jueves, 22 de mayo de 2014

El empleo del futuro, o el futuro del empleo

Nuestros padres y abuelos siempre nos contaban que en sus inicios profesionales empezaron trabajando como aprendices en alguna fábrica o taller, y que a partir de ahí, con el tiempo y con la experiencia necesaria acumulada, llegaban poco a poco a ocupar puestos de oficiales de primera, de encargados, de jefes de departamento, etc., y así... hasta su jubilación.

Con edades comprendidas entre los 12 o los 14 años, nuestros mayores iniciaban su vida profesional y en no pocos casos se jubilaban en la misma empresa en la que empezaron; es decir, que pasaban cincuenta años de su vida en el mismo entorno laboral, contemplando las caras de los mismos compañeros de trabajo y realizando a diario la misma labor, fuese la que fuese.

También hay abuelos y padres que por haber tenido la posibilidad de acceder a estudios universitarios, gozaron de vidas laborales distintas, con trabajos cambiantes, entornos distintos, e incluso moviendo su residencia, viajando y formándose y desarrollándose profesionalmente en países extranjeros. Pero eso, salvo contadas excepciones, quedaba reservado para “los otros”, para los que disponían de posibilidades económicas. La mayoría de abuelos y de padres a los que me refiero se habían trasladado del pueblo a la ciudad con pocos recursos y con una escasa, e incluso nula, formación académica, de modo que muchos de los puestos que ocupaban eran, o bien como consecuencia de una tradición familiar, o porque por casualidad o a través de alguna persona conocida se encontraban de repente con un empleo que iba a convertirse en el quehacer del resto de su vida y del que en la mayoría de los casos, nos hablaron con cierta satisfacción.


Nuestro caso fue ligeramente distinto. Los que pertenecemos a las décadas de los 60’s o de los 70’s pudimos gozar de mejores condiciones y posibilidades, y gracias al esfuerzo de nuestros mayores que nos proporcionaron unos estudios, pudimos alcanzar una formación que nos preparaba para un futuro y que en el mejor de los casos, nos permitió, incluso, escoger qué queríamos ser cuando fuésemos mayores, formarnos en ese sentido y tratar de hacernos un hueco en la que era nuestra especialidad y para la cual nos habíamos estado preparando; o eso, o acceder a empleos inesperados, alejados de nuestras metas profesionales, pero privilegiados en aquellos años 80 –la década de los 3.000.000 de parados- por haber conseguido un empleo.

En cualquier caso, nuestros quebraderos de cabeza en aquella, nuestra juventud, no iban más allá de que en base a nuestra formación teníamos algunas posibilidades en según que mercados, sectores profesionales, empleos o puestos de trabajo más o menos especializados. Pero la fórmula era clara: disponer de una carrera universitaria abría un mundo al desarrollo a nivel personal y profesional. Decantarse por una formación profesional era sinónimo de desenvolverse en un oficio y un modo de ganarse la vida con dignidad, y en el caso de no haber hecho el más mínimo esfuerzo y no haber aprovechado las posibilidades de estudios que nuestros mayores nos habían puesto en bandeja, siempre había la opción de encontrar algún empleo, con mayor o menor fortuna, o engrosar esa lista de parados que llevaba de cabeza al gobierno de turno, ya que 3.000.000 de parados, en aquella España, eran muchos.

En la actualidad, esa cantidad de parados de los 80’s son una caricatura comparándolos con los 6.000.000 de personas sin empleo a día de hoy, y que según en qué franja de edad se encuentren, ya no van a tener la posibilidad de volver a trabajar jamás. Sin olvidar que a esa cantidad de parados se le pueden sumar los más de 700.000 jóvenes, con formación o sin ella, que se han visto obligados a buscarse la vida en países extranjeros, ya que de lo contrario, los números del paro alcanzarían casi los 7.000.000, y la mayoría de ellos jóvenes sin la posibilidad de labrarse un futuro ni a corto ni a medio plazo.


Evidentemente una de las causas de este despropósito es la crisis a la que nos han arrastrado nuestros gobiernos obligándonos a pagar a nosotros, a los ciudadanos, los destrozos ocasionados por su mala gestión; al margen, claro está, de lo poco que han hecho por la ciudadanía en comparación a lo mucho que han hecho en favor de sus formaciones políticas y de sí mismos otorgándose cargos en instituciones públicas o privadas, puestos de dirección en consejos de administración, pensiones vitalicias multimillonarias, etc, etc., de sobras sabemos como va la cosa a estas alturas.

