Fue en 1964 –el mismo año que me vio nacer- cuando los
Etudios Cinematográficos Balcázar iniciaron la construcción de un poblado del Oeste americano en tierras catalanas y muy cerca de la ciudad de Barcelona. El motivo –obviamente, y procediendo la idea de unos estudios de cine- no era otro que el de rodar exteriores para películas del género
Western.
Esta base fue la que dio lugar a la creación de dicho poblado formado inicialmente por una calle de unos 120 metros de largo y un promedio de 12 metros de ancho, a los lados del cual se levantaron los edificios típicos de las películas del Oeste.
LA HISTORIA
En septiembre del mismo año 1964, se estrena la película “
Por un puñado de dólares”, uno de los primeros
Spaghetti Western, dirigido por
Sergio Leone y que sirvió (entre otras cosas) para catapultar a la fama al actor
Clint Eastwood. La película fue estrenada con no muchas esperanzas de éxito, pero contra todo pronóstico fue la generadora del
Boom de las películas de
Cow-Boys y la que impulsó a numerosas productoras italianas a volcarse en el género del
Far West de forma masiva. “
Por un puñado de dólares” fue rodada en el poblado llamado
Golden City construido en el término municipal de Hoyo de Manzanares en Madrid y en el parque natural de Cabo de Gata en Almeria.
Los permisos solicitados por
Alfonso Balcazar para la “recreación de una calle típica de un pueblo del Oeste americano”, están fechados el 4 de mayo de 1964, vislumbrando al igual que su antecesor madrileño
Eduardo Manzanos, que las películas del Oeste iban a convertirse en una inminente fuente de ingresos para las productoras españolas que dispusiesen de
sets de rodaje que diesen cabida a coproducciones internacionales. Rodar en España resultaba mucho más barato que en sus países de origen, y además, los encargados españoles de los equipos técnicos, aunque quizá no tenían la pericia de los propiamente
hollywoodienses, daban una calidad profesional más que aceptable. Prueba de ello es que posteriormente a
Esplugues City, se construyeron los tres poblados del Oste en el desierto de Tabernas de Almeria:
Fraile (1965),
Juan García (1966), y en Gérgal el poblado de
Tecisa (1966).
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El lugar sobre el cual se edificó
Esplugues City se trataba de un solar rectangular de una hectárea de superficie situado al lado del cementerio parroquial y a un kilómetro y medio de distancia de donde los Balcázar tenían ubicados sus estudios que desde el año 1951, y con una primera película titulada “
Catalina de Inglaterra”, iniciaron una más que honrosa singladura por el mundo del cine con un buen montón de películas entre coproducciones y producciones propias y que se exportaron con mayor o menor éxito prácticamente por todo el mundo.
El pueblo del Oeste fue levantado por el constructor de decorados
Enrique Bronchalo según un proyecto realizado por
Juan Alberto Soler que se inspiró en el que fue el poblado de la
20th Century-Fox y en el que se rodó “
El hombre de las pistolas de oro” (
Warlock) producida y dirigida por
Edward Dmytryk en 1959. Para la construcción de
Esplugues City se hizo un minucioso estudio para controlar el espacio en función del recorrido del sol y pensando en los encuadres y en la disposición de los actores construyendo una calle de recorrido sinuoso en forma de “S” para evitar la filmación de los edificios modernos de la época que se hallaban en el exterior de los estudios.
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El primer western que se rodó en el por entonces ya conocido poblado de
Esplugues City, fue el titulado “
Pistoleros de Arizona” dirigido por
Alfonso Balcázar y que se estrenó en Italia con un buen éxito de público en diciembre de 1964 (en Barcelona se estrenaría el 3 Junio del siguiente año). Al parecer es un film bastante irregular, pero que consiguió una muy buena recaudación y dio a conocer al actor
Fernando Sancho consagrándole como eterno mexicano en una gran cantidad de films, así como al actor protagonista
Robert Woods.Las edificaciones del poblado iban ampliándose y modificándose continuamente según las necesidades de los distintos rodajes que tenían lugar, así que el poblado llegó a tener más de 46 edificios incluyendo los típicos como: el Saloon, el almacén (General Store), la barbería, la herrería, el hotel, la oficina del Sheriff, la compañía de diligencias de la Wells Fargo, el banco, la iglesia, etc. La mayoría de edificios importantes eran corpóreos e incluso se podía filmar en su interior debido al cuidado en todos sus detalles; no obstante, otros edificios solo tenían construidas las fachadas o en algún caso disponían de la entrada completa, pero se trataban de fachadas cargadas de elementos de atrezzo sostenidas por postes que las mantenían en pie y que les daba simplemente un aspecto de edificios sólidos.
