Ayer mi hijo salió de la escuela algo más pronto de lo normal, así que antes de ir hacia casa, decidió pasar a buscarme por mi estudio. Le gusta merendar conmigo y contemplar como dibujo. Dice que será dibujante como yo. Vaya... que no voy a conseguir hacer de él un hombre de provecho.
—Qué tal te ha ido el examen? —Le pregunté.
Los adolescentes rara vez responden con un “bien” o con un “mal”... o con un “si”, o un “no”, y mira que acostumbran a ser monosilábicos en general, pero ante preguntas que requieren un monosílabo como respuesta, se limitan a poner cara de como que la cosa no va con ellos.
—Te pregunto que qué tal te ha ido el examen.
—OooOh... Bueno... No era un examen, era un control que no hace media con la nota de final del trimestre.
—Vaya... que te ha ido mal.
—No que va!... al Ferrán le ha ido mal, pero a mi no. Y eso que él ha contestado todas las preguntas.
Llega un momento en el que un padre no sabe si su hijo le está tomando el pelo, o si sencillamente es que en el reparto genético sólo el padre ha tenido influencia sobre el nuevo ser y su madre se ha limitado a parir, pero no ha repartido ni una sola de sus neuronas.
—Vamos a ver hijo... eso quiere decir que tu no has contestado todas las preguntas... Y al Ferràn... le ha ido peor que las ha contestado todas?
—Bueno... es que algunas se las ha inventado... y eso.
—Entonces... las que has contestado tu... Estaban bien?
—No todas, me he inventado alguna.
Imagino que un hijo detecta cuando un padre está a punto de pasar de morderse los labios a la fase siguiente y que consiste en morderles a ellos un ojo, así que inmediatamente tratan de poner enmienda al asunto.
—Pero vaya... tranquilo papá, que me ha ido bien. Eh?
—... Bien?
—De lujo, de veras.
El caso es que ayer fue uno de esos días de conversación paterno-filial. Dejé el lápiz sobre la mesa de dibujo, me quité las gafas y me recliné sobre el respaldo de mi asiento. Él ya ponía esa cara de estar pensando: “Vaya... hoy es uno de esos días de conversación paterno-filial”, así que se acomodó en la silla, cruzó las piernas y me miró con expresión de: “Dime papá... que yo te escucho”.
—Verás hijo. Tienes que hacer lo posible para prepararte bien para el futuro. Pronto vas a tener que empezar a decidir qué quieres hacer y para ello vas a necesitar una buena media en tus notas, o de lo contrario... terminarás dedicándote a una mierda de trabajo de esos en los que uno no sirve para nada... qué se yo... ministro o algo así. Debes esforzarte para intentar conseguir un empleo que sea productivo y que por encima de todo te haga feliz. Entiendes.
—Si claro... entiendo.
—Entonces? Qué piensas hacer para mejorar tus notas?
—Mmmmm... verás. Hoy Ferràn y yo hemos visto en
E-Bay un reloj que mola. Tu escribes con el Word el temario que entra en el examen y a través de USB lo pasas al reloj, y en el examen... lo puedes utilizar como chuleta.
Total... que uno ya no sabe si los hijos son absolutamente idiotas o si su sentido práctico está por encima de todo límite. Lo que está claro es que la decisión que había tomado mi hijo estaba clara; antes que estudiar... gastarse 35 Euros y comprarse el reloj chuleta.
Inevitablemente me remonté a mi época de estudiante y recordé que en aquellos años 70’s las chuletas –rudimentarias en ésa época- eran el pan nuestro de cada día. Por lo menos yo recuerdo pocos exámenes a los que me presentase sin chuleta, que además, había sido cocinada durante la noche anterior y a toda prisa en un último intento de hacer cualquier cosa para conseguir una nota decente, ya que de estudiar, en mi caso... nada de nada.
Vale... hay quien dice que no ha hecho nunca chuletas ni ha copiado jamás en los exámenes. Conozco a algunos, pero son los mismos que no se han pillado nunca un buen pedo, que no fuman y que no dicen tacos; es decir... personas que sin duda tendrán inconfesables vicios aún peores y que a día de hoy han llegado a ser beatos clérigos, banqueros o ministros, o sea... parásitos absolutamente inútiles; que de todo tiene que haber.
Desengañémonos, las personas sanas suelen tener cientos de vicios, confesables la mayoría de ellos, pero... líbreme Dios de los castos ya que de ellos será el reino de los cielos. Un reino lleno de vicio insano... seguro.
