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sábado, 27 de marzo de 2010

Mini-Teatro AIRGAM

Desde los tiempos de los Ditirambos en los que se escenificaba las vidas de los dioses del Olimpo hasta el teatro más vanguardista, han pasado un puñado de siglos, y con ellos, han llegado hasta nosotros innumerables modos de ocio, expresión y comunicación. Pese a todo, el teatro sigue ahí contra viento y marea y sobreviviendo ante cualquier nuevo sistema por más multimedia, interactivo, o 3D que sea. El motivo más probable que explique semejante capacidad de supervivencia quizá sea el hecho de que no hay nada que pueda igualarse a una puesta en escena en vivo, en directo, plagada de gestos, escenografías y dicciones que nos llegan hasta el alma y que nos permite escuchar la más sutil respiración de los actores, e incluso... oler el perfume de las actrices.

Si Esquilo o Sófocles hubiesen tenido la oportunidad de ver un pequeño teatro como el que fabricó la casa AIRGAM a principios de los años 70, no hubiesen dudado ni un segundo en hacerse con uno de ellos, colocarlo junto a su mesa de trabajo y dejarse llevar por su magia para escribir sus más inspiradas composiciones dramáticas.

Yo no me pude resistir a él cuando lo vi entre los muchos objetos que tenía atesorados –con gran celo- una coleccionista de Barcelona. El corazón se me quedó hecho un puño; algo que no debería sucederle a alguien que se precia de dominar sus emociones y de no dejarse llevar por los impulsos, pero no es cierto... no siempre uno lo controla todo si es que en realidad alguien es capaz... de controlar nada.

Le pregunté si el Mini-Teatro de AIRGAM estaba en venta, pero no... no lo estaba. A partir de ahí urdí los más inconfesables planes para hacerme con él. Ante mi insistencia por conseguir el objeto y su mezquina obstinación por no querer soltarlo, llegué incluso a plantearme la posibilidad de robárselo, de quitarle la vida o de prenderle fuego a su colección, ya que ese teatro, o era mío... o no era de nadie. No era poco el tiempo que yo andaba tras él y por fin lo había encontrado, pero por desgracia, se hallaba en manos de alguien que no pensaba dejarlo escapar bajo ninguna circunstancia.

Respiré profundamente... creo que tres veces. Hay quien dice que las técnicas de respiración no fallan. La verdad es que no me han hecho falta casi nunca, pero las pocas veces que he recurrido a ellas... no me han funcionado. Simplemente; algo físico, material o en concepto que yo quiero y que está frente a mi... debe terminar siendo mío tarde o temprano como si se tratase de alguna ley escrita. No en vano nací guerrero, luchador y convencido de que en el amor y en la guerra... todo vale, y esa... iba a ser una guerra.


La coleccionista –a la vez amiga-, continuó mostrándome más objetos de su magnífica colección, pero ya todo me daba igual. Nada era, ni de lejos, semejante a aquella joya que ya se me había metido entre ceja y ceja. Ni tan siquiera el verla a ella tan ilusionada por mi visita me disuadía de mi intención de no marchar de allí sin ese teatro.

Para mi sorpresa, se giró hacia mi clavando sus pupilas azules sobre mis pupilas... marrones en invierno y verdes en verano (es una simple cualidad), y me dijo:

—Tanto te gusta ese teatro?

—Tanto no... más —le respondí.

Me lanzó una de esas miradas a las que yo llamo... “de dar esperanzas”, y acto seguido miró a su teatro al fondo de la estantería... como despidiéndose de él.

—Anda... llévatelo antes de que me arrepienta —me lo espetó así... sin anestesia ni nada.

—Pero qué dices?... Te has vuelto loca? —le pregunté.

—Que te lo lleves te digo! —insistió.

A decir verdad me compadecí. Estuve a un “tris” de rechazarle el regalo, pero en esas pupilas azules que continuaban clavadas sobre las mías cambiantes según la temperatura ambiental, vi un verdadero deseo de que me quedase con ese teatro. Y es que hay veces en las que por más que uno quiera esforzarse en saber qué hay detrás de la mirada de una mujer, nunca se llega a entender cuales son sus verdaderos significados.

Salí de su casa con el teatro en mis manos, con una sonrisa de desconcierto y con un agujero en el estómago provocado por una extraña desazón. Una curiosa mezcla de agradecimiento infinito hacia ella y de desconsideración por mi parte. No sé... quizá, aún y que insistió e insistió... no debí llevármelo.

Pasaron un par de semanas y recibí en mi estudio su visita. Comimos, paseamos y regresamos de nuevo al estudio para que ella pudiese contemplar con calma mi colección. Sus pupilas azules rastrearon minuciosamente mis objetos derramando cariño, admiración y nostalgia sobre cada una de las piezas. Miró también el que había sido su teatro y me hizo una advertencia al respecto:

—Cuídalo bien. Eh?

Le hice saber que a cambio de su regalo, podía escoger lo que quisiese de mi colección y que yo se lo ofrecía con gusto.

Sonriendo me miró, se despidió de mi, pero... no me pidió nada.

Me quedé en mi estudio con una sonrisa de desconcierto y con un agujero en el estómago, de nuevo provocado por una extraña desazón y una curiosa mezcla de agradecimiento infinito hacia ella... y de desconsideración por mi parte.

