Mi vecina Maria Dolors era una auténtica genio con eso del Tricomarc. Resultaba alucinante verle tejer aquellos vestiditos, bufandas y ponchos para sus muñecas. Combinaba los colores a la perfección y tan pronto hacía rayas, como cuadros, como delicadas cenefas en los bordes de toda aquella ropita de juguete. Maria Dolors presumía de sus muñecas y de cómo las llevaba vestidas.
Yo me sentaba a su lado sin decir nada, ni palabra. Contemplaba el modo en como se manejaba con el ganchillo, las agujas de tejer y aquellos extraños bastidores de distintos colores y tamaños que habían en el interior de su caja del Tricomarc de la Srta. Pepis.
—Toma, prueba —me decía a la vez que me daba el ganchillo y un ovillo de lana.
—Yo? Quita, quita! Te has vuelto loca? —le respondía.
Eso de tejer era de niñas, y cualquier amigo mío que me viese haciendo bufanditas para muñecas, no hubiese dudado un solo instante en contarlo por todo el barrio y en convertirme en el marica más grande del mundo mundial.
—Así no. La lana por encima del dedo, y ahora... una vuelta —me enseñaba ella que jamás perdió la paciencia conmigo a pesar de que fui muy mal alumno.
Otro día Maria Dolors se presentaba en mi casa para jugar conmigo. Yo le abría la puerta y allí estaba ella, con el uniforme del colegio de las monjas, pintada como un cuadro, con sombra azul sobre los párpados, carmín rojo en los labios y unos coloretes rosados que le daban el aspecto de haberse bebido media botella de tintorro.
—Jugamos? —me preguntaba.
—Vale. A qué?
Yo no había reparado en que bajo el brazo traía su juego de maquillaje de la Srta. Pepis. Una enorme caja que a mi me daba cierto miedo ya que en ella había una cara en forma de máscara que servía para probar todos los potingues que incluía el set.
—Pues a qué va a ser? Nos vamos a tu habitación, y yo te pinto.
—A mi? Quita, quita! Te has vuelto loca?
Y así Maria Dolors probaba qué tono de base de maquillaje le iba mejor a mi piel, y resaltaba mis labios con ese rojo carmín que sabía a rayos.
—Por qué no pintas esa cara que va en la caja? —le preguntaba.
—Esa cara es un timo. La pintura no coge bien. Es imposible pintarla.
—Y a tu hermana? Por qué no pintas a tu hermana?
—Mi hermana es un chicazo y pasa de esto. No quiere saber nada de maquillajes ni de cosas de esas —y añadía—. Ahora estate quieto que te voy a pintar los ojos.
Alguna vez había ido yo a jugar a casa de Maria Dolors. Nos sentábamos en la alfombra que había en su habitación a los pies de su cama y leíamos tebeos hasta que se cansaba, se levantaba y se ponía a escribir en su mesita.
—Se puede saber qué escribes? —le preguntaba.
—pues una carta —me respondía.
—Una carta? A quién?
—A la Srta. Pepis —contestaba ella dejando de escribir por un instante y lanzándome un contrariado ademán con el que me indicaba que la estaba desconcentrando.
—Pero... La Srta. Pepis existe?
—Pues claro que existe! —respondía Maria Dolors dejando el lápiz en su plumier, obligándome a levantarme de la alfombra y acercándome a su mesita.
—Mira. Lo ves? En las cajas de sus juguetes hay estas cartas para que le escribamos y le hagamos consultas.
—Oh, vaya! Y qué le escribes?
Maria Dolors se hacía la interesante, apretaba sus labios, ladeaba su cabeza, encogía sus hombros y con cierto aire de suficiencia me respondía:
—Nada... cosas de chicas. Toma. Quieres escribirle una carta?
—Yo? Quita, quita! Te has vuelto loca?
Recuerdo que un mediodía, al regresar mi padre del trabajo y recoger la correspondencia del buzón de la escalera, subió a casa y me dijo que había una carta para mí. Su cara fue un auténtico poema.
—Toma, tienes una carta del consultorio de... la Srta. Pepis.
Acto seguido hizo carraspear su garganta, miró a mi madre con desconcierto y ambos se encerraron en la cocina. Yo abrí mi carta alucinado. Era cierto... la Srta. Pepis... existía!
“Querido Sergi;
Es muy normal que tu vecina Maria Dolors no quiera jugar contigo ni con cochecitos, ni con los Madelman, ni a guerras con tus soldaditos de Monta-Plex. Ten en cuenta que es una niña y que sus juegos, así como su modo de ver la vida son distintos a los tuyos.
De todos modos, y a pesar de que te quejas de ese tiempo de juego que compartes con ella, me alegra saber que accedes a tejer con su Tricomarc, a dejarte maquillar con su juego de maquillaje, e incluso a escribirme cartas. Quizá no se trate de los juegos más adecuados para un niño, pero dice mucho de lo buen amigo que eres, y estoy segura de que Maria Dolors, cualquier día de estos, jugará contigo a cosas que te gusten más.
Me he alegrado mucho de recibir tu carta y espero haberte sido útil en tu consulta.
Quedo a tu entera disposición para cuanto desees. Recibe un cordial saludo:
La Srta. Pepis”.
Pasó mucho tiempo hasta que volví a ver a Maria Dolors. La vida tiene estas cosas. Recuerdo que fue una noche en la que yo estaba haciendo cola para entrar a un teatro de Barcelona. Ella paseaba por la calle con un niño en un cochecito y acomapañada de una amiga. Nos miramos, nos reconocimos y rapidamente nos dimos un cálido abrazo. En el breve tiempo que pudimos conversar antes de que yo tuviese que sacar mis entradas en taquilla, me comentó que el niño del cochecito era su sobrino, es decir; el hijo de esa hermana que según ella, era un chicazo. Su acompañante, Carmen se llamaba, era su novia con la que vivía felizmente desde hacía tres años. Recordamos juntos aquellas tardes de juegos en su casa o en la mía. Me confesó que yo fui el primer y único chico con el que jugó a médicos; evidentemente con el maletín de enfermería de la Srta. Pepis y del modo más inocente del mundo. Finalmente nos despedimos para no volver a reencontrarnos jamás. Ya saben... la vida tiene estas cosas.
Me alegró mucho ver a Maria Dolors. Me gustó verla bien, y me dio que pensar en lo afortunados que somos.
Crecimos en una España de libertades reprimidas, de colegios de monjas, de uniformes, de clases de labores del hogar, de juguetes de la Srta. Pepis... pero a pesar de todo, Maria Dolors fue capaz de hacerle frente a la vida tomando sus decisiones del modo más natural.
Créditos Imágenes: 1) Logo de juguetes de la Srta. Pepis. 2 y 3) Tricomarc de la Srta. Pepis. Colección particular.