lunes, 30 de agosto de 2010

Va de retro

Ya sé que en mi anterior entrada -durante la reforma de mi entorno laboral, y previa al período vacacional- les prometí que el kiosko se abriría en breves días tras la susodicha reforma de mi lugar de trabajo. Bien... no deben ustedes de creerme siempre, e incluso harían bien si no me creyesen nunca ya que a las personas que nos gustan las historias, lo que nos gusta precisamente son eso... las historias. El caso es que la reforma empalmó con las vacaciones y el breve período de tiempo ha terminado convirtiéndose en un dilatado espacio de dos meses.

Sea como sea... ya estamos de nuevo aquí. Bien hallados.

Está a punto de finalizar el mes de agosto, y para la mayoría, se supone que este pequeño detalle es el que da paso a la cotidiana “normalidad”. Ya saben... se terminan las vacaciones y algunos afortunados se reincorporarán a sus puestos de trabajo; sí, vale... con depresión post-vacacional y demás malos rollos, pero afortunados al fin teniendo en cuenta que a día de hoy, poder decir que se tiene trabajo es un gran privilegio. Otros, más afortunados aún, iniciarán sus vacaciones en Septiembre, así que esos deben estar frotándose las manos esperando el ansiado momento. Y luego están los pijos que son los que se largan de la cotidianidad en Noviembre, cuando no hay guiris en casi ninguna parte y uno puede hacerse fotos junto a cualquier monumento sin necesidad de compartir la instantánea rodeado de señoras con pamelas, señores con shorts y cámaras fotográficas colgando, o niños que se cruzan en el momento de hacer la foto y aparecen en ella, movidos, desenfocados y con apariencia de espíritu fantasmal.

Recuerdo una época en la que fui pijo-progre y me largaba de viaje en Noviembre. Me iba a la India, a Nepal, o a lugares así en los que ya habían pasado las épocas de los monzones, el clima era cálido y el único ser con aspecto de guiri era yo, el resto, eran autóctonos y auténticos, pero de eso... hace ya mucho tiempo.

Ser pijo a secas es un coñazo, los pijos viajan a sitios en los que hay hoteles de lujo y visten sus mejores galas para asistir a fiestas y a eventos con sus magníficos descapotables, pero en los que siempre se ven obligados a mantener... “la pose”. Por otra parte, ser progre es una mierda, ya que se supone que hay que andar por el mundo de mochilero y pernoctar en albergues acompañado de chicas que no se depilan las piernas. Lo mejor, sin duda... lo mejor de lo mejor, era eso de ser pijo-progre y “vagabundear” por ahí con aspecto de surfero desgreñado, permitiéndose el lujo de escoger, y unos días pernoctar en albergues y otros en buenos hoteles, pero como digo, eso pertenece a una época que ya pasó.

La actualidad manda e incluso los que hemos sido pijos-progres de pro, hemos vivido un recorte en nuestros ingresos, y conscientes de que tenemos hijos, gastos, negocios que mantener, gastos, responsabilidades ineludibles y... gastos, ya nos habíamos visto obligados a tomar la decisión de que las ansiadas vacaciones de este año, las dejaríamos para el próximo. No obstante, ese destino en el que no creo, que nunca es casual, pero que tiene la cosa esa de sorprendernos siempre, nos ha llevado a mi familia y a mi a pasar unas vacaciones más que agradables en compañía de esos pocos, pero buenos amigos que todos tenemos por ahí.

Quiero que esta entrada sirva, entre otras cosas, para agradecer a José Luís y a Cristina los agradables días que pasamos con ellos en su casa en All, un pequeño pueblo situado entre Puigcerdà y Bellver de Cerdanya, y en el que hicimos barbacoas, senderismo, fiestas de la espuma con los niños, refrescantes baños en ríos de frías aguas, etc. También le agradezco a Meritxell que nos invitase a pasar unos días estupendos en el apartamento que alquiló en Platja d'Aro para pasar los días de verano con sus hijos (mis ahijados) y donde disfrutamos del sol, de la playa y de buenas caipiriñas. También agradezco a Bego y a Antonio que planificasen pasar parte de sus vacaciones con nosotros en el apartamento que alquilaron en la playa de Sant pol y en el que también pudimos gozar del sol, de la playa, de una agradable noche de pesca y del citado apartamento que, como más adelante explicaré, es parte del motivo de esta entrada. Pero antes, mis agradecimientos no estarían completos si olvidase citar a Susanna y a Manel que nos invitaron también a su casa de Alcover, y a Elena y Joan que nos propusieron pasar con ellos las vacaciones en Grecia. Desafortunadamente no pudimos culminar con estos dos últimos compromisos debido a que tarde o temprano toca incorporarse al trabajo para hacer frente a todo lo que conlleva una crisis, y es que ya se sabe... estas etapas de cambio, de inestabilidad y de poca seguridad en las cosas, aunque se trate de etapas necesarias que nos obligan a estrujarnos las neuronas y a reactivarnos, lo que en realidad conllevan -a priori- no son más que menos ingresos, pero más gastos.

Ahora, me gustaría que diesen un vistazo a las fotografías que he ido escampando a lo largo de esta entrada. Muchos recordarán esos azulejos en los cuartos de baño, las lámparas de estilo pop que adornaban los muebles, las estanterias repletas de las ediciones mensuales del “Reader's Digest” en su versión española, las casitas de madera en las que se amontonaban innumerables objetos con el texto ese de “recuerdo de...”, así como de barquitos en miniatura, caracolas marinas, etc. Los armarios de fórmica de las cocinas, los platos, vasos, y demás elementos de cristalería de la marca Duralex, el mortero y la mano de madera para realizar espléndidos aliolis, así como las muchísimas leyendas que corrían al respecto de lo que podía suceder o no, cuando el ajo y el aceite no emulsionaban; es decir... cuando “se cortaba”, leyendas, en la mayoría de casos espeluznantes.

