jueves, 16 de junio de 2011

Cine NIC

Mis padres estaban a punto de llegar del trabajo mientras que mi yaya Lola andaba por la cocina preparando algo ligero para la cena. Yo permanecía clavado delante de la tele viendo algún programa de esos que hacían de entrevistas y actuaciones musicales, pero toda mi atención estaba centrada en escuchar cómo mis padres subían por las escaleras y entraban en casa, por fin.

—Yaya... Van a tardar mucho los papas?
—Me lo acabas de preguntar hace un rato, así que... ya queda un rato menos— me respondía ella desde la cocina.

Era lógico que esperase con ansia su llegada. Yo tendría unos siete u ocho años y no me dejaban jugar solo con mi Cine Nic, las veces que lo había sacado de su caja sin permiso y me había puesto a ver películas con él, los resultados habían sido desastrosos: o bien me quemaba con su chapa recalentada por la bombilla de 40 vatios, o bien me cortaba con la fina hojalata de sus aristas. Así que no había otra; si quería ver alguna película con el Cine Nic... tenía que esperar a papá o a mamá, ya que mi Yaya Lola no podía dejar sus quehaceres para estar dándole a la manivela del pequeño proyector.

No fueron pocas las veces que me acosté sin ver la esperada película, los motivos eran varios, pero el más recurrido era el típico: “bufff cariño, ahora no, venimos muy cansados. Después de cenar. Vale?”. Yo cenaba a la velocidad del rayo, ya tenía bastante con esperar la llegada de ellos, así que las albóndigas desaparecían de mi plato en un visto y no visto. Aún y así, cuando la cena ya estaba terminada venía la segunda parte del eterno pretexto: “Cielo, a lavarte los dientes y a dormir que mañana tienes cole. Ya te pondremos alguna película el domingo que papá y mamá tendremos fiesta”. Creo que por eso siempre odié el trabajo de mis padres.

Resignado me largaba hacia mi habitación, me ponía mi pijama, me lavaba los dientes y me despedía de mis padres dándoles un desganado beso de buenas noches.

—Oye! No tuerzas el morro por todo. Me oyes?— me decía mi padre mientras que con un aspecto cabizbajo y arrastrando mis pies, desparecía por la oscuridad del pasillo.
—Jo!... es que...— mascullaba yo.
—Es que. Qué? A ver si aún voy a tener que darte un sopapo!— amenazaba mi padre sentado desde el sofá. Se giraba hacia mi madre y proseguía —Pero qué se ha creído este crío?... Será posible?

Afortunadamente el paso del tiempo tiene de bueno eso de que te pone años, cosa muy importante cuando uno es pequeño, no puede hacer según qué, y está deseando hacerse mayor. Así que entre momentos buenos, momentos malos, notas bajas y demás, pasaron un par de años, y entonces ya si, ya nada ni nadie podía impedir que le echase mano a la caja de mi Cine Nic y me organizase mi propia sala de proyección en mi habitación o en el comedor de casa. Tenía un buen montón de películas que podía ver una detrás de otra, y si me quemaba o me cortaba con la chapa del proyector, ya a nadie le importaba debido a que no me quejaba ante la posibilidad de ser obligado a desprenderme nuevamente de mi juguete.

Convertido ya en un experto proyeccionista no tardé en desear dar un paso más en “el apasionante mundo del cine”. A decir verdad la realización de las películas que se podían proyectar con un Cine Nic era de una sencillez absoluta. Bastaba con hacerse con un buen montón de papel vegetal, realizar una serie de dibujos (como si se tratasen de una tira cómica) en una franja superior y repetirlos en una franja inferior con alguna ligera variación que determinaría el movimiento. El talento y los rotuladores Carioca harían el resto, y como no, el sencillo mecanismo del proyector que se ocuparía de mostrar los resultados obtenidos gracias a mi creatividad y a la manivela, que servía para arrastrar la película por detrás del doble obturador que permitía ver de forma alterna los dibujos realizados en la banda superior y en la inferior, creando así la fantástica ilusión de los dibujos animados.

Mi madre se ocupó de proveerme de papel vegetal durante un tiempo. No recuerdo si lo vendían ya o no en las papelerías, imagino que si, pero una vez comprobado que el papel con el que se envolvía el pescado en la plaza otorgaba la textura y el grado de translucidez idóneo para la realización de los primeros films, era fácil conseguir la materia prima con la que me iniciaría en esta empresa.

—Toma Nuri, aquí tienes un buen montón de hojas limpias de papel para tu hijo— le decía la pescadera a mi madre, mientras que desde su puesto en la plaza, y sin perder de vista a la clientela que deambulaba por el mercado, cortaba la conversación en seco para llamar la atención de las clientas que miraban las merluzas de las paradas de al lado: —Miri nena! Peix fresc senyores! El peix més fresc de la plaça!
—Oh gracias! Mi hijo estará encantado— le decía mi madre.
—Que por cierto... Para qué quiere tu hijo papel para envolver pescado?— preguntaba extrañada la pescadera.
—Lo quiere para hacer películas— respondía mi madre no dándole mayor importancia.