Pero a mi juicio hay otra causa no menos importante, y que en ocasiones, y ante tanta desfachatez política nos pasa desapercibida. Se trata del período histórico en el que nos encontramos, y que sería el mismo con crisis o sin ella, aunque sin lugar a dudas, en unas condiciones sociales y económicas saludables tanto a nivel estatal como personal, este período histórico sería más soportable gracias a la inversión en investigación y desarrollo o al acceso a cursos de formación y reciclaje profesional como los que ofrece la web de EAE Business School, la cantidad de desocupados no sería tan escandalosa.

Me refiero a un período histórico como el actual y al que podríamos considerar como una “nueva Revolución Industrial”. Nuestros abuelos, padres, e incluso nosotros, en aquellos años de nuestra juventud, podíamos saber qué queríamos ser de mayores, o en su defecto, los puestos de trabajo que podíamos ocupar estaban más o menos claros; eran los que habían y para acceder a ellos era necesaria: o la formación adecuada, o la experiencia acumulada a lo largo del tiempo. La relativamente lenta evolución tecnológica durante algunas décadas quizá dejaba fuera del juego profesional a los operarios menos cualificados, pero por otra parte era favorable para aquellos que podían dejar en manos de las máquinas tareas monótonas y podían dedicar más tiempo a la innovación y a la implementación de mejoras en el desarrollo de los sectores y mercados existentes.


La devastadora crisis ha venido de la mano de esa nueva revolución que lo ha puesto todo patas arriba. Ya no basta con formarse, la formación pertinente obtenida en una carrera universitaria o en un grado de formación es solo una pequeña parte de lo necesario para abrirse paso en la sociedad actual. Los cambios en cualquier entorno de negocio se han acelerado vertiginosamente y cualquier profesional que pretenda, ya no solo ocupar un puesto, sino permanecer en él, evolucionar y prosperar a nivel personal y profesional, debe realizar un esfuerzo extra y añadiéndole a la que haya sido su formación inicial un constante reciclaje que le proporcione las herramientas necesarias para gestionar con éxito esos veloces y constantes cambios. Las profesiones de ayer poco o nada tienen que ver con las del mañana. A lo sumo se basan en una fusión entre lo que hasta ahora era el mundo real y lo que a día de hoy se conoce como el mundo virtual. Así pues, ninguno de nuestros abuelos se planteó jamás que de mayor podía llegar a ser un especialista en: marketing, networking, e-Commerce, trafficker, community manager, digital identity planner, personal brand manager, terabyter o lifelogger... por poner algunos ejemplos de la nueva terminología que cada vez suena más en nuestros oídos, que se está convirtiendo en las que serán las profesiones del futuro y para las cuales la formación, aunque importante, no es nada más que una base, pero lo que se recompensa al final, es el reciclaje y la reinvención constante.

Difícilmente cualquiera que hoy inicie su vida laboral en un puesto concreto o en una empresa determinada, terminará jubilándose ahí, donde empezó todo. Lo más probable es que a los pocos años de iniciado su periplo laboral su currículum sea extenso y se haya desarrollado a lo largo de numerosas empresas y en distintos cargos y ocupaciones, y ojalá que así sea, ya que eso demostrará esa capacidad de reciclaje y de reinvención por parte del profesional en cuestión. Cualquier caza talentos que eche un vistazo a un currículum con las citadas características verá con buenos ojos al aspirante para el puesto vacante.


La era de “la especialización” ya es historia. Hoy en día es necesario mantenerse alerta para formar parte de mercados que cada día son más competitivos y potenciar y desarrollar las capacidades profesionales en cursos de formación adicionales, ya que incluso directivos o empresarios deben estar constantemente poniéndose al día para alcanzar la velocidad a la que nos arrastra esta “nueva Revolución Industrial” y estos trabajos del futuro que han venido para quedarse.

Al margen de lo dicho hasta ahora, y ya a título personal, mañana acudo a la fiesta de graduación de mi hijo mayor que ha terminado su formación en el bachillerato y que pronto iniciará su etapa universitaria. Imagino que como un padre o una madre más, allí estaré yo, encantado de presenciar la ceremonia y relativamente orgulloso de mi hijo por sus calificaciones obtenidas (que no es que se haya esforzado mucho, el muy canalla), pero esperanzado. Esperanzado porque lejos de ser un estudiante brillante, mi adolescente hormonado y cercano a su graduación, es un tipo creativo, y eso es un plus. Él no sabe, en realidad ninguno sabemos qué profesiones, oficios o trabajos serán los del futuro inmediato. Desconocemos que tipo de técnicos u operarios podrán tener una larga vida profesional antes de que la tecnología o un nuevo modelo de negocio arrase con su puesto de trabajo, pero... una mente creativa será necesaria en cualquier lugar, eso siempre.

