Me declaro enemigo absoluto de los chicles sin azúcar y con propiedades (que aún no sé de dónde sacan) capaces de limpiarnos los dientes mientras los masticamos. Detesto que hoy en día los anuncios de chicles sean más parecidos a los de pastas dentífricas que a otra cosa, y por encima de todo... odio; ODIO que desapareciese de nuestras vidas el único e inimitable chicle Cosmos.
No dejaba de ser inquietante la idea de meterse en la boca un chicle de color negro, pero su prolongado sabor a regaliz nos transportaba al infinito del infinito. Nadie nos contó nunca de qué estaba hecho ese chicle, cuáles eran sus ingredientes principales ni su cantidad de calorías, azúcares, grasas saturadas, etc. Los jarabes de glucosa y los aromas y colorantes autorizados nos sonaban bien e ignorábamos que eran los E-XXX. Por aquel tiempo los productos no llevaban DNI y era imposible saber poco más que de dónde venían.
El caso de los cosmos era claro; venían de una empresa llamada “Chicles americanos” afincada en Pinto (MadriZ), y tal como llegaron del espacio sideral, un buen día y para desgracia de todos... se fueron. Trágico.
A los adultos de hoy nos han quitado “los chuches”! y tenemos que soportar el ver como nuestros hijos consumen (casi como quien dice) productos de farmacia.
Quiero un Chicle Cosmos, y lo quiero... Ya!
Nota: El señor del video que parece que está tratando de sacar un demonio del interior del cuerpo de ese niño... reconozco que me da cierto miedo. Eso de que se declare tan "amigo de los niños" y de que se lleve tan bien con los curas... además, seguro que nos terminará por dar cualquier cosa, pero no “los chuches”; esos se los quedará para él como irremediablemente hacen todos.
Debería tener yo unos seis años cuando mi yaya Lola se hizo testigo de Jehová; siempre he dicho que quería con locura a mi yaya Lola... nunca que fuese perfecta.
Los viernes, debido a que mis padres trabajaban hasta bien entrada la noche, mi yaya Lola me llevaba con ella a las reuniones en el Salón del Reino y allí pasábamos la tarde. Al parecer, yo daba bastante guerra mientras que los siervos discurseaban sus sermones, de modo que mi yaya tuvo la brillante idea de comprarme cada viernes, una bolsita de caramelos Sugus. Era un modo como otro de tenerme entretenido... supongo.
Siempre me fascinaron esos caramelos blanditos, paralelepípedos, perfectamente envueltos con doble papel: uno que contenía la marca y el sabor, así como su color correspondiente, y otro de color blanco que protegía a la viciosa chuche del calor. Lo mejor de lo mejor, lo más de lo más... era desenvolver uno de cada sabor: fresa, naranja, limón, piña, cereza y hacer con ellos una torre para meterla toda entera en el interior de la boca. Sin duda se trataba del súmmum extremo y mi expresión así lo describía: los carrillos hinchados y llenos de caramelos, la sublime explosión de todos los distintos sabores, los ojos en blanco y ligeramente entornados, la babilla resbalando por la comisura de los labios...
Viéndome esa cara, muchos de los allí congregados bien podían llegar a pensar que la palabra de Jehová estaba entrando y calando hondo en mi, pero... nada más lejos de la realidad. Se trataba de la casa chocolatera suiza Suchard la que verdaderamente me estaba haciendo tocar el cielo y convirtiéndome en un fiel adepto de los placeres más extremos.
Los dejaron de fabricar durante un tiempo, pero irremediablemente volvieron... será por algo. Los caminos de Suchard son inescrutables...
En su línea de productos coleccionables acompañados de un sabroso chicle de fresa, la casa Gallina Blanca con sus famosísimos chicles Dunkin, lanzó al mercado en 1968 una de las colecciones que más versiones ha tenido a lo largo y ancho de todo el mundo. Se trató de la colección de figuras monocromas de personajes de la Warner llamada “El Conejo de la Suerte”.
Esta colección se comercializó por Dunkin en sus populares colores: Rojo, verde, amarillo, azul, naranja y blanco. Constituyeron uno de los encantos kiosqueros de la época ya que por una peseta se podía gozar de las figuras coleccionables y del exquisito chicle.
Recuerdo que las figuras del coyote y del correcaminos eran motivo de avaricia por parte de los que fuimos niños en aquellos tiempos. Cierto es que Bugs Bunny era el personaje estelar, pero los dos anteriormente citados tenían sus indiscutibles puntos... “débiles”, las orejas del coyote, así como la cola del correcaminos, se rompían con gran facilidad, así que si alguien quería intercambiar figuras... el precio a pagar por una de esas dos, era considerablemente elevado.
