martes, 30 de junio de 2009

Algo de la vida en los 70's

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Esta es una entrada que hay que recorrer con la mirada para revivir olores, sabores... y para que cada uno dibuje sus propios recuerdos.

Recuerdan las sintonías de los anuncios publicitarios de alguno de estos productos?... Quién no.

Que el paseo les resulte grato ;-)

domingo, 28 de junio de 2009

La pelotita de calzados Gorila

No recuerdo si por aquel entonces se llevaba eso de “la vuelta al cole” que nos publicitan los grandes almacenes. Lo que recuerdo perfectamente es que nuestros padres, nos agarraban una tarde del brazo y nos llevaban de ruta por tiendas, librerías, papelerías, y nos compraban absolutamente todo aquello que necesitábamos, pero nada de nada de lo que en realidad queríamos.

Chuches?, no... no era día para comprar chuches. Una Cocacola?, ni hablar... había que empezar a adaptarse a lo que sería el inminente horario escolar ya que durante las vacaciones nos habíamos asilvestrado bastante, así que la Cocacola quedaba radicalmente prohibida para que pudiésemos dormir como leños por las noches. Un helado? Tampoco; estábamos aún en verano, recién llegados de las vacaciones, hacía un calor de mil demonios y encima, estábamos sofocados de tanto entrar en tiendas y probarnos pantalones, jerseys, camisas y las dichosas batas del cole. Salíamos de los probadores colorados como pimientos de probarnos aquel jersey ajustado de cuello vuelto que nos haría falta para cuando el calor dejase paso al frío, pero lo malo era que estábamos en septiembre aún y dentro de un probador y al borde de una lipotimia... pues ni por esas, reclamábamos nuestro helado, pero era un esfuerzo vano ya que había que volar hacia la papelería no vaya a ser que se terminasen las libretas milimetradas o los cuadernos Rubio con los que hacer caligrafía.


El plumier era otro motivo de disputa importante. Todos queríamos el típico estuche de dos pisos con regla, escuadra, cartabón, compás, boli Bic, maquineta y goma Milán nata; eso en una de las caras del plumier, ya que las otras estaban dominadas por los colores Alpino o Festival en un piso, y por una preciosa gama de rotuladores Carioca en el otro. Un lujo de estuche, el más molón de la clase sin duda, pero... deberíamos conformarnos viendo como el gilipollas, empollón y pelota de la clase lo sacaría de su cajón cada día y nos lo restregaría por nuestras narices, mientras que nuestros padres, habiendo agotado su presupuesto con los jodidos jerseys de cuello vuelto; uno negro, otro marrón y un último en un apagado azul marino, nos compraban -y aún gracias- un estuche cutre con un dibujo serigrafiado y mal hecho del Calimero. Estuche que era de un sólo departamento con cremallera y en el que teníamos que meterlo todo a bulto, que luego, para encontrar la maldita cuchilla de la casa Puntax y hacerle punta al lápiz... nos habíamos perdido ya media clase de “mates” rebuscando y rebuscando, claro... y luego si cateábamos era por culpa nuestra. Que desconsideración!

Afortunadamente llegaba la hora de entrar en la tienda de calzados y comprarnos los zapatos Gorila. Marca que desde 1945 no sólo fue sinónimo de calidad, resistencia y dureza absoluta, sino que además, y después de no haber conseguido ninguno de nuestros objetivos, el regreso a casa se hacía medianamente agradable gracias a la pelota verde de goma que nos regalaban con aquellos maravillosos zapatos. Aquellas atentas y pacientes dependientas de las zapaterías nos hacían entrega de esa pelotita con una radiante sonrisa en sus labios.

A pesar de habernos quedado sin chuches, sin Cocacola, sin helado, de regresar a casa con los malditos jerseys y habiéndonos llevado un sofoco de tres pares en los probadores, al menos teníamos nuestra pelota de los zapatos Gorila y todo lo demás... eran tonterías.

Pelota de calzados gorila de mi colección particular.

jueves, 25 de junio de 2009

Underwood Nº 5 y El Nuevo Periodismo

Esta entrada es un refrito que publiqué ya hará casi un par de años y en el que trataba de rendir homenaje a un fenómeno periodístico acontecido durante la década de los sesenta llamado “El nuevo periodismo”, pero en realidad, pongo esta entrada en este blog por un doble motivo: el primero es porque tiene que ver con la época a la que este blog está dedicado, y en segundo lugar aprovecho para presentarles a la vieja Underwood que forma parte de mi colección partidular desde finales del pasado año. Tuve la gran suerte de comprársela a un anticuario por un precio muy bajo, tan bajo, que a la que conseguí colocarme la máquina bajo el brazo y pagar lo acordado, salí corriendo de la tienda por miedo a que el vendedor se pudiese arrepentir del precio al que me la había dejado.

Las máquinas de escribir Underwood nacieron un poco... por casualidad y debido a una disputa entre Thomas Underwood y la empresa Remington. Al parecer, Underwood era un fabricante de cintas para máquinas de escribir y papel carbón con una empresa dedicada a ello en 1895. Al finalizar su contrato con Remington Company como suministrador habitual de dichos materiales, propuso renovarlo, pero recibió una negativa a cambio ya que a partir de ese momento, Remington pretendía fabricar dichos suministros por sí misma. Ante la nueva situación, Underwood compró los derechos de fabricación de una máquina desarrollada por el alemán Frank X. Wagner y logró con ella un inesperado éxito.

El propio Mark Twain acostumbraba a utilizar el modelo Sholes & Gidden 1874 de Remington, pero poco después probó las ventajas que la nueva Underwood ofrecía y decidió quedarse con ella. La empresa Remington no tardó en ponerse en contacto con él para convencerle de que publicitase su producto, a lo que Mark Twain respondió “He dejado de usar su máquina y ahora... sólo me dan ganas de blasfemar sobre ella”.

La Underwood nº 5 que pertenece a mi colección es la máquina de escribir de mayor éxito de la historia. Empezó a fabricarse en Nueva York a finales del siglo XIX y se llegaron a producir más de dos millones hasta que dejó de fabricarse en la década de 1930... y yo tengo una ;-) A saber... quién escribió con ella...

Ahí les dejo mi modestísima aportación a la difusión de “El Nuevo Periodismo”:




En la década de los 60, en Estados Unidos, tuvo lugar un fenómeno que revolucionó el mundo periodístico de la época, a la vez que asustó e hizo sacar las uñas a más de un afamado literato norteamericano. Los historiadores coinciden en apuntar que el desencadenante de dicho fenómeno, denominado “el nuevo periodismo”, fue la publicación del libro “A sangre fría” de Truman Capote, se trataba de una investigación periodística narrada a modo de novela y que llegó a constituirse como la primera en el género de no-ficción.

De algún modo supuso un cambio en la realización del trabajo periodístico llevado a cabo hasta entonces en los rotativos principales de los USA. Los periodistas, cronistas y reporteros de la época encontraron un nuevo modo de llegar al público, que hasta la fecha, recibía las noticias como si se tratasen de poco más que de puras transcripciones de los teletipos. Con el nuevo periodismo, el reportero se convertía definitivamente en escritor, y sin perder de vista la objetividad le transmitía al lector una “verdadera esencia literaria” con cada una de sus crónicas.

Ni que decir tiene que la comunidad literaria norteamericana tardó en aceptar el fenómeno, ya que hasta entonces, las verdaderas plumas eran aquellas que escribían novelas y que tenían derecho de acceso a los premios literarios. Para ellos, para los ilustrados literatos, los periodistas no eran más que meros “informadores” de la actualidad social o política, pero ajenos a los laureles y al reconocimiento del que debía gozar un “escritor”. Un periodista era simplemente un joven que accedía a la facultad de periodismo con la intención de ganarse la vida informando y con el deseo/ilusión de que, quizá un día ..., se alejaría por un tiempo a una casa en las montañas, cerca de un lago y escribiría “su novela”, tecleando inspiradamente su Underwood, envuelto en el humo del tabaco y dulcemente embriagado por un suave bourbon. Pero claro... eso era sólo un sueño, la realidad era que el periodista informaba en los diarios y era el “escritor” quien invariablemente se ocupaba de las novelas.



Afortunadamente, y gracias al talento de tipos como: Truman Capote, Tom Wolf, Hunter S. Thomson, Rex Reed, Norman Mailer o Nicolas Tomalin, entre muchos otros, a los “escritores” no les quedó más remedio que admitir que no estaban solos, tuvieron que claudicar ante el buen hacer de esos chupatintas hasta entonces calificados de escritores menores, e incluso hacer un hueco en sus estanterías para tener a mano sus obras.

