enamorarme directamente de su cirujano plástico. Pero llegado a este punto, la voz del viejo Clint me dijo: “No hermano... no merece la pena alguien que no sabe envejecer con dignidad, y por favor... no cometas la locura de enamorarte de su cirujano ya que eso, sería muy jodido para tu virilidad”. Miré el rostro de Clint y a pesar de que me pareció un estropajo “nanas”, pude ver serenidad en todas y en cada una de sus arrugas. Lo cierto, es que cuando uno llega a una edad, descubre que en la serenidad es dónde se halla gran parte de la belleza, de cualquier belleza.


Se me terminó el amor por Cher, pero ha seguido gustándome lo que hace. Como muestra de un buen trabajo, ahí está el tema “I Got You Babe” de 1965, compuesto por Sonny Bono e interpretado a dúo con la incombustible estrella durante más de 11 años.

El look de Sonny es incuestionable: Peinado a lo Príncipe de Beukelaer y vestido de pastorcillo del Pirineo. Pese a todo... gocen de la música, que es de lo que se trata ;-)

Nota del autor: Ana... te adelanto un día la entrada que mañana es fiesta. Nice Weekend ;-)


miércoles, 29 de abril de 2009

XXXI Feria de Coleccionistas de Juguetes Antiguos

Tengo un colega de oficio que dice que los médicos son muy importantes porque salvan vidas; en cambio, los dibujantes hacemos algo más importante y que consiste en hacer esas vidas más agradables. Imagino que tiene razón a ratos y con según que trabajos, pero el caso es que para nuestros editores debe ser algo así ya que nos aprietan con las fechas de entrega y nos exigen nuestros trabajos como si el futuro de la humanidad dependiese de ellos, de nuestros dibujos... cualquiera dirá.

El caso es que por compromisos con mis editores y con esa extraña obligación, que como dibujante, tengo de salvar al mundo, la crónica sobre la XXXI Feria De Coleccionistas de Juguetes Antiguos ha tenido que esperar hasta hoy. En cualquier caso, deseo que os resulte útil y agradable.

Me sucedió algo similar a lo que pasa cuando uno va de viaje a la otra punta del mundo y se encuentra delante de alguno de esos monumentos que son patrimonio de la humanidad y que aparecen fotografiados en todos los libros en ángulos de cámara contrapicados que les hacen parecer apoteósicos; "Me la imaginaba más grande". Esa fue mi primera impresión al ver el espacio dedicado a la feria: un recinto diáfano en el cual se encontraban unas hileras de mesas cargaditas de juguetes antiguos y que quizá, con motivo de la lluvia, no estaba a petar de gente que digamos. No obstante, cuando empecé a sumergirme entre los muchísimos objetos que llenaban las mesas del lugar, me invadió una especie de "enamoramiento", me dejé llevar y disfruté de la cantidad de recuerdos que algunos de los juguetes trajeron a mi mente.

Como de costumbre, los precios de algunos objetos eran muy razonables, mientras que otros llegaban al exceso, y pocos, muy pocos podían considerarse auténticos chollos. Quizá por el tema de ventas y subastas por internet los vendedores no sólo han consensuado los precios de muchos de los objetos, sino que también tienen muy claro cuales de ellos son los más buscados, por escasos, y pisan el acelerador hasta que consiguen que te duela lo indecible la cartera. Algunos de esos objetos son pequeños juguetes que en otros tiempos hubiesen ido a parar a un contenedor, pero que hoy se han convertido en auténticas joyas.

Muñecas, muñecos, cochecitos de todas las épocas, juguetes de hojalata, juegos de mesa, soldaditos de plástico y plomo, coches dirigibles en funcionamiento pese al paso del tiempo y otros convertidos en auténticas piltrafas, casitas de muñecas, etc, etc. Probablemente lo más antiguo que rondaba por ahí era un curioso juego de cura de los años 30 con su disfraz, su altar de madera plegable, su bandejita para las hostias benditas y el cáliz para el vino de misa. De la misma época habían algunos juegos de mesa y algún juguete de madera y hojalata. Entre lo más moderno se podía ver algún muñequito ochentero de Dragon Ball, pero por lo general, la mayoría de juguetes databan de las décadas de los sesenta y de los setenta. Vaya... un vicio para los cuarentones nostálgicos que recorríamos las hileras de mesas con caras de niños en día de reyes.

No podía faltar, como en todas las ferias, el típico "vendedor furtivo"; es decir, el que no ha pagado su licencia para tener ahí su puesto, pero que catálogo en mano va recorriendo el recinto en busca de los auténticos interesados en comprar y abordándoles para ofrecerles un precio más barato que el que acaba de darles el "vendedor oficial". Esos tipos son como radares humanos que captan la señal de un modo inmediato, y que mientras tú estás pensando sí el precio que te acaban de dar por un juguete, es razonable o no, ellos se te pegan a la espalda, miran a un lado y a otro temiendo ser vistos, y te susurran al oído que sí te interesa ese objeto, ellos lo tienen más barato y en mejor estado. Seguidamente se apresuran en decir: "Vayámonos fuera que aquí me pegan. Te enseño el catálogo y si te interesa, tengo la furgona dos calles más abajo y te sirvo el juguete". Te hacen sentir como si andases trapicheando con droga o algo así, son como "camellos" del mundo del juguete antiguo!

Bajo mi punto de vista hubieron dos grandes ausencias: por una parte los MADELMAN, a excepción de un Jeep del MADELMAN safari en su caja, no había absolutamente nada más. Por otra parte los sobres de soldaditos Monta-Plex; me extrañó no encontrar absolutamente ni uno, ni tan siquiera una ristra miserable de soldaditos montados en colada compartiendo espacio con los indios y vaqueros de COMANSI.

Para terminar os dejo con mi impresión más personal. Bien dicen que "cada uno habla de la feria según le va en ella". Yo salí de allí cargado de ilusión y de frustración a partes iguales. La ilusión me la trajo el poder comprar una vieja hucha de plástico y hojalata de finales de los sesenta, fabricada por la casa RICO, con forma de gasolinera y que se abría automáticamente cuando conseguías reunir en su interior la cantidad de 100 pesetas (rubia a rubia). La tenía de pequeño y mi madre iba dejándome pesetillas para que la fuese llenando poco a poco. También conseguí "casi" completar mi colección de figuritas DUNKIN de "El Conejo de la Suerte" sacada al mercado por Gallina Blanca en 1968. Estoy a falta de una sola figura que espero conseguir en breve. La frustración me vino de la mano de dos grandes juguetes que también tuve de pequeño y que actualmente sólo los he visto en fotografías de vendedores de internet, pero que por elevado precio no he podido adquirir jamás. Digamos que se trata de frustraciones a las que ya debería estar acostumbrado debido a que cada vez que alguien los pone a la venta me palpita la vena de la sien, pero lo que piden por ellos me hace pensar que como prioritario, está guardar el dinero para los dentistas de mis hijos. Lo malo de la feria fue que esos juguetes los tuve físicamente a dos centímetros de mis ojos, los pude tocar, estaban allí... en corpóreo, y me decían: "cómprame, cómprame". Verlos en vivo hace que los recuerdos que conservas con esos juguetes se hagan más intensos. Sentir el olor de los objetos y asociarlo a "momentos" es lo peor que te puede suceder cuando sabes (porque lo sabes), que el vendedor te va a pedir un precio y que tú, no vas a tener más remedio que destinar ese dinero a los braquets que tus hijos lucirán en sus bocas y que podrás ver, con lagrimita cayendo del ojo incluida, cada vez que te los muestren en una de sus impagables sonrisas.



Lo cierto es que quien no se conforma es porque no quiere y ya que no pude comprarlos, al menos, ahí os dejo las fotos: Un precioso robot de plástico transparente que permitía ver su maquinaria interior y que era posible montar y desmontar pieza a pieza. Y el coche de Los Ye-Yes de la casa RICO en el que un sucedáneo de los Beatles (imagino que para no pagar derechos de imagen) iban de gira por el mundo con sus canciones.
La verdad es que fue una feria memorable a la que yo acudí por primera vez, pero que repetiré, sin duda, el año que viene.