Bugs Bunny fue el protagonista indiscutible de la colección así como de numerosas series de televisión de Warner Bros tales como Looney Tunes o Merrie Melodies, y que le valieron un Oscar de Hollywood. Los creadores del personaje se inspiraron en Grouxo Marx para dotarle de una personalidad desenfadada y capaz de bromear a pesar de que un inminente peligro estuviese amenazando. Sus andares con su zanahoria emulan, sin lugar a dudas, el característico modo de andar de Groucho con su puro.
El animador Ben Hardaway fue el creador del prototipo del personaje y el responsable de su primera aparición en un corto titulado “Porky’s Hare Hunt” (30 de abril de 1938). Mel Blanc dio la voz al personaje que ya le caracterizó siempre.
Más tarde en 1939 Chuck Jones dirigió el corto titulado “Prest-O Change-O”, donde actuaba como mascota del mago Sham-Fu. En el mismo año protagoniza su tercer cortometraje “Hare-um Scare-um” en el que el animador Gil Turner fue el primero en darle el nombre al conejo al escribir Bugs Bunny en una hoja de modelo del personaje. En los cortos anteriores era conocido como Happy Rabbit.
Se puede considerar que el primer papel de Bugs Bunny, con la personalidad y carácter completamente formado, es en el corto “A Wild Ware” (27 de julio de 1940) dirigido por Tex Avery, y en el que emerge por primera vez de su madriguera comiendo su zanahoria, para decirle al gruñón cazador Helmer... Qué hay de nuevo viejo?, siendo además, la primera vez en que ambos personajes coincidieron.
A lo largo de su dilatada carrera como actor de papel y siendo ya una estrella a nivel internacional, Bugs pasó por las manos de los mejores directores de animación de la década de los 60: Friz Freleng, Robert McKimson, Tex Avery, Chuck Jones.
El Oscar lo ganó con el corto "Knighty Knight Bugs" (1958) dirigido por Frez Freleng, pero tal vez el director que le dio mayor continuidad y proyección estelar fue el aclamado Chuck Jones, como ejemplo basta citar que uno de los clásicos de Jones con Bugs como protagonista fue What’s Opera, Doc? (1957) en el cual Bugs parodia el clásico de Wagner, El anillo del Nibelungo, y ha sido considerado “culturalmente significativo” por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y seleccionado para ser preservado en el registro nacional de películas, siendo el primer dibujo animado en alcanzar este honor.
Lo que más llegó de Bugs Bunny y del resto de los personajes Warner a nosotros, en ese periodo de nuestra infancia, fueron los cortometrajes que desde 1948 formaron parte de Looney Tunes y Merrie Melodies, dentro de un espacio televisivo que los agrupaba junto con nuevas obras y titulado: “El Show de Bugs Bunny” que se empezó a emitir en 1960 y permaneció en antena durante, ni más ni menos... 40 años.
En 1981 La casa de pastelitos Ortiz lanzó al mercado una nueva reedición de los personajes utilizando los viejos moldes Dunkin y devolviendo el recuerdo a los que fueron niños en esa generación. Si vale... no estuvieron mal esos muñequitos de Ortiz, pero. Para qué negarlo? Los que crecimos con los Dunkin de 1968 lo hicimos con los genuinos y originales... siempre nos quedará eso aunque desconocíamos el nombre de algunos personajes, Ortiz llevaba en cada pastelito un cromo a modo de catálogo en el que los dichosos nombres aparecían para poner las cosas más fáciles. Y es que a nosotros... no se nos lo tenía que dar todo hecho :-D
A continuación tres videos que no debería perderse ningún nostálgico como Dios manda:
El primero es el anuncio de televisión con el que Dunkin promocionaba su producto y subido a internet por Quatermass al que nunca se le podrá estar lo suficientemente agradecido por ese detalle.
El segundo se trata de la intro de “El Show de Bugs Bunny” que popularizó a los personajes entre nosotros y que llenó de alegría nuestras tardes de merienda.
El tercero es el ending de “El Show de Porky”, otro de los populares personajes aparecidos en la colección de figuras monocromas Dunkin. Ahí les dejo en buena compañía y con gratos recuerdos.
Créditos de las imágenes: 1.- Sobre de chicle Dunkin "Conejo de la suerte" subido al foro de Dunkin por Javier 1704 / 2.- Colección particular de figuras de "El conejo de la Suerte" Dunkin del Kioskero del Antifaz / 3.- Hoja modelo de animación de Bugs Bunny extraida del libro "Chuck Reducks" / 4.- Fotografia en su mesa de trabajo de Chuck Jones extraida del libro "Chuck Amuk" / 5.- Colección de figuritas Warner de Ortiz (1981) subida al foro Dunkin por Javier 1704.
