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viernes, 23 de septiembre de 2011

Del pantalón corto, a los Blue Jeans

No era necesario tener incrustado un tripi en el hipotálamo de forma perenne -como en el caso de Ágata Ruiz de la Prada-, para pasarse el día flipando un mundo en colores de gigantescos rombos, corazones o floripondios. No pedíamos tanto. Bastaba con un poco de caridad cristiana de esa que tanto nos enseñaban con aquello del Domund. Bastaba con tener una pizca de compasión por aquellos niños y niñas de los 60’s y de principios de los 70’s a quienes la moda infantil... nos marcó de por vida.

Tampoco pedíamos un derroche de creatividad. Creo, que con un poco de sentido común hubiésemos tenido de sobras. Porque, vamos a ver; por más frío que hiciese en los inviernos de aquellos años en blanco y negro, no era de recibo enfundar a un niño en un verdugo de lana del que únicamente nos asomaban, y a duras penas, los ojos, la nariz y cuatro pelos del flequillo. Los pobres niños que llevaban gafas parecían buzos en descompresión con los cristales entelados por culpa de su propia respiración, y lo que no iban a hacer los pobres, encima... era dejar de respirar, así que iban dándose topetazos contra los semáforos y las farolas que encontraban camino de la escuela. Los colores de los verdugos se limitaban al marrón oscuro, negro o azul marino, que ni tan sólo eran atractivos ni vistosos, así que parecíamos pequeños terroristas cargados con dinamita en nuestra cartera escolar.

Estaban también los jerséis de cuello de cisne, en los mismos colores que los verdugos, pero además en: blanco, rojo, granate y en un horripilante azul cielo. Generalmente, y por aquella manía materna de que “teníamos frío”, los jerséis de cuello de cisne nos los ponían debajo de un suéter de lana estampado en rombos y con el cuello de pico. Lo peor de todo, era que esos suéters nos los tejían las abuelas en esas largas tardes de seriales radiofónicos, y claro... Quién le decía a la yaya que no nos gustaba ese suéter y que no nos lo íbamos a poner? Las yayas todo lo hacían con amor aunque, a veces, se tratase de cosas verdaderamente horribles.

Para ganarle la batalla al frío nuestras madres nos hacían llevar, además, una trenca de tres cuartos (a veces con capucha incluida), y cuyos botones eran una especie de pequeños cuernos de madera. Jamás entendí el por qué de que los botones tuviesen forma de cuerno, pero era así. En aquellos tiempos todo era “así”... bastante inexplicable. Tanto, que no contentas aún con nuestra indumentaria, nos enrollaban una bufanda al cuello y nos encasquetaban unos guantes. El frío lo tenía difícil, a no ser, claro está... por un pequeño detalle:

Consistía en una especie de ley no escrita en la que era, casi obligado, que los niños llevásemos pantalón corto. Madres y abuelas estaban convencidas de que nosotros no sentíamos frío en las piernas, de modo que esa parte de nuestra anatomía, a pesar de las previsiones tomadas con el resto de nuestro cuerpo, quedaba ahí, al aire, sometida a la intemperie y a las inclemencias del tiempo. Curiosamente, en verano, cuando nos llevaban al campo, nos ponían pantalones largos de pana marrón para que no nos pinchásemos con las ortigas, pero en los días de cada día, incluso en invierno, el pantalón corto era de necesidad vital.

Qué te pasa cielo? preguntaban las madres cuando nos llevaban al colegio.

Que tengo frío respondíamos.

Frío?! Pero si llevas el verdugo, la bufanda el cuello de cisne, el suéter y la trenca!!! se extrañaban ellas sin entender que al tener frío en las piernas, lo sentíamos en todo nuestro cuerpo.

Ya, lo sé, mamá, pero... tengo frío insistíamos nosotros.


Pues hala hijo!... no se hable más –y con un gesto maternal... nos colocaban la capucha de la trenca por encima del verdugo de lana.

Los modelos de pantalón corto tampoco eran propios de ninguna “Fashion Week”. Se limitaban a un modelo que era muy, muy corto, liso o con cuadritos, o a otro modelo ligeramente más largo (por encima de las rodillas), de una especie de tergal y que generalmente no tenía ningún tipo de estampado. Se había llegado a ver a niños con el suéter de cuello de pico estampado en rombos y con los pantaloncitos muy cortos con el estampado de cuadros, que más que ir al cole, parecía que tenían audición para presentarse a un casting en el Circo Ringling.

Pero lo mío con los pantalones cortos ya era para alucinar. Les contaré que de pequeño tuve el complejo de tener las piernas extremamente delgadas. Detestaba mostrar unas piernas que eran poco más que unas escuálidas canillas con unas rodillas que sobresalían y que parecía que querían llegar a los sitios antes que yo. “Rodillas de guerrero” les llamaba, por esa similitud que guardaban con el complemento metálico y puntiagudo que los caballeros medievales llevaban en sus armaduras para proteger sus rótulas de los ataques enemigos. Pues pese a eso, aún y con mis canillas escuálidas y mis rodillas de guerrero, tenía que llevar pantalón corto y andar por ahí ofendiendo las sensibilidades de todos cuantos me mirasen las piernas.