Dejo una foto de Nancy y otras muñecas que saqué para las aficionadas y coleccionistas de muñecas; las había, pero también bastante caras.


Más imágenes sobre la feria en el blog de Núria a la que de paso, felicito en su aniversario bloggero.

Fotografías que ilustran esta entrada realizadas por el Kioskero del Antifaz.

sábado, 25 de abril de 2009

Juguetes Antiguos (Ferias y Eventos)

Gracias a la información que Núria ha dejado en un comentario de una de mis entradas, me he enterado de que mañana; Domingo día 26 de abril, tendrá lugar en les cotxeres de Sants la XXXI FERIA DE COLECCIONISTAS DE JUGUETES ANTIGUOS que se celebra cada año por estas fechas en Barcelona City. A decir verdad no tengo más información al respecto, así que considero que se trata de una ocasión perfecta para acudir con mi familia, informarme como es debido y posteriormente, haceros una detallada crónica de cuanto allí acontezca. y como no... hacer las suficientes fotografías para alimentar la curiosidad de MT y la de cuantos deseen tener información de todo esto.

Ya de paso, se me ha ocurrido que estaría bien crear una nueva etiqueta en este blog en la que se pueda ir informando puntualmente de las diversas ferias y eventos que tengan que ver con los juguetes antiguos, los coleccionistas, sus curiosidades y todo lo referente a este mundo que a algunos nos atrae y a la vez, nos retrotrae a esa infancia que tampoco queda tan lejana; en el fondo... no somos más que jovencitos con algunos años encima, pero... poco más ;-) Para ello, agradecería que, en la medida de lo posible, me facilitaseis los datos principales de aquellas ferias que conozcáis y que tengan lugar por lo largo y ancho de la geografía española. De ese modo, se podría crear un directorio documentado en el cual tuviesen cabida todos estos acontecimientos y que podría servir de herramienta útil para todos esos coleccionistas o curiosos que compartimos esta afición.

Para comenzar, os adelanto algunas de las más inminentes e importantes que van a tener lugar en Catalunya en los próximos meses (por ahora no hay posibilidad de más ya que no dispongo de corresponsales que puedan cubrir otras zonas geográficas. El trabajar con recortados presupuestos... es lo que tiene :-)

- XXXI FERIA DE COLECCIONISTAS DE JUGUETES ANTIGUOS: Domingo 26 de abril de 2009 se celebrará como cada año la feria de coleccionismo de Juguetes Antiguos en Barcelona. Ubicación: Cotxeres de Sants Calle de Sants 79-81. Metro linea 1 y 5 Estación de "Sants"; BUS 56. Horario de 10 a 14:00horas. Entrada gratuita.

- PLAÇA MASSADES DE BARCELONA: Cada primer domingo de mes (menos en agosto) se realiza la feria de coleccionismo de Barcelona. especializada en: Trenes antiguos y modernos, coches de 1/43, maquetismo, scalectrix, ... Ubicación: Plaça Massades. Barcelona. Cerca de la calle de la Sagrera (podéis llegar cerca de allí con la linea 1 del Metro, hasta la estación de "Sagrera"; y con los Bus 34, 35, 4. Horario de 10 a 13,30 horas. Entrada gratuita.

- SETZE ANYS DE LA FESTA DEL JOGUET: 31 de mayo de 2009. Feria de intercambio, venta y compra que se celebra cada año en la localidad de Figueres (Alt Empordà. Catalunya) y en la que se pueden encontrar: trenes, muñecas, muñecos, coches, motos, aviones, barcos, soldados, figuritas de pesebre, miniaturas 1/43, 1/32, 1/24... tebeos, autómatas, robots, circuitos, UFO ciencia-ficción, Scalextric, Strombecker, Payá, Rico, Dinky Toys, Dalia, Pilen, Eko, etc, etc. Para más info: FIRA DE FIGUERES, Tel: 972 673 530 fipromo@ddgi.cat

Sí no surgen imprevistos de última hora, el Kioskero del Antifaz acudirá al foco de la noticia y traerá la información del modo más objetiva posible; vale que me da por las florituras y por contar batallitas (pobres de mis nietos cuando sea abuelo), pero haré un esfuerzo para que dicha objetividad prevalezca por encima de mi desmedida pasión en meterle a todo más salsa de la que le corresponde. Claro que... como dicen los yankees “Print de legend”... o los italianos “Si non e vero, e ben trovato”, o lo que es lo mismo “No dejes que la verdad te estropee una buena historia”; es decir... que en el caso de que alguno de los citados actos me parezca soporífero, amenazo con inventarme lo necesario con tal de no hacer una entrada aburrida. Siempre quedarán las fotografías que documentarán gráficamente las entradas para que, cuanto menos, un testimonio visual pueda acercar a la realidad de los eventos a todos cuantos no puedan asistir a ellos.

Así pues: próxima cita mañána domingo en la feria de coleccionistas. Seguiremos informando. Se despide hasta nueva conexión: el Kioskero del Antifaz, 70’s Blogspot, Cotxeres de Sants, Barcelona.

Fotografías que ilustran esta entrada pertenecientes al "Pollock's Toy Museum" de Londres (1 Scala Street. London, W1t 2HN, United Kingdom, 020 7636 3452) Tomadas en 2006 por el Kioskero del Antifaz.

viernes, 24 de abril de 2009

Born To Be Wild

Debido a los orígenes alemanes de algunos de sus miembros, la banda toma el nombre de Steppenwolf de la novela "El lobo Estepario" de Herman Hesse.

El tema Born To Be Wild, escrito en 1968 por Mars Bonfire y magistralmente interpretado por John Kay, fue el que les lanzó a la fama tras haber sido utilizado en la película Easy Rider.

Hay quien opina que este tema rockero fue el origen del Heavy metal, personalmente lo ignoro. Lo que sin duda es cierto es que su relación con el mundo motero es indiscutible y que según la revista Rolling Stone se trata de uno de los 500 mejores temas de todos los tiempos.

La versión de esta entrada es la perteneciente a la película que convirtió a la canción en fenómeno mundialmente popular. A diferencia de la versión original, en este se añadió una breve introducción de rugir de motocicletas, nacidas para ser salvajes.

martes, 21 de abril de 2009

Aceitunas "La Española". Una aceituna como ninguna.


Los sábados por las mañanas acompañaba a mi abuela a hacer la compra; mis padres trabajaban los sábados, así que iba con ella y de ése modo no me quedaba sólo en casa, tenía apenas cuatro años.

Pasábamos por el puesto de frutas y verduras, por la pescadería, por la carnicería... recorríamos el mercado de parte a parte y mi abuela iba pidiendo tanda en los diferentes puestecillos, esperaba su turno mientras hablaba con alguna vecina hasta que le tocaba pedir y hacer su compra.

Siempre me gustó ir con ella a comprar. De vez en cuando pedía una bolsa extra en alguna tienda, metía en ella una lechuga o alguna cosa que pesase poco y me la daba para que la llevase yo.

—Anda... ayuda a la yaya —Me decía.

Y yo me sentía el niño más útil del mundo pudiendo colaborar y “repartiendo” el peso de la compra con ella.

Todo iba bien hasta que llegábamos al puesto de olivas. Me alucinaba mucho ver tantas variedades diferentes de esas cosas en todas las tonalidades posibles de verde, amontonadas en tarros de cristal o en bandejas de plástico y semiflotando en pringoso aceite. Ignoro que obsesión extraña tendrán los vendedores de olivas, pero siempre... absolutamente siempre que un crío se acerca a su puesto, ellos se arman con una cuchara enorme de plástico llena de agujeros en su base, la sumergen en uno de esos recipientes, extraen un par o tres de olivas, e invariablemente dicen:

—Toma bonito. Unas olivitas?

No hay vendedor de olivas sobre la faz de la tierra que no repita ése ritual ante la presencia de un niño. A qué disfunción cognitiva, o trastorno de la personalidad obedecerá semejante conducta?

Lo más sorprendente para mí, era ver que al resto de niños eso les parecía normal y como impulsados por algún resorte o mecanismo del cual yo carecía, se ponían de puntillas, alargaban el brazo, metían la mano en el interior del cucharón y devoraban con apasionado afán esas bolitas con hueso e independientemente de que fuesen verdes, negras, rotas, relucientes, etc.