Y ya saben... Eso es to, eso es to, eso es todo amigos ;-)
Fue una más de las famosas colecciones de figuras monocromas que la casa Gallina Blanca lanzó al mercado a través de sus sabrosos chicles Dunkin. Los Beatniks aparecieron en los kioscos en el año 1971 y los niños nos lanzamos sobre ellos con el afán de conseguir a los 16 personajes que completaban la colección y que consistía en un grupo de figuritas de niños y animales músicos con enormes cabezas.
Los orígenes de los personajes son confusos y ni los coleccionistas más avispados han conseguido aún tenerlos del todo claros. Al parecer no se trata de un conjunto de músicos que existiese en realidad ni de personajes creados para ninguna serie de dibujos animados. Todo hace pensar que simplemente fueron diseñados en Portugal y comercializados allí inicialmente bajo el nombre de “Pop Pallino e o seu conjunto” por la marca de helados Rajá, posteriormente Dunkin los comercializó en España bajo el nombre de “Los Beatniks” y finalmente llegaron a America Latina, lugar donde la marca Nescao los popularizó llamándoles sencillamente “Los cabezudos”.
Quizá motivado por esos orígenes inciertos, a los personajes, al menos en España, se les llegó a denominar de todos los modos posibles: cabezudos, cabezones, y algunos, los menos... les llamaron Beatniks.
A diferencia de la colección latinoamericana y de la portuguesa, Dunkin les añadió una anilla en la cabeza para poder usarlos de llavero o de colgante. Como pueden ver en la foto, los de mi colección no llevan la anilla y corresponden a la colección original de Portugal de la que además, se realizaron cromos con todos los personajes.
El nombre de “Beat Generation” fue acuñado con el fin de designar un movimiento literario formado por un grupo de escritores y amigos que desde mediados de los años 40 habían trabajado juntos escribiendo, compartiendo aficiones y fuentes de inspiración tales como la música Jazz. Dicho grupo estuvo formado, entre otros, por: Jack Kerouac, Neal Cassady, John Clellon Holmes, Allen Ginsberg, etc. A los cuales se les unieron bastantes más hasta el año 1954 aproximadamente. Su estética fue absorbida por la cultura de masas y por la clase media de finales de los 50 y principios de los 60 y terminó convirtiéndose en un canto a la liberación espiritual y sexual que abrió las primeras puertas a la liberación de la mujer, de los negros y de algunos grupos de homosexuales que habían hecho pública y manifiesta su condición sexual.
Gran número de personajes de la cultura norteamericana fueron directamente influidos por la corriente “Beat”, en especial músicos como: Bob Dylan, Patti Smith o Jim Morrison.
El término “Beatnik” no apareció hasta 1958, y en realidad se trató de un intento de desprestigiar a la generación beat fusionando las palabras “beat” y “Sputnik” sugiriendo así una condición antiestadounidense y comunista.
La novela El Camino (On the Road), escrita por Jack Kerouak fue el libro de culto de los miembros de la generación Beat. Una novela que relata los viajes que Kerouak y su grupo de amigos realizaron por Estados Unidos y México y que contribuyó a la mitificación de la legendaria Ruta 66. Contrariamente a lo que se piensa, la novela fue concebida bajo el efecto del café como única droga.
En cualquier caso, sin saber qué era, ni qué significaba la Generación Beat ni los Beatniks, sin tener la menor idea de quién era Kerouak, ni de que existiese un movimiento literario y social que reinvindicase algo o nada, los niños de la Generación 70's coleccionamos a esos divertidos personajes, los intercambiábamos, tratábamos de reunir todos los colores, y la gran mayoría de nosotros les arrancábamos la anilla con los dientes para dejar al personaje -según un criterio estético nuestro y extraño- mejor que como venía de fábrica.
Créditos de las imágenes: 1.- Fotografía Beatniks, colección particular. 2.- Chicles Dunkin, realizada por el Kioskero del Antifaz. 3.- Cromo de la colección propiedad de rolotronic y conseguida en el foro Dunkin. 4.- Publicidad de "pop Pallino e o seu Conjunto" de Helados Rajá, Portugal. 5.- Afiche publicitario de "Los Cabezones" de Nescao de América Latina, publicada en el foro Dunkin por rolotronic.
Siempre envidié al ratón que tenía Susanita, ya saben... ese ratón al que se refería Fofó, el payaso de la tele y que en su canción nos relataba eso de: “Susanita tiene un ratón, un ratón chiquitín que come chocolate y turrón y bolitas de anís...”.
Jodido ratón. Yo imaginaba que él con sus bolitas de anís haría lo mismo que normalmente hacía yo con las mías y con todas mis chuches en general. Cada vez que algo dulce, de colores, envasado o a pelo, con azúcar por encima o sin él, duro, blando, de formas divertidas o cuanto menos simpáticas... caía en mis manos, mi madre se desesperaba e incluso me atrevería a afirmar que se avergonzaba de ir conmigo por la calle. Y es que yo, con mis chuches, tenía un desmedido sentido de la posesión y de la propiedad privada.
