lunes, 29 de noviembre de 2010

Algo tendrá el vino cuando lo bendicen

Cada diez o quince días, al llegar de la escuela, mi madre me daba un par de duros y me decía “bájate a la bodega y compra una botella de “El Baturrico”. Así que obediente, y sabiendo que sobrarían un par de pesetillas que podrían tener como destino mi hucha, me dirigía a la bodega de la esquina, la “Bodega Eloy” y compraba esa botella de vino para mi padre.

La bodega Eloy la regentaban entre un padre y sus dos hijos; el padre era un tipo grueso, de cabello blanco y al que recuerdo sentado en una silla vuelta del revés y con los brazos reclinados en el respaldo, las piernas abiertas sosteniendo una descomunal barriga, y contemplando a la clientela con un palillo entre los dientes y una inexistente sonrisa que no asomaba jamás, ni en los mejores momentos. El hijo mayor era Eloy, el más activo y atento del local. Recuerdo cómo colocaba media docena de vasos sobre la barra, servía el vino y a continuación, deslizaba una mugrienta bayeta para quitar de en medio las gotas de espirituoso que se habían derramado. El hermano menor deambulaba arriba y abajo haciendo recados. Tenía un flequillo que se descolgaba con muy poca gracia sobre sus ojos, unos dientes superiores saltones que le impedían mantener la boca cerrada –aunque no hablaba nunca- y al que además, le faltaba un hervor. En definitiva, la bodega era uno de esos mundos dentro del Poble Sec con una fauna humana compuesta por ancianos que jugaban al domino y se echaban su cortado de después de comer, o bien de algún que otro vecino del barrio que repostaba para tomarse un aperitivo antes de la comida, y en la que tampoco faltaba algún vendedor de seguros despistado tomándose un vino para olvidar que eso de tratar de venderle seguros a gente de barrio, era una tarea bastante infructuosa.

Mis estancias en la bodega siempre fueron fugaces. Me limitaba a pedir la botella de “El Baturrico”, Eloy me la daba a la vez que tomaba mis dos duros y el casco vació de la botella anterior, me devolvía el cambio y seguidamente partía rumbo a mi casa, no sin antes echarle una ojeada al padre sentado en la silla, con su mirada clavada en la clientela y que parecía disecado de no ser por ese movimiento que hacía su palillo al pasearse lentamente de comisura en comisura, y que era el testimonio de que había vida en ese enorme cuerpo. Generalmente siempre me despedía de él dirigiéndole un tímido “adiós” que se limitaba a responder con un movimiento de su cabeza, pero sin perder de vista a la fauna del local que acaparaba constantemente su atención.

Ya en casa, mi padre no tardaba en llegar. Su presencia en el rellano de la escalera se delataba con el ruido que hacía con las llaves. Yo me apresuraba para abrirle la puerta y recibirle antes de que él pudiese abrir, y allí le encontraba, con las llaves en la mano y sonriéndome. Creo que el ruido con las llaves era un truco que él utilizaba para advertirme de su llegada, pero que en realidad, esperaba a que fuese yo quien le abriera ya que así era como sucedía siempre. Por más que estuviese entretenido con mis soldaditos de Monta-Plex, o imbuido en la lectura de mis tebeos, no se me escapaba jamás la llegada de mi padre llaves en mano.

Nos sentábamos a comer y mi padre mezclaba el vino de “El Baturrico” con gaseosa “La Casera”. Como gran adicto que he sido siempre a las bebidas gaseosas, jamás he podido entender como es posible estropear el sabor de una buena gaseosa con un vino, o el de una Coca-Cola con una ginebra o un whisky, pero... incomprensiblemente es algo que la gente hace. Comíamos los cuatro: mi madre, mi padre, mi yaya Lola y yo. Charlábamos aunque mi padre no sacaba ojo de la novela de Marcial Lafuente Estefanía, algo que disgustaba a mi madre que nunca aceptó que mi padre leyese a la hora de comer, pero que él hacía siempre a pesar de mantenerse al tanto de la conversación de turno. De vez en cuando yo recibía algún capón por irme de la boca y comentar alguna diablura perpetrada en la escuela; la iniciativa del capón era absolutamente aleatoria y podía provenir de cualquiera de mis mayores, a veces incluso, recibía más de uno por una mala coordinación entre mi madre y mi abuela que no decidiendo previamente quien de las dos me lo soltaba, lo hacían a la vez, en estéreo... en una época en la que en los hogares de barrio no habían más que transistores mono.

