jueves, 22 de mayo de 2014

El empleo del futuro, o el futuro del empleo

Nuestros padres y abuelos siempre nos contaban que en sus inicios profesionales empezaron trabajando como aprendices en alguna fábrica o taller, y que a partir de ahí, con el tiempo y con la experiencia necesaria acumulada, llegaban poco a poco a ocupar puestos de oficiales de primera, de encargados, de jefes de departamento, etc., y así... hasta su jubilación.

Con edades comprendidas entre los 12 o los 14 años, nuestros mayores iniciaban su vida profesional y en no pocos casos se jubilaban en la misma empresa en la que empezaron; es decir, que pasaban cincuenta años de su vida en el mismo entorno laboral, contemplando las caras de los mismos compañeros de trabajo y realizando a diario la misma labor, fuese la que fuese.

También hay abuelos y padres que por haber tenido la posibilidad de acceder a estudios universitarios, gozaron de vidas laborales distintas, con trabajos cambiantes, entornos distintos, e incluso moviendo su residencia, viajando y formándose y desarrollándose profesionalmente en países extranjeros. Pero eso, salvo contadas excepciones, quedaba reservado para “los otros”, para los que disponían de posibilidades económicas. La mayoría de abuelos y de padres a los que me refiero se habían trasladado del pueblo a la ciudad con pocos recursos y con una escasa, e incluso nula, formación académica, de modo que muchos de los puestos que ocupaban eran, o bien como consecuencia de una tradición familiar, o porque por casualidad o a través de alguna persona conocida se encontraban de repente con un empleo que iba a convertirse en el quehacer del resto de su vida y del que en la mayoría de los casos, nos hablaron con cierta satisfacción.


Nuestro caso fue ligeramente distinto. Los que pertenecemos a las décadas de los 60’s o de los 70’s pudimos gozar de mejores condiciones y posibilidades, y gracias al esfuerzo de nuestros mayores que nos proporcionaron unos estudios, pudimos alcanzar una formación que nos preparaba para un futuro y que en el mejor de los casos, nos permitió, incluso, escoger qué queríamos ser cuando fuésemos mayores, formarnos en ese sentido y tratar de hacernos un hueco en la que era nuestra especialidad y para la cual nos habíamos estado preparando; o eso, o acceder a empleos inesperados, alejados de nuestras metas profesionales, pero privilegiados en aquellos años 80 –la década de los 3.000.000 de parados- por haber conseguido un empleo.

En cualquier caso, nuestros quebraderos de cabeza en aquella, nuestra juventud, no iban más allá de que en base a nuestra formación teníamos algunas posibilidades en según que mercados, sectores profesionales, empleos o puestos de trabajo más o menos especializados. Pero la fórmula era clara: disponer de una carrera universitaria abría un mundo al desarrollo a nivel personal y profesional. Decantarse por una formación profesional era sinónimo de desenvolverse en un oficio y un modo de ganarse la vida con dignidad, y en el caso de no haber hecho el más mínimo esfuerzo y no haber aprovechado las posibilidades de estudios que nuestros mayores nos habían puesto en bandeja, siempre había la opción de encontrar algún empleo, con mayor o menor fortuna, o engrosar esa lista de parados que llevaba de cabeza al gobierno de turno, ya que 3.000.000 de parados, en aquella España, eran muchos.

En la actualidad, esa cantidad de parados de los 80’s son una caricatura comparándolos con los 6.000.000 de personas sin empleo a día de hoy, y que según en qué franja de edad se encuentren, ya no van a tener la posibilidad de volver a trabajar jamás. Sin olvidar que a esa cantidad de parados se le pueden sumar los más de 700.000 jóvenes, con formación o sin ella, que se han visto obligados a buscarse la vida en países extranjeros, ya que de lo contrario, los números del paro alcanzarían casi los 7.000.000, y la mayoría de ellos jóvenes sin la posibilidad de labrarse un futuro ni a corto ni a medio plazo.


Evidentemente una de las causas de este despropósito es la crisis a la que nos han arrastrado nuestros gobiernos obligándonos a pagar a nosotros, a los ciudadanos, los destrozos ocasionados por su mala gestión; al margen, claro está, de lo poco que han hecho por la ciudadanía en comparación a lo mucho que han hecho en favor de sus formaciones políticas y de sí mismos otorgándose cargos en instituciones públicas o privadas, puestos de dirección en consejos de administración, pensiones vitalicias multimillonarias, etc, etc., de sobras sabemos como va la cosa a estas alturas.

Pero a mi juicio hay otra causa no menos importante, y que en ocasiones, y ante tanta desfachatez política nos pasa desapercibida. Se trata del período histórico en el que nos encontramos, y que sería el mismo con crisis o sin ella, aunque sin lugar a dudas, en unas condiciones sociales y económicas saludables tanto a nivel estatal como personal, este período histórico sería más soportable gracias a la inversión en investigación y desarrollo o al acceso a cursos de formación y reciclaje profesional como los que ofrece la web de EAE Business School, la cantidad de desocupados no sería tan escandalosa.

Me refiero a un período histórico como el actual y al que podríamos considerar como una “nueva Revolución Industrial”. Nuestros abuelos, padres, e incluso nosotros, en aquellos años de nuestra juventud, podíamos saber qué queríamos ser de mayores, o en su defecto, los puestos de trabajo que podíamos ocupar estaban más o menos claros; eran los que habían y para acceder a ellos era necesaria: o la formación adecuada, o la experiencia acumulada a lo largo del tiempo. La relativamente lenta evolución tecnológica durante algunas décadas quizá dejaba fuera del juego profesional a los operarios menos cualificados, pero por otra parte era favorable para aquellos que podían dejar en manos de las máquinas tareas monótonas y podían dedicar más tiempo a la innovación y a la implementación de mejoras en el desarrollo de los sectores y mercados existentes.


La devastadora crisis ha venido de la mano de esa nueva revolución que lo ha puesto todo patas arriba. Ya no basta con formarse, la formación pertinente obtenida en una carrera universitaria o en un grado de formación es solo una pequeña parte de lo necesario para abrirse paso en la sociedad actual. Los cambios en cualquier entorno de negocio se han acelerado vertiginosamente y cualquier profesional que pretenda, ya no solo ocupar un puesto, sino permanecer en él, evolucionar y prosperar a nivel personal y profesional, debe realizar un esfuerzo extra y añadiéndole a la que haya sido su formación inicial un constante reciclaje que le proporcione las herramientas necesarias para gestionar con éxito esos veloces y constantes cambios. Las profesiones de ayer poco o nada tienen que ver con las del mañana. A lo sumo se basan en una fusión entre lo que hasta ahora era el mundo real y lo que a día de hoy se conoce como el mundo virtual. Así pues, ninguno de nuestros abuelos se planteó jamás que de mayor podía llegar a ser un especialista en: marketing, networking, e-Commerce, trafficker, community manager, digital identity planner, personal brand manager, terabyter o lifelogger... por poner algunos ejemplos de la nueva terminología que cada vez suena más en nuestros oídos, que se está convirtiendo en las que serán las profesiones del futuro y para las cuales la formación, aunque importante, no es nada más que una base, pero lo que se recompensa al final, es el reciclaje y la reinvención constante.

Difícilmente cualquiera que hoy inicie su vida laboral en un puesto concreto o en una empresa determinada, terminará jubilándose ahí, donde empezó todo. Lo más probable es que a los pocos años de iniciado su periplo laboral su currículum sea extenso y se haya desarrollado a lo largo de numerosas empresas y en distintos cargos y ocupaciones, y ojalá que así sea, ya que eso demostrará esa capacidad de reciclaje y de reinvención por parte del profesional en cuestión. Cualquier caza talentos que eche un vistazo a un currículum con las citadas características verá con buenos ojos al aspirante para el puesto vacante.


La era de “la especialización” ya es historia. Hoy en día es necesario mantenerse alerta para formar parte de mercados que cada día son más competitivos y potenciar y desarrollar las capacidades profesionales en cursos de formación adicionales, ya que incluso directivos o empresarios deben estar constantemente poniéndose al día para alcanzar la velocidad a la que nos arrastra esta “nueva Revolución Industrial” y estos trabajos del futuro que han venido para quedarse.

Al margen de lo dicho hasta ahora, y ya a título personal, mañana acudo a la fiesta de graduación de mi hijo mayor que ha terminado su formación en el bachillerato y que pronto iniciará su etapa universitaria. Imagino que como un padre o una madre más, allí estaré yo, encantado de presenciar la ceremonia y relativamente orgulloso de mi hijo por sus calificaciones obtenidas (que no es que se haya esforzado mucho, el muy canalla), pero esperanzado. Esperanzado porque lejos de ser un estudiante brillante, mi adolescente hormonado y cercano a su graduación, es un tipo creativo, y eso es un plus. Él no sabe, en realidad ninguno sabemos qué profesiones, oficios o trabajos serán los del futuro inmediato. Desconocemos que tipo de técnicos u operarios podrán tener una larga vida profesional antes de que la tecnología o un nuevo modelo de negocio arrase con su puesto de trabajo, pero... una mente creativa será necesaria en cualquier lugar, eso siempre.

Créditos imágenes: (1) Ivan Shuterland frente a su invento: el Sketchpad. Imágenes (2, 3, 4 y 5) Publicidad de cursos CEAC aparecidos en prensa y revistas de los años 60 y 70.

viernes, 25 de abril de 2014

El hombre milagro

Jordi Collado; un viejo amigo de la infancia y vecino de mi barrio, el Poble Sec, y con quien comparto almuerzo de vez en cuando, es, sin lugar a dudas, “el hombre milagro”.