La prensa de la segunda mitad del siglo pasado, y con ella, el cambio que supuso el nuevo periodismo, lanzó el talento de algunos de esos periodistas al nivel que, sin duda, les pertenecía por derecho.

lunes, 22 de junio de 2009

La noche de San juan

En el barrio se ultimaban los preparativos para las fiestas de San Juan, la verbena estaba cerca, apenas quedaban cuatro o cinco días para llenar las calles de hogueras y del estruendoso ruido de los fuegos artificiales. El Alberto, el Vallcanera, el Boliche, el Hernández y yo recorríamos los almacenes y casas del Poble Sec en busca de un montón de muebles viejos que nos cedían los vecinos para la hoguera que bien adentrada la noche engalanaría la calle, pero nunca era suficiente teniendo en cuenta que la hoguera debía ser siempre la más grande y espectacular del barrio. Ninguno de nosotros superaba los doce años, pero la verbena de San Juan nos hacía tener un objetivo muy claro: conseguir madera a cualquier precio. Había que aceptar toda aquella gentilmente cedida por los vecinos, pero a ser posible, había que robar la de las calles más alejadas para que a la vez, sus hogueras fuesen ridículas al lado de la nuestra.

Recoger "leña" por las calles Salvà, Poeta Cabanyes, Roser, o por las que las cruzaban como la calle Elkano o Magalhaes no era demasiado difícil ya que se trataba de nuestro territorio, pero alejarse de esas pocas manzanas constituía un riesgo. Recorrer los almacenes o plantas bajas de las calles Conde del asalto, Blasco de Garay... o lo más peligroso aún, cruzar la Avenida Paralelo y adentrarse en el Barrio Chino era una provocación incuestionable que en no pocas ocasiones nos había obligado a salir zumbando perseguidos por un montón de niños gitanos, o a hacerles frente a pedradas y liar, en pocos minutos, la de Dios es Cristo. Aún conservo una cicatriz en el dedo anular de mi mano izquierda de una pedrada que afortunadamente detuve un instante antes de que pudiese estamparse en mi cabeza.

Dada esa constante rivalidad en la lucha por el fuego, proteger y esconder la madera se convertía en una cuestión vital. Nosotros escondíamos la nuestra en la parte trasera de la tienda del Vallcanera con la esperanza de almacenar la suficiente y poder crear una pira nunca antes vista para la noche de los fuegos.

El señor Vallcanera era un excombatiente de la Guerra Civil Española y demasiado mayor para ser el padre de un niño de doce años. Por su aspecto bien podría haber sido su abuelo. Recuerdo que en numerosas ocasiones nos contaba historias vividas en aquella guerra en la que luchó del lado de los perdedores, pero que quizá, por el hecho de haber sobrevivido, hablaba de esa etapa de su vida con auténtico espíritu de vencedor. Para él la guerra fue algo que le marcó de por vida hasta tal punto que seguía escrupulosamente todas las noticias que llegaban a España de cuantas guerras se sucedían a lo largo y ancho del mundo, y en especial, de la Guerra de Vietnam. En ocasiones nos relataba experiencias suyas perfectamente comparables con el infierno que estaban viviendo los soldados norteamericanos. El señor Vallcanera nos contó que justo dos años antes, en 1973, un sargento llamado John O’Neal Rucker había sido el último norteamericano caído en aquella selva poco antes de declararse el alto el fuego. Todas sus historias nos recordaban de un modo inevitable, nuestras refriegas con los niños de barrios vecinos y de algún modo nos sentíamos identificados con todos y cada uno de esos soldados de los que el hombre nos hablaba.

La tienda del Vallcanera; la de sus padres, estaba especializada en productos de dietética y de herbolario y además vendían unos estupendos caramelos con sabor a manzana. El Vallcanera me daba un puñado de ellos y yo montaba la primera guardia para que nadie pudiese acceder a nuestra leña a través de los patios interiores. Él se ocupaba de poner el "zulo" y de ese modo se libraba de las vigilancias que alternábamos entre los demás armados hasta los dientes con tirachinas, piulas verdes, mistos garibaldi, tracas chinas, y los truenos de cinco pesetas capaces de hacer saltar por los aires cualquier lata vacía de pintura por grande que fuera. En no pocas ocasiones habíamos tenido que poner en vereda a pequeños grupos de gitanos que trataban de hacerse con la leña y tirar por tierra el esfuerzo que nos había costado conseguirla. Sí para nosotros era un peligro acercarnos al Barrio Chino, no era menos peligroso para ellos dejarse ver por el Poble Sec.

La mañana antes de la gran verbena, el Hernández nos advirtió de que en la parte más alta de la calle Roser, tocando a la falda de Montjuïc, estaban haciendo una obra y que probablemente podríamos encontrar madera por allí. Los cinco nos pusimos en camino guardándonos las espaldas los unos a los otros, vigilando las esquinas y evitando un encuentro ya no sólo con gitanos, sino con los hijos de los inmigrantes andaluces, negros o italianos. Por San Juan, cualquiera que se cruzase en nuestro camino y cuyo objetivo fuese el de conseguir leña para su hoguera, era un enemigo en potencia, aunque durante el resto del año pudiésemos llevarnos más o menos bien.

Sacos de cemento, hierros, ladrillos, piedras, pero ni rastro de madera. Aquella obra era un lugar enorme, lleno de cosas, pero ninguna de ellas susceptible de ser engullida por el fuego. Frustrados por el inútil intento y agotados de recorrer aquella zona en obras, nos sentamos entre algunos montones de escombros y comenzamos a charlar de nuestras cosas... ya que estábamos allí, algo había que hacer, y aunque no conseguimos objetivo alguno, aquel era tan buen lugar como cualquier otro para contarnos historias.

El boliche no daba crédito a que en un lugar tan grande no encontrásemos lo que andábamos buscando, de modo que mientras nosotros nos enfrascábamos en nuestras conversaciones, él prosiguió con la infructuosa misión adentrándose en lo más profundo y oscuro de aquel gigante de hormigón y hierros entrecruzados.

El Hernández sacó un cigarro y se lo encendió con el mechero de los petardos. El día de la verbena salíamos con los petardos de casa aunque teníamos prohibido por nuestros padres encenderlos hasta la noche. El Hernández era el único que fumaba por aquellos tiempos, el resto empezamos poco más tarde.

—Cuidado con los petardos, no vayamos a arder —le advirtió el Vallcanera.

—Tranquilo, se lo que me hago. No es el primer cigarro que me fumo. Sabes? —respondió él haciéndose el mayor.

Alberto y yo estábamos echando de menos al boliche, llevaba rato sin dejarse ver y era de extrañar. El boliche era un buen amigo, pero en ocasiones resultaba cargante y eso de "desaparecer" y no dar la lata durante tanto tiempo empezaba a resultar preocupante.

—He chicos. Venid a ver esto! —gritó el boliche desde algún lugar de la obra bastante alejado de nuestra posición.

—Has encontrado madera? — preguntó el Vallcanera.

—No, no hay madera, pero venid. Rápido! —insistió.

Los cuatro nos pusimos rumbo hacia donde se hallaba el boliche con nuestras bolsas de petardos colgadas del cinto. Hubo que descender por una pared de ladrillos, meterse por el interior de un túnel que apestaba a orines y finalmente subir una pequeña cuesta de grava. Allí estaba el boliche, en lo alto, señalando algo a sus pies y metiéndonos prisa para que nos acercásemos.

—Habéis visto esto? Que maravilla! —el boliche no salía de su asombro.

Entremedio de un montón de sacos de cemento se hallaba una camada de perritos, seis para ser exactos, sus ojos aún no estaban completamente abiertos, apenas se sostenían sobre sus patas, temblorosos y absolutamente desvalidos estaban allí, prácticamente acabados de nacer y protegidos por esos sacos.

—Mira que graciosos, se dan golpes con los hocicos. Parece que andan buscando la teta —advirtió el Hernández.

—Pues lo llevan claro. Dónde cuernos estará la madre?

Apenas terminaba Alberto de preguntar cuando a nuestras espaldas, una enorme perra rugía entre dientes y se plantaba amenazante ante nosotros. El boliche se apresuró a mediar -como si la perra pudiese atender a argumentación alguna- Se acercó al enfurecido animal intentando calmarle y tratando de acariciarle con la mano. La perra ladró lanzando espumarajos por la boca y saltó sobre el boliche que fue lo suficientemente hábil como para evitar ese primer envite de la perra que se disponía, de nuevo, a saltar sobre él. Los demás estábamos habituados a hacerles frente a enemigos humanos, quizá no funcionase con un animal, pero ya todos estábamos provistos de piedras y grava que habíamos arañado del suelo y nos encontrábamos en disposición de abrir fuego ante el menor movimiento.