A mí habían especialmente dos cosas en el mundo que me daban un asco sobrehumano: la primera era la de caminar delante de alguien y oír como a mis espaldas... ése alguien, cargaba su gaznate con un potente moco, lo llevaba hasta su boca con un carraspeo más o menos intenso de su garganta y lo escupía “supuestamente” sobre el asfalto; siempre me dio la sensación de que el salivazo en cuestión había ido a parar a mi espalda, o que al llegar a casa me lo encontraría aferrado al talón de mi zapato, palpitante y casi, casi... hasta mirándome. La segunda cosa -que si cabe... me daba más asco aún-... eran las olivas.

—No gracias, no le de olivas que no le gustan —decía mi abuela cuando veía que el hombre cargaba con su cucharón en ademán de introducirlo en uno de los recipientes.

—Que si mujer! Cómo no le van a gustar las olivas? Te gustan verdad? —Ellos insistían siempre presos de esa disfunción de la cual eran víctimas y sin ser capaces de pensar que podía existir en el mundo un niño, aunque sólo fuese uno, al que no le gustasen.

—No gracias... no me gustan —respondía yo tímidamente.

Y eso... era lo peor que le podías decir a un vendedor de olivas. Sus sonrisas de comerciantes amables y su expresión de “voy a tirarme el rollo con el nene” se tornaban en un rictus de desaprobación. Me repasaban con la mirada como si estuviesen delante de un niño marciano o de alguna clase de ser escapado de un circo y agarrado de la mano de una anciana.

—Oh vaya!... Pues ya es raro... a todos los niños les encantan —remataban con esa frase e inmediatamente pasaban de mí y se centraban en mi abuela —Qué desea la señora?

Me mataba eso de que “a todos los niños les encantan”... Y una mierda! Yo era un niño, y sí a mí no me gustaban, eso significaba que NO les gustaban a todos. O es que acaso mi opinión no contaba? No formaba parte de ésa curiosa estadística, aunque sólo fuese por tratarme de la excepción que confirmase la regla?

Durante un tiempo los vendedores de olivas y los tipos que escupían por la calle fueron mis peores enemigos. De haber tenido poder con mis apenas cuatro años de edad, hubiese desterrado a esos individuos; a unos y a otros. Les hubiese embarcado a todos rumbo a una isla desierta sin posibilidad de retorno y mientras que unos se pasarían el resto de sus vidas sumergiendo sus cucharones en los recipientes de olivas, los otros irían escupiéndoles y haciendo puntería sobre sus calvas.


Un domingo venían mis tíos a comer y en casa se preparó un aperitivo previo a los platos principales. Yo andaba jugando por mi habitación y mi padre me llamó desde el comedor.

—Cariño, ven!

Salí de mi cuarto con mi gorro de vaquero y haciendo ver que galopaba sobre un caballo negro mientras que con la boca iba simulando el golpear de los cascos contra el arenoso suelo de Texas “cotocloc, cotocloc, cotocloc...” Al llegar donde se hallaba mi padre mi corcel frenó y exhaló un potente relincho “IIIiiiiIIIIIiiiiii.... BBBRRRrrrrrrrrr...”

—Abre la boca y cierra los ojos —Me solicitó mi padre.

—Un Sugus... —Pensé yo. Le hice caso, cerré los ojos con todas mis fuerzas y abrí la boca tanto como pude.

De inmediato noté como algo viscoso, pequeño y ovoide se me resbalaba torpemente entre la lengua y el paladar, pero... no era posible; mi padre conocía perfectamente mi aversión hacia esas cosas llamadas aceitunas y sí bien me quería, nunca hubiese sido capaz de meterme una en la boca y asaltarme así, a traición. De inmediato la hubiese escupido, pero eso iba diametralmente en contra de mis principios. Odiaba a la gente que escupía! No habíamos quedado en eso?

La mordí y un mundo de sensaciones me inundó por dentro, me elevó espiritualmente, me hizo tocar el cielo e incluso creo que desde entonces, me convirtió en mejor persona. Las olivas; más concretamente las aceitunas “La española” pasaron a ser lo más grande de este mundo y el mejor invento después de la mercromina que lo curaba todo.


—Para de comer olivas que no vas a dejar sitio para la carne —Me dijo mi tío durante la comida.

Fue curioso experimentar el hecho de que algo pueda no gustarte cuando lo que sucede en realidad es que no lo has probado nunca, pero lo más revelador de todo fue empezar a considerarme un niño normal, llegar al puesto de olivas agarrado de la mano de mi abuela y dejar de ser un esperpento circense o un marciano. Ponerme de puntillas, alargar el brazo, meter la mano en el cucharón y devorar con pasión esas dos o tres aceitunas que el vendedor de olivas me daba con esa expresión de “vamos a tirarnos el rollo con el nene” para posteriormente añadir:

—Es que no falla... a todos los niños les encantan.

Y sí!... Por fin formar parte de ésa estadística, ser uno más y sentirme plenamente identificado con el resto de los niños del mundo que con tres o cuatro años y con sus cortos cuellos hundidos en sus bufandas, se zampaban con ése afán y con los carrillos hinchados las deliciosas olivas: verdes, negras, rotas, relucientes... daba igual, el caso es que las aceitunas y los vendedores de olivas fueron inmediatamente indultados gracias a mi imaginario poder. Les rescaté de la isla desierta con un trasatlántico de lujo lleno de mujeres semidesnudas, combinados de deliciosas frutas tropicales, música hawaiana y les traje de regreso a sus puestos en los mercados para que siguiesen haciendo felices a todos los niños. Allí se quedaron, y siguen estando, los lanzadores de salivazos a los que además... dejé sin olivas.



No está de más hacer una visita por el museo virtual de "Aceitunas la española". Una interesante visita desde los años 40 hasta la actualidad, y además muy divertida ;-)

Imágenes de esta entrada de procedencia desconocida (extraidas de internet).

NOTA: A día 25-7-2009. Esta historia pasa a formar parte del V certamen "Escribe tu hitoria" , iniciativa perteneciente al blog: "El Mosquitero". Ánimo y suerte a todos lo participantes ;-)

sábado, 18 de abril de 2009

Churro, Mediamanga, Mangotero

En quinto de E.G.B y con aproximadamente 10 años; al Boliche, al Hernandez, al Gijarro, al Pecas, al Niña (porque era un crío muy guapo), al Vallcanera y a mi, el Señor Villa nos llamaba “Los siete magníficos” ya que según él, teníamos la habilidad de desestabilizar una clase en menos de cinco minutos; y ésa era una verdad absoluta. Nos aburrían sobremanera sus clases y no soportábamos que nos hablase de historia con aquellas pocas ganas. Quién podía mostrar interés por cuanto nos contaba, cuando al propio Señor Villa parecía importarle más bien poco todo aquello? Digamos que no tenía un don especial para que sus clases fuesen amenas, no obstante era el rey de la “palmeta”.

palmeta
1. f. Dícese de la vara que usaban los maestros de escuela para golpear la palma de la mano a sus alumnos como castigo.♦ También se dice palmatoria.
2. Golpe dado con esta vara.

Ése fue el modo en el que el Señor Villa, alias “palmeta” se nos presentó el primer día de clase, leyendo esa definición de un diccionario y blandiendo su palmeta suavemente sobre nuestras cabezas mientras recorría las filas de pupitres arriba y abajo.

Los siete magníficos solíamos hacer fila delante del encerado mientras él se detenía en cada uno de nosotros e iba repartiendo estopa con su regla de madera. El resto de la clase encogían los hombros y fruncían los entrecejos como si aquellos palmetazos fuesen destinados a ellos mismos; nadie quería encontrarse en nuestro lugar. Las palmas de las manos o las puntas de los dedos sufrían el castigo, y por más que las restregásemos en las culeras de nuestros pantalones era imposible calmar el escozor de aquellos azotes. Yo me juraba para mis adentros portarme bien en lo sucesivo para no tener que pasar de nuevo por ese trance, pero a los cinco minutos... volvía a dar brincos por encima de las mesas y a “encestar” trozos de tiza desde la ventana de la clase en el interior de los cafés con leche que los obreros se desayunaban en la terraza de un bar que había justo debajo. “Indio” me llamaba el Señor Villa, ya que según decía, yo estaba poseído por el espíritu del indio Jerónimo.