Se decía (cosas de madres y abuelas) que había que llevar pantalón corto hasta una vez hecha la primera comunión. Yo creo que todo fue un invento de la iglesia para que, aún que sólo fuese por eso, deseásemos hacerla. Y vaya que si lo deseábamos! A quién no le gustaba recibir una hostia? Pero por encima de todo, y más que por quitarnos de encima el pecado original, o recibir en nuestro ser al cuerpo de Cristo, deseábamos hacer la primera comunión para, por fin! De una vez por todas, librarnos para siempre de nuestro pantalón corto.

También había quien mantenía a sus hijos en pantalón corto hasta terminada la E.G.B y a punto de comenzar el bachillerato. Eso era con los 14 años cumplidos, así que la humillación de esos pobres críos debería de ser para echarse a llorar. Quizá mis padres me hubiesen hecho llevar pantalón corto hasta ese punto, pero afortunadamente, salí rebelde y juré sobre mi libro de catecismo escolar, que después de la comunión, el pantalón corto sería historia.

Así que la primera comunión se convertía para muchos en una auténtica “puesta de largo”. No fue mi caso. Algunos hacían la comunión vestidos de marinero y llevaban su flamante pantalón largo en color blanco. Otros, la hicimos con el uniforme de la escuela que consistía en: camisa, corbata, americana con el escudo del colegio cosido en la pechera, y ... pantalón corto.

Mis rodillas de guerrero y yo nos acercamos al altar (ellas llegaron antes que yo) para recibir la sagrada forma. El cura me santiguó con ella y la introdujo en mi boca (la sagrada forma... se entiende), me fui otra vez hacia el banco de la iglesia en ordenada fila con mis compañeros, y todos nos sentamos a rezar y a esperar que la hostia bendita se diluyese en nuestra boca. Se suponía que el día de la primera comunión era un día emocionante, y a decir verdad; para mi lo fue, ya que en casa me estaban esperando unos maravillosos Blue Jeans que serían estrenados al día siguiente sin más demora.

La primera sensación con mis pantalones vaqueros puestos no fue muy buena. Los tejanos no me quedaban como a James Dean o al detective Starski de la serie de TV, o como a los “Jets” o los “Sharks” de la película West Side Story. No se ceñían a mi piel ni marcaban mis formas, al contrario; me quedaban un poco como los que se llevan de moda ahora, sólo que en esa época... no estaba de moda llevar los pantalones al estilo “cagao” y con las perneras anchas. Vamos, que en mis tejanos cabíamos un amigo mío y yo, y ese no era el plan.

Qué se podía esperar de un niño con vaqueros, pero con canillas escuálidas y rodillas de guerrero?.

Un día descubrí que mis pantalones tejanos me quedaban bien los jueves. Resulta que en la escuela a la que yo iba por esas fechas, los jueves era el día que a primera hora de la mañana hacíamos gimnasia. Con el fin de que no nos demorásemos mucho en el vestuario y de que la clase se iniciase lo antes posible, nos obligaban a salir de casa con el chándal puesto, pero para que tampoco se nos viese paseándonos con ropa de deporte por la calle (no estaba demasiado bien visto entonces), había que camuflarlo debajo de la ropa de calle. Es decir; que en verano era un auténtico morirse de calor por eso de llevar el pantalón del chándal debajo del vaquero y la chaqueta puesta. Pero en invierno... el verdugo, la camiseta de deporte, la chaqueta del chándal, la trenca, la bufanda, el pantalón del chándal, el vaquero la bufanda y los guantes. A veces pienso que si los niños de esa generación aguantamos eso, estamos preparados para aguantarlo todo.

A pesar de lo engorroso de la situación, los jueves me quedaban los vaqueros que ni pintados. El “relleno” del chándal por debajo suplía la falta de carnes y me convertía en un auténtico chico Blue Jeans. Pocos días pasaron hasta recibir una bronca monumental por parte de mi madre, que al buscar el pantalón de mi chándal para ponerlo a lavar, y no dar con él, ni en lunes, ni martes, ni miércoles... finalmente descubrió el pastel.

Con chándal y sin él, llevé esos vaqueros hasta que se cayeron a pedazos, e incluso cuando se empezaron a agujerear de la parte de las rodillas por jugar a las canicas o al churro, mi abuela me cosió unas rodilleras de escai que tapaban el agujero y dejaban los pantalones como nuevos. Así que aún y hechos polvo, los seguí llevando. Cualquier cosa antes que protestar por esos vaqueros que no me gustaban, y menos aún después de la guerra que había dado para que me los comprasen.

Afortunadamente llegó la adolescencia. Mamá y la yaya se dieron cuenta de lo resistentes y sufridos que eran unos pantalones como esos, hasta el punto de que ya toda la familia llevábamos vaqueros como si se tratase de la cosa más normal. El problema era que durante la adolescencia, los cambios a los que se vio sometido mi cuerpo fueron alarmantes. Una mañana me despertaba y tenía los brazos más largos de lo normal. Otra mañana la nariz se había convertido en una patata llena de granos. Las piernas crecían de una manera anárquica sin pedir permiso ni guardar relación o proporción alguna con el resto del cuerpo, y así... no había quien se pudiese comprar unos vaqueros decentes, o cuanto menos, quien fuese capaz de mantenerse quieto dentro de ellos. La yaya estaba harta de subir dobladillos para tener que volver a bajarlos a los pocos días. Esas piernas que ya no eran tan delgadas y esas rodillas que ya no eran de guerrero, empezaban a sentirse apretadas dentro del pantalón, y eso molaba. Vaya que si molaba! Lo más de lo más era comprar unos vaqueros que ya de nuevos, pareciese que nos venían pequeños. Cuando tenía que aguantar la respiración y meter barriga para poder abrocharlos y salía del probador como envuelto en un mar de sudor, significaba, invariablemente, que esos vaqueros eran los buenos y los que había que comprar.