Hernández fue el primero, casi a la misma vez que Alberto; ambas piedras impactaron en la cabeza de la recién estrenada madre que aún y así no cedía en el empeño de proteger a sus cachorros. Ante un nuevo ataque de la perra lanzamos fuego a discreción a medida que retrocedíamos lentamente. El Hernández prendió una traca con su cigarrillo y la lanzó entre sus patas. Los demás reponíamos arsenal agarrando piedras y más piedras del suelo, levantando polvareda, ensordecidos por las explosiones de los petardos y lanzando pedradas contra el animal que se resistía a la huída.

Dolorida y aullando de impotencia, la perra se alejó finalmente del lugar. En silencio nos mantuvimos en pie, jadeantes de cansancio, de miedo y de la sobredosis de adrenalina que rebosaba por los poros de nuestra piel. Permanecimos con las manos llenas aún de piedras y las uñas descarnadas mientras la polvareda flotaba en el aire.

Nuestros corazones saltaban en el interior de nuestros pechos. Mirábamos en todas direcciones, asustados y temerosos de que aquella perra u otro animal se lanzase sobre nosotros. Nos mantuvimos en alerta y por las cabezas de alguno de nosotros desfilaron las historias de guerra que el padre del Vallcanera nos había contado una y otra vez. Cualquier elemento de nuestro entorno era sospechoso y se nos mostraba como amenazador.

—Allí, cuidado!... un nido de ametralladoras tras esos sacos terreros! —gritó el Vallcanera mientras señalaba el improvisado lugar de nacimiento de los pequeños cachorros.

—A cubrirse! —ordenó el Hernández, mientras saltaba al interior de un foso y el resto le seguíamos.

—Es necesario distraerles como sea! Hernández, lanza otra traca, eso les mantendrá despistados! —gritaba el Vallcanera mientras que con su mano simulaba sostener un Walkie-Talkie a través del cual solicitaba fuego de artillería. El Hernández prendía una nueva traca con su cigarro y la lanzaba sobre nuestro imaginario enemigo.

Todo el entorno se transformó en un campo de batalla. Aquello pasó de ser una obra a convertirse en una ciudad bombardeada entre cuyas ruinas, un grupo de hombres, una escuadra de soldados invencibles, trataba de abrirse paso bajo el intenso fuego enemigo. Las explosiones de las tracas eran como bombazos que caían cerca de nosotros y que ponían en auténtico peligro nuestras vidas. El objetivo era terminar con aquellos soldados enemigos que se habían hecho fuertes en su nido de ametralladoras y que nos disparaban sin dejar que asomásemos las cabezas de nuestra improvisada trinchera.

—Alberto y tú, mientras el Hernández, boliche y yo os cubrimos debéis alcanzar la base de la colina de grava. Una vez allí soltad vuestras granadas para que nosotros podamos seguir avanzando —el Vallcanera tenía clara la estrategia a seguir y Alberto y yo obedecimos.

—Ahora!

Ambos salimos en dirección a la pequeña cuesta de grava y vimos como los truenos y las tracas de Hernández, boliche y Vallcanera retumbaban por la zona. Un trueno lanzado por alguno de los que nos estaba cubriendo a Alberto y a mi estalló a pocos centímetros de mi oído, caí al suelo, un intenso dolor invadió mi cabeza y no oía más allá de un agudo pitido.

—Estás bien? —gritaba Alberto a pocos centímetros de mi cara.

—Estás bien? —insistía, pero era inútil, no le oía, el pitido era el único sonido perceptible mientras veía como Alberto movía los labios.

—Estás bien? —preguntó de nuevo, y esa vez algo llegué a oír.

—Te sangra el oído! —dijo Alberto, a la vez que intuyó que seguía sin oírle —. Te sangra el oído! —repitió.

—Estoy bien, si... estoy bien —respondí.

—Pues vamos. Estamos a escasos metros.

Alberto y yo tomamos la base de la colina, encendimos nuestros truenos y los lanzamos en el nido de ametralladoras mientras cubríamos nuestras cabezas y dábamos la señal al resto del grupo. Les vimos salir de la trinchera y venir corriendo hacia nosotros a la vez que iban lanzando más y más arsenal. El boliche, tratando de sacar munición de su bolsa tropezó con un hierro que emergía del suelo de arena y cayó abriéndose una ceja contra un montón de piedras. Me levanté con dificultad y corrí hacia él.

—Fuego de cobertura! —gritó el Vallcanera al ver que me dirigía en busca de un soldado herido.

—Todo bien boliche —le tranquilicé —. Una brecha más entre las muchas que tenemos.

Las explosiones iban poco a poco dejando de sonar, el humo y la polvareda llenaban el aire y la visibilidad era difícil. Boliche y yo pudimos apreciar como el resto de nuestra escuadra estaba en pie en la cima de la colina rodeando el abatido nido de ametralladoras. Nos ayudamos el uno al otro a levantarnos sin perder de vista a nuestros hombres, ambos estábamos sangrando y sosteniéndonos entre los dos. Nos acercamos poco a poco a la posición tomada mientras que el polvo se iba disipando lentamente y vimos que la cara del grupo era de espanto y de horror.

—Qué hemos hecho? —dijo alguno de nosotros.

—Mirad! —advirtió el boliche.

Uno de los cachorros pareció moverse. Estaba aparentemente hinchado, pero su barriguita mostraba indicios de algo parecido a unos intentos de respiración. Probablemente no estaba todo perdido y aún estábamos a tiempo de hacer algo para mitigar el inevitable azote de nuestras conciencias.

—No hay nada que hacer. Está en las últimas —dijo el Hernández —. Este no llega a la noche.

—Habría que hacer algo, aunque solo sea para evitarle el sufrimiento —dijo el boliche, y nos miramos entre nosotros tratando de encontrar a aquel capaz de dar el último tiro de gracia.

Aquella tarde la pasamos montando la hoguera, cabizbajos, sin mirarnos a la cara apenas y sin pronunciar palabra alguna sobre lo sucedido. Amontonamos los muebles viejos y toda la madera que habíamos obtenido de los vecinos más la robada a los gitanos. Conseguimos hacer una de las hogueras más enormes y espectaculares del barrio, pero no lo suficientemente grande como para quemar el desagradable recuerdo de aquella verbena de San Juan.



Créditos de las imágenes: 1) Internet. Autor desconocido. 2) Poble Sec año 1958. Autor: Oriol Maspons. 3) DongHaVietnam1966. Internet. Autor desconocido. 4) Internet. Autor desconocido. 5) 3285 day under fire vietnam. Internet. Autor desconocido. 6) Foto de las obras de UTE en Palermo. Uruguay.indymedia.org. Internet. Autor desconocido. 7/8/9) Internet. Autor desconocido. 10) My Lai Massacre. Wikimedia Commons.org. Fotografía tomada por United States Army. Autor: Ronald L. Haeberle (16 de Marzo 1968). 11) Internet. Autor desconocido.

sábado, 20 de junio de 2009

Humor Gráfico Kioskero

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Durante la segunda mitad de los 70 los kioscos españoles empezaron a mostrar muslos y pechugas en las portadas de las revistas. Papillón de ediciones Amaika fue la pionera en el año 1976 en mostrar entre sus páginas sugerentes desnudos femeninos. Le siguieron Lui (francesa) también en 1976 y la archiconocidísima Playboy (norteamericana) en 1979.

Este nuevo fenómeno del destape en las revistas, aumentó considerablemente la venta de periódicos... (?)

Los señores “respetables” compraban periódicos no menos respetables como el ABC (aunque los más respetables compraban El Alcazar), pero en realidad, lo que hacían con el periódico era camuflar la revista erótica que delicadamente escondían en su interior y proseguir como si tal cosa con sus paseos por el barrio, o ir a buscar a sus hijos a la escuela y sin perder en ningún momento su respetable apariencia.

Eso si, siempre y cuando... no les tocase un kiosquero indiscreto ;-)

viernes, 19 de junio de 2009

De amor ya no se muere

Gianni Bella, cantautor de origen italiano y miembro de una familia de ilustres cantantes, músicos e interpretes, perpetró este tema musical del que pudimos gozar en la noche de fin de año de 1976. No se pierdan la realización especialmente diseñada por Valerio Lazarov, que aunque discreta para lo que nos tenía acostumbrados, no deja de tener alguno de los más representativos “tics” del horterismo televisivo del cual el realizador hizo gala.