Otra de las habilidades que teníamos los siete magníficos, era la de poner de moda diversos juegos para la hora del patio. No recuerdo quien de nosotros fue, pero un día, por iniciativa de alguno, empezamos a jugar al Churro, mediamanga, mangotero, Fue todo un descubrimiento ese juego y nos proporcionó unas horas de patio inolvidables.

Las reglas eran las de formar dos equipos de entre tres o cuatro componentes cada uno. Unos eran los saltadores, los otros los captores y siempre tenía que haber alguno que hiciese de madre y que apoyado contra una pared sostuviese con sus manos la cabeza del primer captor; de ése modo se evitaba que ésta se remostase contra la pared. Los captores se agachaban uno detrás de otro formando una fila cos sus cabezas metidas entre las piernas de quien tuviesen delante. Los saltadores iniciaban el juego saltando sobre ellos como si se tratase de saltar al potro, e intentando –en la medida de lo posible- destrozar la espalda del captor en cuestión para hundir la fila y vencer. Lo importante era que el saltador no cayese jamás, ya que sí una sola punta del pie tocaba el suelo, los saltadores perdían y se invertía el turno de equipos, y la verdad... ser captor era una absoluta jodienda. En el caso de que los captores soportasen los envites de todos los saltadores del equipo, entonces se establecía la pregunta del millón que determinaba si los captores seguían siéndolo, o sí en caso de acertar la respuesta, ganaban y pasaban a ser saltadores.

—Churro, mediamanga, mangotero. Adivinas lo que tengo en el puchero?

Ésa era la pregunta que realizaba el primer saltador que estaba más cerca de la madre. Mientras, colocaba su mano derecha sobre su muñeca izquierda (Churro), o sobre su antebrazo izquierdo (Mediamanga), o bien sobre su hombro izquierdo (Mangotero). El primero de los captores y soportando el peso de los saltadores que tuviese encima, era quien debía responder ante la permanente vigilancia del que hacía de madre para evitar que el saltador hiciese trampas, sí acertaba la respuesta se invertían las tornas, y así hasta que sonaba el tedioso timbre que anunciaba el fin del patio.

Había un montón de estrategias para hundir la fila de captores y tratar de ganar siempre el juego aunque fuese utilizando sucias artimañas, pero eso era lo suyo, cualquier cosa con tal de no ser captor. Una de las más habituales era ponerse de acuerdo para saltar todos sobre el mismo y a ser posible que ése fuese el más débil. El primer saltador se ocuparía luego de hacer la pregunta como si de un vinilo a 33 revoluciones por minuto se tratase, ganar tiempo y que el captor débil terminase hundiéndose a cualquier precio. Alguno de los captores gritaba “Va tú... dilo más deprisa que no aguantamos!”, y el saltador que preguntaba se entretenía discutiendo con él “Oye... que lo digo deprisa. Qué no lo ves?” Con lo cual... siempre era mejor tratar de aguantar como fuese y no decir nada, ni quejarse de la parsimonia del saltador que estuviese haciendo la pregunta.

Otra era la de compincharse con el que hacía de madre y que él, discretamente te chivase la respuesta. La cosa era fácil si conseguías su complicidad. La madre ponía sus manos sosteniendo la frente del primer captor de manera que sus dedos fuesen visibles para él y colocaba el dedo índice de su mano derecha sobre una de las falanges de su índice izquierdo, e indicando así, a escala, cual era la respuesta correcta, pero obviamente... eso tenía un precio.

El Boliche (del cual ya hablé en una entrada anterior) siempre hacía de madre. Sinceramente era una madre estupenda debido a que su mullidita barriga era ideal para soportar bien la cabeza del primer captor. Además, no era muy hábil saltando y se quejaba de dolores de espalda, pero le entusiasmaba el juego y hacer de madre le parecía requetebién.

En una ocasión le tanteé para ver qué tal. Le pregunté si estaría dispuesto a hacerles la pirula al Vallcanera, al Niña y al Hernández, para que el Guijarro, el Pecas y yo pudiésemos ganar siempre. Eso sucedió en un patio en el que yo estaba devorando un Bony de chocolate relleno de mermelada de fresa.

—Acepto sí cada día me traes algo para almorzar —Me respondió.

—Vale. Te traeré cada mañana un Bony. Hace? —Le propuse.

—Ni hablar! —y mientras miraba al cielo como pensando y se refrotaba la barbilla con sus rebotudos dedos, concluyó —Les hago la pirula si me traes un bocadillo de barra de cuarto de pan con tomate, jamón dulce y queso.

La tarde que le dije a mi madre que me preparase un bocadillo para almorzar al día siguiente, la pobre alucinó, pero más alucinó aún al ver que día tras día me llevaba esos enormes bocadillos a clase, “me los comía” y no engordaba un solo kilo. Incluso se planteó llevarme al médico para ver si tenía una solitaria o algo similar. Tuve que apresurarme en decirle que el motivo de mi falta de peso era que hacía mucho ejercicio... algo había que decir a pesar de que la mujer siempre tuvo la mosca detrás de la oreja.

El Boliche se zampaba mis bocadillos en un abrir y cerrar de ojos. Su estómago era como una especie de agujero negro sin fin, pero pese a ello, el resto de los siete magníficos estábamos impacientes en que terminase con su almuerzo para que nos hiciese de madre y empezar a jugar ya que el patio, por desgracia... no era eterno.

Una mañana, aún con la boca llena del último bocado de su/mí almuerzo, el Boliche se puso en posición. Nos tocó parar y cumplió bien con su misión de chivarme la respuesta con lo cual, el Guijarro, el Pecas y yo pasamos a ser saltadores. Era verano, hacía un calor de mil demonios, el sol pegaba de lleno en el patio y la chicharrina era considerable. A mí me tocaba saltar el primero, así que salté y me coloqué sobre el primer captor a escasos centímetros de la cara del Boliche. Me extrañó verlo ligeramente bizco, sus ojos describían círculos en el interior de sus órbitas y el color sonrosado de sus regordetas mejillas estaba tornándose de un verde cachumbo. Acto seguido soltó un poderoso eructo que me devolvió parte del aroma del bocadillo de jamón y queso que jamás llegué a almorzarme. Seguidamente... una arcada, y finalmente se despachó con un inmenso chorro de vómito que a los seis que nos encontrábamos en pleno juego, nos llenó los bolsillos de nuestras batas, los oídos, las bocas y cualquier parte susceptible de dar cabida a semejante vomitona. Algo exagerado y desmedido, antológico y digno de haber sido inmortalizado por alguna de esas cámaras tomavistas que tenían nuestros padres y que filmaban en 8 milímetros.

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Con las batas empapadas regresamos a clase y pasamos por la palmeta del Señor Villa... como casi cada día. No se nos permitió cambiarnos de ropa y hubo que soportar clase tras clase el vómito del Boliche sobre nuestros pequeños cuerpos. Alguno de nosotros pilló incluso un resfriado por culpa de aquello. En las escuelas de barrio sucedían cosas así. Los niños teníamos una crueldad infantil justificable, pero el sadismo de algunos profesores era digno de diván de psiquiatra.

Como bueno, me queda el recuerdo de lo mucho que disfrutamos jugando al Churro, mediamanga, mangotero; que por cierto, en Catalunya se llamó Cavall Fort antes de la dictadura, pero pasó a denominarse familiarmente “el Churro” tras el empeño que puso el señor Franco en prohibir hablar en Catalán.

Como malo, me queda la cosa esa de que hubiese podido ser de otro modo el detalle de compartir el bocadillo con mi querido amigo el Boliche. Y mira que los bocatas de mi madre, eran de buenos...

Créditos de las imágenes: 1, 2 y 3 de procedencia desconocida (encontradas en internet). Imagen 4 dibujo de humor gráfico de Sergi Càmara.