Pero hijo... te van muy prietos. Quieres decir? preguntaba mamá que esperaba pacientemente fuera del probador a que me probase un par de docenas de marcas y modelos distintos.

Si mama. Quiero estos! respondía con seguridad.

Pues hala hijo!... no se hable más. Ya eres mayor así que haz lo que quieras.

Y sí! Ya era mayor. Rondaban los años 1978, 1979, y con 14 y 15 años, estaba llevando mi transición personal de la adolescencia a la juventud, de un modo paralelo a la transición que estaba llevando el país de la dictadura a la democracia. Todo empezaba a dejar de ser en blanco y negro y daba paso al color, al azul de los Blue jeans y a los anuncios de pantalones tejanos que se podían ver por televisión y que empezaban a mostrarnos a chicas con ropa ceñida en un mundo diferente y absolutamente nuevo. Un mundo en color... aunque costase respirar dentro de los vaqueros.


Créditos imágenes: 1) Ilustración de Sergi Càmara. 2, 3, 4) Fotografías de infancia del Kioskero del Antifaz. 5) Cartel publicitario de pantalones tejanos Lois años 70's.

Vídeos: 1) Anuncio de tejanos Lois, modelo juvenil. Año 1967. 2) Selección de anuncios de vaqueros setenteros: Levis (Principios años 70's), Jeans Cimarrón (1978), Grin's (1978), Lois (1979), Marlboro Jeans (1979).

martes, 30 de agosto de 2011

El Papus

El próximo día 20 de septiembre hará 34 años que el grupo terrorista de la ultra derecha, denominado “La Triple A” colocó un artefacto explosivo en la redacción de la revista “EL PAPUS” de la calle tallers de Barcelona. La bomba se la dieron al conserje del edificio para que le entregase “el paquete”a Xavier de Echarri, director de la publicación. Juan Peñalver Sandoval, el conserje, resultó muerto como consecuencia de la explosión que le pilló de pleno. Algo más de una docena de heridos leves fueron también las víctimas directas de aquel lamentable atentado.

Mi experiencia personal de aquel día la comenté ya en esta entrada y con motivo de un libro sobre el humor gráfico que realicé para Parramón Ediciones.

Los detalles sobre cuanto aconteció al hecho, a la investigación posterior, y el incomprensible desenlace de que, a día de hoy, aún no hayan aparecido culpables ni se hayan fijado indemnizaciones para las víctimas, lo pueden encontrar en este estupendo documental elaborado por RTVE que aquí mismo les enlazo.

De modo que lo único que puedo contar en relación al semanario de humor más corrosivo de la transición española, es una de las muchas anécdotas que conservo de mi colaboración con la que fue la segunda etapa de la revista después de la bomba. Breve colaboración debida a que el espíritu de la revista fue claramente afectado por la explosión y por una crisis de esas que durante los años 1984 - 1986, llevó a la editorial a una irremediable suspensión de pagos.

Les dejo con una historia que creo, refleja con claridad las numerosas contradicciones de una época en la que se estaba llegando al final de una transición política, pero en la que aún seguían mandando los mismos.

Recuerdo que cuando me mandaron la carta en la que “amablemente” me pedían que me alistase a las filas del flamante ejército español, hice un ejercicio mental en el que traté de imaginar cómo me iría a mí haciendo “la mili”. La verdad fue que lo que me esperaba no pintaba nada bueno. No tenía más que los estudios primarios y unos estudios secundarios incompletos. Tampoco tenía ningún oficio de formación profesional como de carpintería, electricidad, mecánica, o cualquier cualificación profesional que me asegurase algún destino más o menos llevadero en el ejército. Lo único que había hecho después de abandonar mis estudios y durante los siguientes cuatro años había sido dibujar historietas y humor gráfico dentro de la corriente underground de aquella época, de modo que mis dibujos estaban plagados de mujeres desnudas y de ocurrencias pretendidamente ingeniosas que apuntaban en contra de los políticos, de los militares, de los fascistas, así como en contra de cualquier cosa que pudiese significar un régimen autoritario. Definitivamente no era el material adecuado para mostrarles a los del ejército con el que dar fe de mi trabajo de dibujante y que, gracias a él, me destinasen a un cuartel con algún despacho cómodo en el que poder seguir con mi labor de “pintamonas”. Vaya... que me veía vestido de uniforme chupando guardias por un tubo ante las inclemencias del tiempo y haciendo más maniobras y moviéndome más por la pista americana que un garbanzo en la boca de un viejo sin dientes.