Quizá hubo algún tiempo en el que los poetas se morían de amor; lo ignoro, siempre me dio cierta grima la poesía, pero soy capaz de entender que alguien que pasa la mayor parte del tiempo escribiendo en verso y elaborando sesudas rimas se pueda morir de cualquier cosa.

De todos modos, este subproducto setentero -lejos de ser un temazo- cayó de lleno en mi preadolescencia mezclándose con la subida descontrolada de hormonas, las espinillas inútilmente combatidas con Clearasil, y un cambio de voz que alternaba en una misma frase corta: ataques de afonía y algún que otro gallo. Obviamente era mejor hablar susurrando, y para ello, y para las jovencitas con las que compartía aula de clase y con las que empezaba a frecuentar lugares oscuros en discobares, “De amor ya no se muere” fue uno de los propicios para embelesarse con el sabor de los primeros besos.

miércoles, 17 de junio de 2009

Julia Mari

Aquellos que con sus ojos recorran este blog con cierta regularidad quizá estén más que hartos de ver fotografías de este balcón, pero es que se trata de uno de los escenarios de los que mayores y más gratos recuerdos guardo de mi infancia.

Ese balcón fue el sofocante trayecto entre Death Valley y Monument Valley que a lomos de mi caballo de madera recorría hasta llegar a Flagstaff City para dar caza a una banda de forajidos perseguidos por la ley. Fue el galeón pirata a bordo del cual atravesé las profundas aguas de los mares del Caribe, y en ocasiones el Drakkar Vikingo que capitaneaba y con el que me hice un hartón de saquear aldeas y acumular riquezas. Un balcón que fue testigo de mis juegos, de mis sueños y en el que aprendí algo que en la vida me ha resultado de un valor incalculable; aprendí a jugar sólo, a divertirme conmigo mismo y a saborear la soledad hasta encontrarla un plato de exquisito gusto. No tuve hermanos ni hermanas, y aunque bajaba a jugar a la calle con los demás niños del barrio, mi soledad en mi balcón era algo mío que no permití jamás que nadie me arrebatara.

Además, más allá de mi balcón habían otros balcones que pertenecían a pisos habitados por otras familias que tenían también hijos e hijas y con los que alguna vez compartía juegos, yo desde mi balcón y los demás desde el suyo.

Una de esas niñas era Julia Mari; una preciosa cría con un rostro vivaracho y que vivía justo en un balcón frente al mío. Todos los mediodías salía con su uniforme de colegio y me llamaba para que saliese a jugar con ella. En ocasiones era yo quien le llamaba y juntos compartíamos el corto espacio de tiempo que había entre haber terminado de comer y volver a la escuela por la tarde.

Julia Mari tenía uno o dos años más que yo. Su condición femenina ya la hacía, por naturaleza, más inteligente, pero además esa diferencia de edad ya lo era todo para que siempre, en nuestros juegos, terminase pegándomela de la manera más cruel y descarada.

—Veo, veo... —Julia Mari iniciaba siempre algún juego.
—Qué ves? —le seguía yo.
—Una cosita de color... —pensaba en silencio mientras miraba en todas direcciones intentando encontrar algo que yo debería adivinar —... negro!
—Por qué letrita empieza?
—Por la “T”

Yo me dedicaba a buscar por los balcones vecinos cosas negras que empezasen por la letra “T”. Recorría todo el patio interior en busca de esa cosa que me permitiese ganar el juego y con él la posibilidad de hacerle buscar algo a ella.

—Tubo! —gritaba convencido de que había encontrado el objeto.
—Tubo?... Qué tubo?
—Ese tubo negro que hay en el balcón de encima del tuyo.
—Pero tú eres tonto? –me increpaba ella—. Cómo quieres que vea yo un tubo negro en un balcón que está encima del mío? No es ningún tubo... sigue buscando.

Finalmente siempre tenía que darme por vencido. No recuerdo haber acertado nada ninguna vez.

—Te rindes? —me preguntaba mientras que con una maliciosa sonrisa me mostraba todos los dientes.
—Me rindo —le respondía con absoluta resignación.
—Era el tapón!
—Qué tapón? —preguntaba yo.
—El tapón de la bombona de butano de ese balcón que está justo encima del tuyo.
—Ahhh... —y con mis cinco o seis años asumía deportivamente mi derrota y me quedaba convencido de ser un inútil por no haber podido ver ése maldito tapón.
—Me voy ya. Mañana nos vemos.

Y Julia Mari se despedía hasta el día siguiente a la misma hora en la que me la volvía a pegar.

—Ahora yo me escondo dentro de mi casa y tú esperas hasta que salga de nuevo. Vale?— proponía.
—Vale!

Al rato mi yaya Lola me llamaba para llevarme al cole y yo le decía que no podía ir... estaba esperando a Julia Mari!

—Vamos tonto. Hace ya un buen rato que se ha ido al cole. La he visto bajar con su madre —me explicaba mi abuela—. Aissss... otra vez te ha vuelto a engañar. Hijo... como no espabiles...

En una ocasión mi padre me regaló una billetera en la que había una foto de la alineación del Barça en su parte frontal. Por aquel entonces aún no estaba muy definido que de mayor, yo iba a ser un defensor a ultranza de la erradicación del fútbol de las vidas de las personas, así que a mi padre, eso no se lo voy a tener en cuenta, y en su día acepté con agrado ese obsequio.

Lo que me sorprendió fue ver la cara de uno de esos jugadores e inmediatamente le pedí explicaciones a mi padre.

—Papá... este de aquí... Eres tú?

Se trataba de Gallego, uno de los jugadores que en aquella fotografía tenía un asombroso parecido con mi padre, y que al parecer (yo ahí ya no entro... por absoluta ignorancia sobre el tema), en la época era considerado uno de los jugadores estrella del equipo.

—Si, claro —me respondió mi padre.

Acto seguido enfilé mi carrera hacia el balcón y con restos del pollo de la comida aún en mi boca llamé gritando a todo pulmón a mi vecina.

—Julia Mariiiii!!!!!!

Al rato salió y le conté que mi padre era Gallego, el jugador del Barça. Obviamente ella no me creyó, e incluso fue lo suficientemente suspicaz como para decirme que si mi padre fuese Gallego... yo no estaría viviendo ahí.

Me asomé al interior del comedor de inmediato.

—Papá... si eres el Gallego ese. Por qué vivimos aquí? —le pregunté.
—Estoy ahorrando todo el dinero para cuando me retire del deporte poder montar un negocio —me respondió con una convicción que resultaba incluso palpable.

Ante la incredulidad de Julia Mari, y por más que yo trataba de hacerle ver que mi padre era Gallego, finalmente opté por poner toda la carne en el asador.

—Papá ven!... Sal al balcón.
—Anda hijo, no me toques las narices!
—Venga sal —le insistió mi madre. Con el tiempo entendí que quizá mi madre lo hizo en un intento de que por una vez... fuese yo quien se la pegase a la vecina.

Ante la presencia de mi padre a mi lado, ambos en el balcón y en un tiempo en el que no existía la virtualidad... Julia Mari se rindió ante la evidencia. Musitó un tímido... “anda!... es verdad” y añadió:

—Adiós. Me tengo que ir... hasta mañana —y se largó sin quitarle ojo de encima a mi padre.

Por el camino a la escuela mi madre me desmintió que mi padre fuese el tal Gallego. Imagino que para otro crío hubiese supuesto una desilusión, pero a mí... me importó más bien poco y seguí tan feliz ante la realidad de que papá era un humilde comerciante que vendía artículos de piel en un puesto de mercadillo. A decir verdad, absolutamente nunca desee más de lo que tuve, y encima podía disfrutar de la compañía de mi padre los domingos, cosa que de haber sido Gallego, me hubiese tenido que conformar viéndole jugar por televisión y además... jugando al fútbol!... que horror.

Imagino que por su parte, la madre de Julia Mari se lo desmintió también a ella. Oh!... engañada por un mocoso de pocos años y encima con su padre compinchado para tan horrible plan. La venganza... no se hizo esperar.

Un día yo me encontraba jugando en mi balcón con un peto tejano y mi gorrilla para protegerme del sol, cuando ella apareció en su balcón para proponerme jugar a algo nuevo.