Por norma siempre fui un crío bastante desapegado de cualquier cosa material. No me importó jamás compartir mis juguetes con ningún otro niño ni aún en el caso de que ese otro niño tuviese los suyos y no los compartiese conmigo. Bastaba con que él me pidiese algo para que yo se lo prestase aunque en ese preciso instante estuviese jugando yo con el juguete en cuestión. Nunca me negué a ello y jamás puse la menor mala cara. El resto de las madres se admiraban de esa capacidad de compartir que tenía siendo tan pequeño, y mi madre se sentía orgullosa de mi por esa actitud.
Lo malo era cuando algún crío decidía que mis chuches... tenía que compartirlas con él. Lo peor fue cuando una madre, viendo que su hijo miraba mi bolsa de chuches con ojos de deseo, le dijo:
—Anda corazón. Pídele una al nene que seguro que te da. Él tiene muchas.
No tenía nada mejor que hacer esa madre? Ya cuidaba bien de su hijo? Le llevaba a un buen colegio? Le obligaba a lavarse cada noche los dientes? Evitaba riñas con su marido delante de él? O quizá... el responsable de que el mequetrefe de su hijo acabase con algún trauma infantil... Iba a ser yo por no querer darle una chuche a su nene? Por qué esa tipa no se metía en sus asuntos y dejaba de andar metiéndose con las chuches de los demás? Tanto le costaba comprarle un chicle Cheiw al cuellicorto de su nene en lugar de aguarme la tarde a mí?
Mi madre cambiaba de color cada vez que se daba una de esas situaciones, se ponía pálida y unas gotitas de sudor invadían su frente, de golpe, sin aviso, ahí estaban cientos de ellas que brotaban como si estuviesen soportando el tórrido calor de un mes de agosto cualquiera.
Inmediatamente mi madre trataba de aplacar al monstruo que habitaba en mí y mediaba con toda la ternura de la que era capaz de dar para que yo no montase en cólera.
—Vamos cariño, dale una chuche a este niño. Vale?
Eran tres contra mi: la madre del gorrón por un lado, con una abierta y forzada sonrisa de oreja a oreja esperando a que introdujese mi mano dentro de la bolsa y sacase una chuche para el mofletudo de su hijo, que más que una chuche, lo que posiblemente le convenía era una buena dieta. Mi madre que me miraba mordiéndose el labio inferior y rezando a todo el santoral en pleno para que yo cediese y compartiese mi tesoro con el gordinflón. Y como no... el gordinflón, esperando ansioso su poco merecido premio. Qué había hecho él para ganárselo? NADA! Pero ahí estaba contemplando mi bolsa y mirándome con cara de pensar: “jódete capullo... somos tres contra ti”.
Mi madre insistía sin dejar de lado esa dulzura que en realidad ocultaba un miedo y una vergüenza considerables.
—Mira... mira cuantos cacharritos tienes con bolitas de anís. Le das uno al nene?
Recuerdo la vez que vi mi primera película de piratas; bueno, al menos la primera de la que tenga conciencia. Los piratas iban en busca de un tesoro, llegaban a una isla y se inflaban a leches con otros piratas que habían llegado a la vez en un galeón distinto y que venían desde la otra punta. Ambos grupos habían coincidido en el lugar que indicaba el mapa con la típica cruz y destacando el punto exacto en el que el ansiado tesoro se hallaba. Recuerdo que al ver semejante pelea entendí que el contenido de tan valioso cofre no podía ser otro que una buena cantidad de chuches. Cuando descubrí que tan solo encontraron un montón de monedas de oro me llevé una decepción, y tanta aventura previa y tanta lucha arriesgando sus vidas me pareció un auténtico sinsentido.
Yo miré al gordinflón, a su madre y a la mía. Bastó una mirada para hacerle entender a mi progenitora que los santos no iban a estar con ella y la pobre miró al cielo con la certeza de que se iba a armar una gorda y efectivamente, una vez más, así fue. Antes de que nadie pudiese reaccionar la bolsa de chuches bien agarrada a mi mano, ya estaba describiendo una parábola aérea que irremediablemente terminaría su recorrido estampándose en uno de los mofletes del gordinflón y abriéndole una brecha. No fue culpa mía que precisamente la caja de hojalata de pastillas Juanola estuviese en la base de la bolsa y que esa parte fuese la que diese de lleno en la jeta de ese niñato estúpido.
Mi madre se deshacía en disculpas, mientras que la madre del gordo le decía cosas del estilo de: “A ver si cuida de este crío que es un salvaje!”. “No le saque usted a la calle que este niño es un peligro!”, etc, etc. Mientras, el gordo me miraba con los ojos sumergidos en lágrimas y con un pañuelo en la mejilla. Yo... seguía comiendo mis chuches mirándole a él y pensando: “Quién es el capullo ahora?”. “Anda y que te de bolitas de anís el ratón de Susanita!”
