Nuestros
padres y abuelos siempre nos contaban que en sus inicios profesionales
empezaron trabajando como aprendices en alguna fábrica o taller, y que a partir
de ahí, con el tiempo y con la experiencia necesaria acumulada, llegaban poco a
poco a ocupar puestos de oficiales de primera, de encargados, de jefes de
departamento, etc., y así... hasta su jubilación.
Con edades
comprendidas entre los 12 o los 14 años, nuestros mayores iniciaban su vida
profesional y en no pocos casos se jubilaban en la misma empresa en la que
empezaron; es decir, que pasaban cincuenta años de su vida en el mismo entorno
laboral, contemplando las caras de los mismos compañeros de trabajo y
realizando a diario la misma labor, fuese la que fuese.
Nuestro
caso fue ligeramente distinto. Los que pertenecemos a las décadas de los 60’s o
de los 70’s pudimos gozar de mejores condiciones y posibilidades, y gracias al
esfuerzo de nuestros mayores que nos proporcionaron unos estudios, pudimos
alcanzar una formación que nos preparaba para un futuro y que en el mejor de
los casos, nos permitió, incluso, escoger qué queríamos ser cuando fuésemos
mayores, formarnos en ese sentido y tratar de hacernos un hueco en la que era
nuestra especialidad y para la cual nos habíamos estado preparando; o eso, o
acceder a empleos inesperados, alejados de nuestras metas profesionales, pero
privilegiados en aquellos años 80 –la década de los 3.000.000 de parados- por
haber conseguido un empleo.
En la actualidad, esa cantidad de parados de los 80’s son una caricatura comparándolos con los 6.000.000 de personas sin empleo a día de hoy, y que según en qué franja de edad se encuentren, ya no van a tener la posibilidad de volver a trabajar jamás. Sin olvidar que a esa cantidad de parados se le pueden sumar los más de 700.000 jóvenes, con formación o sin ella, que se han visto obligados a buscarse la vida en países extranjeros, ya que de lo contrario, los números del paro alcanzarían casi los 7.000.000, y la mayoría de ellos jóvenes sin la posibilidad de labrarse un futuro ni a corto ni a medio plazo.
Evidentemente
una de las causas de este despropósito es la crisis a la que nos han arrastrado
nuestros gobiernos obligándonos a pagar a nosotros, a los ciudadanos, los
destrozos ocasionados por su mala gestión; al margen, claro está, de lo poco
que han hecho por la ciudadanía en comparación a lo mucho que han hecho en
favor de sus formaciones políticas y de sí mismos otorgándose cargos en
instituciones públicas o privadas, puestos de dirección en consejos de
administración, pensiones vitalicias multimillonarias, etc, etc., de sobras
sabemos como va la cosa a estas alturas.
Me refiero a un período histórico como el actual y al que podríamos considerar como una “nueva Revolución Industrial”. Nuestros abuelos, padres, e incluso nosotros, en aquellos años de nuestra juventud, podíamos saber qué queríamos ser de mayores, o en su defecto, los puestos de trabajo que podíamos ocupar estaban más o menos claros; eran los que habían y para acceder a ellos era necesaria: o la formación adecuada, o la experiencia acumulada a lo largo del tiempo. La relativamente lenta evolución tecnológica durante algunas décadas quizá dejaba fuera del juego profesional a los operarios menos cualificados, pero por otra parte era favorable para aquellos que podían dejar en manos de las máquinas tareas monótonas y podían dedicar más tiempo a la innovación y a la implementación de mejoras en el desarrollo de los sectores y mercados existentes.
La devastadora crisis ha venido de la mano de esa nueva revolución que lo ha puesto todo patas arriba. Ya no basta con formarse, la formación pertinente obtenida en una carrera universitaria o en un grado de formación es solo una pequeña parte de lo necesario para abrirse paso en la sociedad actual. Los cambios en cualquier entorno de negocio se han acelerado vertiginosamente y cualquier profesional que pretenda, ya no solo ocupar un puesto, sino permanecer en él, evolucionar y prosperar a nivel personal y profesional, debe realizar un esfuerzo extra y añadiéndole a la que haya sido su formación inicial un constante reciclaje que le proporcione las herramientas necesarias para gestionar con éxito esos veloces y constantes cambios. Las profesiones de ayer poco o nada tienen que ver con las del mañana. A lo sumo se basan en una fusión entre lo que hasta ahora era el mundo real y lo que a día de hoy se conoce como el mundo virtual. Así pues, ninguno de nuestros abuelos se planteó jamás que de mayor podía llegar a ser un especialista en: marketing, networking, e-Commerce, trafficker, community manager, digital identity planner, personal brand manager, terabyter o lifelogger... por poner algunos ejemplos de la nueva terminología que cada vez suena más en nuestros oídos, que se está convirtiendo en las que serán las profesiones del futuro y para las cuales la formación, aunque importante, no es nada más que una base, pero lo que se recompensa al final, es el reciclaje y la reinvención constante.
Difícilmente cualquiera que hoy inicie su vida laboral en un puesto concreto o en una empresa determinada, terminará jubilándose ahí, donde empezó todo. Lo más probable es que a los pocos años de iniciado su periplo laboral su currículum sea extenso y se haya desarrollado a lo largo de numerosas empresas y en distintos cargos y ocupaciones, y ojalá que así sea, ya que eso demostrará esa capacidad de reciclaje y de reinvención por parte del profesional en cuestión. Cualquier caza talentos que eche un vistazo a un currículum con las citadas características verá con buenos ojos al aspirante para el puesto vacante.
La era de
“la especialización” ya es historia. Hoy en día es necesario mantenerse alerta
para formar parte de mercados que cada día son más competitivos y potenciar y
desarrollar las capacidades profesionales en cursos de formación adicionales,
ya que incluso directivos o empresarios deben estar constantemente poniéndose
al día para alcanzar la velocidad a la que nos arrastra esta “nueva Revolución
Industrial” y estos trabajos del futuro que han venido para quedarse.
Créditos imágenes: (1) Ivan Shuterland frente a su invento: el Sketchpad. Imágenes (2, 3, 4 y 5) Publicidad de cursos CEAC aparecidos en prensa y revistas de los años 60 y 70.