Mi padre regresaba al trabajo antes de que yo tuviese que volver a la escuela, así que apuraba el poco rato que me quedaba después de comer para volver con mis tebeos, o con mis mini héroes de infantería de plástico.

Con el paso del tiempo, finales de los 70’s aproximadamente, el vino “El Baturrico” fue retirado del mercado por hallarse en él una sustancia llamada cloropicrina cuyo uso frecuente era el de fumigante de suelos agrícolas, pero que los fabricantes del vino de esa marca utilizaron como fermento para evitar la formación de vinagre. Parece ser que esa práctica se realizaba en vinos peleones, fuertes y baratos, que se embotellaban y se producían en baja calidad para las clases trabajadoras que disponían de pocos ingresos.

De modo que mi padre se pasó al “Tío Pepe” y a tomarlo sólo de vez en cuando en los aperitivos, pero eso me pilló ya a una edad en la que no era yo quien se lo bajaba a comprar a la bodega Eloy, así como tampoco compartía siempre mesa con mis padres ya que prefería hacerlo con amigos y compañeros. Me pregunto que sintió mi padre el primer día que tuvo que utilizar las llaves para entrar en casa ya que no acudí yo a abrirle la puerta por más ruido que hiciera con ellas.

Toda esta historia me vino ayer a la cabeza después de enterarme de que el cartel publicitario del vino “Tío Pepe” será retirado temporalmente de la Puerta del Sol de Madrid; lugar en el que lleva desde 1935. Recuerdo que en los 14 meses que pasé en Madrid haciendo la mili, me gustaba pasearme por Puerta del Sol y, entre otras cosas, contemplar el rótulo luminoso. Imagino que lo asociaba al vino que bebía mi padre, y de paso, me recordaba mis idas y venidas de la bodega Eloy en busca de las botellas de “El Baturrico”. Pese a la retirada del cartel... Tranquilos, que para las campanadas de noche vieja seguirá allí, pero desaparecerá luego para poder rehabilitar la fachada en la que se encuentra.

El sol de Andalucía embotellado”, el cartel de "Tío Pepe" con su chaquetilla, su sombrero cordobés y su guitarra, volverá más adelante cuando la citada rehabilitación esté concluida, y volverá seguro a su lugar de origen en el ático del que fue el antiguo Hotel París, ya que este mismo año que ya termina, ha sido declarado como patrimonio de la ciudad por el Ayuntamiento de Madrid. Seguro que su creador, el dibujante Luis Pérez Solero y pionero de la publicidad española, estaría satisfecho de saber que su obra, además de ser vista a diario por los más de 450.000 usuarios del metro de Sol, así como por numerosos turistas y visitantes, es tomada en tanta consideración.

Sigo sin saber qué tendrá el vino cuando lo bendicen. Continúa sin decirme nada su sabor y aún acompaño mis comidas con Coca-Cola o alguna que otra porquería gaseosa, pero al contrario de los borrachos –que no recuerdan nada después de beber-, recuerdo perfectamente el olor del vino en barrica de la bodega Eloy, y a mi padre con las albóndigas sobre la mesa, leyendo su novela del Oeste y el vaso verde de Duralex con el vino con gaseosa.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Madelman

Supongo que para muchos de nosotros los Madelman fueron el mejor juguete de finales de los 60’s y de toda la década de los 70’s. -me refiero exclusivamente a la primera etapa de Madelman comprendida entre 1968 y 1976-, etapa en la que disfruté de estos fabulosos muñecos articulados a los que les siguieron nuevas etapas en las cuales se introdujeron cambios en su morfología inicial hasta su definitiva desaparición del mercado en 1982, pero esos... me pillaron algo mayor.

Por muchos motivos fueron un juguete de indiscutible interés por su realismo en general, pero por encima de todo en sus manos, sus ropas perfectamente cosidas, los complementos cuidados hasta el más mínimo detalle, e incluso lo atractivo de sus presentaciones en esas cajas magistralmente ilustradas, troqueladas, plastificadas, con el muñeco o muñecos colocados cuidadosamente y sujetos gracias a unas gomas que les mantenían allí, desafiantes y dispuestos para la acción. Todo eso hacía de los Madelman un juguete impresionante, pero quizá, lo más destacable, lo que le hacía especial y único, era su genial sistema de articulaciones que le permitía adoptar cualquier postura por increíble que pareciese.