Como ejemplo significativo baste decir que –teniendo en cuenta cómo está el patio-, a día de hoy sigue conservando su empleo en una inmobiliaria cercana a mi estudio. Pese a la burbuja, pese a la crisis, y pese a que la venta y alquiler de pisos y locales ha caído en picado, ahí está Jordi en la mesa de su despacho contemplando como el resto de mesas en las que se hallaban sus compañeros están ahora vacías debido a los numerosos despidos de los que “milagrosamente”, él se ha librado, aunque siempre sale de sus labios la desesperanzadora frase de: “por el momento, por el momento...”.

Dada la proximidad de nuestros respectivos lugares de trabajo no son pocas las ocasiones en las que Jordi y yo nos cruzamos por la calle, así que cuando ambos vamos bien de tiempo compartimos un café con pastas, charlamos de nuestras cosas y recordamos viejos tiempos. Precisamente, el pasado martes día 22, y antes de la festividad de Sant Jordi, su santo -santo que por otra parte parece llevarlo pegado a su espalda como fiel ángel de la guarda-, Jordi y yo nos sentamos en la terraza de un bar y mientras saboreábamos unos Donuts y el humo salía de nuestras tazas de café, recordamos diversos episodios de esa época en la que fuimos niños y de nuestras correrías por el barrio, y nuevamente constaté que “el hombre milagro” estaba allí, sentado frente a mí limpiándose el azúcar glaseado de su Donut con una servilleta de papel.

Jordi era un niño de 10 años que estudiaba en la Academia Montserrat, en el número 6 de la calle Teodor Bonaplata. Aparentemente aquel 21 de mayo de 1974 era un día normal; por la mañana su profesora de matemáticas le felicitaba por su 10 en un examen (milagro donde los haya, ya que para mí, un diez en matemáticas en mi infancia hubiese sido como poseer un billete de 500 Euros en la actualidad). En el patio jugó al fútbol antes de dirigirse al comedor de la escuela y aunque no lo recuerda bien seguro que marcó algún gol. Las clases de la tarde se siguieron una tras otra hasta que fue acercándose la hora de guardar los rotuladores Carioca y la goma Milán (con olor a nata) en el plumier, descolgar las chaquetas de los percheros y largarse del aula para regresar a casa.

Quedaban escasos minutos para que el portal de la escuela Montserrat se abarrotase de madres en busca de sus hijos; según recuerda Jordi, eran más de 200 personas las que podían congregarse allí entre madres, abuelas y alumnos del centro.

La cotidianeidad de cada día se rompió de repente por un tremendo estruendo que sacudió la clase. Los alumnos se miraron entre ellos y de inmediato clavaron sus ojos en el profesor al que hallaron agarrado a su mesa como si le fuese la vida en ello. Su rostro se mostraba pálido y automáticamente se dirigió a sus alumnos preguntándoles si estaban bien, a lo que ellos, desconcertados, respondieron tímidamente con un “sí”.

El profe les pidió que permaneciesen en sus sitios mientras que él salió a averiguar qué había pasado. Al abrir la puerta de la clase un fuerte olor a gas penetró en el aula. Los alumnos, no haciendo el menor caso al profesor, se levantaron de sus pupitres y se agolparon en la puerta en un incesante intento de esquivar cabezas para poder ver qué había en el exterior.

El suelo y la escalera de acceso al piso inferior donde se hallaba la portería de la escuela habían desaparecido, en su lugar todo eran escombros bajo los cuales, Jordi, recuerda perfectamente los gemidos de una madre y de su hijo que fueron sepultados, pero que afortunadamente pudieron ser rescatados ilesos. Apenas cinco o diez minutos más tarde, la explosión de gas que se produjo aquel 21 de mayo de 1974 hubiese sido una terrible tragedia que se hubiese llevado por delante las vidas de aquellas 200 personas de las que Jordi me hablaba. Prueba de ello fue que el almacén de tubos de goma que se hallaba al lado de la escuela, sufrió también terribles daños en sus paredes y las mesas de sus despachos volaron por los aires hasta el otro extremo de la calle que se llenó de gran cantidad de cristales rotos.

Terminándose su café e insistiendo en invitarme al desayuno, recordándome que la última vez pagué yo, Jordi me contaba como él y el resto de sus compañeros salieron del aula bajando por un tablón de madera que unos operarios colocaron para sustituir a la desaparecida escalera.

Recordamos también aquellas tardes en las que él venía a jugar a mi casa, o iba yo a la suya. En ambos casos pasábamos el rato en el balcón junto a las bombonas de butano. Todos los balcones que rodeaban los patios interiores de nuestras casas mostraban sus bombonas de butano, imprescindibles para el gas de las cocinas o para mantener encendidas las estufas en invierno, pero que visto a día de hoy... era como jugar en un campo de minas, ya que por aquellos tiempos, a nivel doméstico, no existía ningún tipo de control analizador de gases, e incluso, en nuestra más ingenua candidez, alguna tarde la pasamos parapetados tras las bombonas de butano del balcón en el que jugábamos y disparando con las carabinas de aire comprimido a las bombonas de los balcones vecinos. Nos encantaba escuchar el “Clinck” que producía el impacto del perdigón sobre el envase metálico de aquellas bombas. Afortunadamente a eso jugaba con Jordi y estaba claro que nada podía pasarnos, que por algo él es “el hombre milagro”. De haber jugado a dispararles a las bombonas con otro crío, a día de hoy, ambos, seríamos micropartículas flotando en el aire.

Jordi y yo salimos de la cafetería, y antes de despedirnos para ocuparnos de nuestros asuntos, hice con él una última reflexión:

—Jordi... Alguna vez te ha tocado la lotería? —le pregunté.
—No, nunca he comprado —me respondió.
—Tampoco yo —le dije—, pero ya que te tengo aquí...

Hice que Jordi me acompañase a un puesto de lotería cercano y compré un número para el sorteo de mañana sábado. Se lo restregué por la espalda, hice que lo tocase y entre risas nos despedimos hasta una próxima vez.

En caso de que no volváis a saber más de mí es que Jordi realmente es “el hombre milagro”, y que gracias a él, pasaré el resto de mis días en una playa paradisíaca y rodeado de mujeres desnudas.

viernes, 28 de marzo de 2014

“Ahí viene!”

Mark Twain, en su novela “Roughing It”, narra el viaje que realizó desde Misuri a Nevada  en busca de fortuna y en plena época de la fiebre del oro, y cuenta también como a lo largo de su ruta en diligencia, y al grito de “Ahí viene!” lanzado por el conductor, los viajeros asomaban sus cabezas por las ventanas del carromato para observar al veloz jinete de la compañía de correos Pony Express que pasaba ante ellos al galope tendido, les saludaba con la mano y desparecía a toda velocidad por el horizonte del desierto. Mientras, los viajeros, le animaban con aplausos, gritos de ánimo y boquiabiertos al ver a la asombrosa velocidad a la que se desplazaba. Contaba Mark Twain, que: “de no ser por las huellas del caballo impresas en la arena después de que la visión hubiera desaparecido como un relámpago, podríamos haber dudado si habíamos visto de verdad a un hombre a caballo, ya que todo era tan repentino que más bien parecía un destello irreal de la imaginación”.

Obviamente, entre mis lecturas de infancia en los años 70 y las películas del Oeste de los sábados por la tarde en la tele, de mayor... yo quería ser un jinete de la Pony Express.

Por entonces yo era demasiado pequeño, así que me limitaba a jugar con mi fuerte y mi diligencia de la Wells Fargo de la casa Comansi, y siempre, entre mis indios y vaqueros de plástico, había uno que era el encargado de repartir mensajes, paquetes y correos y que se trataba –ni más ni menos- que del veloz jinete de la Pony Express.

También es cierto que cuando ya tuve una edad; pero interesado siempre por todo cuanto aconteció en el Far West, leí un cartel en una vieja revista norteamericana de la época (aproximadamente del 1860) en el que se solicitaba a jóvenes que quisiesen trabajar en la compañía y en el cual se exigían los siguientes requisitos: “Jóvenes enjutos y fuertes, menores de 19 años, jinetes expertos y dispuestos a jugarse la vida todos los días. Preferentemente huérfanos”, y todo eso por 25 Dólares a la semana. Glubs! La Pony Express ya no existía porque desapareció en 1960 después de 100 años de servicio, pero aún y así... creo que no hubiese echado la solicitud.

Además, para que nos vamos a engañar, cuando por Navidad venía el cartero a casa a entregar su tarjeta postal y a pedir el aguinaldo, toda la épica de esos hombres duros, robustos y que cruzando a caballo desiertos y praderas forjaron la leyenda del fuerte individualismo norteamericano... se esfumaba en el acto. Aquel señor de uniforme azul, con gorra y cartera cruzada llena de cartas y al que mi yaya Lola despachaba dándole un par de duros, no tenía el menor aspecto de jugarse la vida todos los días enfrentándose a forajidos, salteadores de caminos ni a indios hostiles. Como mucho, los carteros que iban en bicicleta, tenían que acelerar un poco los pedales ante la ocasional persecución de algún perro que anduviese suelto por el barrio, pero poca cosa más.

Actualmente dicen que internet y las tecnologías lo pueden todo, pero curiosamente, cuando nos vemos en la necesidad de mandar un paquete, no nos queda otra que reclamar los servicios de alguna compañía de mensajería. Personalmente, mi trabajo, que consiste en escribir textos o realizar ilustraciones para editoriales, puedo mandarlo por correo electrónico o a través de Wetransfer, un servicio magnífico que por arte de magia y en ese mismo “destello irreal de la imaginación” con el que Mark Twain describía la velocidad a la que se desplazaban los jinetes de la Pony Express, mi trabajo pasa de mi mesa de trabajo a la de mi cliente, ya sea que se encuentre a escasas manzanas de distancia o en los Estados Unidos. Asombroso!