En estas fotografías les muestro lo que fue un apartamento “corriente” en la década de los setenta y que bien podría estar situado en cualquier zona costera de la geografía española.

Cuando Bego y Antonio nos propusieron a mi familia y a mi pasar unos días con ellos en el apartamento de Sant pol, lo último que imaginé fue, que a la vez, nos invitasen a realizar un viaje a través del tiempo. No me esperaba nada en particular del apartamento que ellos habían alquilado para pasar sus vacaciones, a decir verdad, en lo único que pensé fue en descansar en agradable compañía y en bañarme en la playa de día, algo que no hacía desde esos tiempos en los que mis padres me llevaban en esas salidas de domingos veraniegos que ya describí en esta entrada; una de las primeras de este blog.

El caso es que mis hijos, mi mujer y yo llegamos a Sant pol y nos topamos con un apartamento que su legítima dueña adquirió a principios de los setenta, que en su día decoró y llenó de diversos enseres domésticos para pasar las vacaciones y fines de semana con su familia, hasta que un día, decidió ponerlo en alquiler para que diversas familias pasasen allí sus días de asueto.

El apartamento en cuestión conservaba absolutamente todo el espíritu genuino de la década setentera. Mis ojos se abrieron como platos. La bolsa de playa que contenía las toallas y bañadores se soltó de mi mano y cayó al suelo, así como mi mandíbula que no llegó a caer del todo por alguna extraña razón, pero a la que sin duda, le faltó poco.

Una televisión de plasma y un aparato de DVD eran los únicos elementos que me devolvían a la actualidad, pero por el resto... ese jodido apartamento, mirase por donde mirase, me devolvía un montón de recuerdos de mi niñez, de mi infancia con mis padres, de los calurosos días de playa, de las caravanas de coches que colapsaban las salidas de la ciudad. Me inundó el aroma de la tortilla de patatas, de las paellas, de los libritos de lomo fríos y metidos en las fiambreras del Tupperware, de las sangrías, del gazpacho y de las enormes copas de helado que a la puesta de sol nos tomábamos en alguna terraza situada frente al paseo marítimo.

Antonio, una de las noches en el apartamento, me condujo hasta un armario que estaba sellado por un fleje de aluminio atornillado a la madera de sus puertas. "Ahora vas a flipar" -me dijo. Al parecer, la dueña no quería que nadie metiese las narices en ese armario ya que posiblemente contenía objetos que deseaba mantener fuera del alcance de sus diversos inquilinos. Irresistible era la tentación, así que Antonio y yo, armados con un destornillador, nos propusimos profanar algo que para mi tenía mucho más valor que una tumba egipcia. Con extremo cuidado soltamos los tornillos y abrimos aquellas puertas de madera procurando que no se torciese el fleje y pudiese delatar nuestro delito.

Olor a cerrado y a humedad inundó nuestras narices. La tenue luz de la luna llena que entraba por las rendijas de una ventana empezó a permitirnos ver parte de lo que en aquel armario se ocultaba de un modo tan celoso. Mi linterna enfocó el interior impacientemente... yo ya no podía con tanta ansiedad! Y allí empezaron a aparecer innumerables bultos que para Antonio no eran más que puros objetos del recuerdo, pero que alucinado me miraba a mí y veía el modo en el que yo los contemplaba como auténticos tesoros: una caja enorme de los Juegos Reunidos Geyper, objetos de playa tales como cubos, palas, y rastrillos de plástico, plumieres setenteros con rotuladores Carioca y gomas Milán, etc. En ese armario sellado se hallaban un buen montón de juguetes que en su día fueron propiedad de los niños que habitaron esa casa y que para un coleccionista como yo eran la excusa más que suficiente para cometer un verdadero acto de expolio. No obstante... un no sé qué de mí venció a mi lado oscuro y decidí dejar todo aquello tal y como lo habíamos encontrado Antonio y yo. Cuidadosamente devolvimos los objetos a su lugar, cerramos las puertas del “pasado” y atornillamos de nuevo el fleje de aluminio sobre la madera del armario.

El resto de la noche la pasé leyendo una edición de Agosto de 1973 del Reader's Digest que trataba de la “actualidad” de la sociedad española en la década de los setenta.

Por eso, por todos esos recuerdos que me han sido devueltos, por esa relación tan entrañable que he vivido con muy pocos amigos, pero buenos, y por un montón de cosas más... las vacaciones de este verano que no iban a ser vacaciones, se han convertido en algo verdaderamente entrañable.

Les dejo con esta imagen mística que la cámara de mi hijo captó en la playa en una noche de pesca. Si ese cabronazo no hubiese aparecido ante mí la noche en la que Antonio y yo abrimos ese armario, ahora yo tendría una colección de objetos setenteros impresionante. Cagüen la leche!

Nota de última hora: Estoy tratando de convencer a mi esposa para alquilar ese mismo apartamento para el verano próximo. En mi bolsa de playa, junto a las toallas y bañadores... no faltará un buen destornillador.

Créditos de las imágenes: Tomadas por el Kioskero del Antifaz.