No había crío que no tuviese su colección de Madelman; quien más y quien menos tenia su buena media docena de muñecos con los que exploraba Marte, se iba al Aconcagua, o se sumergía en el fondo del océano. Y todo eso teniendo en cuenta que no se trataba de un juguete precisamente barato, pero los de la casa Madel supieron ingeniárselas para acercarlo a todos los bolsillos comercializándolos en tres formatos: el “equipo individual” que contenía un Madelman con su traje completo y algunos de los accesorios. Ése era el que nos dejaban los reyes a los niños del Poble Sec barcelonés y demás barrios donde la economía era más bien escasa. Luego estaba el “equipo básico” que contenía lo mismo que el anterior, pero con bastantes más accesorios y complementos, y finalmente el “super equipo” en el que además de haber más de un Madelman, habían accesorios y complementos a todo meter. El sueño de cualquiera.

Además, y por si eso fuera poco, habían cajas de accesorios y complementos para completar los equipos Madelman, no sólo con detalladísimos y pequeños artilugios, sino que también se podía disponer –en caso de contar con un buen presupuesto- de automóviles Jeep de campaña o safari, cañón, scooter submarino, lancha, etc, etc.

Es necesario decir que los primeros Madelman que se lanzaron al mercado en las navidades de 1968, se presentaron en unas cajas estrechas de color rojo sin ilustraciones, con el fondo amarillo y con parte de los laterales y el frontal cubiertos con plástico transparente desde el que se podía ver, en su interior, a la figura de pie y ataviada con algunos accesorios. Los modelos que se embalaron en dicho sistema fueron: el esquiador, el marinero, el comando, el safari, el porteador negro, y un exclusivo astronauta inspirado en la película “2001 Odisea en el espacio” de Stanley Kubrick y licenciado directamente por la Metro Goldwin Mayer para su fabricación. Digo “exclusivo” por tres razones de peso; la primera es que su caja era azul, en lugar de roja como en el resto de los modelos, la segunda era el hecho de que muchos llegaron a decir que este modelo nunca existió y le convirtieron en leyenda, y la tercera razón es que un modelo de este Madelman astronauta, vendido en una juguetería de Santander hace algo más de 40 años, llegó a venderse en subasta en octubre del 2007 por el astronómico precio de 3.210 €.

La historia Madelman se remonta al año1964, momento en el que dos empresarios: Andrés Campos y Josep Maria Arnau, de Madrid y Barcelona respectivamente, adquirieron una empresa de fabricación de objetos en plástico que se hallaba en quiebra, situada en el municipio madrileño de San Martín de la Vega y que se llamaba “Manufacturas Delgado” (MA-DEL). Arnau era a su vez propietario e hijo del fundador de la casa EXIN (Exclusivas Industriales S.A.), una de las grandes empresas jugueteras españolas con juguetes tan inolvidables como el Scalexteric, Cine Exin o el Exin castillos, entre otros.

En 1966, y tras un viaje de Arnau a los Estados Unidos, el empresario regresó impresionado por el éxito que un muñeco de acción estaba causando en el continente americano. Se trataba de G-I JOE, una figura articulada que le inspiró para lo que sería la creación de los Madelman. Inmediatamente los diseñadores de la casa EXIN se pusieron a trabajar en un prototipo que rompió las reglas de los juguetes de ese estilo comercializados hasta entonces, ya que su tamaño era inferior (el G-I JOE medía unos 30 centímetros), permitiendo una mejor jugabilidad, y sus articulaciones a base de rótulas de plástico autoengrasadas permitían una mejora considerable en poses más realistas y estabilidad, en contraste con las articulaciones de gomas elásticas que ofrecían los otros muñecos.

Se realizaron prototipos iniciales de 15 centímetros, pero el muñeco final midió 17 centímetros ya que se trató del tamaño más pequeño posible en el que fuese posible confeccionar y coser las mangas de la ropa. Además de eso, la figura consistía de 23 piezas de plástico que se fabricaban en industrias MADEL. La ropa se diseñaba en EXIN Barcelona y se confeccionaba en Madrid.