Pero a pesar de todo esto –y hasta que no sea posible escanear un paquete y literalmente, teletransportarlo-, deberemos recurrir a una empresa de mensajeros para que nuestros envíos lleguen a su punto de destino.

Eso sí... tanto si se trata de envíos nacionales, como de envíos internacionales, siempre existe alguna página web que nos permite, incluso, realizar una comparativa de las diferentes empresas de paquetería para que nuestros envíos puedan salirnos a mejor precio.

Así que, vale! Internet y las tecnologías lo pueden todo, pero hasta la fecha, siguen siendo necesarios, de algún modo... los chicos de la Pony Express.

miércoles, 8 de enero de 2014

El Blog de los 70’s en la tele

Comenzamos el año apareciendo en los telediarios. Pero afortunadamente no en la sección de sucesos, ni en la de política (eksss!), ni en ninguna que tenga que ver con nada desagradable; al contrario. TV3, la televisión de Catalunya, le dedicó el pasado día 5 de enero una breve reseña a este blog, y es de agradecer que teniendo en cuenta la cantidad de material valioso, bien documentado e interesante que hay por la red, los responsables del mini espacio Espai Internet, se hayan ido a fijar en este blog y considerarlo digno de mención en su programa.

Comparto la sección con los responsables de la página Yo Fui a EGB que tantos seguidores y éxitos está cosechando últimamente. Debo decir... (ahora que no me oyen, aunque seguro que me leen), que me alegro por sus objetivos cumplidos y todo eso, ya que indirectamente, he sido colaborador de su página en Facebook y de su web. Prueba de ello son las numerosas fotos que “han tomado prestadas” de un servidor para lucirlas en sus páginas. Y mira que les advertí una vez: “Oye, que me parece muy bien que utilicéis mis fotos, que este blog mío tiene una licencia Creative Commons que permite compartir contenidos siempre y cuando no haya ánimo de lucro y siempre que se citen las fuentes del material que se comparte”, pero nada. Les advertí también que le echasen una ojeada a mi blog y que se diesen cuenta de que gran parte de las ilustraciones y fotografías que se muestran en él son realizadas por mi, y que en caso de que tuviese que echar mano de material encontrado por internet, cuanto menos, trataba en la medida de lo posible de citar a sus autores o sus orígenes, pero tampoco nada. Ellos siguieron metiéndole caña a piñón y convirtiéndome en colaborador involuntario de sus entradas. Pese a todo, les transmito mi enhorabuena porque realmente el material que comparten; aunque sea de los 80, merece la pena. Las fotografías por encima de todo (risas).

En resumen, que me hizo mucha ilusión ver mi blog por la tele gracias al magnífico trabajo de Jordi Aguilera y de Antonio Novella, que supieron captar la esencia de este blog con un magnífico ejercíco de síntesis. Y como no, me hace ilusión ahora poder compartirlo con todos vosotros clicando este enlace. Espero que os guste.

viernes, 3 de enero de 2014

Queridos Reyes Magos...

BLUA SCARLET © Lluís Llort, Sergi Càmara, El Punt Avui
Pues eso, que habrá que pedirles algo a los Reyes ya que se curran el viaje desde Oriente y encima vienen cargados.

Lo que pasa es que la última imagen que tengo de los Reyes Magos no es muy esperanzadora que digamos. Resulta que el periodista y escritor lluís Llort y yo, tenemos la buena costumbre de colaborar mensualmente en el suplemento dominical Barça Kids que ofrece el diario El Punt Avui. Y en él, a través de los textos de lluís y de mis ilustraciones, damos vida a Blua Scarlet: una joven lista, intrépida y perspicaz que trata de resolver (y con notable éxito) todos los casos y enigmas que se le plantean. Pues bien, en nuestra participación en el suplemento del pasado mes de diciembre, los Reyes Magos se habían perdido y habían dejado sola a Blua con los tres camellos y en mitad del desierto.

En un primer momento lo entendimos: “No es de extrañar que huyan teniendo al yerno que tienen, y si además, le sumamos una tras otra las numerosas pifias que la Casa Real ha ido cometiendo en estos últimos tiempos... como para quedarse está el tema” –pensamos. Pero inmediatamente reaccionamos: “Ah, no! Que no son esos reyes. Que los que se han perdido son los buenos, los que traen regalos a los niños y reparten caramelos. Los otros ni se pierden, ni se van!”. Y aunque ligeramente angustiados con eso de que los buenos se pierdan y de que los malos ‘nos pierdan’ decidimos escribir nuestras respectivas cartas y mandárselas a sus Majestades con la esperanza de que den con una buena estrella, la sigan, encuentren el camino, y no nos decepcionen con nuestras peticiones.

Personalmente nunca he sido de mucho pedir. Me conformo con poco, ya que de crío escribía interminables cartas con multitud de cosas, pero al final siempre me traían lo que les daba la ‘Real’ gana. Así que me he limitado a pedir un viejo juguete setentero que deseo ardientemente desde hace unos seis años, pero caramba! Aún y pidiendo poco, no me hacen el menor caso. A ver si va a ser que esto de la realeza va a ser malo y una interminable tomadura de pelo?

El regalo en cuestión es el Ford Galaxie de la casa Rico. Un coche que tuve de pequeño. Que se trata del primer juguete que recuerdo -o del que tengo conocimiento al menos-, y que me fascinó por su gran tamaño y sus vistosos colores. Lo destrocé de tanto que jugué con él, no obstante, en esta ocasión he prometido ser bueno y tenerlo solo de adorno, pero aún y así... no sé si va a colar, ya que por lo que he podido sondear por ahí, vale una pasta, y si ellos, los reyes, no están para gastos... yo aún menos.

En cualquier caso me lo pido, y a ver qué pasa.

También he pedido otras cosas, pero estas no para mí; que soy persona altruista –dicho sea de paso-, y con bastante desapego a lo material. Les he pedido a los Reyes que le traigan un cerebro a Mariano porque he pensado que no estaría mal que nos gobernase alguien con cabeza, o cuanto menos, con algo en su interior. Y para terminar les he pedido también a los Reyes que les traigan a los Reyes (a los otros, a los malos), que a ellos, a las infantas, al yerno y demás, les caigan durante este 2014 un montón de juicios, y ya puestos que los pierdan.

Ya les hago saber ahora que ninguno de los tres regalos que he pedido se va a cumplir. Que esto de los Reyes nunca ha sido como lo de los tres deseos que le podías pedir al genio de la lámpara. Que si los Monarcas Borbones siempre han ido a su bola, los Reyes de Oriente no son menos. Así que nada, espero que ustedes tengan más suerte, y si quieren carbón, ya saben, no tienen más que pedir que yo voy a tener a espuertas.

Cuando en mi casa me dijeron eso de que “los Reyes no existen”, reconozco que me llevé cierta decepción. Pero era totalmente cierto ya que por aquellos tiempos no existían, ni los buenos ni los malos. En su lugar había un señor calvo, bajito y gallego que mandaba por cojones y por la gracia de Dios. Ahora, en cambio, sí que existen los Reyes, pero... Tienen precisamente que ser los malos?

Joder... nada es como en los cuentos.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Feliz año viejo

Confieso que siempre me hubiese gustado encontrar esa llave que abriese una puerta al pasado y poder trasladarme a esos años 70 que fueron el escenario por el cual transitaron mi infancia y mi adolescencia. Lo que sucede, es que el pasado es solo eso... pasado, y a pesar de que este blog pueda parecer la morada de un nostálgico, la verdad es que me encanta vivir el presente y pensar en ese futuro siempre incierto en el que las personas autónomas nos sentimos como pez en el agua. Precisamente por eso, por la incertidumbre. De tener la certeza de que absolutamente todo nos iba a salir bien... Qué gracia tendría?

No obstante, ahora, reconozco que tengo un importante conflicto con todo esto del pasado, del presente y del futuro.

Por desgracia, mi pasado en los años 70 también es el escenario del tortuoso final de una jodida dictadura, de una época convulsa de represión, censura, escasos derechos sociales (por no decir nulos), de una transición política hecha a toda prisa y en la que se trató de contentar a todo el mundo con el resultado final que se obtiene siempre al hacer las cosas con ese fin; con el de contentar a todo el mundo para finalmente, no terminar contentando a nadie. Y este es el resultado.

No nos engañemos, la crisis que está viviendo este país nada tiene que ver con la crisis que se está viviendo en el resto del mundo. Y una cosa es que me gusten los años 70 porque contra todo, me recuerdan a una infancia que, en mi caso, fue feliz. Pero otra cosa es que estemos asistiendo a un constante revival en el que muchas cosas de aquella década (especialmente las malas) son las que actualmente leemos en prensa, vemos en las noticias y padecemos como ciudadanos. Pero si incluso tuvimos un especial Noche Vieja con Raphael! Dónde vamos a parar...

El desarrollismo y la expansión fueron un bluff del que algunos no nos fiamos jamás y quizá por eso nunca le pedimos un céntimo a un banco. Pudimos haber prosperado en nuestras empresas pidiendo créditos, embarcándonos en grandes inversiones y haciendo frente a ambiciosos proyectos, pero –desconfiados que somos (al menos eso nos decían los que se lanzaban a por todas)- preferimos salir adelante con nuestros propios medios y hacerles frente a aquellos proyectos que se ajustasen a nuestras posibilidades reales. Lo mismo nos sucedía con las propiedades. Nos parecía ridículo hipotecarnos por treinta años en unos tiempos en los que trabajando duro se podían ahorrar siete millones de pesetas; y habían pequeños pisos que se podían adquirir por ese valor. Valor que muchos daban como entrada para adquirir viviendas que cuadriplicaban esa cantidad, pero que parecía que, la diferencia, corría a cuenta del banco que gentilmente te ponía el dinero que te faltaba. No. Algunos no nos creímos nada, pero como todos, aquí estamos pagando el pato.