Satisfaction


De la década de los sesenta, de las esperanzas y del cinismo de esa generación, es de lo que Mick Jagger y Keith Richards (autores del tema) nos hablan en este indiscutible número uno (I Can't Get No) Satisfaction que fue grabado en Hollywood en 1965 por la banda inglesa de rock The Rolling Stones, y que salió a la venta como sencillo ese mismo año.

Satisfaction fue un enorme éxito. Algunos dicen que su riff es el más famoso de la historia del rock. Sea como fuere, con él los Rolling consiguieron su primer número uno en los Estados Unidos y en el Reino Unido estableciendo definitivamente a la banda dentro de la escena musical a nivel mundial.

viernes, 17 de abril de 2009

Milloncete AIRGAM Super Monstruos

Cuando me operaron de las amígdalas; hace muchos, muchos años... pasé tres o cuatro días en cama recuperándome, tomando calditos, zumos y algún que otro helado. Familiares y vecinos varios pasaban por mi habitación a visitarme, para ver cómo estaba “el nene”, y ya de paso, como si pagasen una especie de aduana por venir a verme... me traían juguetitos, cuentos y un montón de cosas más procedentes de los diferentes kioscos piperos del barrio. Los chavales de hoy en día no saben lo que se pierden con eso de que en la actualidad, rara vez, les operan de las amígdalas; vale que por otra parte se ahorran el pillar de vez en cuando unas faringitis de órdago, pero en su contra sufren sus buenas amigdalitis, y por el hecho de no tener que pasar por un post-operatorio... se quedan sin visitas y sin regalos. Claro que a los niños de hoy tampoco hace falta traerles nada; en caso de que se vean obligados a pasar una temporadita en cama se enchufan a su Play Station o a su Wii, y no hay crío que valga ni familiar que se atreva a ir a verlo... Total. Para qué? Es una generación de niños que viven conectados a sus videojuegos como si de aparatos de respiración asistida se tratase, y si les hablas o les preguntas qué tal se encuentran, no sólo no te responden sino que encima te dicen que les molestas.


De mi convalecencia post-operatoria/post-amigdalítica recuerdo que lo más parecido que me regalaron mis padres a un videojuego fue el Milloncete Airgam Super Monstruos. Recuerdan el eslogan del anuncio de televisión? “Milloncete... Vaya juguete!” Y menudo juguete era el milloncete. Para variar... no tenía microchips, ni lucecitas, ni emitía más sonidos que el golpear de las bolas contra los rudimentarios timbres estratégicamente situados en la zona de juego. En pocos juguetes la sencillez y la simplicidad se hallaba dispuesta de manera más inteligente para aprovechar los limitados medios y conseguir espectaculares resultados.


Mi padre entró en mi habitación y me dio un blister que contenía cinco canicas. “Cinco canicas?” pensé yo. A pesar de ser un niño de barrio y de aprender un montón de palabras soeces en la calle, pudo más la buena educación que me dieron mis progenitores, así que miré a mi padre con una forzada sonrisa y con tremendas dificultades en el habla, esbocé un “gra-ci-as...”. Unas ganas tremendas de sacar las canicas del blister y hacérselas comer a mi padre recorrieron mis tripas. Acaso estaba uno convaleciente para eso? Para una mierda de blister con cinco canicas? Sin duda pasarían al frasco de cristal con las otras 725.850 canicas que ya habían en él, me gustaban las canicas, pero... no llevaba todo el día esperando a que mis padres regresasen del trabajo para... cinco míseras canicas!


Breves instantes después entró mi madre con una caja bastante grande. Mi padre se partía de risa. Maldita la gracia que me hacía a mi su regalo! Abrí la caja que me dio mi madre y allí estaba: El Milloncete Airgam Super Monstruos! Enseguida lo saqué, lo puse sobre mi regazo y me dispuse a jugar con él, pero... Y las bolas?

En condiciones normales mi agilidad mental es algo más eficaz, pero recién operado... El caso es que no caí en la cuenta de que las “canicas” eran las “bolas” hasta que, de nuevo, mi padre me las puso delante de las narices; graciosillo el tipo.

Total que los niños de hoy se convierten en seres en estado vegetativo delante de sus videojuegos y de sus consolas, pero... nada comparado a lo anonadado que estuve yo durante mis días de cama y con mi Milloncete Airgam. Dejé de contestar a los familiares que venían a visitarme y a preguntarme qué tal estaba, y ante cualquier insistencia por parte de ellos, les decía que me molestaban.

Es que hay que reconocer que a veces, las visitas tienen muy poca consideración con el pobre enfermo.


La casa AIRGAM fue creada por los hermanos Josep i Jordi Magrià i Deulofeu. Entre algunas de sus magistrales creaciones podemos encontrar el Electro L, los Airgam Boys y como no... los milloncetes de los cuales llegaron a fabricarse una docena de variedades distintas entre los cuales se encontraban: el milloncete piratas, el de Blancanieves, el fubolcete, el Canadá y el monstruos. Algunos de ellos llegaron a fabricarse en tres tamaños distintos.

Como curiosidad, cabe decir que el nombre de AIRGAM es el apellido de sus creadores, pero al revés MAGRIÀ.

Fotografías realizadas por el Kioskero del Antifaz de un milloncete AIRGAM Super Monstruos que compré en els Encants Vells de Barcelona. Un auténtico reencuentro con uno de mis juguetes preferidos.

martes, 14 de abril de 2009

El juego de la Oca de juguetes Marigó

Una noche mi mujer y yo fuimos a cenar a casa de un matrimonio, que además de buenos amigos nuestros, eran compañeros de trabajo. Lo cierto es que prácticamente vivíamos todos juntos ya que pasábamos alrededor de doce horas diarias en el trabajo. Hacer dibujos animados nunca fue fácil, ganarse la vida con ello era complicado, y hubiese sido imposible permanecer juntos codo con codo durante casi veinte años de no llevarnos francamente muy bien.

Meritxell, era la esposa de mi compañero y a la vez compañera mía... escasamente a dos mesas de distancia veía como se dejaba las pestañas bajo el flexo de la mesa de dibujo y garabateaba con aquel talento genético heredado de su padre que también había sido dibujante y que recientemente se encontraba jubilado un poco por la fuerza, haciendo trabajos esporádicos y cobrando una justita pensión. Al padre de Meritxell le pilló una mala época en la que era necesario reciclarse, dejar de lado las técnicas clásicas y lanzarse de lleno al mundo de los ordenadores debido a que los dibujantes jóvenes subían con fuerza, dedicaban menos horas a la elaboración de un proyecto y encima ajustaban los precios ya que erróneamente, creían que el ordenador les hacía parte del trabajo. Ésa vorágine tecnológica sorprendió al padre de Metitxell un poco a traspiés, con cerca de sesenta años, con demasiadas horas entre sus acrílicos, sus témperas y sus pinceles y algo cansado de hacer ricos a unos cuantos fabricantes y editores a través de trabajos por los cuales nunca percibió derechos de autor. Cierto es que se ganó bien la vida, pero a pesar de tantísimas horas, de tanta dedicación y de tanto talento demostrado en todo tipo de trabajos, tomó la decisión de que ya estaba algo mayor para reciclarse, para empezar de nuevo, y total, para conseguir... Qué?

Hay guerras a las que uno se enfrenta por poder, por dinero, o por gloria. El padre de Meritxell nunca luchó por el poder. Para qué lo hubiese querido? Tampoco luchó por el dinero, más que por el justo y necesario para poder seguir con su trabajo, con lo que le gustaba hacer y para que no le faltase de nada a los suyos. Yo creo que luchaba un poco por la gloria que otorga el hecho de que después de nosotros y de nuestra corta permanencia sobre el planeta tierra, quedase algo de él para que las generaciones venideras guardasen un poquito de su paso por el mundo y le recordasen por ello. De algún modo, cualquiera que se desenvuelve en una tarea artística o que pueda tener alguna repercusión mediática, aunque sea mínima, lo que busca, a fin de cuentas, es su propia inmortalidad.