Créditos imágenes: (1) Ivan Shuterland frente a su invento: el Sketchpad. Imágenes (2, 3, 4 y 5) Publicidad de cursos CEAC aparecidos en prensa y revistas de los años 60 y 70.

viernes, 25 de abril de 2014

El hombre milagro

Jordi Collado; un viejo amigo de la infancia y vecino de mi barrio, el Poble Sec, y con quien comparto almuerzo de vez en cuando, es, sin lugar a dudas, “el hombre milagro”.

Como ejemplo significativo baste decir que –teniendo en cuenta cómo está el patio-, a día de hoy sigue conservando su empleo en una inmobiliaria cercana a mi estudio. Pese a la burbuja, pese a la crisis, y pese a que la venta y alquiler de pisos y locales ha caído en picado, ahí está Jordi en la mesa de su despacho contemplando como el resto de mesas en las que se hallaban sus compañeros están ahora vacías debido a los numerosos despidos de los que “milagrosamente”, él se ha librado, aunque siempre sale de sus labios la desesperanzadora frase de: “por el momento, por el momento...”.

Dada la proximidad de nuestros respectivos lugares de trabajo no son pocas las ocasiones en las que Jordi y yo nos cruzamos por la calle, así que cuando ambos vamos bien de tiempo compartimos un café con pastas, charlamos de nuestras cosas y recordamos viejos tiempos. Precisamente, el pasado martes día 22, y antes de la festividad de Sant Jordi, su santo -santo que por otra parte parece llevarlo pegado a su espalda como fiel ángel de la guarda-, Jordi y yo nos sentamos en la terraza de un bar y mientras saboreábamos unos Donuts y el humo salía de nuestras tazas de café, recordamos diversos episodios de esa época en la que fuimos niños y de nuestras correrías por el barrio, y nuevamente constaté que “el hombre milagro” estaba allí, sentado frente a mí limpiándose el azúcar glaseado de su Donut con una servilleta de papel.

Jordi era un niño de 10 años que estudiaba en la Academia Montserrat, en el número 6 de la calle Teodor Bonaplata. Aparentemente aquel 21 de mayo de 1974 era un día normal; por la mañana su profesora de matemáticas le felicitaba por su 10 en un examen (milagro donde los haya, ya que para mí, un diez en matemáticas en mi infancia hubiese sido como poseer un billete de 500 Euros en la actualidad). En el patio jugó al fútbol antes de dirigirse al comedor de la escuela y aunque no lo recuerda bien seguro que marcó algún gol. Las clases de la tarde se siguieron una tras otra hasta que fue acercándose la hora de guardar los rotuladores Carioca y la goma Milán (con olor a nata) en el plumier, descolgar las chaquetas de los percheros y largarse del aula para regresar a casa.

Quedaban escasos minutos para que el portal de la escuela Montserrat se abarrotase de madres en busca de sus hijos; según recuerda Jordi, eran más de 200 personas las que podían congregarse allí entre madres, abuelas y alumnos del centro.

La cotidianeidad de cada día se rompió de repente por un tremendo estruendo que sacudió la clase. Los alumnos se miraron entre ellos y de inmediato clavaron sus ojos en el profesor al que hallaron agarrado a su mesa como si le fuese la vida en ello. Su rostro se mostraba pálido y automáticamente se dirigió a sus alumnos preguntándoles si estaban bien, a lo que ellos, desconcertados, respondieron tímidamente con un “sí”.

El profe les pidió que permaneciesen en sus sitios mientras que él salió a averiguar qué había pasado. Al abrir la puerta de la clase un fuerte olor a gas penetró en el aula. Los alumnos, no haciendo el menor caso al profesor, se levantaron de sus pupitres y se agolparon en la puerta en un incesante intento de esquivar cabezas para poder ver qué había en el exterior.

El suelo y la escalera de acceso al piso inferior donde se hallaba la portería de la escuela habían desaparecido, en su lugar todo eran escombros bajo los cuales, Jordi, recuerda perfectamente los gemidos de una madre y de su hijo que fueron sepultados, pero que afortunadamente pudieron ser rescatados ilesos. Apenas cinco o diez minutos más tarde, la explosión de gas que se produjo aquel 21 de mayo de 1974 hubiese sido una terrible tragedia que se hubiese llevado por delante las vidas de aquellas 200 personas de las que Jordi me hablaba. Prueba de ello fue que el almacén de tubos de goma que se hallaba al lado de la escuela, sufrió también terribles daños en sus paredes y las mesas de sus despachos volaron por los aires hasta el otro extremo de la calle que se llenó de gran cantidad de cristales rotos.