Como si se tratase de una aventura real, los orígenes de los Madelman fueron antológicos y los dos impulsores del proyecto, los ya citados Arnau y Campos, contaron para esta aventura con dos hombres de indiscutible valía que serían los encargados de sentar las bases para un juguete que no será nunca olvidado por los que entonces fuimos niños.

Alfonso Díaz Alarcón

Un escultor que heredó de su padre –también escultor- la especialización por las tallas religiosas. Nacido un 9 de abril del año 1925 en la calle Verdi del barcelonés barrio de Gracia, su obra se encuentra desperdigada por la geografía española, así como en Estados Unidos, pero desafortunadamente, por el hecho de trabajar siempre para terceras personas que le subcontrataban para la realización de algunos trabajos, su nombre ha pasado injustamente desapercibido.

El verano de 1966 recibió de la casa Exin el encargo de crear las articulaciones para lo que sería una nueva figura de acción, y que terminaría convirtiéndose en el juguete más recordado de todos los tiempos.

Alfonso Díaz, poseedor de una inagotable fuente de ingenio y de una habilidad poco común que le llevaba a ser algo más que un escultor, -podríamos decir que se trataba, sin duda alguna, de un inventor en toda regla-, empezó a tallar las diversas partes del cuerpo del muñeco en madera. Una vez confeccionadas las diferentes piezas realizó moldes de yeso para su posterior fabricación en plástico, pero lo más anecdótico o impresionante estaba aún por venir.

Aquel verano Alfonso lo dedicó en cuerpo y alma a la creación del muñeco, realizó numerosos dibujos y croquis, así como modelos en barro de las distintas partes de la anatomía Madelman y entre las que hay que destacar sus inolvidables manos. No obstante, el encargo en sí, basado en las articulaciones estaba aún por resolver. Alfonso le daba vueltas a varias posibilidades que no terminaban de dar con la fórmula correcta hasta que un día, en una tienda de productos de arte religioso de la calle del Carmen de Barcelona, encontró unas bolitas inicialmente pensadas para la confección de rosarios, pero que le dieron al escultor, la respuesta a la incógnita que estaba tratando de resolver.

Las bolitas, las cuentas de rosario, serían las estructuras esféricas, unidas por ejes, y en torno a las cuales pivotarían el resto de piezas anatómicas previamente creadas por el artista. De ese modo se conseguiría crear una articulación única que a día de hoy, cuarenta años más tarde, aún no ha sido superada por ningún otro muñeco articulado.

Alfonso Díaz siguió colaborando con las casas Madel y Exin, y confeccionando algunos de los accesorios más destacables del muñeco como las cartucheras, cascos, prismáticos, o las características botas de la gran mayoría de los modelos.

Años más tarde, el taller familiar en el que Alfonso imaginó, diseñó y creó innumerables obras, sufrió un lamentable accidente en el que se perdió gran parte de su trabajo, así como los bocetos gráficos que el artista había realizado de la articulación del Madelman y demás diseños de su anatomía. Sólo una oxidada caja de galletas pudo ser recuperada y en la cual se hallaban los primeros prototipos realizados en aquel verano del 66, y que sin duda, nos sirven como testimonio de que Alfonso fue, junto con los impulsores del proyecto, el inventor del Madelman.

Lluis Bargalló

Nació en Barcelona y a los 17 años inició su trayectoria profesional junto a reconocidos dibujantes publicitarios de la época. A sus 20 años formaba parte del taller de la Cúpula del Gran Teatre del Liceu, colaborando como pintor y escenógrafo.

Trabajó para las agencias publicitarias más destacadas de la época de Barcelona, Madrid y París.

Durante más de veinte años fue el ilustrador de las cajas de Scalextric, Ibertren, Tente y Madelman, otorgándoles a todos esos juguetes una formidable estética que las han convertido en la actualidad en auténticas piezas de coleccionista.

Inicialmente la casa Exin había encargado las ilustraciones de las cajas a la agencia Reclamo en la que Lluis Bargalló trabajaba como director de arte, pero un día, Josep Maria Arnau le lanzó la propuesta de que se ocupase personalmente de las ilustraciones trabajando desde la propia casa Exin. Lluis vendió su participación como socio de Reclamo y desde entonces se dedicó a lo que realmente le gustaba, ilustrar sin la necesidad de mandar a ningún equipo artístico y disfrutar plenamente de su trabajo.

