Desde los tiempos de los Ditirambos en los que se escenificaba las vidas de los dioses del Olimpo hasta el teatro más vanguardista, han pasado un puñado de siglos, y con ellos, han llegado hasta nosotros innumerables modos de ocio, expresión y comunicación. Pese a todo, el teatro sigue ahí contra viento y marea y sobreviviendo ante cualquier nuevo sistema por más multimedia, interactivo, o 3D que sea. El motivo más probable que explique semejante capacidad de supervivencia quizá sea el hecho de que no hay nada que pueda igualarse a una puesta en escena en vivo, en directo, plagada de gestos, escenografías y dicciones que nos llegan hasta el alma y que nos permite escuchar la más sutil respiración de los actores, e incluso... oler el perfume de las actrices.
Si Esquilo o Sófocles hubiesen tenido la oportunidad de ver un pequeño teatro como el que fabricó la casa AIRGAM a principios de los años 70, no hubiesen dudado ni un segundo en hacerse con uno de ellos, colocarlo junto a su mesa de trabajo y dejarse llevar por su magia para escribir sus más inspiradas composiciones dramáticas.
Yo no me pude resistir a él cuando lo vi entre los muchos objetos que tenía atesorados –con gran celo- una coleccionista de Barcelona. El corazón se me quedó hecho un puño; algo que no debería sucederle a alguien que se precia de dominar sus emociones y de no dejarse llevar por los impulsos, pero no es cierto... no siempre uno lo controla todo si es que en realidad alguien es capaz... de controlar nada.
Le pregunté si el Mini-Teatro de AIRGAM estaba en venta, pero no... no lo estaba. A partir de ahí urdí los más inconfesables planes para hacerme con él. Ante mi insistencia por conseguir el objeto y su mezquina obstinación por no querer soltarlo, llegué incluso a plantearme la posibilidad de robárselo, de quitarle la vida o de prenderle fuego a su colección, ya que ese teatro, o era mío... o no era de nadie. No era poco el tiempo que yo andaba tras él y por fin lo había encontrado, pero por desgracia, se hallaba en manos de alguien que no pensaba dejarlo escapar bajo ninguna circunstancia.
Respiré profundamente... creo que tres veces. Hay quien dice que las técnicas de respiración no fallan. La verdad es que no me han hecho falta casi nunca, pero las pocas veces que he recurrido a ellas... no me han funcionado. Simplemente; algo físico, material o en concepto que yo quiero y que está frente a mi... debe terminar siendo mío tarde o temprano como si se tratase de alguna ley escrita. No en vano nací guerrero, luchador y convencido de que en el amor y en la guerra... todo vale, y esa... iba a ser una guerra.
La coleccionista –a la vez amiga-, continuó mostrándome más objetos de su magnífica colección, pero ya todo me daba igual. Nada era, ni de lejos, semejante a aquella joya que ya se me había metido entre ceja y ceja. Ni tan siquiera el verla a ella tan ilusionada por mi visita me disuadía de mi intención de no marchar de allí sin ese teatro.
Para mi sorpresa, se giró hacia mi clavando sus pupilas azules sobre mis pupilas... marrones en invierno y verdes en verano (es una simple cualidad), y me dijo:
—Tanto te gusta ese teatro?
—Tanto no... más —le respondí.
Me lanzó una de esas miradas a las que yo llamo... “de dar esperanzas”, y acto seguido miró a su teatro al fondo de la estantería... como despidiéndose de él.
—Anda... llévatelo antes de que me arrepienta —me lo espetó así... sin anestesia ni nada.
—Pero qué dices?... Te has vuelto loca? —le pregunté.
—Que te lo lleves te digo! —insistió.
A decir verdad me compadecí. Estuve a un “tris” de rechazarle el regalo, pero en esas pupilas azules que continuaban clavadas sobre las mías cambiantes según la temperatura ambiental, vi un verdadero deseo de que me quedase con ese teatro. Y es que hay veces en las que por más que uno quiera esforzarse en saber qué hay detrás de la mirada de una mujer, nunca se llega a entender cuales son sus verdaderos significados.
Salí de su casa con el teatro en mis manos, con una sonrisa de desconcierto y con un agujero en el estómago provocado por una extraña desazón. Una curiosa mezcla de agradecimiento infinito hacia ella y de desconsideración por mi parte. No sé... quizá, aún y que insistió e insistió... no debí llevármelo.