Terminándose su café e insistiendo en invitarme al desayuno, recordándome que la última vez pagué yo, Jordi me contaba como él y el resto de sus compañeros salieron del aula bajando por un tablón de madera que unos operarios colocaron para sustituir a la desaparecida escalera.

Recordamos también aquellas tardes en las que él venía a jugar a mi casa, o iba yo a la suya. En ambos casos pasábamos el rato en el balcón junto a las bombonas de butano. Todos los balcones que rodeaban los patios interiores de nuestras casas mostraban sus bombonas de butano, imprescindibles para el gas de las cocinas o para mantener encendidas las estufas en invierno, pero que visto a día de hoy... era como jugar en un campo de minas, ya que por aquellos tiempos, a nivel doméstico, no existía ningún tipo de control analizador de gases, e incluso, en nuestra más ingenua candidez, alguna tarde la pasamos parapetados tras las bombonas de butano del balcón en el que jugábamos y disparando con las carabinas de aire comprimido a las bombonas de los balcones vecinos. Nos encantaba escuchar el “Clinck” que producía el impacto del perdigón sobre el envase metálico de aquellas bombas. Afortunadamente a eso jugaba con Jordi y estaba claro que nada podía pasarnos, que por algo él es “el hombre milagro”. De haber jugado a dispararles a las bombonas con otro crío, a día de hoy, ambos, seríamos micropartículas flotando en el aire.

Jordi y yo salimos de la cafetería, y antes de despedirnos para ocuparnos de nuestros asuntos, hice con él una última reflexión:

—Jordi... Alguna vez te ha tocado la lotería? —le pregunté.
—No, nunca he comprado —me respondió.
—Tampoco yo —le dije—, pero ya que te tengo aquí...

Hice que Jordi me acompañase a un puesto de lotería cercano y compré un número para el sorteo de mañana sábado. Se lo restregué por la espalda, hice que lo tocase y entre risas nos despedimos hasta una próxima vez.

En caso de que no volváis a saber más de mí es que Jordi realmente es “el hombre milagro”, y que gracias a él, pasaré el resto de mis días en una playa paradisíaca y rodeado de mujeres desnudas.

viernes, 28 de marzo de 2014

“Ahí viene!”

Mark Twain, en su novela “Roughing It”, narra el viaje que realizó desde Misuri a Nevada  en busca de fortuna y en plena época de la fiebre del oro, y cuenta también como a lo largo de su ruta en diligencia, y al grito de “Ahí viene!” lanzado por el conductor, los viajeros asomaban sus cabezas por las ventanas del carromato para observar al veloz jinete de la compañía de correos Pony Express que pasaba ante ellos al galope tendido, les saludaba con la mano y desparecía a toda velocidad por el horizonte del desierto. Mientras, los viajeros, le animaban con aplausos, gritos de ánimo y boquiabiertos al ver a la asombrosa velocidad a la que se desplazaba. Contaba Mark Twain, que: “de no ser por las huellas del caballo impresas en la arena después de que la visión hubiera desaparecido como un relámpago, podríamos haber dudado si habíamos visto de verdad a un hombre a caballo, ya que todo era tan repentino que más bien parecía un destello irreal de la imaginación”.

Obviamente, entre mis lecturas de infancia en los años 70 y las películas del Oeste de los sábados por la tarde en la tele, de mayor... yo quería ser un jinete de la Pony Express.

Por entonces yo era demasiado pequeño, así que me limitaba a jugar con mi fuerte y mi diligencia de la Wells Fargo de la casa Comansi, y siempre, entre mis indios y vaqueros de plástico, había uno que era el encargado de repartir mensajes, paquetes y correos y que se trataba –ni más ni menos- que del veloz jinete de la Pony Express.

También es cierto que cuando ya tuve una edad; pero interesado siempre por todo cuanto aconteció en el Far West, leí un cartel en una vieja revista norteamericana de la época (aproximadamente del 1860) en el que se solicitaba a jóvenes que quisiesen trabajar en la compañía y en el cual se exigían los siguientes requisitos: “Jóvenes enjutos y fuertes, menores de 19 años, jinetes expertos y dispuestos a jugarse la vida todos los días. Preferentemente huérfanos”, y todo eso por 25 Dólares a la semana. Glubs! La Pony Express ya no existía porque desapareció en 1960 después de 100 años de servicio, pero aún y así... creo que no hubiese echado la solicitud.