El proceso de elaboración de la ilustración de cada caja se iniciaba en el momento en el que el departamento de producción tenía un modelo listo, a partir de ahí se lo presentaban y él empezaba a ilustrar según la indumentaria y los complementos de cada nuevo Madelman. Arnau le tenía en gran consideración y le hacía asistir a todas las reuniones para tener su opinión en cuenta.

Gran parte de la documentación que Bargalló utilizó para sus ilustraciones se la proporcionaba un amigo suyo que trabajaba en el cine y que era propietario de una tienda en la calle Aribau de Barcelona, de ahí el parecido de los personajes ilustrados en las cajas con algún que otro actor de Hollywood.

En la segunda época de Madelman Lluis Bargalló continuó ilustrando las cajas -no hay que olvidar que fue en esa época cuando aparecieron los muñecos femeninos-. En líneas generales la relación entre Bargalló y Arnau fue excelente, pero debido al recato del señor Arnau, Bargalló tuvo que subir algún escote y alargar alguna que otra falda.

Las ilustraciones de las cajas de Madelman, fueron espectaculares por su estilo suelto, de ejecución efectista y que a través de su realismo transmitían la verdadera esencia para la que fueron concebidos los Madelman; la acción sin límite que hacía honor a su eslogan de lanzamiento: “Los Madelman lo pueden todo”.

En mi caso, llegué a tener más de una docena de Madelman que desgraciadamente perecieron en las innumerables misiones en las que les hice participar. De modo que mi colección particular de Madelman se limita a una caja intacta del pirata que me regaló mi mujer hace ya un buen puñado de años, y de uno que adquirí por internet del ejército de tierra y al que vestí de aventurero para que me acompañase en mis viajes (confieso que soy uno de esos frikis que viajo con un Madelman y que le hago fotos en los lugares más insospechados). Ah!... y como no... también me compré las reproducciones más que aceptables que Altaya reedito en el año 2003.

Les dejo con algunos de los anuncios de televisión de Madelman, y con un agradecimiento extremo hacia Pedro Lozano Crespo, José Gracia y José Maria Padilla, auténticos coleccionistas Madelman que han aportado gran cantidad de documentación. También al Capitan Madelman y al Profesor Quatermass por los anuncios, y muy especialmente a Manuela Díaz Guillem, hija de Alfonso Díaz Alarcón y que ha puesto a disposición de los madelmaníacos las imágenes de los prototipos que realizó su padre.



Relación de las imágenes: 1) Logotipo Madelman. 2) Formatos de cajas. Imagen extraída del catálogo Madelman de 1975. 3) Cajas de los primeros Madelman comercializados en las navidades de 1968, y caja del Madelman astronauta vendido en subasta en el año 2007 por 3.210 €. 4) Primer anuncio publicitario realizado para los Madelman y que apareció en diversas revistas del sector juguetero en diciembre de 1968. 5) Portada y contraportada del catálogo Madelman de 1975. 6) Alfonso Díaz Alarcón. 7) Prototipos creados por Alfonso Díaz Alarcón para los muñecos Madelman y sus articulaciones. 8) Lluis Bargalló. 9) Imágenes de algunas cajas ilustradas por lluis Bargalló y extraidas del catálogo Madelman de 1975. 10) Colección particular.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Chuletas, exámenes y copiotas

Ayer mi hijo salió de la escuela algo más pronto de lo normal, así que antes de ir hacia casa, decidió pasar a buscarme por mi estudio. Le gusta merendar conmigo y contemplar como dibujo. Dice que será dibujante como yo. Vaya... que no voy a conseguir hacer de él un hombre de provecho.

—Qué tal te ha ido el examen? —Le pregunté.

Los adolescentes rara vez responden con un “bien” o con un “mal”... o con un “si”, o un “no”, y mira que acostumbran a ser monosilábicos en general, pero ante preguntas que requieren un monosílabo como respuesta, se limitan a poner cara de como que la cosa no va con ellos.

—Te pregunto que qué tal te ha ido el examen.
—OooOh... Bueno... No era un examen, era un control que no hace media con la nota de final del trimestre.
—Vaya... que te ha ido mal.
—No que va!... al Ferrán le ha ido mal, pero a mi no. Y eso que él ha contestado todas las preguntas.