—Nos enseñamos... nuestras cositas? —preguntó.

Bueno... por mi parte no había inconveniente alguno en mostrarle mi Madelman, mis camioncitos de plástico y algunos de los soldaditos del ejercito norteamericano que tenía desperdigados por el suelo, pero... al parecer no se refería a eso y tuvo que aclarar la situación, en voz baja, pero lo suficientemente fuerte como para que desde la corta, pero inexpugnable distancia, yo pudiese oírla.

—No me refiero a esas cositas bobo! Tú me enseñas tus cositas, y yo te enseño mis cositas.

Al parecer en mi cara había algo que ella captó como de medio lelo o algo así, de modo que fue directamente más explícita.

—Ya sabes hombre... el pito, las tetas... los huevos. Nos lo enseñamos?

Yo seguía presa de mi ingenuidad. Lo cierto es que a día de hoy sigue dándome lo mismo enseñar la cara que el culo, así que lo acepté como un juego más. Me pareció que podía resultar divertido.

—Empieza tú —me dijo.

Yo me quité la gorra y con dificultad me desabroché los dos botones que sujetaban mi peto vaquero, con lo cual mi pantalón se deslizó hasta el suelo.

Ella se arremangó la falda de su uniforme de las monjas y me mostró un muslo, posiblemente apetecible para un crío, pero no recuerdo si entonces me lo pareció.

Continué bajándome los calzoncillos y allí me quedé como mi madre me trajo al mundo con la salvedad de que un peto tejano y un calzoncillo blanco rodeaban mis tobillos.

—Me tengo que ir –dijo Julia Mari—. Hasta mañana!

El sol me daba de lleno en la cabeza, me agaché a recoger mi gorra y me la calé en la cocorota. Traté inútilmente de abrocharme los botones de mi peto tejano, pero eso era tarea exclusiva de madres y abuelas y un crío era absolutamente incapaz de hacer esa labor. Decidí entrar en casa y reclamar la ayuda de una experta. Con dificultad y dando cortos pasos debido a que la ropa en mis tobillos me impedía avanzar a mayor velocidad, conseguí meterme en casa con mis vergüenzas colgando.

La bronca que me cayó por parte de mi abuela fue descomunal. Al parecer eso de enseñarle el pito a una niña estaba muy mal y era algo que no se debía hacer. Nerviosa y sofocada la yaya Lola me abrochó el peto tejano, me llevó al cole y cuando por la noche llegaron a casa mis padres yo aún estaba castigado. Afortunadamente las carcajadas de mis progenitores ante la anécdota que mi abuela les contó, me sirvieron como exculpación absoluta hasta el punto de que estaba deseando que llegase el día siguiente y seguir jugando con Julia Mari a ese juego nuevo. Además... le tocaba a ella enseñarme sus cositas.

Con el tiempo Julia Mari y yo nos hicimos mayores y nuestros caminos se separaron definitivamente. Yo me dediqué a esto de dibujar y de contar historias. De algún modo ella es una auténtica profesional en algo similar, sólo que sus historias, y las que les saca a los demás a través de sus entrevistas, se escuchan por la radio y se ven por televisión. Julia Mari pasó un día a llamarse Julia Otero y a convertirse en una excepcional y conocidísima periodista, pero da igual, para mí sigue siendo la vecina del balcón desde el que era su piso en la calle Poeta Cabanyes del Poble Sec, una de mis entrañables compañeras de juegos en ese balcón que ocupa un gran espacio en mis mejores recuerdos.

Me despiertan una gran sonrisa esas constantes tomaduras de pelo de las que era víctima. Espero que sí ella las recuerda también, y sí concretamente recuerda el día de esta historia... aún se esté riendo a carcajada limpia.

Por otra parte... no me negarán que tiene su punto eso de poder decir que Julia Otero, fue la primera mujer que me vio en pelotas.

lunes, 15 de junio de 2009

Mami... Por qué lloras?

Pocos días después del 7 de agosto del 64 ( una buena cosecha ;-), me bautizaron, y ése... fue mi primer y último día de fe cristiana. Bueno... miento, ya que años después hice la comunión. Mis padres, en un intento de darme una educación “moderna” y “progre”, me preguntaron si quería hacer la comunión.

—Sergi hijo... Quieres hacer la comunión?

A lo que yo, para su sorpresa, respondí que si. Mi padre me pregunto que porqué, y mi respuesta fue inapelable:

—Por los regalos.

Que de saber por aquel entonces que los regalos iban a ser: unos cubiertos con mis iniciales, un servilletero con mis iniciales, un álbum de fotos nacarado con mis iniciales, media docena de pañuelos blancos con mis iniciales, un reloj con mis iniciales y una medalla de oro con una virgen y en su parte posterior... mis iniciales; a buena hora digo yo que si a eso de hacer la comunión.

Así que toda mi relación con Dios se reduce al día de mi bautizo y poco más. Creo que en 44 años jamás le he hecho la menor falta, y en caso de haberle necesitado yo a él... siempre he preferido prescindir de sus servicios, ya que no me mola nada eso de quedar en deuda con alguien que amenaza con un día del juicio final y que provoca genocidios del rollo: inundaciones, plagas y demás movidas que sinceramente... siempre me parecieron poco cristianas.

El caso es que en la foto de mi bautizo siempre me han llamado la atención esos tres personajes que me son de sobras conocidos y evidentemente... “familiares”.

Por una parte estoy yo que no sé ni de dónde me vienen, y ando con cara de no verlas venir. Imagino que se trata de una actitud normal en alguien que por aquel entonces pasaba sus días chupando teta, durmiendo, cagando y dando guerra por las noches. Bien pensado... Caramba!... tampoco he cambiado tanto!

Por otra parte, mi padre. El pobre está con cara de circunstancias, parece contento, pero siempre reconoció que él quería una niña. No obstante, me alegra ver esa actitud suya de estar conforme con el resultado del sorteo.

Y finalmente mi madre. Se puede saber por qué coño llora? Por qué está con ese puchero reprimiendo el llanto? Yo le he visto la cara posteriormente con el nacimiento de sus nietos; mis hijos!! Y nunca le he visto esa actitud de penitente con el moco colgando, al contrario... bien contenta y feliz estuvo ella sosteniendo en sus brazos a mis cachorros recién nacidos.

En todo este tiempo transcurrido le he preguntado en más de una ocasión a qué se debe esa actitud suya en esa fotografía y jamás he conseguido arrancarle, ni por misericordia, una reconfortante respuesta como: “De felicidad hijo. Lloraba de felicidad”. Ni hablar!

—Me dio por pensar en que de adolescente... pasarías un montón de horas encerrado en el lavabo —esa fue una de sus respuestas.

—Es que pensé en que a saber a qué especie de bruja tendría yo que hacerle buena cara el día que me presentases a tu suegra —esa fue otra.

—Bueno... Y qué quieres? A mi siempre me dio igual que fueses niño o niña, pero cuando te vi y me encontré... con eso... —no me negarán que esta es cruel.

—Mira Sergi, a mi ese día tu me importabas una mierda. Me jodió un montón que tu padre encargase el pastel de nata... con el asco que le tengo —esa la puedo entender, pero... me da en la nariz que tampoco lloraba por eso.

—Te me acababas de cagar encima y pese al pañal... arruinaste mi vestido nuevo —mi preferida... aunque tampoco le doy crédito.

Es decir... que o todas esas respuestas son verdad, o que me quedaré sin saber por qué lloraba mi madre el día de mi bautizo.

Tener madre para esto! Que paciencia Señor!!!

sábado, 13 de junio de 2009

Un Rayo de Sol

Eran mediados de los 60 y un par de jóvenes de una localidad cercana a Barcelona, se unían para formar uno de los grupos de mayor vida músical en el panorama pop español y que supuso un gran negocio para Tony Ronald que fue su productor. Agustín Ramirez (cantante) y Enrique Martín (guitarra), se dieron a conocer inicilmente como "Los Diablillos del Rock" cantando y versionando temas de moda de los años 60. Posteriormente se añadirían a la formación Emilio Sánchez (bateria) y Amado jaen (bajo) formando un cuarteto con el que grabaron temas como "Tu también serás Ye-Ye" o "Brutal", entre otros.

En 1968, y con un nuevo integrante que sería Giannni Escavirri, empiezan a grabar para el sello "regal" temas como "Gracias amor" en un primer disco que pasaría sin pena ni gloria. Un segundo disco en 1969 con temas como "En casa de Tomás" y "Sol, amor y mar" les serviría para ganar un festival, pero no lograron consolidar ningún éxito.