Obviamente las chuletas son anteriores a los 70’s. No fuimos los de esa generación los que inventamos el método que ha dado al mundo a médicos, abogados, psicólogos, historiadores, periodistas, etc, con una formación más bien escasa, pero con un elevado grado de habilidad a la hora de deslizar la mirada –sin ser vistos- sobre un minúsculo pedazo de papel repleto hasta reventar de ínfimas letritas. No obstante, y a pesar de no haber sido los creadores del método, fuimos la última generación que utilizó hasta la saciedad las más rústicas formas de chuletas. Más tarde, justamente en la generación posterior, la chuleta de toda la vida se empezó a convertir en un elemento tecnológico al que podríamos denominar: la chuleta 2.0. Pero sin duda, la gracia, la tenían esas chuletas prehistóricas y setenteras que a continuación, pasaremos a enumerar:
La tatoo chuletaEn los 70’s llevar un tatuaje era símbolo exclusivo de reclusos, de legionarios, o de prostitutas que superaban los cincuenta años; no como en la actualidad que se ha convertido en un elemento imprescindible estampado en las pieles de futbolistas y modelos, y por extensión, de cualquiera que quiera ir “a la moda”. El tatoo ha pasado de ser algo sintomático de personas de barrio, a ser de lo más fashion de la muerte.
Así que en aquella época, cuando uno de nosotros llevaba un tatoo, de lo que se trataba en realidad, era de la fórmula de una ecuación de segundo grado escrita con boli, o en la palma de la mano, o en los muslos de aquellas compañeras de clase con las que siempre queríamos sentarnos en un día de examen, y no para copiar, sino para verles el muslamen cada vez que arremangaban su falda para echar una miradita a su tatoo chuleta. Cualquiera se concentraba en las respuestas con semejante paisaje.
La tatoo chuleta en la palma de la mano tenía un inconveniente insalvable, y era que debido a los nervios ante la posibilidad de ser pillado por el profe, la presencia a nuestro lado de la compañera mostrándonos cacha, y la incapacidad nuestra por haber aprendido de memoria una sola respuesta del examen, las manos empezaban a sudar y cualquier apunte tomado en ellas se convertía en inteligible, con lo cual debíamos pasar al plan B, que era el de mirar las piernas de la compañera apartando de nuestra mente cualquier pensamiento impuro y tratando, única y exclusivamente, de leer las respuestas escritas en ellas. Lo bueno era que podíamos pedirle a nuestra vecina que se subiese la falda para echar un vistazo, sin recibir un tortazo a cambio. O eso, o presentarnos con falda en clase, algo que hubiese puesto en entredicho nuestra virilidad, a excepción dada de los Erasmus que pudiesen venir de Escocia; cosa que en aquellos tiempos, creo que ni existía.
La chuleta tradicionalEl papelito minúsculo lleno de letras más minúsculas todavía y que dio lugar a una generación de miopes que forzamos la vista sobre nuestras chuletas y sobre los muslos de nuestras compañeras.
Este tipo de chuleta era bastante genial ya que era perfectamente camufable en la palma de la mano o pegada con cinta adhesiva a la parte trasera de la calculadora (en los exámenes de mates o de física... claro está). Ofrecía además la ventaja de ser una chuleta solidaria; es decir... que cuando uno ya había sacado todo su provecho de ella, la podía pasar a cualquier compañero cercano para que la aprovechase también, y no solo eso, terminado el examen la podías vender o prestar a cambio de algún cromo del álbum de
Star Wars.Cabe destacar que era necesaria una especial habilidad para sacarla del bolsillo, esconderla estratégicamente y utilizarla sin ser visto. Todo un subidón de adrenalina.
La chuleta pergamino
Aquí ya empezábamos a sofisticarnos. Existía “la chuleta pergamino simple” que consistía en un papel alargado en su verticalidad, repleto de información de arriba a abajo y enrollado con esmero de modo que quedase muy apretadito. En un examen podías desenrollar la chuleta sobre la palma de la mano, y ante la presencia cercana del profe, la soltabas y ella sola volvía a enrollarse convirtiéndose en invisible. Era necesaria cierta pericia, pero nada que no se consiguiese empleando un buen tiempo en hacer prácticas. Seguro que era mejor practicar el enrolle y desenrolle de la chuleta antes que utilizar ese tiempo en el tedioso menester del estudio.