Pasaron un par de semanas y recibí en mi estudio su visita. Comimos, paseamos y regresamos de nuevo al estudio para que ella pudiese contemplar con calma mi colección. Sus pupilas azules rastrearon minuciosamente mis objetos derramando cariño, admiración y nostalgia sobre cada una de las piezas. Miró también el que había sido su teatro y me hizo una advertencia al respecto:
—Cuídalo bien. Eh?
Le hice saber que a cambio de su regalo, podía escoger lo que quisiese de mi colección y que yo se lo ofrecía con gusto.
Sonriendo me miró, se despidió de mi, pero... no me pidió nada.
Me quedé en mi estudio con una sonrisa de desconcierto y con un agujero en el estómago, de nuevo provocado por una extraña desazón y una curiosa mezcla de agradecimiento infinito hacia ella... y de desconsideración por mi parte.
Hoy, 27 de Marzo y día del teatro, esta entrada va dedicada al arte escénico, a los actores, actrices, dramaturgos... a todos cuantos hacen posible esta magia, pero en especial va dedicada a ti. Gracias Mayka ;-)
Créditos de las imágenes: 1,3 y 4) Mini-Teatro AIRGAM. Colección particular. 2) Anuncio en el ABC de almacenes SEARS 1971.
sábado, 27 de marzo de 2010
jueves, 25 de marzo de 2010
Thank Got I'm A Country Boy
Siempre me identifiqué con este tema que John Denver grabó en 1974, y más ahora que ya está aquí la primavera y que allá... a lo lejos de la gran ciudad todo empieza a oler a campo.
Y qué quieren? Incluso los más curtidos urbanitas tenemos nuestro corazoncito y nos gusta eso del reverdecer de las praderas, ver brotar las flores y escuchar el trinar de los pájaros.
Además... tal y como “dicen” que están las cosas, no estaría de más plantearse la idea de dedicarse a criar cerdos, darles heno a los caballos, quitar las malas hierbas, sembrar maíz...
Las cosas sencillas empiezan a tener una importancia fundamental en mi vida, y aún y teniendo cantidad de proyectos y muchísimas cosas que hacer, merece la pena dejar por un rato de mirar siempre hacia delante y disfrutar de todo aquello que hace nuestro día a día: una bella esposa, unos hijos sanos, fumar tabaco de liar en el porche de una humilde casa... y tocar el violín.
Dejen que John Denver les envuelva con esta melodía “primaveraniega”, de veras... háganlo... enfúndense un pantalón vaquero, cálcense las botas y no olviden que en el fondo, sea más grande o más pequeño... todos somos de pueblo ;-)
Yipi yai yeiii!!!!!!!!
(Los del "feis" pueden ver el video clicando aquí.)
Créditos imagen: El Kioskero del Antifaz... viendo la vida pasar (Agosto 2009).
Y qué quieren? Incluso los más curtidos urbanitas tenemos nuestro corazoncito y nos gusta eso del reverdecer de las praderas, ver brotar las flores y escuchar el trinar de los pájaros.
Además... tal y como “dicen” que están las cosas, no estaría de más plantearse la idea de dedicarse a criar cerdos, darles heno a los caballos, quitar las malas hierbas, sembrar maíz...
Las cosas sencillas empiezan a tener una importancia fundamental en mi vida, y aún y teniendo cantidad de proyectos y muchísimas cosas que hacer, merece la pena dejar por un rato de mirar siempre hacia delante y disfrutar de todo aquello que hace nuestro día a día: una bella esposa, unos hijos sanos, fumar tabaco de liar en el porche de una humilde casa... y tocar el violín.
Dejen que John Denver les envuelva con esta melodía “primaveraniega”, de veras... háganlo... enfúndense un pantalón vaquero, cálcense las botas y no olviden que en el fondo, sea más grande o más pequeño... todos somos de pueblo ;-)
Yipi yai yeiii!!!!!!!!
(Los del "feis" pueden ver el video clicando aquí.)
Créditos imagen: El Kioskero del Antifaz... viendo la vida pasar (Agosto 2009).
lunes, 22 de marzo de 2010
El Barco de Wickie
Existen esas ocasiones en las que las cosas parecen llegar justo a tiempo; ni demasiado pronto ni lo suficientemente tarde. Sencillamente... a tiempo.
Ése fue el caso del barco de Wickie, un prodigio de cartón, recortable, de fácil montaje, resistente a pesar de lo endeble de su material, y acompañado de las figuritas de los protagonistas de la serie de televisión. Se trató precisamente de eso, de un juguete que llegó... en su preciso momento.