Tampoco nos creímos eso de la ... “democracia”. Se nos pedía que votásemos al alcanzar la mayoría de edad con el argumento de que “ese era nuestro derecho”, solo que decidimos hacer uso del derecho a la abstención porque nos pareció que quitar o poner a unos cada cuatro años, fomentando el bipartidismo y no participando abiertamente de una política directa... no podía ser bueno. Todos hemos aprendido –ahora-, que los políticos no se representan más que a sí mismos y a sus partidos, así que es tontería jugar a un juego en el que tenemos las de perder.

Pese a todo, lo que no nos veíamos venir, por mal que pudiesen llegar a ir las cosas, era este déjà vu cutre, casposo y rancio en el que se está convirtiendo todo esto. Un triste regreso a lo peor de aquella época en el que vemos como perdemos derechos a todo nivel, en el que se constata que la transición se hizo mal, en el que permanecen más vivos que nunca aquellos a los que dábamos por muertos y enterrados, y en el que según todos los pronósticos vamos a permanecer anclados aún durante algunos años.

Por mi parte, y en la medida en la que el tiempo y el trabajo me lo permitan, seguiré tratando de recordar lo bueno de aquellos 70; que lo hubo, pero por desgracia, el día a día hará el resto y nos seguirá recordando lo peor.

Así pues, y a pesar de que este año 2014 será un año por estrenar, les deseo a todos un Feliz Año Viejo, porque a no ser que ocurra “algo”, lo que nos vamos a encontrar... ya me lo sé.

Les dejo con este vídeo que un viejo amigo posteó en su facebook y que se trata del mensaje de Navidad y Año Nuevo que Don Manuel; uno de esos zombis que se resisten a pasar a mejor vida, dedicó a la población.

Y encima... aún están por venir los reyes. 



lunes, 9 de septiembre de 2013

"Algo" discreto donde encerrar un secreto

La Casita Blanca.
A lo largo de la dictadura española, pero concretamente durante los años 70, una pareja formada por un hombre y una mujer, adultos, no podían reservar una habitación de hotel sin la presentación previa de su Libro de Familia. Con esa medida las autoridades competentes de la época, evitaban que se pudiesen dar casos de adulterio (como si eso fuese algo evitable) en los que un señor y una señora, que no fuesen cónyuges, se lanzasen al fornicio y demás placeres que por aquel entonces, a menos que no fuese bajo la aceptación de la Sagrada Iglesia y tras el sacramento del matrimonio, estaban considerados como “pecado”.

En su defecto, la pareja en cuestión, se las tenía que ingeniar buscando estrategias de lo más curioso para desatar sus pasiones secretas. Lo típico era el apartamento del amigo progre: barbudo él, de izquierdas, vestido con sueters de cuello de cisne y que se dedicaba a alguna profesión liberal. Por regla general vivía solo, de modo que alguna que otra noche le tocaba pasearse por las calles de la ciudad con su paquete de Ducados en el bolsillo y compartiendo largas conversaciones con el sereno.


Los que no tenían la suerte del amigo progre recurrían a su vehículo utilitario, se acercaban con él al rompeolas barcelonés o a la montaña de Montjuïc y pasaban el rato empañando los cristales del coche con el vaho procedente de sus gemidos de placer; eso sí... jugándose el tipo ante la posibilidad de ser multados por escándalo público.


Como siempre ha sido y será: “Hecha la ley, hecha la trampa”. En Barcelona, y para aquellos que contaban con “posibles”, existían lugares –que presuntamente eran hoteles-, y en los que sus empleados “olvidaban” el trámite de solicitar libros de familia que pudiesen comprometer a aquellos que iban a ser sus huéspedes durante algunas horas o a lo largo de toda una noche. Uno de esos lugares en los que el sexo se dignificaba y no se penalizaba, fue La Casita Blanca.


Publicidad (posiblemente en prensa)
de La Casita Blanca.
Se trataba de un hotel (Meublé para ser más exactos) que disponía de 43 habitaciones decoradas con madera noble y situado en la calle Bolívar número 2, entre la plaza Lesseps y el puente de Vallcarca. Según una crónica del periodista Lluís Permanyer, la historia del local viene de más de cien años atrás. En sus orígenes fue una marisquería en la que se podían degustar unos deliciosos mejillones a la marinera, pero además, contaba con una planta superior en la que los comensales podían echarse la siesta o disfrutar de otro tipo de placeres, en caso de que tuviesen el cuerpo para fiestas. La marisquería fue derribada en el año 1912 y el solar fue adquirido por una familia catalana que construyó el mencionado meublé, y que al parecer le debió su popular nombre a que en su terrado, y de forma claramente visible y sin disimulo de ningún tipo, se ponían a secar los juegos de cama, de forma que era constante ver como las sábanas blancas compartían sus secretos de alcoba con el sol barcelonés y, ya de paso, se daba a los transeúntes las garantías necesarias de las más delicadas condiciones de higiene. Cabe destacar que junto a los juegos de cama ondeó una bandera catalana que también fue testigo mudo del amor inconfesable de la época.

Los catalanes y catalanas de aquellos años, así como cualquier ciudadano del mundo residente en la ciudad, o que se encontrase en ella de paso, podía reservar una de las habitaciones del conocidísimo “hotel”, y ya bien sea en compañía de sus queridas o de sus queridos, o personándose con señoritas de compañía agarradas del brazo, soltar sin tabúes y sin riesgos sus más ocultos deseos, ya que La Casita Blanca lo guardaba todo en el más absoluto secreto.


Bar Alegría. Carrer Robadors de Barcelona.
Fotografía de Sergi Càmara i Pérez.
Muchos han sido, son, y serán los casos en los que las autoridades, da igual del régimen o del color político que se tiñan, han intentado repetidamente ponerle puertas al campo y cargar contra la prostitución, locales de alterne, así como lugares en los que cualquier tipo de relación sexual se practique dentro de una "normalidad". Sin duda que en no pocas ocasiones con argumentos llenos de razón por lo que respecta a menores, mujeres secuestradas y engañadas por bandas criminales, etc. Pero en otros casos el argumento ha sido el puro hecho de aplicar políticas y medidas puritanas en base a las que preservar el espíritu patrio, que tenía (y si nos descuidamos, tiene) que ser tan blanco e inmaculado como –paradójicamente- las sábanas que colgaban del terrado de La Casita Blanca. En el año 1969 (Vaya... 69!), las Cortes Franquistas ordenaron el cierre inmediato del meublé, y fueron siete años en los que las habitaciones de La Casita Blanca se quedaron vacías y en los que los cabeceros de sus camas dejaron de golpear las paredes. En el 1975, y cuando el caudillísimo Franco ya languidecía y daba sus últimos jadeos -no precisamente de placer-, el hotelito abrió de nuevo sus puertas con muy buena acogida por parte de los barceloneses y de las barcelonesas que pudieron dejar de nuevo sus automóviles en sus plazas de parking y para mayor tranquilidad y gloria de los amigos progres que volvieron a recuperar sus apartamentos y dejaron de pasar noches al raso.

En ese mismo año, 1975, Joan Manuel Serrat dedicó una canción al que fue el meublé más antiguo y famoso de Barcelona y posiblemente de toda España. La canción se titulaba “La Casita Blanca”, tema incluido en su álbum “Para piel de manzana”, grabado por Serrat y editado por Ariola. El título de esta entrada proviene de un fragmento de la letra de ese tema y que les enlazo al final.

Ponerle los cuernos a la parienta durante los partidos era un clásico. Los maridos dejaban a sus esposas en casa con el pretexto de: “me voy a ver el partido” y mientras hacían ver que estaban en el campo de fútbol animando a su equipo, retozaban con sus queridas entre sábanas blancas. No obstante, conocer los resultados de los encuentros era vital, de modo que La Casita Blanca instaló unas pantallas a través de las cuales se podían conocer los resultados finales de los partidos, y de ese modo, cuando los maridos regresaban a casa podían contar que su equipo, en esa tarde noche, había metido tres; y quien sabe... quizá fue ese el verdadero resultado.


La Casita Blanca en 2011.
Fotografía de Christian Gómez.
Finalmente llegó el fatídico año 2011 en el que el “Hay-untamiento” de Barcelona expropió el edificio de La Casita Blanca. Por desgracia no fue para que sus políticos se desahogasen con la placentera práctica del sexo; más bien fue para darle rienda suelta al único placer que conocen y que no es otro que el de especular. Los motivos para la demolición del local fueron “razones urbanísticas”, y así, sin más, La Casita Blanca pasó a ser historia.

En el Poble Sec, en mi barrio, existe aún hoy en día un antiguo y también conocido meublé llamado La França, así que para aquellos que necesiten un lugar en el que pasar momentos con sus parejas (o con las parejas de otros), que sepan que en Barcelona, la tradición de crear lugares de regocijo carnal sigue viva y coleando; nunca mejor dicho, y que también está el no menos conocido La Vie en Rose, por citar otro, y que por lo que yo sé de La Casita Blanca (de oídas, eh... de oídas), el personal de todos estos lugares de placer está altamente profesionalizado, las medidas de higiene cuidadísimas al detalle y la discreción asegurada. En La Casita Blanca el acceso podía hacerse a pie o en coche, y para ambos casos los empleados hacían entrar a sus clientes a través de un complicado sistema de laberintos de modo que nunca pudiesen cruzarse con otros ni ser vistos por nadie. Curioso que en un mundo en el que se está tratando de encontrar los apoyos necesarios para armar una guerra... debamos mantenernos ocultos para practicar el sexo. Reflexionemos.


miércoles, 4 de septiembre de 2013

Segunda entrega de GERY GARABATOS para enero del 2014

Que ya sé que puede parecer que tengo olvidado el blog; y no, para nada. Sí que es cierto que anda un poco abandonado, pero rápidamente me entenderán cuando les cuente el motivo.