Fotografía correspondiente a mi colección particular de cacharritos de bolitas de anís. Si nadie quiere que le llene la cara de manos... que no me pida ;-)
Imagino que todos conocemos el chiste ese que dice:
-Papá, papá... Llévame al circo! A lo que el padre responde: -Tranquilo hijo. Quien quiera verte que venga a casa.
Si, vale... lo sé... es viejo, pero... este blog es setentero. No? Juraría que ese chiste debe ser de esa época también, así que aunque se trate de un chiste malo... le sienta bien al blog ;-)
El caso es que con DUNKIN no era necesario que nuestros padres nos llevasen al circo, ni que nadie viniese a casa a vernos hacer el mono. DUNKIN, durante el año 1974 sacó al mercado una de sus más celebradas colecciones y que se convirtió, sin ningún género de dudas, en una estrella kioskera por excelencia que brillaba con luz propia; me refiero a los SALTIMBANQUI DUNKIN. Un sencillo juguete que demuestra que la teoría de que “menos es más” funciona de un modo casi indiscutible. Parece que actualmente los juguetes, para que sean comerciales y gusten a los niños, deben ser transformables, convertibles, sonoros, lumínicos y estar repletos de microchips en su interior que les permitan realizar múltiples funciones tales como: desplazarse solos y evitar obstáculos, responder y obedecer a nuestra voz, subir por las paredes, desviar satélites de su órbita previamente establecida por la NASA, y a ser posible... y ya puestos a pedir... que dichos juguetes hagan los deberes, la declaración de hacienda y las tareas de casa. Un juguete que no consiga eso hoy en día, está perdido y absolutamente condenado al más oscuro ostracismo.
Así parece que piensen los actuales fabricantes de juguetes, y por eso apuestan por cachivaches sofisticados, caros y en la mayoría de los casos poco duraderos. No obstante, DUNKIN partía de una base diametralmente opuesta. La idea era la de crear un producto con tres características fundamentales:
A) El producto en cuestión era una golosina, ya que principalmente, eso era lo que comercializaba la casa fabricante de DUNKIN, GALLINA BLANCA empresa especializada en alimentación y concretamente en caldos y pastas de sobre, pero dicha golosina iría acompañada de un gadged. B) El producto tenía que ser barato. C) El gadget/juguete debía ser funcional e incitar a la compra del producto ofreciendo una continuidad.
Todas las colecciones que GALLINA BLANCA lanzó al mercado con su chicle DUNKIN siguieron esa filosofía y todas fueron un rotundo éxito: desde sus primeras “Figuras del ZOO” (1967), las figuritas WARNER de la colección “Conejo de la suerte” (1968), los soldados de la II WW (1969), los muñequitos de ASTERIX (1970), los BEATNIKS (1971), los “Capuchones para lápiz” (1972), LUCKY LUKE (1973), el “Ajedrez” (1973), “Saltimbanquis” (1974), y los “Bustos del Far West” (1975).
Todas ellas se basaban en un atractivo sobre que contenía uno a varios chicles DUNKIN y las preciadas figuritas monocromas que incitaban a comprar nuevos sobres hasta completar las diferentes colecciones.
Los saltimbanquis DUNKIN causaron un especial furor. Cada sobre contenía dos tramos de escalera, un chicle y un saltimbanqui, todo por el módico precio de 5 pesetas. Los tramos de escalera eran de variados colores (creo que ocho distintos) y se empalmaban unos a otros pudiendo llegar a formar una escalera largíiiiisssiiimaaaaa... a través de la cual, el saltimbanqui, descendía dando divertidas volteretas.
Yo creo que no había crío que no tuviese su buen montón de escaleras y saltimbanquis de colores variados. Las horas del recreo eran de intercambio de aquellos colores que tenías muy repetidos por aquellos de los que no tenías tantos. Y que decir del chicle, un lujo para los paladares más exigentes. Los chicles DUNKIN siempre fueron buenísimos.
El tema es que los saltimbanqui DUNKIN de la foto que ilustra esta entrada se tratan de MÍS saltimbanqui DUNKIN. Me los ha vendido Javier y han venido de Madrid para mi colección de baratijas de kiosco.
En un ratito de nada, cuando llegue a casa después del trabajo, veré como mi hijo se aburre soberanamente contemplando como su transformer hace ruiditos y mariconadas; yo, en cambio, me lo pasaré a lo grande con mi saltimbanqui... igual se lo dejo ;-)
Para saber más sobre DUNKIN, sus series coleccionables y un poco de todo, no está de más visitar estos enlaces:
El Kiosko de Akela. El entrañable kioskero Akela tiene absolutamente de todo en su blog; no tenéis más que entrar en él, teclear “dunkin” en su buscador, y se os abrirán unas cuantas entradas referentes al tema. Si es que Akela... está en todo ;-)
Foro Dunkin. Un foro lleno de coleccionistas y aficionados en el que se reúnen virtualmente para intercambiar fotografías y recuerdos dunkineros.