Llega un momento en el que un padre no sabe si su hijo le está tomando el pelo, o si sencillamente es que en el reparto genético sólo el padre ha tenido influencia sobre el nuevo ser y su madre se ha limitado a parir, pero no ha repartido ni una sola de sus neuronas.

—Vamos a ver hijo... eso quiere decir que tu no has contestado todas las preguntas... Y al Ferràn... le ha ido peor que las ha contestado todas?
—Bueno... es que algunas se las ha inventado... y eso.
—Entonces... las que has contestado tu... Estaban bien?
—No todas, me he inventado alguna.

Imagino que un hijo detecta cuando un padre está a punto de pasar de morderse los labios a la fase siguiente y que consiste en morderles a ellos un ojo, así que inmediatamente tratan de poner enmienda al asunto.

—Pero vaya... tranquilo papá, que me ha ido bien. Eh?
—... Bien?
—De lujo, de veras.

El caso es que ayer fue uno de esos días de conversación paterno-filial. Dejé el lápiz sobre la mesa de dibujo, me quité las gafas y me recliné sobre el respaldo de mi asiento. Él ya ponía esa cara de estar pensando: “Vaya... hoy es uno de esos días de conversación paterno-filial”, así que se acomodó en la silla, cruzó las piernas y me miró con expresión de: “Dime papá... que yo te escucho”.

—Verás hijo. Tienes que hacer lo posible para prepararte bien para el futuro. Pronto vas a tener que empezar a decidir qué quieres hacer y para ello vas a necesitar una buena media en tus notas, o de lo contrario... terminarás dedicándote a una mierda de trabajo de esos en los que uno no sirve para nada... qué se yo... ministro o algo así. Debes esforzarte para intentar conseguir un empleo que sea productivo y que por encima de todo te haga feliz. Entiendes.
—Si claro... entiendo.
—Entonces? Qué piensas hacer para mejorar tus notas?
—Mmmmm... verás. Hoy Ferràn y yo hemos visto en E-Bay un reloj que mola. Tu escribes con el Word el temario que entra en el examen y a través de USB lo pasas al reloj, y en el examen... lo puedes utilizar como chuleta.

Total... que uno ya no sabe si los hijos son absolutamente idiotas o si su sentido práctico está por encima de todo límite. Lo que está claro es que la decisión que había tomado mi hijo estaba clara; antes que estudiar... gastarse 35 Euros y comprarse el reloj chuleta.

Inevitablemente me remonté a mi época de estudiante y recordé que en aquellos años 70’s las chuletas –rudimentarias en ésa época- eran el pan nuestro de cada día. Por lo menos yo recuerdo pocos exámenes a los que me presentase sin chuleta, que además, había sido cocinada durante la noche anterior y a toda prisa en un último intento de hacer cualquier cosa para conseguir una nota decente, ya que de estudiar, en mi caso... nada de nada.

Vale... hay quien dice que no ha hecho nunca chuletas ni ha copiado jamás en los exámenes. Conozco a algunos, pero son los mismos que no se han pillado nunca un buen pedo, que no fuman y que no dicen tacos; es decir... personas que sin duda tendrán inconfesables vicios aún peores y que a día de hoy han llegado a ser beatos clérigos, banqueros o ministros, o sea... parásitos absolutamente inútiles; que de todo tiene que haber.

Desengañémonos, las personas sanas suelen tener cientos de vicios, confesables la mayoría de ellos, pero... líbreme Dios de los castos ya que de ellos será el reino de los cielos. Un reino lleno de vicio insano... seguro.

Obviamente las chuletas son anteriores a los 70’s. No fuimos los de esa generación los que inventamos el método que ha dado al mundo a médicos, abogados, psicólogos, historiadores, periodistas, etc, con una formación más bien escasa, pero con un elevado grado de habilidad a la hora de deslizar la mirada –sin ser vistos- sobre un minúsculo pedazo de papel repleto hasta reventar de ínfimas letritas. No obstante, y a pesar de no haber sido los creadores del método, fuimos la última generación que utilizó hasta la saciedad las más rústicas formas de chuletas. Más tarde, justamente en la generación posterior, la chuleta de toda la vida se empezó a convertir en un elemento tecnológico al que podríamos denominar: la chuleta 2.0. Pero sin duda, la gracia, la tenían esas chuletas prehistóricas y setenteras que a continuación, pasaremos a enumerar:


La tatoo chuleta

En los 70’s llevar un tatuaje era símbolo exclusivo de reclusos, de legionarios, o de prostitutas que superaban los cincuenta años; no como en la actualidad que se ha convertido en un elemento imprescindible estampado en las pieles de futbolistas y modelos, y por extensión, de cualquiera que quiera ir “a la moda”. El tatoo ha pasado de ser algo sintomático de personas de barrio, a ser de lo más fashion de la muerte.