Finalmente, en 1970 y tras grabar "Un rayo de sol", el grupo llamado definitivamente Los Diablos, consiguió un disco de oro que a su vez, marcaría la línea musical absolutamente desenfadada que destacaría al grupo a lo largo de su dilatada carrera. Los Diablos conseguían llenar escenarios y a su primer super éxito y canción del verano de 1970, le siguieron otros como: "Fin de semana" (1971), "Oh, oh, July" (1972), "Mi talismán" (1973), "Acalorado" (1974), "Rosana" (1975), etc.

Los Diablos fueron un grupo superventas que no gozó del favor de la crítica ya que les consideraba demasiado populacheros y decía de ellos que no aportaban nada nuevo al panorama musical nacional...

... Nada nuevo? Todos esos temas suenan en el recuerdo de los de mi generación y nos traen imágenes de esos veranos en los que aún estábamos en edad de construir castillos de arena en la playa. Bien poco nos importaba a nosotros que aportasen algo nuevo o no al panorama musical. Lo realmente importante era que esa música "para todos" podíamos tararearla a todas horas y escucharla desde la orilla del mar procedente de algún transistor que alguien tenía puesto a toda pastilla sobra la toalla, bajo la sombrilla, y al lado de la nevera portatil llena de Mirindas.

Que coño!... Que aporten algo los críticos y que hagan el favor de dejar a Los Diablos sonar. Ahí les dejo la canción del verano de 1970 para celebrar y dar la bienvenida al calor, al sol y a los días de playa.

jueves, 11 de junio de 2009

Diablotines de VILPA

Los diablotines eran unos divertidos y sencillísimos juegos de habilidad compuestos por números o letras y que durante los años 60 y 70 se vendían en jugueterías y kioscos. La gracia del juego consistía en ordenarlos en diferentes combinaciones: o bien por orden según el alfabeto o por colores, o de cualquier manera que fuese posible; lo mismo con los números. La cuestión era pasar el tiempo con un... “pasatiempo”, que a primera vista podía parecer muy sencillo, pero que en realidad, tenía sus complicaciones cuando tratabas de poner un número o una letra en su lugar correspondiente y no había forma humana de hacerlo sin deshacer gran parte del trabajo realizado. Yo diría que de algún modo y en una versión más simple, fue un antecesor claro del famosísimo Cubo Rubik.

Los viajes en coche hacia el pueblo o la playa, y las interminables caravanas, dejaron de ser un engorro para los niños que tuvimos la suerte de poseer alguno de esos diablotines.

La casa Vilpa se hallaba ubicada en Ibi, una entrañable población de la comunidad valenciana, situada en el interior de la provincia de Alicante donde las industrias se reciclaban continuamente para adaptarse a nuevos mercados. Sus helados artesanales han tenido un gran reconocimiento desde el siglo XIX, así como sus juguetes desde el día en que un hojalatero fabricó una tartana para sus hijos con trozos de hojalata; el hojalatero se llamaba Rafael Payá Picó, y con el tiempo apareció la primera fábrica de juguetes ibense, la conocidísima Payá hermanos. Desde entonces, la tartana tiene un significado muy especial para los habitantes de la ciudad, e incluso cuenta con una plaza y un monumento en Ibi, además de que la tartana, es el máximo galardón que concede la Villa de Ibi en la actualidad.

Como muestra de la importancia que Ibi tuvo en la fabricación de juguetes, basta darse una vuelta por la “Casa Gran”, actual sede del Museo Valenciano del Juguete y en el cual se expone una muestra de aproximadamente 444 juguetes realizados en Ibi desde sus inicios en esta industria. Una auténtica gozada para coleccionistas, curiosos y para... los cuarentones que gozamos con ellos en nuestra infancia ;-)

Vilpa, además de los diablotines, fabricó un montón de juegos de habilidad e ingenio tales como: rompecabezas, el diamante bicolor, puzzles, juegos de construcción, los cubos locos, etc. También fabricó diferentes modelos de huchas y otros tipos de juegos como batallas navales y algunos cacharritos de cocina para niñas, siendo el plástico la principal materia prima en su fabricación.

DIABLOTIN VILPA

Imágenes de esta entrada procedentes de la colección particular del Kioskero del Antifaz.

martes, 9 de junio de 2009

El Conejo de la Suerte DUNKIN

En su línea de productos coleccionables acompañados de un sabroso chicle de fresa, la casa Gallina Blanca con sus famosísimos chicles Dunkin, lanzó al mercado en 1968 una de las colecciones que más versiones ha tenido a lo largo y ancho de todo el mundo. Se trató de la colección de figuras monocromas de personajes de la Warner llamada “El Conejo de la Suerte”.

Esta colección se comercializó por Dunkin en sus populares colores: Rojo, verde, amarillo, azul, naranja y blanco. Constituyeron uno de los encantos kiosqueros de la época ya que por una peseta se podía gozar de las figuras coleccionables y del exquisito chicle.

Recuerdo que las figuras del coyote y del correcaminos eran motivo de avaricia por parte de los que fuimos niños en aquellos tiempos. Cierto es que Bugs Bunny era el personaje estelar, pero los dos anteriormente citados tenían sus indiscutibles puntos... “débiles”, las orejas del coyote, así como la cola del correcaminos, se rompían con gran facilidad, así que si alguien quería intercambiar figuras... el precio a pagar por una de esas dos, era considerablemente elevado.

Bugs Bunny fue el protagonista indiscutible de la colección así como de numerosas series de televisión de Warner Bros tales como Looney Tunes o Merrie Melodies, y que le valieron un Oscar de Hollywood. Los creadores del personaje se inspiraron en Grouxo Marx para dotarle de una personalidad desenfadada y capaz de bromear a pesar de que un inminente peligro estuviese amenazando. Sus andares con su zanahoria emulan, sin lugar a dudas, el característico modo de andar de Groucho con su puro.

El animador Ben Hardaway fue el creador del prototipo del personaje y el responsable de su primera aparición en un corto titulado “Porky’s Hare Hunt” (30 de abril de 1938). Mel Blanc dio la voz al personaje que ya le caracterizó siempre.

Más tarde en 1939 Chuck Jones dirigió el corto titulado “Prest-O Change-O”, donde actuaba como mascota del mago Sham-Fu. En el mismo año protagoniza su tercer cortometraje “Hare-um Scare-um” en el que el animador Gil Turner fue el primero en darle el nombre al conejo al escribir Bugs Bunny en una hoja de modelo del personaje. En los cortos anteriores era conocido como Happy Rabbit.

Se puede considerar que el primer papel de Bugs Bunny, con la personalidad y carácter completamente formado, es en el corto “A Wild Ware” (27 de julio de 1940) dirigido por Tex Avery, y en el que emerge por primera vez de su madriguera comiendo su zanahoria, para decirle al gruñón cazador Helmer... Qué hay de nuevo viejo?, siendo además, la primera vez en que ambos personajes coincidieron.

A lo largo de su dilatada carrera como actor de papel y siendo ya una estrella a nivel internacional, Bugs pasó por las manos de los mejores directores de animación de la década de los 60: Friz Freleng, Robert McKimson, Tex Avery, Chuck Jones.

El Oscar lo ganó con el corto "Knighty Knight Bugs" (1958) dirigido por Frez Freleng, pero tal vez el director que le dio mayor continuidad y proyección estelar fue el aclamado Chuck Jones, como ejemplo basta citar que uno de los clásicos de Jones con Bugs como protagonista fue What’s Opera, Doc? (1957) en el cual Bugs parodia el clásico de Wagner, El anillo del Nibelungo, y ha sido considerado “culturalmente significativo” por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y seleccionado para ser preservado en el registro nacional de películas, siendo el primer dibujo animado en alcanzar este honor.

Lo que más llegó de Bugs Bunny y del resto de los personajes Warner a nosotros, en ese periodo de nuestra infancia, fueron los cortometrajes que desde 1948 formaron parte de Looney Tunes y Merrie Melodies, dentro de un espacio televisivo que los agrupaba junto con nuevas obras y titulado: “El Show de Bugs Bunny” que se empezó a emitir en 1960 y permaneció en antena durante, ni más ni menos... 40 años.