Yo no sé si alguien fue capaz de llegar a casa, abrir el frigo, poner en él las alargadas bolsitas de Flaggolosina, esperar eternamente a que el frío del congelador hiciese la función de convertir en helado el líquido de su interior, y finalmente, y después de la merecida espera... devorar con ansia el polo del sabor elegido y disfrutar del helado casero anunciado por televisión y de venta en todos los kioscos y tiendas de chucherías de nuestra infancia.
El señor Sánchez, era el kiosquero proveedor de todo el material dulce y rico en colesterol para toda la criaturada del barrio del Poble Sec en el que nací. Era mi kiosquero preferido y uno de los tipos a los que más envidiaba por la sencilla razón de que su trabajo, consistía en vivir rodeado de chuches, tebeos, juguetes, baratijas de Monta-Plex y de todas aquellas cosas, absolutamente todas, que yo deseaba con fervor.
El señor Sanchez era mayor. Todo el mundo era mayor cuando yo era pequeño. Recuerdo que mientras yo iba comprando sus golosinas me dejaba guiar por varias sensaciones: algunas las compraba porque me atraía su color, otras por su olor, algunas ya las había probado y las compraba por repetir el placer que me habían proporcionado en ocasiones anteriores, e inevitablemente, otras las compraba por el precio y la disponibilidad de mi capital en ese momento. Como decía; mientras yo iba eligiendo de aquí y de allí, el señor Sanchez trataba de hacerme entender que no hiciese el animal y que me comiese el Flaggolosina helado, que era mucho más bueno que del modo en como me lo tomaba. Yo asentía con la cabeza, pero sin perder de vista los tarros, botes, envases, packs, y demás objetos contenedores de tanto vicio.
Sin duda, el señor Sanchez sabía de sobra que lo primero que yo haría al salir a la calle, sería buscar el primer portal en el que sentarme, colocar sobre mi regazo la bolsa de chuches, agarrar por banda mis alargadas bolsitas de Flaggolosina, arrancar de un bocado una esquina del plástico y succionar el preciado líquido de su interior como si me fuese la vida en ello.
Repito que no sé si alguien fue capaz de llegar a casa y celebrar todo el ritual para el cual había sido concebido el Flaggolosina, pero por favor, si alguien tuvo esa enorme dosis de serenidad... Qué tal fue esa experiencia?
Los Palotes, conjuntamente con los PEZ, los CHUPA CHUPS y pocos más, son los caramelos supervivientes por excelencia; algunos de ellos (como los PEZ) desde el año 1927. Pocos años más tarde, en 1930, empezó la industria “caramelera” en España.
Los inmortales Palotes fueron creados por la casa “DAMEL” en Elche durante los años 60. Los disfrutamos nosotros en nuestra infancia y los disfrutan también nuestros hijos... y bueno, yo al menos, aún no he dejado de saborear alguno de ellos de vez en cuando.
Nuestros padres solían darnos algún montoncito de monedas entre las cuales se encontraban, generalmente pesetas, pero también algún que otro duro. El duro acostumbraba a caer los domingos, a decir verdad de lunes a sábado eran pesetas e incluso algún día -hay que reconocer- que se escaqueaban de darnos ni cinco con aquella frase tan típica de: “Sí quieres chuches, no haberte comido todas las que te compraste ayer”. Yo odiaba profundamente ésa frase, ya que a pesar de las baratijas de kiosco o de los juguetes “caros”, las chuches eran y siguen siendo mi delirio.
El caso es que con ese montoncito de monedas apretado en el interior de nuestro puño sudoroso ante la emoción de invertir “ésa pasta” en golosinas, corríamos como poseídos hasta el kiosco. Al llegar a él la frenada era tan apoteósica que no pocas veces dejábamos en el asfalto la marca de la suela de nuestros zapatos “Gorila” ÑÑÑiiiiieeeeecK! El quiosquero separaba ligeramente la mirada del periódico que estaba leyendo, nos miraba por encima de la montura de sus gafas, y ante nuestra impaciencia lo dejaba todo para atendernos. Hay que ver la paciencia que tenían los quiosqueros de entonces.
Podíamos llegar a comprar lo que fuese hasta agotar el diminuto presupuesto del que disponíamos. Había gran variedad y nuestros ojos andaban locos recorriendo absolutamente todos los rincones del kiosco en busca de la chuche más deseable. Se nos hacía la boca agua con el olor a confite y ante la visión tan colorida de los distintos recipientes que albergaban aquellos objetos de nuestro deseo, pero a pesar de la gran cantidad, casi siempre, o mejor dicho... NUNCA salíamos del kiosco sin algún que otro Palote entre nuestras manos.