Hoy, 27 de Marzo y día del teatro, esta entrada va dedicada al arte escénico, a los actores, actrices, dramaturgos... a todos cuantos hacen posible esta magia, pero en especial va dedicada a ti. Gracias Mayka ;-)

Créditos de las imágenes: 1,3 y 4) Mini-Teatro AIRGAM. Colección particular. 2) Anuncio en el ABC de almacenes SEARS 1971.

viernes, 17 de abril de 2009

Milloncete AIRGAM Super Monstruos

Cuando me operaron de las amígdalas; hace muchos, muchos años... pasé tres o cuatro días en cama recuperándome, tomando calditos, zumos y algún que otro helado. Familiares y vecinos varios pasaban por mi habitación a visitarme, para ver cómo estaba “el nene”, y ya de paso, como si pagasen una especie de aduana por venir a verme... me traían juguetitos, cuentos y un montón de cosas más procedentes de los diferentes kioscos piperos del barrio. Los chavales de hoy en día no saben lo que se pierden con eso de que en la actualidad, rara vez, les operan de las amígdalas; vale que por otra parte se ahorran el pillar de vez en cuando unas faringitis de órdago, pero en su contra sufren sus buenas amigdalitis, y por el hecho de no tener que pasar por un post-operatorio... se quedan sin visitas y sin regalos. Claro que a los niños de hoy tampoco hace falta traerles nada; en caso de que se vean obligados a pasar una temporadita en cama se enchufan a su Play Station o a su Wii, y no hay crío que valga ni familiar que se atreva a ir a verlo... Total. Para qué? Es una generación de niños que viven conectados a sus videojuegos como si de aparatos de respiración asistida se tratase, y si les hablas o les preguntas qué tal se encuentran, no sólo no te responden sino que encima te dicen que les molestas.


De mi convalecencia post-operatoria/post-amigdalítica recuerdo que lo más parecido que me regalaron mis padres a un videojuego fue el Milloncete Airgam Super Monstruos. Recuerdan el eslogan del anuncio de televisión? “Milloncete... Vaya juguete!” Y menudo juguete era el milloncete. Para variar... no tenía microchips, ni lucecitas, ni emitía más sonidos que el golpear de las bolas contra los rudimentarios timbres estratégicamente situados en la zona de juego. En pocos juguetes la sencillez y la simplicidad se hallaba dispuesta de manera más inteligente para aprovechar los limitados medios y conseguir espectaculares resultados.


Mi padre entró en mi habitación y me dio un blister que contenía cinco canicas. “Cinco canicas?” pensé yo. A pesar de ser un niño de barrio y de aprender un montón de palabras soeces en la calle, pudo más la buena educación que me dieron mis progenitores, así que miré a mi padre con una forzada sonrisa y con tremendas dificultades en el habla, esbocé un “gra-ci-as...”. Unas ganas tremendas de sacar las canicas del blister y hacérselas comer a mi padre recorrieron mis tripas. Acaso estaba uno convaleciente para eso? Para una mierda de blister con cinco canicas? Sin duda pasarían al frasco de cristal con las otras 725.850 canicas que ya habían en él, me gustaban las canicas, pero... no llevaba todo el día esperando a que mis padres regresasen del trabajo para... cinco míseras canicas!


Breves instantes después entró mi madre con una caja bastante grande. Mi padre se partía de risa. Maldita la gracia que me hacía a mi su regalo! Abrí la caja que me dio mi madre y allí estaba: El Milloncete Airgam Super Monstruos! Enseguida lo saqué, lo puse sobre mi regazo y me dispuse a jugar con él, pero... Y las bolas?

En condiciones normales mi agilidad mental es algo más eficaz, pero recién operado... El caso es que no caí en la cuenta de que las “canicas” eran las “bolas” hasta que, de nuevo, mi padre me las puso delante de las narices; graciosillo el tipo.

Total que los niños de hoy se convierten en seres en estado vegetativo delante de sus videojuegos y de sus consolas, pero... nada comparado a lo anonadado que estuve yo durante mis días de cama y con mi Milloncete Airgam. Dejé de contestar a los familiares que venían a visitarme y a preguntarme qué tal estaba, y ante cualquier insistencia por parte de ellos, les decía que me molestaban.

Es que hay que reconocer que a veces, las visitas tienen muy poca consideración con el pobre enfermo.


La casa AIRGAM fue creada por los hermanos Josep i Jordi Magrià i Deulofeu. Entre algunas de sus magistrales creaciones podemos encontrar el Electro L, los Airgam Boys y como no... los milloncetes de los cuales llegaron a fabricarse una docena de variedades distintas entre los cuales se encontraban: el milloncete piratas, el de Blancanieves, el fubolcete, el Canadá y el monstruos. Algunos de ellos llegaron a fabricarse en tres tamaños distintos.

Como curiosidad, cabe decir que el nombre de AIRGAM es el apellido de sus creadores, pero al revés MAGRIÀ.

Fotografías realizadas por el Kioskero del Antifaz de un milloncete AIRGAM Super Monstruos que compré en els Encants Vells de Barcelona. Un auténtico reencuentro con uno de mis juguetes preferidos.