Aquella cena que compartimos los cuatro, no era más que una de las muchas cenas que habíamos compartido, en su casa, en la nuestra o en algún fin de semana o viaje que habíamos realizado juntos. Una cena en la que ya estábamos acostumbrados a olores, a sabores, a conversaciones y a momentos de auténtica hilaridad debido a que cuando cuatro dibujantes se encuentran y comparten largas horas, los temperamentos creativos se hacen los dueños de los diferentes momentos y se puede llegar a la catarsis más absoluta en la que las risas terminan envolviendo cada instante y convirtiéndolo en algo realmente único.

Tras haber terminado con las bromas, con las anécdotas, con la comida, los vinos y licores, decidimos hacer algo “diferente” para variar. Curiosamente, y después de tantos años, lo que jamás habíamos hecho había sido jugar a nada juntos; nunca habíamos echado un parchís por parejas, ni jugado a la oca, ni a las cartas... ignoro por qué razón , pero esa noche nos dimos cuenta de ello y decidimos comprobar que tal se nos daba eso de echar una partidita a algo.

Meritxell se levantó de la mesa, se dirigió a la habitación y depositó frente a nosotros un tablero de “el juego de la oca”, el típico tablero de la oca setentero con el que hemos jugado absolutamente todos los de la cosecha de mediados de los sesenta. Ese que por debajo llevaba un parchís y que por mil razones distintas pocos han tenido la fortuna de conservar. Meritxell lo conservaba en un estado perfecto, inmaculado e impoluto.

Mi mujer y yo, como si fuésemos dos niños que habían encontrado una llave que abría una puerta en el tiempo exclamamos a la vez:

—OH!... La oca... La misma que tenía de pequeñ@!... La de toda la vida!

La recorrimos impacientes con nuestro ojos deslizando nuestra mirada por todas y cada una de sus casillas y recordando las sensaciones que nos provocaban en nuestra infancia.

—Mira, mira... la muerte. Esa calavera me había dado siempre un miedo bestial!

—Y el jardín de la casilla 63? Sabéis que es el parque de la Ciutadella de Barcelona?

Meritxell nos miraba con una expresión algo extrañada.

—Pero tía! Sabes que tienes un tesoro? —Le dije como tratando de que se diese cuenta del motivo de nuestro momento de euforia.

—No sé... es que para mí es muy como de casa —Respondió ella, y casi con la misma naturalidad dijo .—Lo dibujó mi padre.

Casi veinte años de amistad, de compartir más de doce horas diarias de compañía y de trabajo, fines de semana y viajes juntos... y mi mujer y yo acabábamos de enterarnos que uno de los juguetes con los que ambos crecimos y delante del que pasamos largas horas y tardes de domingo enteras, lo había hecho, sin ir más lejos, Pere Massana, el padre de Meritxell. Para mí, eso fue algo así como encontrarme a un grado de separación de un Rey Mago. No sabía si lanzarme a los brazos de Meritxell y romper a llorar por el repentino momento de nostalgia que me había dado, o si agarrarla del cuello y zarandearla hasta la estrangulación por no haberme dicho antes, en veinte años, que su padre era el autor de los dibujos de “el juego de la Oca”... el de toda la vida!

Meritxell nos contó, además, que su padre fue el dibujante de numerosos blisters y cajas de juguetes que se realizaron durante las décadas de los sesenta y de los setenta, y que sin duda, serán motivo de una nueva entrada en este blog. Concretamente "el juego de la oca" sigue siendo reproducido por la casa que hace más de cuarenta años se lo encargó, juguetes Marigó y en diferentes fomatos: tablero de mesa, oca magnética, etc.

Actualmente el señor Pere Massana es un hombre humilde que disfruta de leer su periódico cada día, eso si, con algo de dificultad ya que arrastra desde hace un tiempo problemas de visión. No obstante, ello no le impide seguir gozando de la compañía de su esposa, de sus hijos y de la de sus nietos. Yo no sé si él lo sabe, probablemente no ya que hay cosas en esta vida que el propio implicado es el último en saberlas, pero... el señor Pere Massana es uno de esos inmortales; lo es para mi mujer y para mí, lo es para sus nietos y para mis hijos que disfrutan del juego desde el día que conseguí hacerme con uno de ellos en todocoleccion, y espero y deseo, que a partir de esta entrada, lo sea también para todos aquellos que la lean, que recuerden lo bien que lo pasaron con el juego de la oca de los setenta y que a partir de ahora sabrán que su autor, fue Pere Massana, un dibujante inmortal.

Las fotografías de esta entrada pertenecen a "el juego de la Oca" dibujado por Pere Massana para juguetes Marigó. Han sido realizadas por mí del tablero de mi colección particular.

domingo, 12 de abril de 2009

Álbum de fotos

A los que les apetezca pueden darse una vuelta por la parte derecha de este blog.

He actualizado el álbum con nuevas fotos y mucho me temo que esto irá creciendo ya que el jueves, mi mujer, mis hijos y yo fuimos a comer a casa de mis padres y les hice desempolvar los viejos álbumes familiares. Sabía que habrían por ahí un montón de fotografías de mi infancia y efectivamente, así fue, encontramos fotos a manos llenas y disfrutamos de una divertida tarde rememorando instantes que sólo pueden perdurar en la memoria gracias a un documento gráfico como es una fotografía.

La pretensión de este álbum no es ni mucho menos autobiográfica, a pesar de que son mis fotografías, mis primeras vivencias y mis recuerdos los que se muestran en él. La verdadera intención es la de seleccionar una serie de imágenes con las que nos podamos sentir identificados una gran mayoría, ya que quien más y quien menos tuvimos infancias relativamente similares.


El próximo domingo iremos a comer a casa de mis suegros y estoy barruntando la idea de chafardear entre sus álbumes y en rescatar imágenes pertenecientes a la infancia de mi mujer. No lo he consultado aún con ella y es posible que cuando lea esta entrada me de con algo en la cabeza debido a que es muy reservada con su intimidad. No obstante, su infancia también fue muy similar a la de la gran mayoría de niñas de la época y estaría muy bien (creo) poder mostrar a través de sus fotografías, la otra parte que por razones obvias, yo no puedo mostrar con las mías.

Espero que esta pequeña ventana abierta al pasado les agrade, que se transporten a gusto en el viaje a través del tiempo y que por encima de todo lo sientan como suyo.

sábado, 11 de abril de 2009

Barry McGuire, "Eve of destruction"

Barry McGuire ya decía que estábamos en vísperas de la destrucción en el 1965 cuando grabó “Eve of destruction” en el que fue su segundo álbum en solitario. Siguió con sus argumentos pacifistas hasta terminada la década de los 60 e insistió en ellos hasta que a mediados de los 70, y harto de alzar su voz por el mundo de la música folk, se presentaba ante el público como intérprete de música Gospel cristiana.

Personalmente considero que la guerra, la muerte y la destrucción forman parte de un todo en el que conjuntamente conviven también un montón de cosas quizá más poéticas, quizá menos controvertidas y algo más libres de polémica, pero que juntas, constituyen este amplio espectro en el que nos desenvolvemos con mayor o menor fortuna y que no es más, en definitiva, que a lo que denominamos... vida.

Siempre he preferido a los pacíficos antes que a los pacifistas, no obstante, Barry McGuire, pese a lo pacifista de su mensaje, consiguió un rotundo y merecido éxito con este tema que si existe, es porque el ser humano no sabe dónde buscar la paz, o quizá porque lo “horrible” es lo que le da sentido y razón de ser a lo “bello”, aunque sólo sea por contraste.


jueves, 9 de abril de 2009

Las Canicas


Quién no ha jugado de pequeño a las canicas? Qué niño o niña no ha abrazado una canica con su dedo índice y con el pulgar dispuesto para soltarle un buen golpe con el fin de tocar la canica del contrario? Es una imagen poco habitual quizá en los parques o patios de colegio actuales, pero... En nuestra infancia? Llevar los bolsillos llenos de canicas de todo tipo era “lo normal”.