Como ya informé hace ahora algo más de un año, en esta entrada, me lancé a la aventura literaria a través de editoriales convencionales que editaban en papel; si... ya saben, con impresión tradicional, empresas de distribución y venta de ejemplares en librerías y demás, ya sé que puede parecer antiguo, y más hoy en día que todo el mundo trata de publicar en digital; tanto autores como editores, pero... para qué nos vamos a engañar, la edición digital es el presente, cierto, pero en España andamos aún muy lejos de conseguir los resultados obtenidos por otros países europeos o en los Estados Unidos y el motivo es lógico teniendo en cuenta que en nuestro mercado, apenas existe diferencia de precio entre un libro impreso o uno editado en sistema digital. Uno de los motivos es el IVA aplicado, otro el tema de derechos de autor con los que las editoriales aún se están haciendo un lío, y como no: la piratería. Y es que aún no existe un modo de control efectivo sobre la descarga de contenidos de la red –o si existe, los editores españoles no lo conocen- y la desconfianza puede más que el valor, cosa lógica teniendo en cuenta los tiempos que corren.

Pues bien, mi aventura no ha salido del todo mal y desde que escribí mi primera novela juvenil en mayo de 2012 hasta ahora, la actividad ha sido bastante notable. Mi editorial, Ediciones B, me ha pedido realizar una segunda entrega con las aventuras de GERY GARABATOS y a eso he estado dedicando estos últimos meses. Ahora ando en temas de revisión con el fin de que en el próximo mes de enero del 2014, el nuevo ejemplar “impreso” esté en la calle.

Ah! Y no olviden que GERY GARABATOS, a pesar de ser una novela impresa, también cuenta con contenidos multimedia e interactivos especialmente elaborados para cada título, así que si quieren echarle un vistazo, no tienen más que clicar el siguiente enlace: Web de GERY GARABATOS, y también pueden seguirlo a través de FACEBOOK.

Espero que les guste y que no olviden comprar un jemplar a sus hijos ;-)

viernes, 31 de mayo de 2013

La biblioteca infantil y doméstica de los 70's

Os muestro una pequeña parte de mi biblioteca personal de cuando era niño; la que aún conservo de aquellos primeros años en los que me dejé llevar por las maravillosas historias que contenían los cuentos, las novelas infantiles y juveniles y también los TBOs y los Comics de los que llegué a tener un buen montón.

Como podéis observar, el libro de Tom Sawyer lo tengo "repe". Resulta que en la biblioteca de mi barrio tenían una edición magnífica, densa y maravillosamente ilustrada, pero fui incapaz de encontrarlo en las librerías por más que me las pateé todas. En su lugar encontré una edición que por aquellos tiempos lanzó al mercado Editorial Bruguera (el de la parte superior de la imagen), pero... nada que ver. La que molaba era la edición que veis en la parte inferior de la foto y que aún conserva en su lomo las pegatinas de la biblioteca, pero que pasó a formar parte de mi propiedad porque un día... la pispé. Me arrebató la incontrolable necesidad de que ese libro tenía que ser mío, así que, podríamos decir que... lo "privaticé".

Todo lo contrario a lo que sucede en la actualidad con los libros de lectura, que en lugar de formar parte de las bibliotecas personales de nuestros hijos, han pasado a ser una posesión de las escuelas con la iniciativa de que sean "reciclados" y pasen de mano en mano sin que pertenezcan a nadie. A eso le llaman "socialización". El problema es que con una iniciativa así por parte de las AMPAS de las escuelas y gobierno -y seguro que con buena intención, pero con nefastos resultados-, las editoriales cada vez venden menos libros, las imprentas y las librerías cierran, y los autores nos vemos obligados a trabajar por amor al arte o a convertir nuestra vocación en una simple afición sin poder, ni tan siquiera, vivir en la austeridad en la que hemos estado viviendo durante muchos años; porque claro... tampoco es que hayamos estado nadando en la abundancia hasta ahora, ni viviendo del cuento por más de ellos que hayamos podido escribir o ilustrar.

Pero el problema va más allá -y eso es lo realmente importante-. No sé si el día de mañana nuestros hijos podrán mostrar una fotografía como esta que os enseño y en la que podamos ver aquellas novelas y libros en general que fueron suyos. El libro será de la escuela y en casa apenas habrán libros. Se creará en nuestros hijos la mentalidad de que los libros no se compran porque "eso es cosa del cole". Se descatalogarán libros a una velocidad fulminante debido a la falta de ventas y los autores dejaremos de escribir y no habrán nuevos autores porque quizá, los que lo somos, aprendimos a base de mirar y remirar, de leer y releer esos libros de nuestra biblioteca personal. Aprendimos de esas historias que nos acompañaron y que seleccionábamos en la librería de nuestro barrio. Sin duda, lo más probable es que yo no sería autor a día de hoy sin la existencia de mi pequeña biblioteca doméstica.

La profesionalización de la literatura pasará a mejor vida si un escritor tiene que serlo a tiempo parcial mientras trata de ganarse la vida poniendo copas en un bar o trabajando en una oficina.

Y vosotros, conserváis aún vuestra biblioteca de cuando erais niños?

lunes, 18 de febrero de 2013

El reciclaje y el "Capo di tutti capi"

Los críos que recorríamos de arriba abajo las calles del Poble Sec, que jugábamos en ellas, y en las que perpetrábamos las mil diabluras, jamás supimos qué era eso de recibir la paga semanal. Más allá de la Avinguda del Paral·lel; la frontera que separaba mi barrio del resto del mundo, la cosa era bien distinta. Los niños de otros barrios recibían 15 o 20 pesetas a la semana que les daban sus padres, sus tíos o sus abuelos para que tuviesen para sus gastos, e incluso para que ahorrasen un poco y se pudiesen permitir algún que otro lujo.

Eso no significaba que nosotros jamás llevásemos un céntimo en el bolsillo; al contrario, en muchas ocasiones ya hubiese querido un niño de otro barrio reunir las cantidades de dinero con las que nosotros solíamos hacernos de vez en cuando y con las que nos permitíamos asaltar el kiosko del señor Sánchez y comprarnos todas las chuches del mundo y todas las baratijas de kiosko que se amontonaban en sus estantes.

“La paga”, no obstante, rara vez procedía de nuestros padres. Normalmente era un tío quien nos dejaba caer algún dinerillo, y en función de la cantidad les teníamos catalogados en tres categorías distintas; a saber: el tío roñoso, el tío standart, y el tío generoso.

El tío roñoso era el que te soltaba una pesetilla y te decía: “Toma, para que te compres un chicle” (justamente, ni más ni menos, eso era lo que costaba un chicle a principios de los 70). El tío standart era el que hurgaba en su bolsillo, y o bien en calderilla, o en moneda, te dejaba caer cinco pesetas o un duro y te decía: “Toma, para que te compres chuches”; bueno... la verdad es que con cinco pesetas podías comprarte un chicle, un par de caramelos Palotes de Palín, un puñado de gominolas y alguna que otra regaliz de palo. No estaban mal los tíos standart, la verdad. Pero el súmmum del derroche, de la generosidad y del donaire, venía siempre de parte del tío generoso que realmente se rascaba el bolsillo y depositaba sobre la palma de nuestras manos una moneda de cinco duros; es decir, 25 relucientes pesetas. Eso era un capital! Con esa moneda con la cara de Franco podías comprarte un paracaidista de “Los Halcones del Espacio” que valía 15 pesetas, un tebeo de Mortadelo que costaba 6 rubias y aún te quedaban 4 perras para pillar una buena indigestión de gominolas.

También es cierto que la cantidad de paga que nos daban los tíos venía en base a la frecuencia con la que nos encontrábamos con ellos. Luego, pasados los años y con la perspectiva del tiempo, terminamos dándonos cuenta de que en realidad, el tío roñoso era el que más dinero nos daba, ya que al pobre le veíamos cada día y siempre nos daba la pesetilla para el chicle. Eso, al cabo del mes, hacía una media de 30 pesetillas. Mientras que al que teníamos catalogado como generoso porque nos daba los cinco duros, les veíamos escasamente una vez al mes. Pero bueno... nosotros fuimos niños que supimos ser niños, y lo propio era ser injustos con los tíos “roñosos”, que por el hecho de ser vecinos tenían que toparse a diario con nosotros y contemplar cómo les tirábamos del bolsillo del pantalón para que soltasen la perra rubia.

Pero no eran esos nuestros únicos ingresos. Los críos del Poble Sec lo teníamos todo muy bien organizado. Éramos unos auténticos “gestores de deshechos” que nos repartíamos el barrio por zonas y a cada pequeña banda le pertenecían unas calles o unas manzanas concretas; los andaluces se ocupaban de la zona este hasta casi tocar la plaza de España, los gitanos dominaban la zona de Montjuïc y las barracas, y nosotros, los charnegos, ejercíamos pleno control sobre la parte central y oeste hasta la zona portuaria. Sin duda se trataba de la tajada más grande del pastel y en la que se llevaban a cabo las mayores refriegas entre los clanes que deseaban arrebatarnos algunas calles.