No sólo el caramelo era y sigue siendo delicioso, sino que además, en el interior de sus envoltorios habían cámaras fotográficas, pelotas, canoas hinchables, muñecas, gafas submarinas... Por si fuera poco, te podía tocar una de las camisetas de “Palotes de Palín” o el magnífico castillo que salía en el anuncio de la tele.
A decir verdad... yo nunca conseguí ninguno de esos premios puesto que no participé en ninguno de los sorteos, ni mandé jamás los envoltorios. Yo ya tenía mi premio... mi caramelo Palotes!
En respuesta a la nostálgica Loli, possedora de uno de los blogs de recuerdos más entrañables de la red.
Le dedico esta entrada con alguna información sobre los fabulosos "Chicles Niña".
En realidad eran chicles para niñas debido a que las diversas colecciones de cromos que aparecieron en el interior del chicle consistían en vestiditos recortables para muñecas, o en cromos corrientes para pegar en diferentes álbumes que aparecieron durante la década de los setenta.
Lo cierto es que a pesar del cromo (del cual los críos pasábamos olímpicamente), los chicles eran devorados por cantidad de niños, entre ellos yo, ya que su magnífico sabor a fresa era comparable a los "Dunkin" y a los "Bazoka", pero existía la leyenda popular de que los "Niña"... hacían los globos más grandes.
La casa "Fleer Española" era quien fabricaba y distribuía ésos chicles y realizó con ellos varias colecciones: "Trajes de época", Trajes mundiales", "Vestidos preferidos", etc, etc.
Mi esposa recuerda otra colección que consistía en un álbum en forma de casita (Victoriana?). Me cuenta que ella la tuvo y que los cromos se utilizaban para amueblarla y decorarla. Ya de paso... si algún nostálgico posee información, fotografías o cualquier cosa que sirva para poder documentar éste recuerdo, será muy bienvenida su colaboración.
Ser niño es una etapa en la que uno puede quedarse si quiere. No hay ninguna ley que lo prohíba, y para ello... no hay más que cerrar los ojos con fuerza y pedirlo con convicción.
No hay nada malo en hacerse mayor; al contrario, pero el único pecado real que existe, es el de borrar al niño que fuimos de nuestra memoria.
Hay algo que no encuentras? Entra en el almacén y a ver si hay más suerte
MICROMO
En busca de las seis etapas esenciales de la vida:
Una infancia feliz.
Una adolescencia promiscua.
Una juventud exitosa.
Una madurez serena.
Una vejez lúcida.
Una muerte digna.
El Kioskero del Antifaz.
EL ÁLBUM DE FOTOS
Me equivoco si afirmo que todos estos recuerdos son comunes para la mayoría de nosotros?
A dormir pequeñin
Vamos... que uno acababa de llegar a este mundo y en lo único que pensaban nuestros progenitores era en hacernos dormir. El pretexto era que ellos necesitaban hacer lo mismo, pero... Quién en su sano juicio iba a desperdiciar tantas horas durmiendo con todo lo que había por ver?
La hora del baño
Siempre era inoportuna, siempre nos pillaba a destiempo y nos apetecía más cualquier otra cosa antes que la hora diaria del baño. Nuestros padres nos llenaban la "bañera" de juguetes de plástico con los que entretenernos; a veces esa táctica daba resultado, pero otras... no.
La hora del paseo
Nos encantaba que nuestros padres nos sacasen a pasear. Sin duda hubiese sido una experiencia mucho más gratificante si no fuese porque se empeñaban en ponernos siempre... esos dichosos gorros :-(
El poema de Navidad
En la escuela nos enseñaban un poema de Navidad que nosotros recitábamos en familia. Yo aún recuerdo uno de ellos que decía más o menos así: "Ya vienen los reyes por el arenal y al niño le traen oro, pan, vino y pañal. Oro le trae Melchor, incienso Gaspar y olorosa mirra le trae Baltasar".
De bruces con la realidad
De pequeño ya aprendí que siempre hay alguien que tiene las pelotas más grandes y que la competencia en la vida iba a ser dura.
Yo tuve un SIMCA
"Que difícil es hacer el amor en un Simca 1000, en un Simca 1000..." Ya lo decían los Inhumanos en su canción... Si, si, pero eso llegó algo más tarde, lo que realmente era bonito era... jugar con él ;-)
Cuando mi Simca se estropeaba era posible arreglarlo con escasos conocimientos de mecánica, pero es que entonces, nuestros juguetes no llevaban microchips.
También tuve un triciclo
Ya por aquel entonces las suelas de mis botas estaban llenas de polvo y de asfalto. Harley-Davidson's Kid... así me llamaban los que bien me conocían y sabían de sobra que era un tipo duro.
