Rafa (el protagonista de esta historia en cuestión), es un tipo de unos cuarentaypocos que a parte de a sus quehaceres diarios, se dedica a conseguir objetos imposibles de esos que hacen las delicias de todo coleccionista que se precie. Por decirlo de algún modo, Rafa es como una especie de Indiana Jones que ocupa parte de su tiempo en hacer expediciones y explorar viejos almacenes y prehistóricas tiendas en busca de esos tesoros que posteriormente llenarán las estanterías de los museos de algún coleccionista friki como el que redacta el presente blog. En definitiva, un personaje imprescindible para todos aquellos que deseamos reunir algunas de las antiguallas de las que estuvimos rodeados durante nuestra ya... pleistocénica infancia.
Rafa es de Madrid, y con tesón y no poco esfuerzo, ha conseguido hacerme llegar alguno de los artículos más preciados de mi colección.
El caso es que hace unos días recibí un mail de Rafa Jones en el que me mandaba una fotografía de un extraño objeto que encontró enterrado en el jardín de la casa de sus padres. Se trataba de un espécimen realmente curioso que presentaba una superficie rugosa, perfectamente redondeada y que aunque su textura era acartonada, se la intuía como aparentemente blanda. Ambos estuvimos divagando sobre el posible origen de semejante hallazgo, pero éramos incapaces a priori de afirmar la procedencia de tan alucinante misterio.
A pesar de que nunca fui buen estudiante, Rafa conoce mi afición por la ciencia. En mi etapa escolar me planteaba si algún día terminaría estudiando ciencias o letras, ya que de mayor, me hubiese gustado ser un doctor en física como mi primo David, o un periodista como mi amigo Alfonso (también de Madrid). El caso es que ante esta disyuntiva, y teniendo en cuenta la necesidad que un niño de barrio tiene de ponerse a trabajar lo antes posible, mandé a mis estudios a freír churros a muy temprana edad para ponerme a hacer algo productivo y empezar a trabajar. Con el tiempo, cuando ya contaba con treintaytantos, me apunté a uno de esos cursillos de acceso a la universidad para mayores de 25 años y me matriculé en psicología; es decir, que a la vejez viruelas.
Pese a eso, y a que mi formación no guarda ninguna relación con la ciencia, Rafa confió en que mis investigaciones con el equipo de química que conservo de cuando era niño, podrían desentramar el inescrutable misterio que guardaba consigo el objeto encontrado. De modo que, para tal fin, me lo mandó para que le sometiese a las pruebas pertinentes y desvelar así, de una vez por todas sus intrigantes orígenes.
Rafa y yo albergábamos la esperanza de que se tratase de un meteorito que pudiese darnos algún indicio de vida extraterrestre, o las claves necesarias para afirmar con rotundidad que en una galaxia muy alejada de nuestro sistema solar se hallaba una civilización formada por seres de inteligencia superior. Fantaseamos incluso con la posibilidad de que el meteorito procediese de algún planeta poblado por bellísimas mujeres semidesnudas, que conocedoras de que habíamos encontrado su valioso objeto perdido, nos recibirían encantadas de la vida y en agradecimiento, nos colmarían de sublimes agasajos y sexuales experiencias.
Pero no cabía duda. Tras una ardua y sesuda serie de análisis y de observaciones microscópicas con un minúsculo fragmento del objeto, los resultados fueron concluyentes.
El meteorito no era tal meteorito. El hallazgo superaba con creces cualquiera de nuestras expectativas ya que se trataba de algo mucho mejor que eso. Las pruebas determinaron que el objeto era, en realidad, una vieja pelota de Calzados Gorila que perteneció a Rafa en su infancia, que se extravió en el jardín de sus padres y que el tiempo sepultó bajo la tierra durante más de treinta años. El reencuentro con esa pelota fosilizada nos llenó a ambos de satisfacción, y supuso, como todos los hallazgos científicos, un gran paso para la humanidad que Rafa y yo, estamos encantados de compartir con todos ustedes.
Enlace a la tienda virtual de Rafelman el rastreador.
Créditos de las imágenes: 1 y 3) pertenecientes al meteorito-pelota de Rafa. 2) Juego de química; un híbrido entre el Cheminova y el Quimicefa, ambos de los años 70. Colección particular del Kioskero del Antifaz.
3 comentarios:
Jaja, creo recordar que por casa había una de esas también. Siempre llena de pelusas porque, no sé cómo, siempre acababa detrás de la nevera, y mi madre no se atrevía a tirarla a la basura hasta que un día sí se atrevió y ya no la vimos más.
Disfrutado he con tus historias setenteras como siempre, niño. Un besazo.
¡ El poder de la imaginación es asombroso! Y un trozo de goma..la evocación de un tiempo pasado que
siempre fué mejor ..en nuestros recuerdos.
Muy divertido el relato Sergi. Qué buenos " compinches " tienes.
¡ Un abrazo Doc !
Fixa't Sergi, com s'assemblen els paradisos de les religions i els dels nens. Bon relat.
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