Yo ya rondaba mis 12 años cuando aquel maravilloso blister que contenía semejante tentación se exhibía colgado de los kioscos por allá... el 1976. Una época en la que ya me empezaba a plantear otras cosas que poco tenían que ver con juguetes. Seguía pasando mis horas con mis Madelman, pero a excepción de mis hombres de acción, el resto del tiempo lo pasaba haciendo ver que estudiaba, sacando los cursos con gran dificultad y por los pelos, pero por encima de todo dejándome llevar por la que hasta día de hoy ha sido... y es... mi gran pasión: dibujar.
La llegada del magnífico drakkar viquingo me retuvo un instante más en la infancia. Se trató de algo así como de un aviso: “Eh!... Dónde vas? No tengas prisa en hacerte mayor tan pronto, ya que en cuanto empieces a serlo... lo vas a ser ya para el resto de tu vida”. Decidí hacerle caso, me tomé un tiempo más, ni poco ni demasiado, el justo para sacarle más provecho a lo que aún era niñez, echar mano de mi bolsillo y hacerme con las 100 pesetas que costaba el blister... y llevarlo a mi casa para la que quizá sería la recta final por una infancia que recuerdo muy feliz.
Jugando se estaba muy bien. Uno podía inventar historias y vivirlas a través de los muñecos de plástico monocromo de la colección, así que sin estar demasiado seguro de ello (ha pasado demasiado tiempo), pero quizá sí que fue el barco de Wickie el juguete kiosquero que me dio un respiro, que me permitió relajarme un poco y terminar la EGB e incluso llegar a empezar el BUP (etapa de estruendoso fracaso... todo hay que decirlo). Ya luego habría tiempo para colocarse la carpeta debajo del brazo y empezar a llamar a las puertas de las editoriales y comprobar si mis dibujos servían para algo.
El pasado año conocí a Rafa. Un tipo que tiene una tiendecita en el rastro madrileño y que poseía alguno de esos viejos barcos de Wickie en perfecto estado. Sin dudarlo me hice con uno de ellos y fue uno de esos momentos mágicos en los que uno se reencuentra con viejos juguetes, y en la mente aparecen infinitas escenas que andaban por ahí ocultas en algún lugar de la memoria.
La sorpresa me vino al revisar el Blister con detalle: Ediciones Recreativas S.A era la casa fabricante, pero en realidad, el lanzamiento del juguete al mercado se realizó a través de una empresa con la que años después de jugar yo con mi drakkar vikingo, entablé relaciones laborales como dibujante. Wooww... resulta que había trabajado para esa empresa y yo... sin saberlo hasta que el juguete no se halló de nuevo en mis manos.
Debo decir que el recuerdo que conservo de ésa época de trabajo no es especialmente bueno. El dueño de la empresa y yo estuvimos incluso de juicios, y por el camino tuvieron lugar algunas escenas escalofriantes que no vienen al caso, pero que fueron dignas de la más cruel película de gangsters... Baste decir que “el caso en cuestión” fue tema de debate en el Parlament de Catalunya. A pesar de todo, la verdad es que cuando ese blister me reveló su identidad y me “habló” de cuáles eran sus orígenes... ya todo daba igual. A mi me encantó ese juguete y por él... lo perdoné todo.
Para qué conservar un mal recuerdo, habiendo tantos de buenos?
Créditos de las imágenes: Fotografías de "El Barco de Wickie". Colección particular.
Ése fue el caso del barco de Wickie, un prodigio de cartón, recortable, de fácil montaje, resistente a pesar de lo endeble de su material, y acompañado de las figuritas de los protagonistas de la serie de televisión. Se trató precisamente de eso, de un juguete que llegó... en su preciso momento.
Yo ya rondaba mis 12 años cuando aquel maravilloso blister que contenía semejante tentación se exhibía colgado de los kioscos por allá... el 1976. Una época en la que ya me empezaba a plantear otras cosas que poco tenían que ver con juguetes. Seguía pasando mis horas con mis Madelman, pero a excepción de mis hombres de acción, el resto del tiempo lo pasaba haciendo ver que estudiaba, sacando los cursos con gran dificultad y por los pelos, pero por encima de todo dejándome llevar por la que hasta día de hoy ha sido... y es... mi gran pasión: dibujar.