Del mismo modo, cada grupo tenía su especialidad. Los gitanos eran los reyes de la chatarra porque del negocio de deshechos participaban también sus padres, y con sus carros eran capaces de cargar con neveras viejas, cocinas, latas y hierros procedentes de obras y demás material que nosotros escasamente podíamos cargar bajo el brazo o almacenar en el almacén del herbolario, el señor Vallcanera. De modo que ahí no ejercíamos demasiada presión y dejábamos que los gitanos se ocupasen de esos trastos, ya que por el contrario, también les correspondía una menor zona. Entre tanto, charnegos y andaluces nos peleábamos por periódicos viejos, cartones y envases de botellas; “cascos” les llamábamos, y que eran la pieza más preciada después de la chatarra.

Los bares sacaban a la calle las cajas de plástico con los cascos vacíos de las cocacolas, las mirindas o los refrescos de la marca Kas. Al poco rato llegaba el camión de reparto y sustituía las cajas con cascos vacíos por cajas con botellas llenas, pero no fueron pocas las ocasiones en las que el camión de reparto no encontraba las cajas de cascos; a menos, claro está, que no fuesen a buscarlas al almacén del herbolario, cosa que jamás sucedió.

La barraca que servía de almacén a los gitanos, así como el almacén del herbolario ocupado por los charnegos, o la obra en construcción de la zona este que hacía las veces de almacén para los andaluces, eran zonas que debían estar permanentemente vigiladas, ya que los asaltos por parte de los diversos clanes a los bienes ajenos eran más que habituales. Cada cuatro o cinco meses se organizaba una guerra entre “familias” en la que volaban las pedradas y eran frecuentes las luchas cuerpo a cuerpo, hasta que llegaba un punto en que esas guerras podían llegar a más y se imponía una reunión entre los responsables de los distintos clanes para llegar a una negociación a través de la que se buscaba la paz, pero por encima de todo, se intentaba hacer un reparto más o menos justo de deshechos y con el que todos estuviésemos medianamente contentos.

Una vez solucionado eso, impuesta la paz, establecido el reparto, y con nuestras brechas cubiertas de tiritas, mercromina y sulfamida, nos organizábamos dentro de cada clan para repartir los deshechos entre el trapero, a quien le vendíamos los periódicos viejos, los cartones y nos lo pagaba todo al peso, el chatarrero, a quien le colocábamos los trastos viejos y las chapas de botella y nos daba algún dinero según tuviese el día. La verdad era que el chatarrero quizá se trataba de “Il capo di tutti capi” del barrio y le costaba soltar el parné más que a nadie. Por último estaban los dueños de los bares, a quienes, en cantidades discretas (para que no se notase que llevábamos un mes robándoles los cascos), les vendíamos los envases vacíos a cambio de una peseta por pieza.

En cada clan el reparto de beneficios era según Dios nos dio a entender. En nuestro caso, en el clan de los charnegos, los capos nos llevábamos una buena parte. Una parte ligeramente menor percibía el mediador, que era el encargado de ejercer de portavoz en las reuniones posteriores a la guerra entre bandas. Por último estaban los soldados, que percibían una menor parte a pesar de que eran quienes más se jugaban el pellejo en la vigilancia de almacenes y en las guerras, pero bueno... en su día todos empezamos siendo soldados. Sabíamos que la fidelidad a la familia y el esfuerzo nos llevaría tarde o temprano a ser capos, de modo, que aunque quizá injusto, los soldados jamás protestaron por quedarse con simples migajas.

Por desgracia hoy en día todo esto ha dejado de existir. Ya no son los críos de barrio quienes se encargan de la “gestión de deshechos” y quienes se pueden sacar unos euros con sus escaramuzas entre clanes que ya ni existen.

En la actualidad, nos han sorbido el seso con “el cambio climático”, con ese rollo de que nos estamos cargando el planeta, etc, y como consecuencia de todo ello somos nosotros, en nuestras casas, los que nos encargamos de “reciclar”, de repartir la basura en absurdos contenedores dejando sin empleo a traperos, chatarreros, e incluso a empleados de vertederos que en los 70 separaban la materia orgánica de lo demás y que en la actualidad, no forman parte de las cifras de parados, porque sencillamente, esos empleos ya apenas existen.

En cualquier caso, a día de hoy, los auténticos “gestores de deshechos” se han convertido en poderosas instituciones públicas que dejan sin trabajo a gente en un momento en el que se necesita más empleo que nunca, que nos han convencido de que somos el peor animal que habita en el planeta y que es necesario que reciclemos para compensar lo mucho que contaminamos, y ahí... jodidos, pero contentos, y concienciados de que estamos realizando una tarea ecológica y en favor del bien común, reciclamos y reciclamos (gratis, sin percibir por ello un solo euro) para alimentar al “Capo di tutti capi” que ha pasado de ser un chatarrero roñoso, a un tipo con coche oficial que reposa su culo en el sillón de cualquier ayuntamiento.

Los críos de barrio, con nuestros parches de mercromina, fuimos los que inventamos eso del reciclaje, por necesidad y por pura supervivencia. Ahora en cambio, como casi con todo lo demás, el negocio ha ido aparar a manos de auténticos mafiosos.

Ilustración: Sergi Càmara

viernes, 21 de diciembre de 2012

La estrella de la Navidad

Estrella de Sheriff - Gonzalez Hermanos S.L.
Ya sé que no se trata de la mejor imagen de “estrella de Navidad” para felicitar estas fiestas, pero sin duda es mejor que aquella estrella de Navidad que en los años 70 comprábamos para decorar nuestro árbol o que poníamos en nuestro pesebre. La recuerdan? Se trataba de una estrella fugaz, de cartón y rebozada en purpurina preferentemente plateada, aunque creo que llegué a ver alguna dorada. Cada vez que sacábamos la estrella de la caja en la que se encontraban también las bolas del árbol o las figuritas del nacimiento, la purpurina se escampaba por todas partes. Como para perderse los Reyes Magos de Oriente! La estela de minúsculos destellos de purpurina que dejaba la dichosa estrella aún se percibía por nuestros hogares hasta bien entrada la primavera.

Pero si he preferido ilustrar la entrada navideña con esta estrella del sheriff, es porque de lo que se trata, teniendo en cuenta cómo nos están poniendo el panorama para el próximo 2013, es de transmitir un mensaje positivo, y esa estrella –aunque no lo parezca- forma parte importante de ese mensaje debido a que se trata de una historia de éxito.

La famosa estrella de Sheriff que todos los críos de los setenta lucimos en nuestras solapas fue el producto estrella (y nunca mejor dicho) de la fábrica de juguetes Gonzalez Hermanos S.L. Fundada en 1958 por los hermanos Antonio y Carlos Gonzalez, ambos antiguos empleados de la casa RICO, y que en su nueva compañía se especializaron en juguetes de plástico y metal y en réplicas de revólveres y escopetas del Far West. El éxito de sus juguetes les llevaron a visitar numerosas ferias internacionales hasta el punto de tener que transformar su marca en GONHER S.A (GONzalez – HERmanos, tan obvio como suena, pero que le daba a la marca un carácter así como de más allá de nuestras fronteras).

Pues a día de hoy, y 55 años después, la casa GONHER sigue fabricando sus juguetes desde Ibi, Alicante. Se trata de una de las pocas grandes marcas que sobrevive de aquella época y que ha resistido el paso de los años a pesar de las limitaciones y constantes ataques que el tipo de juguete que fabrican han recibido por parte de asociaciones de padres, educadores, etc, etc. Hoy en día, en una sociedad en la que los niños no pueden jugar a Cowboys, ni a piratas, o que en caso de hacerlo deben ir desarmados, la casa GONHER sigue ahí fabricando sus pistolillas y abriéndose paso día a día en un mercado cada vez más complicado.

Esas chapas de Sheriff fueron unas de las más preciadas baratijas de kiosko de aquellos tiempos. Las comprábamos en el kiosko del señor Sánchez del Poble Sec y nos las poníamos perforando las solapas de nuestras trencas; aquellas horribles trencas de color azul marino o marrón, con forros de cuadros y botones en forma de cuerno de madera. Recuerdo que mi amigo José María Collado, me decía que la imagen del vaquero que aparecía en ella era la de El Virginiano. “Que no, hombre”. le decía yo. “No se parece en nada al virginiano, chaval. Estás tonto o qué”. Pero él insistía e insistía. Al final, por suerte, yo terminaba matándole porque a él siempre le tocaba hacer de indio, y en el lejano Oeste; ya se sabe... las cosas iban así.

Y para que no sea dicho. Les dejo también una imagen de la estrella de cartón setentera para felicitarles estas navidades y para desearles que el nuevo año, el 2013, no les parezca a ninguno de ustedes tan terrible como nos lo quieren vender. Que sea próspero, que lo disfruten en compañía de los suyos, que no se duerman en los laureles y que colaboremos todos en sacar esto adelante, ya que aunque no nos vayan a dar trabajo, seguro que tenemos de sobras la capacidad suficiente como para inventarlo.

Ah!... y cuidado con la estrella, no vaya a llenarles de purpurina el PC.