El estrecho balcón que servía de lugar ideal para nuestros juegos representaba para nosotros algo más que la legendaria Ruta 66.
La merienda
No es que hubiese mucho para comer, pero nunca faltaba una buena rebanada de pan con Nocilla para dejar la tripa llena.
Cumpleaños feliiiiizzz...
Por qué negarlo? Aunque ahora éso de cumplir años sea, para algunos, un engorro; de pequeños era motivo de fiesta y gran alegría: la tarta, invitar a los amigos, recibir regalos... siempre caían baratijas de kiosco a manos llenas, algún que otro juguete "de los caros", y como no... la típica tía que siempre nos regalaba ropa pensando que nos haría ilusión. Y evidentemente que por aquel entonces nada de "Happy Birthday", lo que se cantaba entonces era el "Feliz, feliz en tu día..." de los Payasos de la tele, faltaría más!
Los parques de atracciones
Una nube de algodón de azucar, una vuelta al Tio-Vivo, cuatro topetazos en los autos de choque y media docena de caramelos del tiro-Pichón, con eso... éramos los niños más felices de la tierra. Ahora no, ahora si no les llevas a Dineylandia no son nada. Los muy...
Los parques de columpios
Ya por aquellos tiempos se practicaban los deportes de riesgo de los que tanto se habla ahora. Quizá no estaban de moda el Puenting y el Rafting, pero el Toboganing... éso eran palabras mayores!
Montar en ése columpio al que me llevaba mi abuela alguna tarde, siempre fue para mi como cabalgar a lomos de mi caballo y atravesar las Montañas Rocosas.
Wild West
Todos queríamos ser Cow-Boys, desenfundar a gran velocidad nuestro Colt-35 de Joal y decir aquello de: "Ya te dije que no quería volver a verte a este lado del Mississippi... forastero"
Los veranos en la playa
Nosotros nos bañábamos en el mar y nos rebozábamos en la arena, mientras nuestras madres montaban las toallas y las sombrillas y nuestros padres gritaban eso de: "Que vienen las suecaaassss!!"
Los veranos en la piscina
Algunos veranos tocaba ir de "Ruta por España", pasar unos días de hotel, sumergirse en la piscina y ponernos morenitos con el sol de agosto. Yo llevaba siempre conmigo mi piragua hinchable de color verde con la cual flotaba en el agua de las piscinas, pero esa era sólo la realidad. En mi imaginación era un temible pirata que a bordo de su galeón surcaba los mares del sur. Por cierto... perdonarme si en la foto... os doy la espalda.
Los veranos en el pueblo
Los veranos en el pueblo quizá son los más gratamente recordados. Muchos de nosotros pasábamos parte de nuestras vacaciones en el pueblo de alguno de nuestros padres (concretamente yo iba al de mi padre; un pequeño pueblo bañado por las aguas del río Ebro). Allí vivíamos nuestras primeras experiencias en casi todo, nos reencontrabamos año tras año con nuestros amigos, y cargábamos las pilas para el regreso a la cotidianeidad de la ciudad.
La vuelta al cole
Terminadas las vacaciones, con nuestro plumier nuevo y nuestros zapatos "Gorila" recién estrenados, nos disponíamos a volver al cole y a respirar de nuevo ese aroma que era una mezcla entre lápiz de madera, goma Milán de nata y bimbollo de la casa Bimbo
Y llegaron ellas... Las mujeres!!
El primer contacto solíamos tenerlo con las primas; y claro, "cuanto más primo... más me arrimo".
Seguidamente les tocaba el turno a las vecinas. Terete fue mi primera novia (Bendita inocéncia). Era mi vecina y sus padres y los míos se hicieron amigos y nos hicieron pasar muchas horas juntos.
Paseábamos con los elementos imprescindibles que nos asegurasen una buena tarde: un juego de lanzar aros, una comba, un Madelman y... la atenta mirada de nuestras madres.
Ellas llevaban siempre la voz cantante, y bastaba un deseo suyo para que nosotros estuviésemos "a sus órdenes"
Un día ella te dice "Deja de llamarme Terete, me llamo Tere" (se empieza a hacer mayor y tú sigues siendo un crío). Sus padres se mudan a otra parte de la ciudad, se termina todo contacto, y llega... aissss... el primer desengaño amoroso.
La pandilla
Los inseparables que nos pasábamos el día jugando a los piratas, a indios y vaqueros y reviviendo innumerables aventuras con los Madelman y épicas batallas con los soldaditos de Monta-Plex. De izquierda a derecha: Laura, Alberto, el Kioskero del antifaz y Miguel Ángel.
I'm the king of the world!
Desde nuestra infancia, veíamos el futuro como algo alcanzable. Bastaba con estirar bien el brazo... y atraparlo!