La llegada del magnífico drakkar viquingo me retuvo un instante más en la infancia. Se trató de algo así como de un aviso: “Eh!... Dónde vas? No tengas prisa en hacerte mayor tan pronto, ya que en cuanto empieces a serlo... lo vas a ser ya para el resto de tu vida”. Decidí hacerle caso, me tomé un tiempo más, ni poco ni demasiado, el justo para sacarle más provecho a lo que aún era niñez, echar mano de mi bolsillo y hacerme con las 100 pesetas que costaba el blister... y llevarlo a mi casa para la que quizá sería la recta final por una infancia que recuerdo muy feliz.
Jugando se estaba muy bien. Uno podía inventar historias y vivirlas a través de los muñecos de plástico monocromo de la colección, así que sin estar demasiado seguro de ello (ha pasado demasiado tiempo), pero quizá sí que fue el barco de Wickie el juguete kiosquero que me dio un respiro, que me permitió relajarme un poco y terminar la EGB e incluso llegar a empezar el BUP (etapa de estruendoso fracaso... todo hay que decirlo). Ya luego habría tiempo para colocarse la carpeta debajo del brazo y empezar a llamar a las puertas de las editoriales y comprobar si mis dibujos servían para algo.
El pasado año conocí a Rafa. Un tipo que tiene una tiendecita en el rastro madrileño y que poseía alguno de esos viejos barcos de Wickie en perfecto estado. Sin dudarlo me hice con uno de ellos y fue uno de esos momentos mágicos en los que uno se reencuentra con viejos juguetes, y en la mente aparecen infinitas escenas que andaban por ahí ocultas en algún lugar de la memoria.
La sorpresa me vino al revisar el Blister con detalle: Ediciones Recreativas S.A era la casa fabricante, pero en realidad, el lanzamiento del juguete al mercado se realizó a través de una empresa con la que años después de jugar yo con mi drakkar vikingo, entablé relaciones laborales como dibujante. Wooww... resulta que había trabajado para esa empresa y yo... sin saberlo hasta que el juguete no se halló de nuevo en mis manos.
Debo decir que el recuerdo que conservo de ésa época de trabajo no es especialmente bueno. El dueño de la empresa y yo estuvimos incluso de juicios, y por el camino tuvieron lugar algunas escenas escalofriantes que no vienen al caso, pero que fueron dignas de la más cruel película de gangsters... Baste decir que “el caso en cuestión” fue tema de debate en el Parlament de Catalunya. A pesar de todo, la verdad es que cuando ese blister me reveló su identidad y me “habló” de cuáles eran sus orígenes... ya todo daba igual. A mi me encantó ese juguete y por él... lo perdoné todo.
Para qué conservar un mal recuerdo, habiendo tantos de buenos?
Créditos de las imágenes: Fotografías de "El Barco de Wickie". Colección particular.
lunes, 8 de marzo de 2010
Before the Next Teardrop Falls
La pasada semana, y en mi anterior entrada, me despedía de las lluvias. Parece ser que no tengo futuro alguno como metereólogo ya que las lluvias... de nuevo están aquí, y al parecer, nos esperan temperaturas nuevamente bajas.
De modo que hoy, en España, será un día de la mujer trabajadora pasado por agua y en el que se nos recordará, una vez más, el derecho de toda mujer a la participación en sociedad y en igualdad con el hombre. Algo a lo que parece ser que no terminamos de acostumbrarnos.
Fue en 1974 cuando Freddy Fender grabó el tema que les dejo en esta entrada. Una canción que fue un éxito en las listas de popularidad de la música Country y que con una sencillez extrema, nos narra una bonita historia de amor incondicional.
Mejor que sea el cielo quien llore y nos traiga sus lluvias antes de que, por culpa de algún machito herido, caiga una nueva lágrima del rostro de una mujer.
Basta ya de querer estar siempre por delante. Quizá vaya siendo hora de estar al lado, de dejar espacio, y de compartir camino.
Feliz lunes... lluvioso.
De modo que hoy, en España, será un día de la mujer trabajadora pasado por agua y en el que se nos recordará, una vez más, el derecho de toda mujer a la participación en sociedad y en igualdad con el hombre. Algo a lo que parece ser que no terminamos de acostumbrarnos.
Fue en 1974 cuando Freddy Fender grabó el tema que les dejo en esta entrada. Una canción que fue un éxito en las listas de popularidad de la música Country y que con una sencillez extrema, nos narra una bonita historia de amor incondicional.
Mejor que sea el cielo quien llore y nos traiga sus lluvias antes de que, por culpa de algún machito herido, caiga una nueva lágrima del rostro de una mujer.
Basta ya de querer estar siempre por delante. Quizá vaya siendo hora de estar al lado, de dejar espacio, y de compartir camino.
Feliz lunes... lluvioso.
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