Créditos de las imágenes: 1.- Estrella de Sheriff, GONZALEZ HERMANOS S.L. (Colección particular) 2.- Logotipo marca GONHER 1958. 3.- El actor James Drury como EL VIRGINIANO. 4.- Estrella de Navidad para pesebre o árbol de los años 70's.

jueves, 13 de diciembre de 2012

El Caballero del Ring

Hay pocas cosas que duelan más que el primer crochet de izquierda estampado contra la mejilla en el primer minuto de un combate. Por contra, hay pocas cosas que duelan menos que un segundo crochet, aunque este sea lanzado a mayor velocidad, con más ímpetu y aunque se estampe en la misma mejilla que el anterior. El cuerpo humano tiene una sabiduría que ya la quisiéramos a nivel consciente. Reacciona ante ese primer golpe distribuyendo a toda velocidad la sangre de nuestro cuerpo por absolutamente todos los músculos, segrega sudor para volvernos más escurridizos, la fuerza y frecuencia de los latidos del corazón aumentan haciéndonos más ágiles y se dilatan nuestros bronquios para que el aire penetre mejor en nuestros pulmones y nos otorgue una mayor resistencia. Todo eso sucede en fracciones de segundos. Incontrolable, pero demoledor.

Me pasó algo así con ocho años de edad cuando andaba tranquilamente por la calle en dirección al kiosko del señor Sánchez que se encontraba en la esquina de casa. El “picao” se acercó a mí, y sin mediar palabra me sacudió un puñetazo en el mentón, seguidamente otro y otro, apenas los sentí a partir del primero, pero fueron decisivos y lograron derribarme. Una vez en el suelo me propinó una patada en el estómago, y ahí ya perdí la cuenta. Sé que me siguió pateando hasta que se detuvo jadeante y comprobando que el trabajo ya estaba realizado. Desde mi posición en el suelo, cabeza abajo y notando el sabor de la sangre en la boca, pude ver como me daba la espalda, se alejaba, y con el brazo extendido y su dedo índice señalando al cielo, me decía: “Y como te vuelvas a burlar de mi... Por mis cojones que te mato!”.

Burlarme yo del picao? Cierto era que aquella bola de sebo de doce años, a quien el paso de la viruela dejó imborrables muescas por toda su cara, era, además de horrible, un tipo abiertamente despreciable que hacía culpable a todo el mundo de su desgracia, pero a diferencia de la mayoría de críos del barrio, ni yo, ni los amigos con quienes me relacionaba, teníamos por costumbre burlarnos, ni de él, ni de nadie. Podíamos reírnos de alguien por alguna actitud o reacción en un momento dado, pero rara vez, por no decir nunca, reaccionábamos así ante algún defecto físico. En mi barrio no eran pocos los que arrastraban alguna tara, me vienen a la memoria: el cojo, el chepas, el ojo taco, el bracicorto, la cuellilarga, el tonto, la enana... una galería interminable de personajes con los que nos cruzábamos casi a diario en nuestros trayectos del cole a casa y que eran vecinos en un barrio en que quien más o quien menos, aunque no fuesen visibles, cargábamos con varios defectos de fábrica.

Alguien informó al picao de algo, que por lo visto yo hice o dije, pero le informó mal.

—No piensas levantarte del suelo? —una voz fina –casi femenina-, pero rota, reclamó mi atención.

Como pude me giré hacia mi interlocutor. Alguna patada había impactado en mi ojo derecho y me lo ponía difícil para enfocar a aquel individuo que sentado en el escalón de entrada a una escalera de vecinos, se me mostraba sonriente y como propietario de todo el equilibrio y la paz mundial.

Cuando por fin le pude ver bien me sorprendió que se tratase de un negro. A decir verdad yo nunca había visto a un negro en persona con anterioridad, a excepción de los que salían en las películas de Tarzán y que, o vestían taparrabos, o atuendos ligeramente más civilizados, pero que siempre iban cargados de bultos que sostenían sobre sus cabezas. No obstante aquel tipo de voz rota y delicada iba envuelto en un larguísimo abrigo marrón y llevaba puesto un gorro de lana.

—Quién eres? —le pregunté.
—Mis amigos me llaman Kid. —me dijo. Se despojó de su gorra para saludarme y me sorprendió contemplar una discreta calvicie y algunas canas. Jamás hubiese pensado que los negros pudiesen ser calvos o tener el pelo canoso. No eran así en las películas de Tarzán.

El negro Kid solicitó que me sentase a su lado en aquel escalón, y tras llegar a él –como pude- me senté junto a aquel tipo corpulento que no dejaba de mirarme con una perpetua sonrisa dibujada en su cara.

—Por qué no te has defendido?
—Defenderme?
—Si, chico. Ya sabes... —Kid dibujó en el aire unos jabs y algunos ganchos con sus puños.
—Pues yo que sé... Imagino que sólo tenía ganas de que terminase de una vez y me dejase en paz.
—Buena estrategia, hijo. Eso es tener madera de campeón.
—Tú crees? —le pregunté mirándole de reojo y sosteniendo mi nariz con el pañuelo para no seguir manchándome de sangre.
—Oh, ya lo creo. —afirmó—. Sabes? Un campeón es aquel que nunca se mete en una pelea que sabe que no va a ganar.

Kid me acompañó hasta mi casa. De camino nos acercamos un instante a la fuente de la calle Poeta Cabanyes, y con mi pañuelo y también con el suyo ligeramente humedecidos con agua, limpió mis heridas y me parcheó como pudo para que mi madre no se llevase un susto de muerte al verme. Nos despedimos y quedamos en que ya nos iríamos viendo por el barrio.
Kid junto a Ernest Hemingway. Cuba 1954

No pasaron muchos días hasta que volvimos a coincidir, y así varias veces en sucesivas ocasiones y en diferentes lugares del barrio. Cada vez que nos veíamos kid y yo conversábamos. Él me preguntaba que qué tal estaba mi gancho de izquierda, y yo me reía. En uno de esos encuentros, concretamente un día por la tarde, Kid me vio y se dirigió hacia mi con prisa. Yo iba hacia mi casa acompañado de mi amigo de clase Guijarro. Los dibujos animados estaban a punto de empezar en la tele y seguro que mi yaya Lola me esperaba con la merienda.

—Hola, Chico. Vienes? —Kid se me acercó sacándose su gorro de lana con una mano y tendiéndome la otra para estrecharla con la mía—. Tú y tu amigo podéis acompañarme si queréis. Me gustaría mostraros algo.

Guijarro declinó la invitación. Estaba sorprendidísimo de ver a un negro de carne y hueso. Se despidió de nosotros y se encaminó hacia su casa sin poder evitar girarse constantemente para cerciorarse de que era cierto que acababa de ver aquella rareza.

Barrio Chino de Barcelona a principios de los años 70
Kid y yo atravesamos la Avenida del Paralelo, una calle que era la frontera que separaba a mi barrio, el Poble Sec, del resto del mundo, y más concretamente del barrio Chino y del barrio de Sant Antoni. Rara vez mis pasos se encaminaban hacia esa dirección aún y que el barrio Chino, en todo su esplendor, estaba muy cerca de mi casa. Nos adentramos en él a través de la calle Conde del Asalto, Kid saludó a un montón de gente por el camino, a tipos que se le acercaban con una abierta sonrisa y a putas que le rodeaban el cuello con sus brazos, le lanzaban seductoras miradas y le preguntaban que “quién era el pequeñín”. Kid era amable con todos los que se cruzaban a su paso hasta que finalmente entramos en una de las fincas de la angosta calle. Andamos unos metros a través de un estrecho pasillo al final de cual podían oírse fuertes respiraciones, golpes, jadeos y unas intermitentes e interminables sacudidas a modo de “chack, chack, chack...”.

Nos detuvimos en una gran estancia en la que entraba el sol a través de unos ventanales, pero en la que imperaba una suave penumbra. Tres rings de boxeo se hallaban esparcidos por ella. Un montón de tipos en calzón corto se liaban a mamporros con unos enormes sacos que colgaban del techo, algunos de esos hombres, subidos en los rings y protegidos con cascos y chalecos que guarecían sus costillas, se distribuían en parejas y se sacudían a la vez que permanecían atentos a las voces que les dirigían otros que corregían sus movimientos y les indicaban cómo debían lanzar los golpes. También habían tipos que parecían ir por libre, fintaban frente a espejos o se peleaban contra su propia sombra proyectada en una pared, o bien saltaban a la comba “chack, chack, chak...”.

—Enhorabuena, Kid. Te estábamos esperando! — Otro hombre corpulento, pero de baja estatura se acercó con una botella de ron cubano en la mano, abrazó a Kid y remostó su maltrecha nariz contra su cara para estamparle un sonoro beso en la mejilla—. Quién es tu amigo? —le preguntó mirándome con curiosidad.

Mimoun Ben Ali
Kid nos presentó, aunque aquel tipo me era familiar. Mi padre y yo asistíamos los domingos por la mañana al Gran Price, también íbamos algún miércoles por la tarde, y en aquel local que hacía las veces de sala de baile, cancha de baloncesto y ring en el que se celebraban emocionantes veladas, veíamos combates de boxeo. Efectivamente, se trataba ni más ni menos que del melillense Mimoun Ben Ali a quien ya había visto pelear en alguna ocasión. Hacía cuatro años escasos que había perdido su título de campeón de Europa en Italia frente a Salvatore Burrini. Realizó algunos combates después de ése, pero no logró recuperarlo, de modo que colgó los guantes, abrió una zapatería en la ciudad Condal y acudía al gimnasio para no olvidar viejos tiempos y para seguir reencontrándose con viejas glorias.

A la que quise darme cuenta eran varios los tipos que se encontraban a nuestro alrededor. Todos abrazaban a Kid, le daban palmadas en el hombro y le felicitaban. Ali, que así era como llamaban todos a Mimoun, empezó a servir ron cubano en roñosos vasos y a repartirlo entre el grupo de gladiadores que habían dejado de zurrarse por un momento para acercarse a nosotros a celebrar algo, que por lo visto... era muy importante.