Como detalle curioso cabe destacar que los cristales de las ventanas eran de caramelo elaborado por la pastelería Figuls de la ciudad de Esplugues. Los fabricaba en cinco colores, cortando las planchas de caramelo en “cristales” rectangulares de 10X15 y en partidas que oscilaban entre los quinientos y seiscientos cristales que posteriormente se colocaban en las ventanas de los edificios permitiendo a los actores salir despedidos por ellas sin sufrir cortes o accidentes innecesarios. Tras los rodajes, los pedazos rotos de las ventanas se los daban a los niños de la vecina escuela de Isidre Martí que los devoraban con afán.
Fue en 1967 cuando el pueblo recibe un primer golpe al tener que ser trasladado de su ubicación original pues la autopista A7 debía de pasar por esos terrenos. El progreso provocó que se tuviese que desmontar el poblado y levantarlo de nuevo en otro solar justo enfrente de donde se hallaba originalmente, pero manteniendo intactos algunos de sus edificios y construyendo algunos nuevos. De algún modo eso fue lo que permitió que a muchos de los que éramos niños entonces se nos otorgase el privilegio de poder contemplar aquel pueblo del Oeste situado tan cerca de Barcelona, ya que al pasar en el coche con nuestros padres por esa autopista podíamos darle un fugaz vistazo y retenerlo para siempre en nuestra memoria.
Hay que decir que tanto en el primer poblado (1964-1967), como en el segundo (1967-1972) no estaba permitida la entrada al público en general debido a que se trataba de la propiedad de Producciones Cinematográficas Balcázar que obviamente era una empresa privada, de modo que los niños de la ciudad de Esplugues, a veces, podían presenciar algún rodaje desde el exterior, pero poco más. Nada de jugar a indios y vaqueros por el poblado con el riesgo de deteriorar el entorno o de sufrir accidentes que hubiesen sido responsabilidad de los estudios.
Lo que nadie les quitó a niños y mayores de la ciudad de Esplugues y de sus alrededores, fue la constante imagen de gitanos disfrazados de indios y de pistoleros a caballo paseándose por las calles y mezclándose con el tráfico de los coches y el gentío de la ciudad. Sin duda eso es algo que recuerdan con agrado los que contemplaron atónitos esas imágenes de contraste entre dos épocas que llegó a convertirse en algo cotidiano, pero que no por ello dejaba de ser curioso, a la vez que entrañable.
En el año 1971 la utilización del poblado empezó a disminuir debido a la decadencia del western europeo y al hecho de que los últimos rodados en Esplugues City habían consistido en productos muy menores. Los hermanos Balcázar, en un intento de mantener vivo el poblado y su leyenda, solicitaron los permisos necesarios para reconvertirlo en lo que hubiese sido el primer parque temático de Europa. Tras varios intentos en los que el ayuntamiento ordena su inmediato desmantelamiento finalmente consiguen los permisos y las autorizaciones necesarias para convertir el pueblo del Oeste en atracción turística, pero lamentablemente, la llegada de un forastero a la ciudad, significó la pena capital para la que había sido una fabulosa fábrica de sueños.
El forastero en cuestión fue recogido en el aeropuerto del Prat de Llobregat y llevado en coche hasta la ciudad de Barcelona. Se trataba de “Al”, más conocido por su nombre completo de
Alfredo Sánchez Bella, ministro de Información y Turismo de la etapa franquista entre 1969 y 1973 sucediendo en el cargo a
Manuel Fraga Iribarne. Al parecer tenía numerosos asuntos que tratar en tierras catalanas, pero a su paso por
Esplugues City reparó en lo pintoresco de aquel poblado y preguntó a sus acompañantes que qué diablos era eso. Le respondieron que se trataba de un pueblo del Oeste en el que se rodaban películas, algo que al parecer no gustó al forastero ya que añadió que dicho poblado al lado de la autopista “daba mala imagen” a una España patria de pandereta, así que a pesar de los permisos concedidos para su rehabilitación como parque temático, lo que a día de hoy podría haber sido aún una realidad palpable pasó a ser un recuerdo de infancia.