“Películas?” pensaría la pescadera quedándose con cara de merluza, no entendiendo nada y volviendo, como si tal cosa, a propinarle hachazos a un pobre pescado abierto en canal sobre la madera de cortar.

No conservo ninguna de esas viejas películas que hice con el papel del pescado y aprovechando los cartuchos de películas Nic originales, que una vez destrozadas de tanto pase, formaban parte de mi departamento de reciclaje para convertirse en películas nuevas y caseras. Recuerdo especialmente una que tuvo una gran aceptación por parte del público, compuesto principalmente por vecinos del barrio, compañeros de clase y por mis padres, que mira tu por donde, pasaron de proyectarme las películas en esos días en los que no me dejaban tocar el proyector, a ser espectadores en un momento en el que ya era yo quien no dejaba que lo tocasen ellos. La película en cuestión se trataba de un plagio que hice, bueno... mejor dicho: “homenaje” o “remake”, de una de las películas clásicas del Cine Nic y que se titulaba “La isla del tesoro”, la mía se titulaba igual y la trama era más o menos la misma. Substituí a los anodinos personajes de la película original por piratas (creo que me pareció más comercial), y el final de la película en la que los protagonistas encuentran un mensaje de lo más ejemplarizante de la época, lo cambié por un final en el que mis piratas encontraban un cofre con un buen montón de monedas de oro; ya saben, el clásico final feliz, o “Happy End”.

No sé si fue por culpa, o gracias a, mi Cine Nic, pero a día de hoy, 36 años más tarde de jugar con mi proyector, sigo haciendo dibujos animados. Será cierto que un juguete es mucho más importante de lo que en un principio nos puede parecer.

Cine Nic

Seguidamente muestro un par de peliculas NIC; la primera es la original, realizada en la factoria del Poble Sec y de la cual hice mi particular Remake y que lleva por título "La isla del tesoro". La segunda se trata de una de las muchas que la empresa NIC adaptó de los estudios Walt Disney, y se trata del popular cortometraje de "Los tre cerditos".





Al igual que yo, el Cine nic nació en el barrio barcelonés del Poble sec. Los hermanos Nicolau Griñó: Josep Maria, Tomàs y Ramón, iniciaron en el año 1931 su periplo por el mundo de la fabricación de juguetes con la primera patente por la invención de “un aparato para la proyección de imágenes animadas”, lo hicieron en el local del número 48 de l’Avinguda del Paral·lel y desde allí, sacaron al mercado los primeros proyectores que terminarían convirtiéndose con el tiempo, en uno de los juguetes más deseados por lo niños de más cuatro décadas; desde 1931, hasta 1974, año en el que desapareció la marca. Fue en 1954 cuando la factoría Nic se trasladó a un nuevo edificio en el número 175 de la calle Conde del Asalto, hoy en día conocida como carrer Nou de la Rambla, y muy cercana a su emplazamiento inicial.

Tomàs era industrial e ingeniero textil, y en la empresa Nic se ocupó de todo lo referente a la dirección general, así como a escribir los guiones y a realizar las adaptaciones para las películas. Josep Maria era ingeniero industrial y se responsabilizó de las tareas administrativas, y finalmente, Ramón, que era arquitecto y poseía buena habilidad para el dibujo, fue el autor de los dibujos de casi todas las películas de la primera época, hasta mediados de los años 40.


Pere Bosom griñó, primo de los tres hermanos, así como su hijo Pere Bosom del Rosal, se encargaron del taller mecánico y del proceso de fabricación del juguete.

A lo largo de los cuarenta y tres años de existencia del proyector Nic fueron patentados una veintena de modelos distintos, algunos de ellos sonoros gracias a la incorporación de un soporte en el que se ponía un disco de piedra que giraba, al igual que la película, con el golpe de manivela, de forma que imagen y sonido se sincronizaban.

El Cine Nic se convirtió en un juguete de gran éxito que se comercializó también en Francia, Alemania, Portugal, Gran bretaña, Italia, Suiza, Cuba. México, Japón y Estados Unidos entre otros países. Su nombre cambió según el punto geográfico en el que se hallaba, pero siempre bajo la licencia cedida por los hermanos Nicolau. Así el cine Nic, en función del país, pasó a llamarse: Ciné Selic, Cine Tom, Eagle, Star Cinema, Topolino NIC, etc.

Al margen de las muchísimas películas creadas desde Barcelona por los dibujantes y equipo artístico de Nic, la factoría obtuvo de la Walt Disney Merchandising Divison, la licencia para la adaptación y reproducción de sus films, llegando a publicar un total de doscientos títulos de la Disney desde 1942 y empezando por la Blancanieves, hasta la última película realizada en vida de Disney, El Libro de la Selva, además de numerosos cortometrajes.

Algunos de los personajes creados por el equipo de Nic fueron: Tom el Cowboy, Miau, Nikito, Perro sabio, manolín, Pulgarcito, etc. Y se comercializaron títulos y series tales como: Dongo el hombre de la selva, Planeta K-10, Muñeco de nieve, Grandes cacerias, Coronel Cody, El viejo cañón, etc.