—Toma, chico. —Ali me ofreció uno de esos vasos en el que había dejado caer apenas tres gotas de ron —. Celebra la victoria del campeón con nosotros —me dijo.

Yo no tenía ni la menor idea de qué estaba sucediendo allí, hasta que al poco rato, y por ese mismo pasillo por el que instantes antes, Kid y yo habíamos llegado, hacía su aparición otro negro, sonriente y enfundado en un traje oscuro con finas rayas blancas y que saludaba muy efusivamente a todo el mundo que le recibía con más abrazos, mayor número de palmadas en el hombro, vítores y más felicitaciones.

José Legrá
Nos encontrábamos en las navidades de 1972. Dos días antes a esa improvisada fiesta en el gimnasio del barrio Chino barcelonés, Kid y el negro del traje de finas rayas blancas acababan de llegar de Monterrey, México, con un título del campeonato mundial del peso pluma bajo el brazo. Logré enterarme de que Kid había sido el entrenador, y de que el negro sonriente que acababa de llegar tras un breve reposo, y que estaba siendo recibido como si se tratase de un rey, se llamaba José Legrá y era quien había peleado y vencido en aquel combate.

En medio de todo aquel desconcierto, Legrá reparó por un breve instante en mí, hizo una mueca de sorpresa al verme sostener un vaso de ron. Imagino que pensó que debía ser hijo de alguno de los boxeadores que se encontraban por allí, me atusó el pelo con la mano e inmediatamente se agarró del brazo de Kid y se lo llevó hacia un despacho. Por lo visto el campeón y su entrenador tenían cosas de que hablar. Kid le solicitó a Ali que cuidase de mi y me pidió que le esperase para poder acompañarme a casa. Ali me rodeó con su brazo y se dispuso a mostrarme todo el gimnasio. Mientras, el resto de los que se hallaban allí volvieron a su actividad frenética de soltar mamporros como si no hubiese sucedido absolutamente nada.

Ali era sin duda un anfitrión excelente. Me mostró las instalaciones y me explicó para qué servían todos los aparatos y qué ejercicios realizaban los boxeadores, pero además, me contó apasionantes historias de boxeo. De vez en cuando detenía su charla conmigo, se dirigía a un par de púgiles que se estaban dando una buena y les lanzaba alguna indicación: “Pero que haces, hijo? Agáchate y esquiva, agáchate y esquiva, o de lo contrario te vas a comer más hostias que comulgando!”.

Nos encaminábamos hacia el tercero de los rings cuando, Ali, me sorprendió boquiabierto contemplando un enorme cartel que colgaba de una pared. En él estaba la imagen de Kid con un par de guantes cubriendo sus manos.

Kid Tunero

—Es... es Kid —balbuceé.
—Vaya!... Veo que el viejo te ha contado poco. Eh?.

Ali y yo nos sentamos en un banco del gimnasio junto a unos viejos guantes de boxeo y una nevera portátil llena de hielo que contenía un buen montón de botellas de agua helada. Apuró el ron de su vaso y empezó a contarme cosas de Kid.

En realidad Kid se llamaba Evelio Mustelier y era de origen cubano. Todos le llamaban Kid Tunero, aunque también era conocido como “El Caballero del Ring” por su elegancia, educación y por su gran deportividad en todo momento y ante cualquier rival.

Al parecer, y a pesar de ese aspecto de hombre absolutamente feliz, Kid Tunero fue el boxeador a quien nunca le sonrió la buena fortuna. Llegó a ganar a cuatro campeones del mundo, pero nunca pudo ostentar ese título. Cuenta la leyenda, que disputó en Inglaterra un combate por el título mundial, y venció, pero antes de su nombramiento como campeón, le obligaron a renunciar al título y a abandonar de inmediato el país. Kid había mantenido un escandaloso affaire con una importante dama de la realeza británica y, a toda prisa, le metieron en un barco antes de que la noticia pudiese llegar a filtrarse a los medios.

Se casó en Francia y tuvo dos hijos varones, pero la invasión nazi durante la II Guerra Mundial le sorprendió peleando en Sudamérica, lejos de su esposa y de sus hijos que se encontraban en la Costa Azul de la Riviera. A partir de ahí, y en medio de una Europa devastada, Kid Tunero no tuvo noticias de su familia durante seis largos años. Finalmente se reencontró con ellos en Paris en 1946.

Pese a todo, y durante su estancia en Europa, Kid fue reconocido como el gran boxeador que era. A su regreso a Cuba su estilo europeo contó con gran número de detractores a los que costó convencer, y para ello tuvo que derrotar a los mejores púgiles cubanos.

Abandonó el boxeo a la edad de 38 años tras un fiero combate celebrado en Cuba en 1948 y frente a Hankin Barrons. Ambos contendientes quedaron severamente maltrechos y la decisión de tablas fue aplaudida por el público que disfrutó de la velada. En realidad, quien logró derrotar a Kid Tunero fue el reuma articular que arrastraba desde hacía ya varios años. Sin duda fue ese su peor rival.

Sala GRAN PRICE de Barcelona 1972
Trabajó durante unos años como entrenador de púgiles cubanos hasta que en 1959, tras erradicarse el boxeo profesional en la isla, decidió venir a Barcelona para seguir con su tarea como entrenador, y para entre otras cosas, acompañar a José Legrá hasta convertirle en merecedor de ese título de campeón mundial que acababa de ganar.

Ali me comento que Kid había recibido más golpes fuera que dentro del ring, pero que incluso de esos fue capaz de recuperarse.

Con el paso de los años mi contacto con Kid fue cada vez más esporádico. Yo tenía que invertir todo mi tiempo en salir adelante, y poco después el campeón se alejó del barrio tras enviudar de la que había sido su esposa, una elegante mujer francesa llamada Yolett. Empezó a añorar a sus hijos que definitivamente se habían quedado a vivir en Francia y se instaló en una pensión de la calle Valencia. Dio la casualidad de que a raíz de mi relación con boxeadores, mi padre, como gran aficionado que era, empezó también a relacionarse con ellos y nos acompañaba al gimnasio cada vez que Kid o Ali me llevaban a pasar la tarde. Mi padre llegó a establecer una relación bastante estrecha con Ali que aún perdura a día de hoy. Tiempo atrás solían encontrarse casi cada día en la esquina de la calle Comte Borrell con calle Manso, mi padre salía de trabajar de su puesto del Mercat de Sant Antoni y se paraba un rato a charlar con Ali que se hallaba en la esquina esperando a su chica para ir con ella a cenar.

En uno de esos encuentros en noviembre de1992. Ali le contó a mi padre que Kid Tunero había muerto hacía escasamente un mes. El campeón contaba con 82 años de edad. José Legrá se ocupó bastante de él en los que fueron sus últimos años, venía a visitarle desde Madrid, donde había establecido su residencia, y se preocupó siempre del que había sido su maestro. Pero el corazón de Kid estaba realmente cansado y, en cierto modo, deseaba que llegase el momento en el que poder descansar para siempre al lado de Yolett.

Bastantes años después, y una vez que conseguí estabilizarme profesionalmente y formar una familia,  dediqué gran parte de mi tiempo libre a practicar boxeo. Imagino que fue por rememorar todas esas experiencias vividas de niño y porque el veneno del boxeo había penetrado en mi sangre. Jamás me lo planteé como algo profesional y me dediqué a él solo como afición, pero cada tarde, cuando llegaba al gimnasio, recordaba aquel invierno de 1972 en el que por primera vez entré en uno agarrado de la mano de Kid Tunero.

Martin Holgate                                             Xavi Moya
Aguanté en los rings hasta la edad de 42 años. Algunos recuerdos de entonces conservo: tres muelas voladas, la nariz rota en un par de ocasiones, costillas fisuradas y derrame de líquido sinovial en nudillos y muñecas; al margen de eso... ninguno de malo. Y como no, el recuerdo de haber sido sparring de Joan Carles Muntaner "El Loco" en los días previos a su combate para conseguir el título de campeón de España, y que finalmente obtuvo. Tuve la suerte de aprender junto a formidables entrenadores como Martin Holgate, campeón británico, o Xavi Moya, varias veces campeón de España, posteriormente de Europa y finalmente campeón del mundo en diversas modalidades de deporte de contacto, pero siempre recordé, por encima de todo, los consejos que Kid Tunero les daba a sus boxeadores, que más que consejos para la lucha, eran consejos para la vida: “No huyas del dolor, hijo. Enfréntate a él y hiérele”. “Jamás combatas para derrotar a ningún rival. Lucha siempre contra ti mismo, véncete, supérate”.

Cuando me hallaba sobre la lona esquivando y fintando los envites de mis oponentes, me parecía ver a Kid Tunero en mi esquina, sosteniendo su gorro de lana con la mano, apoyado de brazos en las cuerdas del Ring y obsequiándome con esa sonrisa suya que parecía decir: “No pasa nada malo, todo está bien”.

Hay pocas cosas que duelan más que el primer crochet de izquierda estampado contra la mejilla en el primer minuto de un combate...

Créditos Imágenes: 1.- Ilustración de Sergi Càmara. 2.- Kid Tunero y Ernest Hemingway. Fotografía extraida de internet. Autor desconocido. 3.- El barrio Chino de Barcelona. Fotografía extraida de internet. Autor desconocido. 4.- Cartel de promoción del que fue campeón de Europa, Mimoun Ben Ali. 5.- José Legrá. Fotografía extraida de internet. Autor desconocido. 6.- Kid Tunero en una fotografía de promoción de BoxRec Boxing. 7.- El Gran Price de Barcelona. Fotografía extraida de internet. Autor desconocido. 8.- Los boxeadores Martin Holgate y Xavi Moya.