Pasaron los días, y cuando me encontré preparando mi petate y los enseres mínimos para tomar un tren e incorporarme al “ejerssito epañó” dispuesto a derramar hasta la última gota de mi sangre por Dios y por España, se me ocurrió que no sería tan mala idea después de todo. Llamé a mi editor Carlos Navarro por teléfono y le pedí una cita.

—Cómoooo? Pero tu te has vuelto loco hijo mío? —me dijo mi editor sentado en la mesa de su despacho, mientras que yo estaba allí, en pie frente a él.
—Se trata de una simple carta señor Navarro, no le pido nada más que eso. —le insistía yo.
—Vamos a ver, alma de cántaro. No estoy dispuesto a sentirme culpable el resto de mi vida porque te hayan montado un consejo de guerra y te hayan hecho fusilar —me decía él —. Que mira que esos tipos son muy bestias, y que aunque haga nueve años que se les ha muerto el jefe, los que mandan siguen siendo ellos.
—Lo sé, lo sé, y le entiendo perfectamente, pero prefiero pasar la mili en un calabozo antes que metido en una garita. Además... quién sabe, es posible que hasta se acojonen si ven que trabajo en un medio de comunicación subversivo. Igual hasta se cagan patas pa’bajo y me licencian en pocos días.
—Tú si que te vas a cagar. Con esa gente no se puede hacer el chulo. Acaso no recuerdas que nos pusieron una bomba? Y ahora quieres meterte en la boca del lobo y decirles donde trabajas? —me preguntó.
—Pues si. —le respondí con determinación marcial (lo de marcial fue, porque ya estaba yo practicando, y eso).
—No se hable más si eso es lo que quieres.

El señor Navarro pulsó un botón del interfono que había sobre su mesa y le pidió a su secretaria personal que tomase un papel con membrete de Ediciones Amaika y que redactase la siguiente carta:

—”Como editor gerente de Ediciones Amaika, informo a quien corresponda que el humorista gráfico Sergi Cámara, colabora desde...” Por cierto hijo. Desde cuando trabajas con nosotros?
—Exactamente no recuerdo.
—En fin, da igual. Prosigo señorita: “...colabora desde hace unos años en nuestras publicaciones editoriales tales como: El Papus, El Harakiri, El Puro, La Judia Verde, etc, y en calidad de dibujante y redactor de textos. Firmado, etc, etc”. En cuanto la termine tráigala a mi despacho.

Al poco rato aparecía la secretaria con la carta en la mano y con un sobre en el que también podía verse el membrete impreso de la editorial. El señor Navarro estampó su firma sobre la carta, la metió cuidadosamente en el sobre y me la dio.

—Joder! —exclamó —. Por un momento me he visto como el Generalísimo firmando sentencias de muerte. Estás seguro de lo que haces?
—Absolutamente señor. No se preocupe tanto que no va a pasar nada. Muchísimas gracias y ya pasaré a visitarle cuando me den permiso.
—Permiso? Me conformaré con no tener que ir a verte a una prisión militar para llevarte tabaco.

El señor Navarro y yo nos despedimos cordialmente. Quedamos en que durante mi estancia en la mili seguiría haciendo mis historietas y que o bien se las mandaría a él por correo, o las mandaría a mi casa para que mi padre pudiese ir a la redacción a hacer las entregas y a recoger los cheques. Y así fue, pese a mi nueva vida militar siempre encontré algún que otro momento (en la clandestinidad, obviamente) para dibujar algo de material que el señor Navarro pudiese publicar.

Para mí, la mili empezó en Colmenar Viejo. Allí me raparon, me dieron ropa de color verde, cubiertos, una llave para mi taquilla y unos platoons identificativos; no fuese el caso que pisase alguna mina o me estallase una granada en la mano y mi cuerpo quedase inidentificable. También me asignaron una litera y una compañía; concretamente la 24 del 2º batallón, y para terminar el Kit me dieron un número; el 222, y ese iba a ser “mi nombre” durante los siguientes tres meses.

A los pocos días empezaron a hacernos tests psicotécnicos, revisiones médicas y a clavarnos vacunas. Para todo había que formar largas colas, y una de ellas, una de esas colas, fue para rellenar un formulario y aportar documentos que acreditasen nuestro nivel de estudios y nuestra experiencia laboral. Allí fue donde entregué la carta de Ediciones Amaika que me firmó el señor Navarro... mi suerte estaba echada.

Una noche, mientras dormía placidamente en mi litera, me despertó un instructor. Eran alrededor de las tres de la madrugada.

—Recluta! El suboficial quiere verte!

En calzoncillos, pero con las botas y las trinchas puestas, seguí al instructor hasta el despacho del sargento de la que era mi compañía. Por el camino un cabo (el cabo Frutos) me hizo besar una foto con la alineación del Real Madrid y gritar: “Hala Madrid!”. Lo hice... que remedio.

El sargento en cuestión era un tipo de Valencia que también iba en calzoncillos, que llevaba puestas sus botas y sus trinchas y que me miraba con una cara de mala leche tremenda.