Curiosamente, la orden de “
Al el bastardo” no afectó a ninguno de los poblados almerienses que actualmente se pueden visitar con los nombres de
Mini Hollywood y
Texas Hollywood.
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En agosto de 1972
Alfonso Balcázar prepara el rodaje del último western que se rodará en
Esplugues City, titulado “
Le llamaban Calamidad” y en el que hará coincidir el final en la ficción con el real del poblado. En la trama unos bandoleros dinamitan el pueblo provocando un espectacular incendio dejando el solar cubierto de cenizas y maderas quemadas.
Personalmente coincido con las palabras de
Rafael de España y de
Salvador Juan i Babot que en su libro titulado “
Más allá de Esplugas City”, consideran que ese último gesto de
Alfonso Blacazar, más que tratarse de una simple maniobra oportunista, se trató de un verdadero acto de amor.
De qué otro modo sino había que perpetrar la demolición del poblado? Obligados a hacerlo desaparecer, qué mejor que darle un final épico.
EL RECUERDO
Mis recuerdos de
Esplugues City se parecen mucho a los de la mayoría de los de mi generación. Fundamentalmente tienen que ver con esos trayectos en coche que se realizaban desde Barcelona en dirección a Molins de Rey, Martorell o Corbera de Llobregat, lugares donde muchas familias barcelonesas iban a pasar los domingos para hacer alguna que otra costillada familiar y para la que los padres cargaban el utilitario con las mesas y sillas de camping, la abuela y los críos. Lo bueno de ese trayecto entre Barcelona y Corbera de Llobregat (en mi caso), era pasar por la autopista y a mano derecha, en el camino, contemplar aquel poblado del Oeste abandonado.
La primera vez que mi padre me comentó que pasaríamos por delante de él, me lo tomé como una broma. El hombre me advertía con entusiasmo de que pasaríamos por un pueblo vaquero, que estuviese pendiente y con mi cara pegada al cristal del coche ya que sería “visto y no visto”, pero yo no reaccioné hasta que no lo vi en realidad, y para cuando me quise dar cuenta ya nos estábamos alejando de él.
Pasé aquel día alucinando y contándole a todo el mundo que había visto un pueblo del Oeste. Lo mismo sucedió durante el resto de la semana, y contaba los días y minutos para que fuese nuevamente domingo y poder volver a pasar por aquel lugar.
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El caso es que uno de esos muchos domingos que pasamos por
Esplugues City -el que siempre había sido “el pueblo fantasma”-... la sorpresa fue más allá. Ese domingo el pueblo estaba lleno de vida, habían banderines que lo atravesaban colgados de fachada a fachada, carretas, gente vestida del Far West con sus revólveres enfundados en sus cartucheras, algunos iban montados a caballo, y todos paseándose por la polvorienta calle del poblado. Mi padre dijo que posiblemente estarían rodando alguna película, ignoro cual, pero sin duda alguna que con cinco o seis años que yo tendría, para mí eso fue un viaje al pasado en el que poder contemplar a través del cristal de un SEAT 850 y a escasos metros de mis narices, imágenes del mismo estilo que tanto me habían fascinado en los
westerns que había visto en el televisor de mi casa.
Sin duda tengo un trabajo que hacer en el infierno. Se trata de vengar la desaparición de
Esplugues City por orden de un malvado forastero, así que aún y que no me corre ninguna prisa, algún día me encontraré cara a cara con él, con mi
Colt Walker colgado de la cartuchera de mi cinturón y podré decirle:
-Al?... Eres tú “
Al el bastardo”?... Nunca debiste cruzar el río Llobregat.
Agradezco las imágenes y documentación cedida para esta entrada a Ángel Caldito y Ricardo Márquez del blog Historias cinematográficas, así como al ya citado libro de Rafael de España y Salvador Juan i Babot “Más allá de Espulgas City".