Además, para que nos vamos a engañar, cuando por Navidad venía el cartero a casa a entregar su tarjeta postal y a pedir el aguinaldo, toda la épica de esos hombres duros, robustos y que cruzando a caballo desiertos y praderas forjaron la leyenda del fuerte individualismo norteamericano... se esfumaba en el acto. Aquel señor de uniforme azul, con gorra y cartera cruzada llena de cartas y al que mi yaya Lola despachaba dándole un par de duros, no tenía el menor aspecto de jugarse la vida todos los días enfrentándose a forajidos, salteadores de caminos ni a indios hostiles. Como mucho, los carteros que iban en bicicleta, tenían que acelerar un poco los pedales ante la ocasional persecución de algún perro que anduviese suelto por el barrio, pero poca cosa más.

Actualmente dicen que internet y las tecnologías lo pueden todo, pero curiosamente, cuando nos vemos en la necesidad de mandar un paquete, no nos queda otra que reclamar los servicios de alguna compañía de mensajería. Personalmente, mi trabajo, que consiste en escribir textos o realizar ilustraciones para editoriales, puedo mandarlo por correo electrónico o a través de Wetransfer, un servicio magnífico que por arte de magia y en ese mismo “destello irreal de la imaginación” con el que Mark Twain describía la velocidad a la que se desplazaban los jinetes de la Pony Express, mi trabajo pasa de mi mesa de trabajo a la de mi cliente, ya sea que se encuentre a escasas manzanas de distancia o en los Estados Unidos. Asombroso!

Pero a pesar de todo esto –y hasta que no sea posible escanear un paquete y literalmente, teletransportarlo-, deberemos recurrir a una empresa de mensajeros para que nuestros envíos lleguen a su punto de destino.

Eso sí... tanto si se trata de envíos nacionales, como de envíos internacionales, siempre existe alguna página web que nos permite, incluso, realizar una comparativa de las diferentes empresas de paquetería para que nuestros envíos puedan salirnos a mejor precio.

Así que, vale! Internet y las tecnologías lo pueden todo, pero hasta la fecha, siguen siendo necesarios, de algún modo... los chicos de la Pony Express.

miércoles, 8 de enero de 2014

El Blog de los 70’s en la tele

Comenzamos el año apareciendo en los telediarios. Pero afortunadamente no en la sección de sucesos, ni en la de política (eksss!), ni en ninguna que tenga que ver con nada desagradable; al contrario. TV3, la televisión de Catalunya, le dedicó el pasado día 5 de enero una breve reseña a este blog, y es de agradecer que teniendo en cuenta la cantidad de material valioso, bien documentado e interesante que hay por la red, los responsables del mini espacio Espai Internet, se hayan ido a fijar en este blog y considerarlo digno de mención en su programa.

Comparto la sección con los responsables de la página Yo Fui a EGB que tantos seguidores y éxitos está cosechando últimamente. Debo decir... (ahora que no me oyen, aunque seguro que me leen), que me alegro por sus objetivos cumplidos y todo eso, ya que indirectamente, he sido colaborador de su página en Facebook y de su web. Prueba de ello son las numerosas fotos que “han tomado prestadas” de un servidor para lucirlas en sus páginas. Y mira que les advertí una vez: “Oye, que me parece muy bien que utilicéis mis fotos, que este blog mío tiene una licencia Creative Commons que permite compartir contenidos siempre y cuando no haya ánimo de lucro y siempre que se citen las fuentes del material que se comparte”, pero nada. Les advertí también que le echasen una ojeada a mi blog y que se diesen cuenta de que gran parte de las ilustraciones y fotografías que se muestran en él son realizadas por mi, y que en caso de que tuviese que echar mano de material encontrado por internet, cuanto menos, trataba en la medida de lo posible de citar a sus autores o sus orígenes, pero tampoco nada. Ellos siguieron metiéndole caña a piñón y convirtiéndome en colaborador involuntario de sus entradas. Pese a todo, les transmito mi enhorabuena porque realmente el material que comparten; aunque sea de los 80, merece la pena. Las fotografías por encima de todo (risas).