—Eres tú el tal “Sergi” que trabaja en esas revistas de rojos? —me preguntó.
—Si mi sargento. Soy yo.
—Curioso... te hacía con barba y con melenas —me dijo, mientras que a mis espaldas, el instructor, dejaba ir una carcajada.
—Y así era mi sargento, hasta que la pasada semana pasé por la barbería.
—de todos modos, veo que no eres muy amigo de la maquinilla de afeitar. Eh? —el sargento deslizó su bolígrafo por mi barbilla prestando atención al “ris, ris” que se producía al contacto con los incipientes pelillos que habían por mi cara.
—Es que... me crece, mi sargento— le comenté.
—déjenos solos instructor, y cierre la puerta —ordenó el sargento al capullo que estaba detrás de mí.

La máxima autoridad nocturna en la compañía y yo, estábamos frente a frente, solos. Todo indicaba que no habrían testigos de las vejaciones que aquel tipo parecía dispuesto a proferirme. Jamás pensé en mi vida que llegase un día en el que iba a ser torturado, y menos aún sentado en una silla, en calzoncillos, en trinchas y con botas. Me encajaba la idea de que mi torturador fuese un militar, pero el verle a él también en calzoncillos, con trinchas y con botas, le daba a todo aquello un macabro toque de humor, curiosamente típico de la revista... El Papus.

—Siéntate —me dijo—. Así que tú dibujas a las tías en pelotas que salen en esta revista?

Para mi sorpresa, del cajón de su mesa sacó un ejemplar de la revista Harakiri abierta por una página en la que aparecían dibujos míos.

—A esas tías las he dibujado yo... entre otras cosas.
—Estupendo. Mañana hay instrucción.
—Lo sé mi sargento.
—Los de tu compañía irán a dar barrigazos por la montaña, a revolcarse por el barro y a correr unos cuanto kilómetros bajo una lluvia de mil demonios.
—También lo sé mi sargento. Nos lo han explicado esta noche en la orden del día. Mañana tenemos instrucción.

El sargento valenciano se levantó, se acercó hacia mí, se puso a mi espalda mientras yo permanecía sentado en la silla, colocó sus manos sobre mis hombros y me dijo:

—Tú te quedarás aquí, en mi despacho. Estarás al lado de mi estufa. Los instructores te traerán papeles y todo cuanto necesites, y a cambio... nos dibujarás a unas cuantas de esas tías en pelotas. Qué opinas?
—Qué quiere que opine mi sargento? Me parece bien.
—Pues ahora lárgate a dormir, apenas quedan un par de horas para que suene el toque de Diana, así que en cuanto estés vestido te quiero aquí, en mi despacho.

Me despedí del suboficial, y cuando me acercaba a la puerta para asimilar toda aquella situación surrealista, el sargento llamó mi atención de nuevo.

—Una cosa más recluta. Hablas catalán?
—Lo hablo mi sargento.
—Excelente. Yo hablo valenciano así que podemos entendernos. Cuando estemos solos hablaremos catalán y valenciano y me tratarás de tú. En presencia de cualquier instructor, mando o recluta de esta compañía seguiré siendo tu sargento. Queda claro?
—Como el agua mi sargento.
—Que passes una bona nit —se despidió mientras se quitaba sus botas y se disponía a entrar en su litera.

Apenas hice instrucciones, guardias o imaginarias. El sargento valenciano se las ingeniaba como podía para dejarme en la compañía para que le hiciese dibujos: de su novia, de su hermana... me traía fotos de él con sus colegas para que les dibujase, e incluso me permitía que ocupase parte del tiempo en hacer las historietas para el señor Navarro. Quien le iba a decir a él que su carta, esa carta por la que iban a formarme un consejo de guerra, iba a terminar siendo un salvoconducto para un confortable escaqueo.

Yo creo que cuando dicen eso de “inteligencia militar”... se refieren al sargento valenciano de la 24 compañía del 2º batallón de Colmenar Viejo. Un tipo con sentido del humor.


viernes, 23 de octubre de 2009

Marica de terciopelo

Una celda en una cárcel no se trata de un lugar en el que uno deba pasar una temporadita de su vida a pan y agua por si acaso algún día comete un delito. A uno le meten a la sombra después de haber sido imputado como presunto culpable de algo, y después de haber demostrado su culpabilidad en un juicio, pero nunca antes, no sin haber sido previamente detenido, se le hayan leído sus derechos y se le haya juzgado.

No obstante, y pese a esta obviedad, existe en nuestra sociedad un punto extraño, un agujero negro anacrónico que nos condena a todos los ciudadanos a cumplir una pena preventiva, tanto si delinquimos, como si no.

Me explico: Hace poco que muchos regresamos de nuestras vacaciones y decidimos volcar nuestras fotos de viaje a un disco duro, grabarlas en un CD, llevarlas con nosotros en un Pen-Drive, e incluso imprimir algunas con nuestras impresoras. Me refiero a NUESTRAS FOTOS, cada uno las nuestras, las que tomamos con nuestras cámaras y de las que somos autores, pero por las que no percibiremos ningún beneficio recaudado por ninguna entidad gestora de derechos de autor; al contrario... por cada cámara digital que hayamos comprado, CD, Pen-Drive, disco duro, impresora, etc, lo que estaremos haciendo será pagar el canon a la SGAE, y eso, no es más que un castigo preventivo que nos impone dicha entidad, una condena por un delito que no hemos cometido, pero por el que aún y así... pagamos. No vaya a ser que con nuestra cámara se nos ocurra filmar algún fragmento de película en la que salga Pilar Bardem, o que en nuestro pen-drive llevemos música descargada de internet, o que con nuestra impresora nos imprimamos material protegido, o que llenemos nuestro disco duro de películas descargadas de la mula.