El juego, con algunas variantes, ha sido más o menos siempre el mismo: se trata de hacer un pequeño agujero en el suelo al cual se denomina gua. En un extremo opuesto al gua se situan los jugadores, cada uno con sus canicas preferidas y dispuestos a conseguir las canicas del contrario completando el circuito que consiste en conseguir, de una sola tanda de tiradas las siguientes metas: chiva (el jugador en turno debe golpear con su canica la canica del contrario), pie bueno (nuevamente debe golpear la canica contraria, pero al golpearse ambas bolas es necesario que la distancia que quede entre las dos sea suficiente para dar cabida a un pie), tute, retute, matute (conseguir en tres tiros, tres impactos consecutivos en la canica del contrario e ir aproximándola al gua), y finalmente gua (si el jugador en turno consigue colar su canica dentro del gua, salva su bola y se queda la de su adversario). En el caso de que el jugador en turno falle alguno de sus lanzamientos no logrando impactar con su canica a la contraria, el turno pasa a ser de su rival.

En este año 2009, concretamente el día 11 de marzo, el Instituto nacional de Consumo, prohibió la importación de unos lotes de canicas de la marca YONCHEN por no especificar en la etiqueta del blister del peligro que conllevan ante la posibilidad de ser tragadas y provocar asfixia, el texto concreto de la naturaleza del riesgo es el siguiente: “Asfixia. El símbolo de limitación de edad y las advertencias requeridas no son correctas. No advierte del riesgo asociado al juguete”.

Como éste, no son pocos los juguetes a los que se les prohíbe la entrada en nuestro país o que sufren una inmovilización cautelar en espera de una decisión definitiva: peluches, máscaras de carnaval, patitos de goma, juegos con imanes, etc, etc.

Creo que es necesario tomar medidas en muchas ocasiones; del mismo modo creo, que a veces, se extreman las medidas hasta cotas que rozan lo ridículo y lo absurdo.

En los años 60 y 70, al parecer, estuvimos rodeados de serios peligros ya que no había advertencia alguna en los blisters o cajas de nuestros juguetes. En ocasiones, no aparecía ni el nombre ni el lugar de contacto con el fabricante e ignorábamos si los juguetes de plástico con los que jugábamos contenían productos tóxicos peligrosos para nuestra salud.

Las canicas se conocen desde el Antiguo Egipto y hay estudios que aseguran que incluso poblaciones más primitivas ya jugaban con almendras o huesos de oliva. Las canicas se hicieron enormemente populares en Roma hasta el punto de llegar a realizarse torneos, y es que cuando no habían suficientes esclavos para dar de comer a los leones... había que entretenerse con algo.

En el supuesto de que no se fabricasen canicas en España y de que se prohibiese la importación de canicas del resto del mundo por no llevar sus etiquetas debidamente cumplimentadas... Deberían poner esa advertencia también en los huesos de oliva por esa costumbre natural del ser humano a no querer renunciar a aquello que le proporciona divertimento o placer?

Como siempre, la medida justa quizá se encuentra en un término medio.

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Créditos de las imágenes: Fotografías 1 y 2 de procedencia desconocida (encontradas en internet). Imagen 3 perteneciente a un cuadro de Antonio López Torres. Imagen 4 dibujo de humor gráfico de Sergi Càmara.

lunes, 6 de abril de 2009

YO-YO Russell Super

Los yo-yos que siempre había tenido eran de los barateros; los típicos de color azul o verde con el aro exterior en blanco, pero vaya... eran yo-yos con los que ni se podía hacer “el dormilón”, ni “el perrito” ni nada. Los buenos, los que molaban, se escapaban de mis posibilidades monetarias, así que aprendí a utilizar yo-yos malos hasta que un día cayó en mis manos uno de esos que regalaban con los pastelitos BIMBO y que era ni más ni menos que el “Auténtico MASTER SPECIAL”. Con ese yo-yo ya me convertí en todo un experto y dominé la técnica del dormilón, el perrito, el columpio, el trapecista, etc, hasta el punto de que en el patio de colegio hacían un corro entre compañeros para verme hacer virguerías.

Ese corro estaba compuesto más o menos por los mismos de siempre; un grupito de adeptos que mientras se almorzaban sus bocadillos de NOCILLA, o su pan con chocolate, observaban atentamente mis evoluciones yoyísticas. De vez en cuando cometía algún fallo, el yo-yo quedaba ligeramente enredado, se me escapaba por entre los dedos o sucedía algo anormal. Yo oía como un murmullo al unísono en el que todos hacían una especie de “Uuuuiiiiii....” muy bajito, como un ligero susurro que se prolongaba hasta que recuperaba el control y compensaba el error con un más difícil todavía.

También en ese corro faltaban siempre los mismos y a decir verdad no me importaban las ausencias, al contrario, lo que verdaderamente me extrañaba era que un puñado de preadolescentes ocupasen cinco minutos de su tiempo viendo como otro preadolescente hacía funcionar su yo-yo. No obstante, sí que me hubiese gustado contar en el corro de habituales con la presencia de Helena, sólo que Helena era la típica chica perfecta que estaba por encima del bien y del mal, por encima de mi yo-yo, y lo que más me dolía... muy por encima de mí. A ella, mi yo-yo y yo le importábamos un soberano rábano, jamás una chica como ella, casi etérea, hubiese sido una de esas cabezas que de entre medio de un corro, trataba de evitar las cabezas que tenía delante para no perder un detalle de mis cabriolas. Jodido el tema, y más teniendo en cuenta que quizá, si algún día me convertí en un experto del yo-yo, tal vez fue por tratar de llamar de algún modo su atención... dudo que fuese por otra cosa.



Helena se situaba siempre en la otra punta del patio acompañada por su grupito de amigas íntimas. Alguno de mis errores en mis trucos yoyeros fueron causados por mis despistes y por estar más pendiente de qué hacía Helena, de sí por casualidad me miraba furtivamente por el rabillo del ojo, cosa que jamás sucedía ni por la más mínima casualidad. Cuando la brisa levantaba la negra cabellera de Helena y dejaba al descubierto su esbelto cuello, mi triple mortal en el aire fracasaba y seguidamente, el coro de incondicionales dejaba oír, como si se tratase de una especie de mantra su bien aprendido “Uuuuiiiii...”

A la salida del cole, y de camino a casa, siempre me paraba un ratito delante del kiosco del señor Sánchez y contemplaba durante unos instantes el yo-yo RUSSELL SUPER que tenía protegido bajo un pequeño mostrador de cristal. No recuerdo el precio, pero peseta a peseta, duro a duro, cada día ahorraba un poco hasta que llegase el momento en que pudiese comprármelo. Sí con el de la BIMBO era un experto, con el RUSSELL SUPER sería el auténtico amo.

Justo en la esquina entre las calles Poeta Cabanyes y Elkano, cerca de mi casa, me encontraba cada día con el Juan Manuel y su banda; cuatro pendencieros con los que me tropezaba a diario, que en teoría iban a mi clase, pero a los que se les veía muy poco el pelo ya que las clases las pasaban en la bolera y en las máquinas recreativas. El Juan Manuel, sin tener la menor relación conmigo, me había respetado siempre. Era el típico que de un modo constante se metía con alguien para demostrarles a sus secuaces que era el gallo del corral. Buscaba de entre todos a los más débiles para colgarse algún que otro triunfo o mérito extraño, les desafiaba, y cuando sus “victimas” se hacían los huidizos, o trataban de escabullirse de sus humillaciones, entonces él se mofaba e incluso podía llegar a ser agresivo si así se lo demandaban los tres anormales que siempre le acompañaban. El Juan Manuel, cuando me veía se limitaba a saludarme y yo le devolvía el saludo. Ninguno de los dos ponía mucha efusividad en ello, era un puro formulismo, pero es que entre el Juan Manuel y yo no había absolutamente nada más.



Una mañana, con lo que mi madre me dio para comprar mi almuerzo y con las pesetillas de las vueltas que me sobraban, ya tenía reunida la cantidad necesaria de dinero para conseguir mi yo-yo RUSSELL SUPER. Las clases pasaron lentas, se hicieron terriblemente largas, Helena pasó como siempre de mí, pero me dolió menos que otros días. En el patio, pensando en mi nuevo yo-yo, deleité como nunca a mis fans e incluso me atreví a probar por primera vez algún truco nuevo y con el que conseguí un rotundo éxito.