Así que en aquella época, cuando uno de nosotros llevaba un tatoo, de lo que se trataba en realidad, era de la fórmula de una ecuación de segundo grado escrita con boli, o en la palma de la mano, o en los muslos de aquellas compañeras de clase con las que siempre queríamos sentarnos en un día de examen, y no para copiar, sino para verles el muslamen cada vez que arremangaban su falda para echar una miradita a su tatoo chuleta. Cualquiera se concentraba en las respuestas con semejante paisaje.

La tatoo chuleta en la palma de la mano tenía un inconveniente insalvable, y era que debido a los nervios ante la posibilidad de ser pillado por el profe, la presencia a nuestro lado de la compañera mostrándonos cacha, y la incapacidad nuestra por haber aprendido de memoria una sola respuesta del examen, las manos empezaban a sudar y cualquier apunte tomado en ellas se convertía en inteligible, con lo cual debíamos pasar al plan B, que era el de mirar las piernas de la compañera apartando de nuestra mente cualquier pensamiento impuro y tratando, única y exclusivamente, de leer las respuestas escritas en ellas. Lo bueno era que podíamos pedirle a nuestra vecina que se subiese la falda para echar un vistazo, sin recibir un tortazo a cambio. O eso, o presentarnos con falda en clase, algo que hubiese puesto en entredicho nuestra virilidad, a excepción dada de los Erasmus que pudiesen venir de Escocia; cosa que en aquellos tiempos, creo que ni existía.

La chuleta tradicional

El papelito minúsculo lleno de letras más minúsculas todavía y que dio lugar a una generación de miopes que forzamos la vista sobre nuestras chuletas y sobre los muslos de nuestras compañeras.

Este tipo de chuleta era bastante genial ya que era perfectamente camufable en la palma de la mano o pegada con cinta adhesiva a la parte trasera de la calculadora (en los exámenes de mates o de física... claro está). Ofrecía además la ventaja de ser una chuleta solidaria; es decir... que cuando uno ya había sacado todo su provecho de ella, la podía pasar a cualquier compañero cercano para que la aprovechase también, y no solo eso, terminado el examen la podías vender o prestar a cambio de algún cromo del álbum de Star Wars.

Cabe destacar que era necesaria una especial habilidad para sacarla del bolsillo, esconderla estratégicamente y utilizarla sin ser visto. Todo un subidón de adrenalina.


La chuleta pergamino

Aquí ya empezábamos a sofisticarnos. Existía “la chuleta pergamino simple” que consistía en un papel alargado en su verticalidad, repleto de información de arriba a abajo y enrollado con esmero de modo que quedase muy apretadito. En un examen podías desenrollar la chuleta sobre la palma de la mano, y ante la presencia cercana del profe, la soltabas y ella sola volvía a enrollarse convirtiéndose en invisible. Era necesaria cierta pericia, pero nada que no se consiguiese empleando un buen tiempo en hacer prácticas. Seguro que era mejor practicar el enrolle y desenrolle de la chuleta antes que utilizar ese tiempo en el tedioso menester del estudio.

La otra variedad era “la chuleta pergamino doble”, y se trataba del mismo principio, pero con un alto grado de sofisticación. Consistía en un papel alargado también, pero enrollado desde sus dos extremos hacia el centro y formando dos cilindros yuxtapuestos y atados con un hilo que pasaba por el interior de los dos cilindros, que los mantenía unidos y que permitía que con los dedos pulgar e índice, uno de los cilindros se pudiese deslizar sobre el otro; es decir, que podíamos acceder a toda la información de la chuleta sin necesidad de desenrollarla, sino deslizándola en una técnica parecida a la empleada en las viejas películas del Cine Nic.