En 1981 La casa de pastelitos Ortiz lanzó al mercado una nueva reedición de los personajes utilizando los viejos moldes Dunkin y devolviendo el recuerdo a los que fueron niños en esa generación. Si vale... no estuvieron mal esos muñequitos de Ortiz, pero. Para qué negarlo? Los que crecimos con los Dunkin de 1968 lo hicimos con los genuinos y originales... siempre nos quedará eso aunque desconocíamos el nombre de algunos personajes, Ortiz llevaba en cada pastelito un cromo a modo de catálogo en el que los dichosos nombres aparecían para poner las cosas más fáciles. Y es que a nosotros... no se nos lo tenía que dar todo hecho :-D

A continuación tres videos que no debería perderse ningún nostálgico como Dios manda:

El primero es el anuncio de televisión con el que Dunkin promocionaba su producto y subido a internet por Quatermass al que nunca se le podrá estar lo suficientemente agradecido por ese detalle.

El segundo se trata de la intro de “El Show de Bugs Bunny” que popularizó a los personajes entre nosotros y que llenó de alegría nuestras tardes de merienda.

El tercero es el ending de “El Show de Porky”, otro de los populares personajes aparecidos en la colección de figuras monocromas Dunkin. Ahí les dejo en buena compañía y con gratos recuerdos.







Créditos de las imágenes: 1.- Sobre de chicle Dunkin "Conejo de la suerte" subido al foro de Dunkin por Javier 1704 / 2.- Colección particular de figuras de "El conejo de la Suerte" Dunkin del Kioskero del Antifaz / 3.- Hoja modelo de animación de Bugs Bunny extraida del libro "Chuck Reducks" / 4.- Fotografia en su mesa de trabajo de Chuck Jones extraida del libro "Chuck Amuk" / 5.- Colección de figuritas Warner de Ortiz (1981) subida al foro Dunkin por Javier 1704.

Y ya saben... Eso es to, eso es to, eso es todo amigos ;-)

domingo, 7 de junio de 2009

sábado, 6 de junio de 2009

A Hard Day's Night


El 10 de julio de 1964 The Beatles editan su tercer álbum británico con el sello Parlophone.

Alcanzaron el número 1 desbancándose a sí mismos en el puesto ocupado por su anterior LP With The Beatles, y permaneciendo los primeros durante 21 semanas.

El mismo título llevó la primera película de The Beatles, una comedia británica escrita por Alun Owen y dirigida por Richard lester y cuya banda sonora fue ese tercer disco con el mismo título. Su estreno tuvo lugar el 6 de julio de 1964 y fue rodada en blanco y negro y en un plazo de 16 semanas ya que la productora estaba convencida de que el fenómeno Beatles y la beatlemanía no duraría pasado ese verano de 1964. Hay que ver como casi siempre, las previsiones en cine, música, o en cualquier tema en el que intervenga el temperamento artístico... son absolutamente erroneas.

viernes, 5 de junio de 2009

Kung Fu. Adios al legendario "pequeño saltamontes"


Los viernes acostumbran a ser días para el relax en este espacio nostálgico. El fin de semana está a la vuelta de la esquina y quien más y quien menos tiene ganas de liberarse de tensiones, de quitarse de encima la presión acumulada durante la semana y de abandonarse tranquilamente en brazos de la pereza. Por eso normalmente los viernes les dejo en compañía de algún tema musical de la época en la que fuimos preadolescentes y en la que la única presión era la que ejercían nuestras efervescentes hormonas. También es cierto que si los viernes les dejo en esa compañía musical es por una promesa que le hice a Ana y que pienso seguir cumpliendo a pesar de que hoy hago una excepción. Sin duda que Ana sabrá entender y disculpar este pequeño devaneo, pero la actualidad obliga aunque a veces, la jodida actualidad no sea necesariamente... alegre. De modo que la música prevista para hoy será posteada mañana y la presente entrada irá dedicada a un lamentable acontecimiento que tuvo lugar ayer en Bangkok.


Quizá algunos recordarán las aventuras de Kwai Chang Caine, y aunque así a primer vistazo no sepan de quien les hablo, seguro que reaccionan de inmediato si añado que el nombre, es el del personaje protagonista de la serie Kung Fu que catapultó a la fama al actor David Carradine encargado de dar vida al “pequeño saltamontes” a través de la pequeña pantalla. Una serie que dio aventura y emoción a un montón de críos que quedábamos literalmente atrapados frente a los televisores.



Prueba del gran éxito que la serie tuvo entre nosotros fue que en los kioscos, no tardaron en aparecer las insignias del tigre y del dragón que distinguían a los grandes luchadores, o los pins con los rostros de los personajes.

Pues bien, aunque los 60 episodios de la serie dejaron de emitirse en los setenta, ahora... ya será imposible que sus productores puedan plantearse una secuela con su protagonista casi 40 años más tarde, al menos con quien fue su protagonista genuino, David Carradine.

El actor se encontraba en Tailandia desde el pasado martes con motivo del rodaje de una nueva película, pero desafortunadamente fue hallado muerto en su habitación ayer día 4 de junio. El cuerpo apareció ahorcado con los cordones de las cortinas de la que era su lujosa habitación de hotel hasta que pasó a ser el escenario de una muerte en extrañas circunstancias, aunque todo parece indicar que el ahorcamiento fue voluntario según información del diario Tailandés “La Nación”.

Cierto es que la carrera del actor fue tremendamente desigual, pero seguro que eso no fue más que un grano de arena en la terrible montaña de conflictos que debieron ofuscar a su ser para llegar a tan terrible desenlace. El personaje en la serie Kung Fu que le llevó a la fama, le colgó a la vez una enorme etiqueta de la que ya no pudo desprenderse jamás. Todo su éxito cosechado le sirvió tan solo para rodar más de un centenar de películas de artes marciales de bajo presupuesto, pero pocas veces fue llamado para esos proyectos que consolidan a un actor y que le hacen merecedor del más digno de los respetos. Quentin Tarntino (nostálgico setentero donde los haya), le recupero en Kill Bill. Sin duda que para Tarantino, el actor ya tenía ese respeto, ya que al igual que muchos de nosotros se deleitó viéndole esquivar flechas y era uno más de sus muchos fans.

Curiosamente, “el pequeño saltamontes” no tuvo la misma habilidad para esquivar algunos de los muchos traspiés que da la vida.

La serie Kung Fu fue producida en los Estados Unidos entre 1972 y 1975. Fue creada por Ed Spielman y Jerry Thorpe, y coproducida y escrita por Herman Miller. La trama nos cuenta las aventuras de un monje Shaolín que viajaba por tierras del viejo Oeste y cuyas únicas armas eran su destreza en las artes marciales y la fuerza interior de su poderosa filosofía. El vagar del protagonista tiene como objetivo el reencontrarse con su hermano, Danny Caine y empezar una nueva vida en familia.

Sirva esta entrada como recuerdo de la serie y de las baratijas de kiosco con las que pasamos inolvidables momentos. A la vez, sirva también como homenaje personal al actor y para que se apunten a él cuantos lo deseen dejando sus comentarios.

Larga vida y buen trayecto por el inescrutable camino del tigre y del dragón.

Creditos de las imágenes: 1ª Fotograma de la serie de TV Kung Fu, 2ª Pegatinas adhesivas del tigre y el dragón y pin de plástico de David Carradine encarnando al protagonista de la serie; ambas de mi colección particular.

miércoles, 3 de junio de 2009

Lamentable orgullo futbolero

Parece que ya terminó, por fin, la resaca futbolera. Aunque sólo lo parece ya que en realidad... vivimos en un país en el que el fútbol es lo más importante del mundo. La prueba está en los cerca de 20 aviones que partieron con destino a Roma para ver un partido (amén de los aficionados que se desplazaron por otros medios) y de las cantidades astronómicas que llegaron a pagarse por vuelo y alojamiento, vaya, que para según qué... Dónde está la crisis?

Yo soy de una galaxia extraña en la que eso del fútbol no forma parte de nuestras prioridades y quizá por eso no entiendo demasiado bien qué diablos significa todo esto.

119 detenidos por una celebración en Canaletes? Bueno... pues en la galaxia de donde vengo... eso no se entiende ya que una celebración es un momento en el cual los actos delictivos y vandálicos no tienen cabida alguna.

Para que se hagan una idea les diré, que en toda mi vida solo he visto un partido de fútbol, y además... no pude soportarlo entero. Me refiero al partido que tuvo lugar en 1978 entre el Barça y el Fortuna de Düsseldorf en Basilea... creo que por medio había una copa, o una recopa... o un copón, ya no recuerdo.