Vale, pero... Y si no lo hacemos? Aún somos muchos a los que si nos gusta una película preferimos comprar una copia original que una del top manta, y tampoco somos pocos los que gracias a descargarnos música de forma “ilegal” hemos terminando descubriendo a artistas que nos han encantado y de los cuales hemos comprado sus CD’s originales. Del mismo modo si vamos a hacer un regalo a alguien y optamos por música no se nos ocurre regalar un CD grabado en plan casero con una carátula escaneada, si optamos por un libro no nos presentamos con un ejemplar fotocopiado y grapado, o en el caso de querer regalar una película no mandamos vía e-mail un enlace con un texto que diga: “Mira colega; en el día de tu cumpleaños te mando este link para que te mires tal película del Cine Tube. Regalazo Eh???”. Vamos, que no somos tan cutres.

Ya no voy ni a entrar en el caso de los que realizamos algún tipo de trabajo autoral y por el que la gran mayoría de las veces no percibimos derechos de autor, pero a los que nuestros editores nos piden que las entregas de dichos trabajos las hagamos en CD’s, Pen-Drives, o que las subamos a servidores FTP; por todo eso también pagamos el canon de la SGAE y ahí ya no es sólo que se nos haga pagar por un delito que probablemente no vayamos a cometer jamás, ahí directamente y sin paños calientes lo que la SGAE está haciendo es robarnos nuestros derechos de autor además de hacernos pagar -vía canon de rigor- para dárselos a otros autores que probablemente lo sean mucho menos que nosotros. Cuanto tiempo llevan muchos de los de la SGAE sin dar un palo al agua? Quien ha oído hablar del último disco de Teddy Bautista, entre muchos otros?

Hoy es viernes y toca música, así que os dejo con un tema de Ramoncín del año 1978. El que fue durante 20 años miembro activo de SGAE y se dejó el alma en la lucha a favor del canon digital y en esa supuesta defensa por los derechos de autor, es ahora un indiscutible ídolo de mesas... no, no hay ningún error, he escrito bien: de “mesas”, ídolo de “mesas” ya que lo suyo es sentarse de tertuliano en alguna mesa de algún plató, opinar sobre el tema que sea y eso si... cobrar por todo. Antes cantaba, pero de eso... ya nadie se acuerda.

Nice weekend Friends ;-)



Pdt - Quedan dos cosas pendientes; a saber: contaros cómo pirateábamos música en los setenta, que tiene su tela, y una anécdota personal que tuve con Ramoncín en 1984, en Madrid.

lunes, 14 de septiembre de 2009

De cómo a los humoristas gráficos, hay quien se los toma... demasiado en serio

Desde finales del pasado año he estado trabajando en un libro que ahora, y una vez terminado, me gustaría darles a conocer, ya que para mi tiene mucho que ver con los años setenta, los años en los que me inicié como humorista gráfico aunque luego, la vida... da muchas vueltas.

Se trata de un libro de alrededor de 200 páginas, editado por Parramón Ediciones, y que saldrá al mercado en el mes de noviembre tras darse una vuelta por la feria internacional del libro de Frankfurt. En él he intentado explicar qué es y cómo se hace humor gráfico, y lo he ilustrado con un centenar de los gags que he ido creando desde finales de los años 70 hasta la actualidad, además de numerosísimas ilustraciones realizadas para explicar los diversos procesos de elaboración de un chiste de prensa.

Quiero agradecerles muy sinceramente a mis editores la oportunidad que me han dado al dejarme hacer este libro y el placer que he experimentado recuperando mi faceta como humorista gráfico. Faceta que nunca ha dejado de estar ahí en mi quehacer diario, pero que debido a mis diversas inquietudes profesionales, ha ido alternándose con las películas de dibujos animados, los cuentos infantiles y demás historias.


También quiero dejarles en este blog la introducción que escribí para el libro, ya que de algún modo, se trata de un relato que gira en torno a un recuerdo setentero que convendría no olvidar jamás... por si las moscas.

En los estertores de la dictadura española, aproximadamente entre 1972 y 1975, se inició lo que se dio en llamar “la edad dorada del humor gráfico español” que duró aproximadamente hasta 1978 ya en plena transición hacia una nueva era de deseada democracia. Durante ese periodo numerosas revistas de humor gráfico cargadas de sátira salieron al mercado con la intención de agitar las conciencias de un pueblo temeroso aún de abrirse y de “ver mundo”. Por esa época yo contaba con apenas trece años y una abultada carpeta repleta de dibujos, lamentables en su mayoría, pero cargados de ilusión.

Recuerdo que haciéndome pasar por un adolescente de dieciséis años me puse en contacto telefónico con la redacción de una de esas revistas de humor con la intención de poder pasarme por allí y mostrar mis trabajos. La secretaria con la que hablé concretó esa cita entre el editor y yo para un 20 de septiembre de 1977 a mediodía.

En los días que quedaban para la deseada entrevista fui preparando más material tratando de afinar los contenidos de mis gags con el tono satírico de la revista en la que deseaba con todas mis fuerzas que fuesen publicados.