El boli Bic tallado

Gran chuleta que demostraba que los de la generación de los 70’s ya estábamos por la labor de ser hombres de futuro capaces de estrujar nuestras meninges en una técnica que combinaba a la perfección el morro más absoluto, con la paciencia y, por qué no decirlo... con el propio arte.

Se trataba de tallar el boli en toda su longitud y por todas sus caras con respuestas susceptibles de aparecer en un examen, para ello se utilizaba la punta de un compás y un esmero artesanal que convertía al famoso boli Bic en un pozo de ciencia y sabiduría, a la par que en una auténtica y genuina obra de arte.

Existía una variante más cutre que se basaba en el principio de “este boli es mío”. No eran pocos los que escribían su nombre en un papelito y lo colocaban en el interior del boli Bic, enrollado en el plástico de la mina y protegido por el canuto que le servía de cuerpo al boli; cuerpo que se utilizaba también como cerbatana con la cual arrojar granos de arroz. Eso permitía que todo el mundo supiera quien era el propietario de ese boli (únicamente válido para el Bic cristal, ya que el Bic naranja tenía el cuerpo opaco). De manera que bajo ese mismo principio, algunos aprovechaban la época de exámenes para escribir en el papelito que antaño llevó su nombre, la lista de los reyes Godos o similar, pero como digo... era muy, pero que muy cutre.

Y ya para terminar con las chuletas rústicas, nos encontrábamos con la típica que utilizaban los que nunca hacían chuletas:

El libro

Mucho más cutre y peregrina que el papelito en el interior del boli Bic, ya que consistía en ir al examen lo suficientemente preparado como para no tener que copiar, pero a la hora de la verdad... convertirse en simples mortales tratando de abrir el libro mediante numerosas técnicas: o bien colocándolo torpemente sobre el regazo, o sacándolo disimuladamente del cajón, o dejándolo en el suelo y tratando de abrirlo con la punta del pie. Los que utilizaban esta técnica siempre eran descubiertos tarde o temprano por razones obvias: el libro era demasiado grande, nada comparado con los trabajos de miniaturista que hacíamos los expertos, así que su escasa manejabilidad terminaba por delatar a los infractores tras la estrepitosa caída del libro al suelo, o peor aún, por culpa del clamoroso “Clap!” que se escuchaba cuando alguien intentaba cerrarlo de golpe cada vez que se acercaba el profe.

Ya en los ochenta empezó a aparecer la imparable tecnología y a hacerse un importante hueco en el mundo de las chuletas. Un ejemplo claro fue el pinganillo espía, o el boli con chuleta extensible incorporada. Y a día de hoy el reloj MP4 que permite cargar, por medio de un cable USB, imágenes, música, videos y como no... textos, o lo que es lo mismo, poderosas chuletas que nos llevan a la ciencia ficción.

Vaya si las hubiésemos tenido nosotros!

El caso es que no voy a darle los 35 Euros a mi hijo para que se compre el reloj en E-Bay, así que si quiere aprobar sus exámenes... deberá echar mano del cascoporro de chuletas rústicas que he listado en esta entrada, o dedicarse a estudiar.

Aunque bien pensado... me gustaría que mi hijo fuese de esos que tiene vicios perfectamente confesables.

Finalizo esta entrada con una imagen de Sarah Palin. Mujer nacida en el año 1964 y que en el 2008 fue anunciada como la candidata a la vicepresidencia de los Estados Unidos por el partido republicano. Una mujer de su tiempo y de la generación de los chuleteros rústicos por excelencia que prescindíamos de artilugios mecánicos o digitales del estilo de la chuleta 2.0 y que mostró a todo el mundo cómo se debe hacer una chuleta como Dios manda aún y viviendo en la era de los pinganillos, los cue y demás cachivaches.

Lamentablemente, y quizá por eso de que es republicana, optó por la opción más conservadora y no sé si se le borró con el sudor de la palma de la mano o no, pero sus aspiraciones políticas se vieron frustradas, a pesar de que por lo visto, amenaza con volver.

Seguro que esta chica, aún y con chuletas en sus discursos y ruedas de prensa... fue una estudiante con notas brillantes y que no copiaba en los exámenes. De ahí que no haya tenido más remedio que dedicarse a una labor tan poco productiva como la política.