Todo fue por culpa de la insistencia del Hernández. Él, al igual que muchos de mis compañeros de clase no podían creer que no me gustase el fútbol y querían “convertirme”, hacerme ir por la senda del bien y que dejase de ser una oveja descarriada sin una fe religiosa ante la cual clavar mis rodillas en tierra, bajar mis orejas y sumir mi persona al ritmo de un himno, el ondear de una bandera, o el éxtasis que se siente (al parecer) ante la imagen de ciertos símbolos.

El Hernández me comentó que si acudía a su casa a ver ese partido mi idea sobre el fútbol cambiaría para siempre y que seguro terminaría convirtiéndome en una persona “normal”.

Acepté. A mis catorce años ya no tenía intención alguna de doblegarme ante ningún trapo ni a seguir a ninguna masa, pero mis padres me educaron en la tolerancia, así que decidí asistir.

En el comedor de su casa habían sido retirados todos los trastos que interferían entre la tele y el montón de sillas que habían sido distribuidas por toda la estancia. Sillas que pronto serían ocupadas por tíos del Hernández, hermanos, amigos, algún vecino, etc. Un total de treintaipico almas nos hallábamos ocupando esas sillas multicolores, desconjuntadas y practicamente todas distintas la una de la otra. La madre del Hernández y la esposa de algún tío se esmeraban en preparar todo tipo de canapés, bocadillos y refrigerios para que el resto, sentados y ocupando todo el comedor y parte del pasillo, pudiésemos disfrutar del encuentro.

Bufandas, gorras, boinas, camisetas, pitos, trompas, carracas, panderetas... todo con llamativos colores azules y grana colgaban de los cuellos, de las bocas o de las cabezas de la mayoría de los asistentes al evento. El Hernández me enrolló una de esas bufandas al cuello con la intención de hacerme sentir parte de algo grande, y si... para mi desgracia estaba formando parte de... aquello.

Un canario canturreaba en una jaula, pero su trino era absolutamente ignorado por cuantos allí se hallaban. El pobre canario era el único con quien yo me sentía algo identificado, a fin de cuentas... ambos estábamos allí encerrados y no teníamos escapatoria alguna.

El partido empezó y se apagaron todas las luces de la casa. La televisión en blanco y negro era el único foco de atención sobre el cual recaían no sólo las miradas, sino las pasiones y los sentimientos de cuantos allí estaban... absolutamente todo.

Yo seguía sin entender absolutamente nada. Solo oía gritos, cánticos, tacones de zapatos estallando contra el suelo que me hacían pensar en los pobres vecinos del piso de abajo. Desee que, cuanto menos, a ellos les gustase el fútbol para que pudiesen entender todo aquello, y agradecí también a Núñez y Navarro que construyese pisos tan caros que no me permitiesen jamás ser el vecino del piso de abajo del Hernández. Él se lo podía permitir ya que su padre era médico, pero por suerte, la escasez que había en mi casa me tenía marginado a un barrio en el que mi vecino de arriba daba igual si era forofo o no, afortunadamente la mayoría de esos partidos los vería desde la trena y pocos taconeos iba yo a escuchar en el techo de mi casa.

Lo único que me reconfortaba de todo aquel salva madre, era el canturreo del canario que de vez en cuando llegaba a mis oídos entre medio de tanto grito, vocerío y cántico del himno del Barça que el Hernández, me animaba a que entonase también. Imposible, desconocía de tal modo la letra que no hubiese sido capaz de hacer ni un mal playback.

Lo peor llegó con el primer gol del Barça. Sinceramente yo no estaba preparado para eso. Nadie me advirtió de que ese momento iba a convertirse en el instante en el que cualquier antropólogo hubiese podido dar con el eslabón perdido; el encuentro definitivo con el homínido primitivo que terminaría dando lugar al... ser humano(?). Mis oídos no daban crédito a semejante alboroto ni a la que se montó en aquel comedor por el simple hecho de que un adulto en pantalón corto había sido capaz de colocar una pelota entre dos palos. Sí hubiesen retransmitido en directo el momento en el que Fleming dio con la penicilina y cuyo hallazgo logró salvar miles de vidas, lo más probable es que nadie hubiese hecho el menor caso, pero un delantero burlando la vigilancia de un portero estaba dando lugar a un acontecimiento único. No importaba lo demás.

Instantes después llegó un gol por parte del Fortuna que propició el empate. El malestar se hizo un increíble hueco en el apretado comedor. Un tío, amigo, o vecino se indispuso y con su bufanda y su gorra del Barça se fue al lavabo a vomitar carraca en mano. El resto se solidarizaron con él, todos parecían entender su malestar y le cedieron un sitio junto al balcón para que le entrase algo de aire fresco. El tipo estaba allí sentado cagándose en Dios, jurando y perjurando. Yo creí que se había encontrado mal por algún problema intestinal, pero al parecer su indisposición la causó el gol del equipo contrario... incomprensible.

El partido continuaba, los canapés salían de la cocina y eran devorados por aquellos primates que entre gritos y saltos mostraban el interior de sus bocas llenas de foie gras, queso, jamón dulce y pan Bimbo. Yo era el único que parecía disfrutar de aquellos deliciosos sandwiches que la madre del Hernández y sus pinches de cocina preparaban a toda velocidad. Los demás, simplemente llenaban sus estómagos de un modo automático. Entre tanto, intentaba abstraerme como podía para recuperar el trino del canario y huir de aquel entorno al que no estaba acostumbrado.

El comedor seguía a oscuras, la televisión y la voz del locutor eran algo así como los gurús de aquella ceremonia. La tensión iba creciendo a medida que un delantero se acercaba a puerta y marcaba un nuevo gol. Por la reacción de los asistentes entendí que el delantero era del Barça y que ese gol jugaba a favor. Nuevamente el estruendo hizo vibrar los cristales de las ventanas y yo tenía la desagradable sensación de que el suelo terminaría cediendo a mis pies. Entre medio, unos gritos poco habituales se hicieron escuchar, eran como un desgarro que no acompañaba a la celebración que estaba teniendo lugar sino más bien todo lo contrario. En la penumbra entre la oscuridad del comedor y la luz que provenía de la cocina, la silueta de la madre del Hernández parecía deshacerse entre gritos y sollozos. Inmediatamente el padre del Hernández, el doctor, encendió la luz del comedor preocupado por el estado de su esposa, la tomó del brazo, le cedieron una silla y la pobre madre se sentó intentando controlar sus llantos. La mujer trataba de señalar algo con su mano temblorosa, al parecer, los gritos que desencadenaron ese segundo gol del Barça habían sido demasiado para el pobre canario y la madre del Hernández pudo ver como el animal se convertía en una bola de plumas, daba un pequeño respingo y caía muerto al suelo de su jaula. Su corazón no pudo soportar la emoción descontrolada de los homínidos y ante la imposibilidad de salir de esa jaula vivo, decidió hacerlo muerto.

La madre del Hernández dejó de ser importante de inmediato. Sólo se trataba del canario, así que se apagaron las luces del comedor de nuevo y la ceremonia tribal prosiguió mientras que la silueta de aquella mujer, ahora sentada en la silla y asistida por las que habían sido sus ayudantes en la preparación de lo ágapes, seguía triste y cabizbaja.

Tuve un repentino interés por saber el nombre del canario así que, como pude, entremedio de aquel griterío eufórico se lo pregunté al Hernández. El difunto pájaro se llamaba Joselito en honor al niño prodigio cantante, y una vez conseguido ese dato ya no quise saber nada más. Me despedí del Hernández que no entendió cómo podía irme sin ver el final del partido. Presenté mis respetos a la afligida madre, le agradecí su hospitalidad, le felicité por sus deliciosos canapés y salí de aquella casa tan aprisa como me llevaron mis pies.

Las calles de Barcelona estaban desiertas. Todo el mundo estaba congregado en sus casas delante de los televisores y en actitudes similares a la que yo había vivido en casa del Hernández. Por aquella época yo tenía algún que otro ramalazo progre y por mi mente cruzó la idea de que si alguien pidiese que la gente permaneciera en sus casas con motivo de un acto solidario, como por ejemplo, terminar con el hambre en el mundo... nadie haría caso. Sólo el fútbol era capaz de conseguir eso, y sentí una terrible vergüenza. A mí... simplemente no me gustaba el fútbol, pero a partir de ese día, de ese Barça en Basilea, empecé a sentir un auténtico rechazo.

Los trinos del canario Joselito me acompañaron hasta mi casa. Me estremeció oír su canto como si todavía estuviese vivo y decidí rezar por él. Era la primera vez en la vida que rezaba por el alma de un canario, y la última vez que lo hice por nadie.