El lunes día 19 por la mañana, la amable secretaria me volvió a llamar aplazando mi reunión un día más, dejándola así para el miércoles día 21 y con el motivo de que el día 20 (día inicialmente propuesto para la cita) había consejo de redacción y editor, dibujantes y demás colaboradores, tenían que permanecer reunidos para revisar contenidos.

Ese día 20 a mediodía, los noticiarios de las cadenas de televisión, informaban que en la redacción de esa revista, EL PAPUS, y a la hora en la que yo hubiese tenido mi primer encuentro con el editor, un grupo terrorista había colocado una bomba que causó la muerte del conserje del edificio y dejó una docena de heridos entre los cuales se encontraba la secretaria con la que justamente había hablado en dos ocasiones anteriores. Al parecer salió despedida por la ventana del edificio y salvó milagrosamente su vida cayendo sobre el capó de un turismo que se encontraba estacionado en la calle. La redacción de la revista EL PAPUS quedó literalmente destruida, y gracias a que todos sus colaboradores se hallaban reunidos en una zona algo alejada de la explosión consiguieron salir ilesos del desastre.

Tres años más tarde; cuando en realidad ya era un adolescente de dieciséis, conseguí publicar mis dibujos en tres de las revistas de esa misma editorial.

No obstante, aquel día, el de la bomba, aprendí dos cosas: la primera: que el dibujo humorístico es una profesión de alto riesgo, similar a la de los detectives privados de las teleseries norteamericanas, pero con la diferencia de que los humoristas gráficos, en lugar de ir trajeados y cargar con pistolas, vestían pantalón tejano, lucían pobladas barbas y sus armas eran lapiceros, pinceles, e ingenio. La segunda: descubrí que hay gente aquejada de un terrible enfermedad denominada “falta de sentido del humor”, gente que persigue y lanza bombas contra aquellos que utilizan la sátira gráfica para ayudar a una sociedad a pensar por sí misma. Seres intolerantes contra los que el humor gráfico, al parecer, es un arma poderosamente efectiva, o cuanto menos... molesta.

Link al blog de humor gráfico: SERGI CARTOONIST

sábado, 20 de junio de 2009

Humor Gráfico Kioskero

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Durante la segunda mitad de los 70 los kioscos españoles empezaron a mostrar muslos y pechugas en las portadas de las revistas. Papillón de ediciones Amaika fue la pionera en el año 1976 en mostrar entre sus páginas sugerentes desnudos femeninos. Le siguieron Lui (francesa) también en 1976 y la archiconocidísima Playboy (norteamericana) en 1979.

Este nuevo fenómeno del destape en las revistas, aumentó considerablemente la venta de periódicos... (?)

Los señores “respetables” compraban periódicos no menos respetables como el ABC (aunque los más respetables compraban El Alcazar), pero en realidad, lo que hacían con el periódico era camuflar la revista erótica que delicadamente escondían en su interior y proseguir como si tal cosa con sus paseos por el barrio, o ir a buscar a sus hijos a la escuela y sin perder en ningún momento su respetable apariencia.

Eso si, siempre y cuando... no les tocase un kiosquero indiscreto ;-)

domingo, 7 de junio de 2009

sábado, 30 de mayo de 2009

Humor Gráfico Kioskero (Making Off)

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Seguidamente y tal y como el diablo JuanRa, me sugirió en uno de sus comentarios, ahí les dejo el Making Off, el cómo se hizo, y se hace... el humor gráfico kioskero. Que lo disfruten ;-)

sábado, 23 de mayo de 2009

lunes, 18 de mayo de 2009

El Kiosquero del Poble Sec


Esta noche, mientras trataba inútilmente de conciliar el sueño, me ha asaltado el recuerdo de que existe un documento gráfico de algo, que al menos para mí, es sumamente importante.

El hecho de recordarlo ha sacudido mi cabeza, me ha dado una gran alegría y me ha hecho pensar en la realización de esta entrada. En condiciones normales hubiese saltado de la cama, me hubiese sumergido en mi tebeoteca en busca del documento gráfico... y ya no hubiese podido resistir a la tentación de encender el ordenador y sentarme frente a él para teclear esta entrada. Afortunadamente no tengo la tebeoteca en casa, la tengo en mi estudio; un ático de Barcelona junto al mercado de Sant Antoni en el que realizo mi trabajo diario. De modo, que dada la pereza de levantarme, ducharme, vestirme e irme hacia mi estudio a horas intempestivas, he decidido tratar de dormir y retomar la idea por la mañana después de llevar a mis hijos al colegio.

El documento gráfico en cuestión es la viñeta que encabeza esta entrada. Se trata de una viñeta extraída de la historieta que lleva por título “Tony Tano”, obra del gran maestro Carlos Giménez, y que forma parte de su obra “Los Profesionales”, concretamente, esta historieta la podemos encontrar en el volumen II titulado “¡Son como niños!