En resumen, que me hizo mucha ilusión ver mi blog por la tele gracias al magnífico trabajo de Jordi Aguilera y de Antonio Novella, que supieron captar la esencia de este blog con un magnífico ejercíco de síntesis. Y como no, me hace ilusión ahora poder compartirlo con todos vosotros clicando este enlace. Espero que os guste.

viernes, 3 de enero de 2014

Queridos Reyes Magos...

BLUA SCARLET © Lluís Llort, Sergi Càmara, El Punt Avui
Pues eso, que habrá que pedirles algo a los Reyes ya que se curran el viaje desde Oriente y encima vienen cargados.

Lo que pasa es que la última imagen que tengo de los Reyes Magos no es muy esperanzadora que digamos. Resulta que el periodista y escritor lluís Llort y yo, tenemos la buena costumbre de colaborar mensualmente en el suplemento dominical Barça Kids que ofrece el diario El Punt Avui. Y en él, a través de los textos de lluís y de mis ilustraciones, damos vida a Blua Scarlet: una joven lista, intrépida y perspicaz que trata de resolver (y con notable éxito) todos los casos y enigmas que se le plantean. Pues bien, en nuestra participación en el suplemento del pasado mes de diciembre, los Reyes Magos se habían perdido y habían dejado sola a Blua con los tres camellos y en mitad del desierto.

En un primer momento lo entendimos: “No es de extrañar que huyan teniendo al yerno que tienen, y si además, le sumamos una tras otra las numerosas pifias que la Casa Real ha ido cometiendo en estos últimos tiempos... como para quedarse está el tema” –pensamos. Pero inmediatamente reaccionamos: “Ah, no! Que no son esos reyes. Que los que se han perdido son los buenos, los que traen regalos a los niños y reparten caramelos. Los otros ni se pierden, ni se van!”. Y aunque ligeramente angustiados con eso de que los buenos se pierdan y de que los malos ‘nos pierdan’ decidimos escribir nuestras respectivas cartas y mandárselas a sus Majestades con la esperanza de que den con una buena estrella, la sigan, encuentren el camino, y no nos decepcionen con nuestras peticiones.

Personalmente nunca he sido de mucho pedir. Me conformo con poco, ya que de crío escribía interminables cartas con multitud de cosas, pero al final siempre me traían lo que les daba la ‘Real’ gana. Así que me he limitado a pedir un viejo juguete setentero que deseo ardientemente desde hace unos seis años, pero caramba! Aún y pidiendo poco, no me hacen el menor caso. A ver si va a ser que esto de la realeza va a ser malo y una interminable tomadura de pelo?

El regalo en cuestión es el Ford Galaxie de la casa Rico. Un coche que tuve de pequeño. Que se trata del primer juguete que recuerdo -o del que tengo conocimiento al menos-, y que me fascinó por su gran tamaño y sus vistosos colores. Lo destrocé de tanto que jugué con él, no obstante, en esta ocasión he prometido ser bueno y tenerlo solo de adorno, pero aún y así... no sé si va a colar, ya que por lo que he podido sondear por ahí, vale una pasta, y si ellos, los reyes, no están para gastos... yo aún menos.

En cualquier caso me lo pido, y a ver qué pasa.

También he pedido otras cosas, pero estas no para mí; que soy persona altruista –dicho sea de paso-, y con bastante desapego a lo material. Les he pedido a los Reyes que le traigan un cerebro a Mariano porque he pensado que no estaría mal que nos gobernase alguien con cabeza, o cuanto menos, con algo en su interior. Y para terminar les he pedido también a los Reyes que les traigan a los Reyes (a los otros, a los malos), que a ellos, a las infantas, al yerno y demás, les caigan durante este 2014 un montón de juicios, y ya puestos que los pierdan.

Ya les hago saber ahora que ninguno de los tres regalos que he pedido se va a cumplir. Que esto de los Reyes nunca ha sido como lo de los tres deseos que le podías pedir al genio de la lámpara. Que si los Monarcas Borbones siempre han ido a su bola, los Reyes de Oriente no son menos. Así que nada, espero que ustedes tengan más suerte, y si quieren carbón, ya saben, no tienen más que pedir que yo voy a tener a espuertas.

Cuando en mi casa me dijeron eso de que “los Reyes no existen”, reconozco que me llevé cierta decepción. Pero era totalmente cierto ya que por aquellos tiempos no existían, ni los buenos ni los malos. En su lugar había un señor calvo, bajito y gallego que mandaba por cojones y por la gracia de Dios. Ahora, en cambio, sí que existen los Reyes, pero... Tienen precisamente que ser los malos?

Joder... nada es como en los cuentos.