La otra variedad era “la chuleta pergamino doble”, y se trataba del mismo principio, pero con un alto grado de sofisticación. Consistía en un papel alargado también, pero enrollado desde sus dos extremos hacia el centro y formando dos cilindros yuxtapuestos y atados con un hilo que pasaba por el interior de los dos cilindros, que los mantenía unidos y que permitía que con los dedos pulgar e índice, uno de los cilindros se pudiese deslizar sobre el otro; es decir, que podíamos acceder a toda la información de la chuleta sin necesidad de desenrollarla, sino deslizándola en una técnica parecida a la empleada en las viejas películas del Cine Nic.
El boli Bic tallado
Gran chuleta que demostraba que los de la generación de los 70’s ya estábamos por la labor de ser hombres de futuro capaces de estrujar nuestras meninges en una técnica que combinaba a la perfección el morro más absoluto, con la paciencia y, por qué no decirlo... con el propio arte.
Se trataba de tallar el boli en toda su longitud y por todas sus caras con respuestas susceptibles de aparecer en un examen, para ello se utilizaba la punta de un compás y un esmero artesanal que convertía al famoso boli Bic en un pozo de ciencia y sabiduría, a la par que en una auténtica y genuina obra de arte.
Existía una variante más cutre que se basaba en el principio de “este boli es mío”. No eran pocos los que escribían su nombre en un papelito y lo colocaban en el interior del boli Bic, enrollado en el plástico de la mina y protegido por el canuto que le servía de cuerpo al boli; cuerpo que se utilizaba también como cerbatana con la cual arrojar granos de arroz. Eso permitía que todo el mundo supiera quien era el propietario de ese boli (únicamente válido para el Bic cristal, ya que el Bic naranja tenía el cuerpo opaco). De manera que bajo ese mismo principio, algunos aprovechaban la época de exámenes para escribir en el papelito que antaño llevó su nombre, la lista de los reyes Godos o similar, pero como digo... era muy, pero que muy cutre.
Y ya para terminar con las chuletas rústicas, nos encontrábamos con la típica que utilizaban los que nunca hacían chuletas:
El libro
Mucho más cutre y peregrina que el papelito en el interior del boli Bic, ya que consistía en ir al examen lo suficientemente preparado como para no tener que copiar, pero a la hora de la verdad... convertirse en simples mortales tratando de abrir el libro mediante numerosas técnicas: o bien colocándolo torpemente sobre el regazo, o sacándolo disimuladamente del cajón, o dejándolo en el suelo y tratando de abrirlo con la punta del pie. Los que utilizaban esta técnica siempre eran descubiertos tarde o temprano por razones obvias: el libro era demasiado grande, nada comparado con los trabajos de miniaturista que hacíamos los expertos, así que su escasa manejabilidad terminaba por delatar a los infractores tras la estrepitosa caída del libro al suelo, o peor aún, por culpa del clamoroso “Clap!” que se escuchaba cuando alguien intentaba cerrarlo de golpe cada vez que se acercaba el profe.
Ya en los ochenta empezó a aparecer la imparable tecnología y a hacerse un importante hueco en el mundo de las chuletas. Un ejemplo claro fue el pinganillo espía, o el boli con chuleta extensible incorporada. Y a día de hoy el reloj MP4 que permite cargar, por medio de un cable USB, imágenes, música, videos y como no... textos, o lo que es lo mismo, poderosas chuletas que nos llevan a la ciencia ficción.
Vaya si las hubiésemos tenido nosotros!
El caso es que no voy a darle los 35 Euros a mi hijo para que se compre el reloj en E-Bay, así que si quiere aprobar sus exámenes... deberá echar mano del cascoporro de chuletas rústicas que he listado en esta entrada, o dedicarse a estudiar.
Aunque bien pensado... me gustaría que mi hijo fuese de esos que tiene vicios perfectamente confesables.
Finalizo esta entrada con una imagen de Sarah Palin. Mujer nacida en el año 1964 y que en el 2008 fue anunciada como la candidata a la vicepresidencia de los Estados Unidos por el partido republicano. Una mujer de su tiempo y de la generación de los chuleteros rústicos por excelencia que prescindíamos de artilugios mecánicos o digitales del estilo de la chuleta 2.0 y que mostró a todo el mundo cómo se debe hacer una chuleta como Dios manda aún y viviendo en la era de los pinganillos, los cue y demás cachivaches.
Lamentablemente, y quizá por eso de que es republicana, optó por la opción más conservadora y no sé si se le borró con el sudor de la palma de la mano o no, pero sus aspiraciones políticas se vieron frustradas, a pesar de que por lo visto, amenaza con volver.
Seguro que esta chica, aún y con chuletas en sus discursos y ruedas de prensa... fue una estudiante con notas brillantes y que no copiaba en los exámenes. De ahí que no haya tenido más remedio que dedicarse a una labor tan poco productiva como la política.