Créditos imágenes: 1) Proyector Cine Nic años 70. Colección Particular. 2) Proyector Cine Nic años 50. Colección Particular. 3) Proyector Cine Nic años 30. Colección Particular. 4) Peliculas para Cine Nic. Colección Particular. 5) Gif animado realizado por Sergi Càmara. 6) Logo de la marca Nic diseñado en 1932 por el ilustrador publicitario Eduard Jener (1882-1967). 7) Una de las múltiples imágenes realizadas para la adquisición de la patente.

Otros créditos: Películas extraidas del canal de Youtube de Salvi Jacomet.
Documentación y reseñas procedentes del libro titulado "El cine NIC, una joguina històrica del Poble-Sec", escrito por Jordi Artigas i Candela, y editado por L'Ajuntament de Barcelona en 1998.


viernes, 10 de junio de 2011

Harriet, la tortuga kioskera de los 70's

Os presento a Harriet. No sé si sabéis que Charles Darwin se hizo con un ejemplar de tortuga en uno de esos viajes en barco que realizó para estudiar a distintas especies animales y para finalmente, llegar a la conclusión, después de estudiarlos a todos, e incluso de descubrir a algunos de nuevos, que nosotros, los humanos... veníamos del mono.

Algo de razón tenía el bueno de Charles por más que los creacionistas insistan en contarnos que fuimos creados por un ser divino y superior. Superior? Anda que alguien superior hubiese perdido su tiempo en crearnos a nosotros pudiendo emplearlo en cosas más interesantes.

Volviendo a Harriet. El Sr. Darwin tuvo, por allá el año 1830, a una pequeña tortuga recién nacida a la que le puso ese nombre. Quizá era de esperar que un tipo como Darwin le pusiese uno de esos nombres que él solía poner del estilo de: “Quelonia Sauropsida” y tal, pues bien, ese nombre también se lo puso, y si no fue Darwin fue algún otro chiflado al que le molaba ponerles esos nombres a los animales para que al final... todo el mundo termine llamándoles “tortuga”, que es así como más familiar y más de estar por casa. El caso es que la tal Harriet murió en el año 2006; es decir... que la muy jodida vivió 175 años!!! Manda cojones el bicho!

Evidentemente el ejemplar que os muestro en la foto no se trata de Harriet. Me gusta coleccionar juguetes pleistocénicos, pero de ahí a tener cadáveres en mis estanterías... hay un abismo.

Se trata ni más ni menos que de una de las tortugas de plástico kioskeras que se hallaban en los kioskos setenteros, y que por más que me lo neguéis, no voy a creer que no tuvieseis nunca una. Qué niño o niña de la época no jugó con una de esas tortugas? Quién no alucinó con la tecnología punta que se hallaba en sus entrañas, y que tras tirar de un cordelito provocaba que la tortuguita corriese por el pasillo de casa como loca en busca de una hojita fresca de lechuga? Vale, la tortuguita era fea, pero era imposible; yo diría que inevitable... terminar comprando una. O no?

De las tortugas -aunque os pueda parecer que no- se aprende mucho. Basta con observarlas con cierto cariño y una buena dosis de curiosidad. Se aprende, por ejemplo, a que funcionando despacio por la vida se pueden llegar a conseguir todos los objetivos y sin necesidad alguna de pisar a nadie (no olvidéis que hubo una tortuga que incluso llegó a ganarle una carrera a una liebre). Se aprende también que eso de tomarse la vida con calma es uno de los ingredientes fundamentales para lograr una más que aceptable longevidad; Harriet, a pesar de que vivió algo estresada en compañía de Charles, es un buen ejemplo de ello. Y por último, pero no por ello menos importante, se aprende a que de nada sirve vivir deprisa, morir joven y convertirse en un bello cadáver. Mira lo feas que son las tortugas (porque no hay que negarlo... son feas, feas), pero no por ser feas y tener cara de tortuga (nunca mejor dicho), dejan de poseer su encanto. Es más, cuando uno nace feo es muy probable que con el paso del tiempo, hasta mejore.

Así que ya sabéis. Si de algo sirve lo que yo os pueda decir para que lo reflexionéis a lo largo de este fin de semana, tened en cuenta lo siguiente: Ir despacito es lo mejor, ya que tarde o temprano se llega a todas partes, y que además... eso de correr es de cobardes. Tomaros la vida con calma ya que de lo contrario... es tontería. Y en el caso de que seáis feos, o feas (lo siento, pero no va por mí), tened presente que con ese aspecto difícilmente iréis a peor.

Aunque con menos asiduidad de lo normal (amic Francesc ;-) sigo poniendo entradas en este blog. Os aseguro que para la próxima no voy a tardar 175 años; aunque eso si, cuando yo llegue a esa edad, estaré fresco como una rosa, o lo que es lo mismo, como una: “Centifolium Pholyantha”... como diría el amigo Darwin, Charles Darwin.

Créditos imagen: Tortuguita kioskera de plástico de los años 70's. Colección particular.


Nota del autor: La tortuguita de la foto puede que tenga unos 40 años, y ya veis... está hecha una chavala! ;-)