Qué tiene de especial esta viñeta? Para mí todo, ya que en el comic del que forma parte se narran historias de profesionales del mundo del dibujo al que pertenezco, aparece el mercado de Sant Antoni al que llevo vinculado toda mi vida por tradición familiar, y lo más anecdótico... aparecen también, en su parada del Mercado de Sant Antoni, el Sr. Sánchez y su hijo Agustín Sánchez, que además del kiosco en Poeta Cabanyes esquina Magalhaes del Poble Sec de Barcelona, cada domingo, sin falta, montaban su tenderete en el mercado y en el que vendían, cambiaban y compraban tebeos. Al señor Sánchez he dedicado algunas entradas en este blog setentero: Hucha Gasolinera de RICO, YO-YO Russell Super, Flaggolosina y seguro que dedicaré muchas más ya que él fue mi kiosquero preferido durante los años 70. En su kiosco compraba mis chuches, cromos, tebeos, juguetes, baratijas kiosqueras y todas aquellas cosas que actualmente colecciono, que me retrotraen a esa infancia y de las cuales hablo y muestro en este blog, entre otros muchos recuerdos.

El Sr. Sánchez

Probablemente sí el Sr. Sánchez hubiese limitado su actividad profesional al kiosco del Poble Sec, no hubiese coincidido jamás con el gran historietista Carlos Giménez, pero su parada en el mercado de Sant Antoni era visita obligada para los aficionados al comic y para todos los profesionales de la época que acudían a él para comprar las últimas novedades en comics de importación y “solucionar” así, temas de documentación de algunas de sus viñetas; vaya... lo que podríamos dar en llamar... “plagios creativos”.

Creo recordar que el Sr. Sánchez y su hijo, mantuvieron su paradita en el mercado hasta bien avanzados los años 80 o puede que incluso hasta mediados de los 90, no logro recordar la fecha, pero el Sr. Sánchez estuvo allí hasta que fue ya muy, muy mayor. Muchos de los domingos que paseo por el mercado en busca de comics para mí, para mi hijo o cuentos para mi hija, echo de menos la parada de mi entrañable kiosquero, pero afortunadamente el gran profesional Carlos Giménez lo dibujó en una de sus viñetas y ahí queda ya... para siempre jamás.

Agustín Sánchez
Para los miles y miles de admiradores de Carlos Giménez, esta viñeta tan solo es una más entre las muchísimas que el artista ha creado. A veces, es curioso ver como pequeños detalles pueden ser importantes; trazos sobre un papel realizados con talento, con gracia, manchas de tinta bien puestas... Seguro que eso puede apreciarlo cualquiera en la obra de Carlos Giménez y concretamente también en esta viñeta. No obstante... existe la posibilidad de que a mí, sea al único al que esta viñeta le transmite un mensaje especial y distinto... Es posible que nadie más conozca la historia que existe tras ella. Bueno... ahora ya si debido a que la estoy compartiendo gratamente con todo aquel que lea esta entrada, pero... tal vez, incluso el propio Carlos Giménez tan sólo se limitó a tomar un apunte rápido de una parada cualquiera en una de sus muchas visitas al mercado de Sant Antoni para documentar debidamente una de sus historias. Es seguro que ni él mismo sepa que en ese apunte, inmortalizó ni más ni menos que al Sr. Sánchez, El Kiosquero del Poble Sec, y que ese hombre pertenece a una importantísima parte de mi infancia.

Carlos Giménez

El gran historietista nació en Madrid en 1941 y se trasladó a Barcelona en 1963, lugar donde empezó a trabajar en la agencia Creaciones Ilustradas dibujando las series Gringo y Delta 99 publicadas en el extranjero.

En 1969 y con guiones de Victor Mora, dibuja la serie Dani Futuro, para más adelante iniciar sus proyectos en solitario y los que realmente le han otorgado su merecido éxito: Hom (1974), España Una, Grande y Libre (1976), Paracuellos (6 álbumes 1976), Barrio (4 álbumes 1977), Los profesionales (5 álbumes 1983), etc.

Actualmente Carlos Giménez es uno de los nominados para el Premio Príncipe de Asturias de las artes debido a que su proyección en el mundo de la historieta es universal. Su aportación al desarrollo y la evolución artístico-social del medio está fuera de toda duda. Se trata de uno de los mejores autores de la historia mundial del cómic de todos los tiempos y su trabajo a lo largo de toda su carrera en obras tan significativas como Paracuellos 36-39, Barrio o Los Profesionales, ha marcado a toda una generación con su magnífica narrativa, por lo que no es de sorprender que toda la industria del tebeo se haya volcado en dar su apoyo de este genial artista.

domingo, 17 de mayo de 2009

Humor Gráfico Kioskero


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Es en la prensa donde se encuentra el humor gráfico. Es en los kioscos donde se encuentra la prensa. Y por eso, en este kiosco virtual no podía faltar el humor gráfico especializado en kioscos.

Abro esta nueva sección en la que trataré de poner, con mayor o menor regularidad, chistes gráficos en los que los kioscos y los kiosqueros sean los protagonistas. Algunos serán míos (como el de esta primera entrada), otros serán de otros autores presentes y pasados que buscaré por las hemerotecas y que mostraré aquí para el disfrute de todos.

Hoy en día quizá un kiosco sea poco más que un elemento entre tantos del paisaje urbano, pero a finales de los años sesenta y durante los setenta los kioscos fueron los lugares donde los niños, a cambio de pocas pesetillas, convertíamos nuestros sueños en realidad.

Merecen un homenaje. No es así?