El timbre que anunciaba el final de la última clase no había terminado de sonar que yo ya estaba en la calle, y corriendo me dirigí hacia el kiosco del señor Sánchez para comprar mi yo-yo.

—Por fin. Eh? —Me dijo mientras que delicadamente abría la tapa de cristal del pequeño mostrador, cogía el yo-yo entre sus manos y me lo entregaba junto con una bolsa de tres cuerdas de recambio.

—No me llega para las cuerdas señor Sánchez. Quiero sólo el yo-yo.

—Las cuerdas son un regalo —Añadió, mientras que con un gesto de su mano que sostenía el conjunto me insistía en que lo aceptase.

Tuve la sensación de que ese momento de felicidad para mí, el señor Sánchez lo compartió conmigo. En sus ojos percibí un brillo de complicidad que creó un vínculo eterno entre él y yo.



Ensimismado con el yo-yo y el generoso obsequio, me acerqué a la esquina de las calles Poeta Cabanyes con Elkano. El Juan Manuel me saludó, le saludé y a los pocos pasos en mi camino en dirección a casa sentí un terrible golpe en mi nuca que por un momento me nubló los ojos y me lo hizo ver todo blanco; como si se tratase de un flash o algo similar. Me giré frotando mi nuca con mi mano tratando de mitigar el ardor de semejante colleja, y allí, en pie, frente a mí, me encontré con el Juan Manuel carcajeándose, mirando de soslayo a sus anormales que se carcajeaban también ante la machada que su jefe se había marcado tocando a quien hasta entonces había sido un intocable.

Me faltó capacidad de reacción, no supe en absoluto que hacer. Jamás, en mis 13 años había tenido el menor altercado ni roce con nadie. No encontraba explicación alguna a semejante despropósito, de modo que reemprendí mi camino a casa tratando de tragar una lágrimas que se amontonaban y que luchaban lo indecible por terminar deslizándose por mis enrojecidas mejillas. Mientras, a lo lejos, tras de mí, seguía oyendo las carcajadas del gallinero que me quemaban y me escocían aún más que la colleja que me propinó el Juan Manuel.


No era un buen día para estrenar mi RUSSELL SUPER, no estaba de humor, así que lo dejé sobre uno de los estantes del armario de mi habitación. Por la noche me costó conciliar el sueño dándole vueltas a la posibilidad de que a partir de ese momento yo podía llegar a convertirme en una nueva víctima del Juan Manuel y en uno de sus blancos sobre los cuales desparramaría su agresividad cuando que le viniese en gana. No soportaba esa idea y cada vez que pensaba en ello, me ardía más y más la nuca.

A la mañana siguiente, la señorita Isabel creó grupos de alumnos para que realizásemos un trabajo de matemáticas. Los apellidos, la lista y el orden alfabético se confabularon para que tres de mis adeptos yoyeros, Helena y yo estuviésemos en el mismo grupo. Se suponía que algo así debía hacerme feliz, en poco tiempo había conseguido mi yo-yo y la posibilidad de un acercamiento con Helena por el hecho de que teníamos algo que hacer en común. Me hacía feliz, sin duda, pero me seguía quemando la jodida colleja.

Al terminar las clases por la tarde, el grupo capitaneado por Helena que inmediatamente se hizo la líder natural, decidimos reunirnos en mi casa ya que era la más cercana a la escuela. Allí podríamos establecer una previa planificación para hacer el trabajo que al parecer, era decisivo para conseguir el graduado escolar.

El trayecto con mis tres adeptos y Helena (reconozco) que se me hizo algo vergonzoso. Yo trataba de estar a la altura de Helena, pero mis tres compañeros hablaban conmigo de lo que normalmente hablábamos siempre que estábamos juntos. Hasta ése día me habían parecido conversaciones apasionantes en torno a que si al Madelman negro le arrancabas el gorro de plástico rojo que llevaba encolado en la cabeza, molaba mucho, ya que siempre quedaba algo de rojo pegado en torno a su cabeza y parecía que alguien le hubiese soltado un hachazo en una pelea. Yo trataba de quedar bien con mis amigos, pero eso era imposible viendo como Helena bostezaba y nos ignoraba completamente ante conversación tan infantil. Se me amontonaba el trabajo intentando quedar como un hombre restándole importancia a las conversaciones, y a la vez, no perdiendo detalle y pensando en probar qué tal sería eso de arrancarle el gorro a ese Madelman. Sin darme cuenta y en lo que había durado ese paseo de camino a casa, el grupo de matemáticos en busca del graduado escolar, nos encontramos en el cruce fatal; en la esquina de Poeta Cabanyes con Elkano, y allí, como de costumbre... el Juan Manuel y sus inseparables minusválidos mentales estaban al acecho.

De lejos ya vi como el Juan Manuel sonreía socarronamente y se erguía esperando mi llegada. Escupió en la palma de su mano y la refrotó sobre el muslo de su pantalón tejano en actitud de estar cociendo una nueva colleja para mí. Yo aceleré mi paso en dirección a él dejando algo atrás al grupo. Ignoro que habría en mi mirada, pero el Juan Manuel dejó de sonreír. Sin ser apenas consciente de mis actos me hallaba a escasa distancia del Juan Manuel y mi puño derecho inició una trayectoria que finalizó justo en el centro de su cara. Sentí como entre mis nudillos un montón de huesecillos de su nariz se hacían literalmente polvo y vi claramente como el Juan Manuel caía de espaldas contra el suelo mientras que en su trayectoria, nos mantenía unidos un hilillo de sangre que finalmente se rompió en el momento en el que él quedó tendido todo lo largo que era.

Lo lógico hubiese sido salir zumbando, pero algo me mantuvo allí, de pie, junto al cuerpo de Juan Manuel que echándose la mano a la cara se revolcaba sobre el suelo.

Mis tres adeptos entonaron el mantra “Uuuuuiiii....”

Los tres anormales que acompañaban a el Juan Manuel no entonaron nada, enmudecieron y palidecieron.

Helena me miraba con una pizca de interés. La brisa levantó su cabellera negra y me dejó ver de nuevo su esbelto cuello. El momento fue sublime.

Me acerqué a el Juan Manuel, hinqué una rodilla en tierra y recuerdo que le dije algo similar a esto:

—Juan Manuel, tío... a partir de ahora nos saludamos como siempre, pero si me vuelves a tocar... te mato.

El Juan Manuel decía que si pero su voz no se dejaba escuchar debido a que apretaba su nariz con sus manos. Con su cabeza asentía insistentemente como para darme a entender que aceptaba el trato.

Me despedí de los tres cortos de mollera que a la vez se despidieron de todos nosotros dedicándonos una de sus mejores sonrisas. El grupo de futuros graduados y yo proseguimos el camino a mi casa y Helena, de golpe, no sólo olvidó sus bostezos, sino que además, andaba deseosa de participar en lo poco más que duró nuestra conversación.

Desconozco que sentía el Juan Manuel al humillar a los pobres que pasaban por sus manos. Quiero imaginar que lo hacía por vencer algún complejo, que era algo superior a él, pero que en realidad no se enorgullecía de ello. Yo al menos, no me alegré en absoluto de ese momento. Una vez pasada la excitación inicial y el subidón de adrenalina, me dio incluso pena por él y algunos días de los que seguí pasando por su lado, estuve a punto hasta de pedirle disculpas. Imagino que no lo hice ya que intuía que con tipos como él no se podía mostrar fragilidad alguna.

Paradójicamente, un yo-yo es un objeto al que puedes alejar de ti y que rompiendo cualquier ley natural e incluso la propia fuerza de la gravedad vuelve de nuevo a tu mano. Pero ese día de la colleja y su consecuencia del día después, alejó de mí parte de mi infancia y eso... no hay ley que te lo devuelva. En ese hilo de sangre que se rompió entre el Juan Manuel y yo, se rompió también una parte del crío que hablaba de Madelmanes con sus amigos.

En lo referente a Helena... jamás volví a fijarme en si la brisa dejaba al descubierto su esbelto cuello y lanzaba al aire su negra cabellera.

Los yo-yos que ilustran esta entrada corresponden a mi colección particular.