miércoles, 23 de marzo de 2011

Cyborg Generation

En la década que da título a este blog, los niños jugábamos a indios y a vaqueros, a piratas, o a mosqueteros. Las niñas, por su parte, jugaban a cocinitas, a papás y a mamás o ponían en fila a sus muñecas y hacían de maestras. El caso es que raramente coincidíamos ambos sexos en nuestros juegos, porque lo de jugar a médicos... eso vino luego. Así que únicamente nos juntábamos para darnos malestar común: los niños tirando de las trenzas de las niñas y ellas sentándonos al lado de sus muñecas para impartirnos alguna clase de cualquier cosa en la que encima... nos reñían por inútiles y por portarnos mal.

Afortunadamente el progreso nos ha traído a todos un juguete común. Un juguete que nos mantiene en contacto, aunque sea virtual y con el que es imposible tirar de las coletas de nadie, pero eso si... un juguete que marca la diferencia entre estar “In”, o estar “Out”, y del que os comunico a través estas líneas, que ya dispongo de uno. Me refiero al SmartPhone.

Adiós para siempre al viejo teléfono setentero de la marca CITESA de telefónica en sus diferentes colores crema, marfil, verde hospital, azul plomizo, rojo, etc, y a sus diversos supletorios modelo Góndola y que por el hecho de tener dos teléfonos en casa: uno en la sala de estar o recibidor, y otro en la habitación de papá y mamá, nos pensábamos que estábamos ya perfectamente comunicados con el mundo exterior (ingenuos). Adiós definitivo al sonido de timbre de campana que emitían semejantes artilugios que era imposible hacer portátiles más allá de lo que nos permitía la extensión del cable que les mantenía unidos irremediablemente a la roseta de la compañía de teléfonos.

Obviamente toca despedirse también (en este caso... despedirme) de mi viejo “ladrillo” portátil, de mi celular antediluviano, de mi móvil que apenas tenía pantalla a color y desde el cual no podía descargarme ninguna aplicación y que a duras penas me permitía acceder a mi correo electrónico.
Mi móvil, bueno... ahora ya mi ex móvil, era de esos de casi primera generación y que para hacerlo realmente “móvil” como su nombre indica, había que cargar con él en el interior de una mochila. Cada vez que recibía una llamada de alguien y tenía que sacarlo delante de mis amistades, me decían: “Pero... Dónde vas con eso alma de Dios!”. Me miraban como a una rareza de la naturaleza, como si yo fuese una extraña criatura abandonada por algún eslabón en la cadena evolutiva del ser humano. A lo que yo, todo orgulloso y con mirada de suficiencia (por encima del hombro) respondía: “Qué pasa? Es que acaso para recibir o hacer llamadas necesito algo más?”. Rápidamente mis amistades se afanaban en decirme que con la cantidad de puntos que debía llevar acumulados podría conseguir un teléfono mejor. Que a qué esperaba para ir de inmediato a la empresa proveedora de mi servicio de telefonía y pedirles, lo que ellos denominan... “un móvil inteligente”.

Por si eso fuese poco resulta que en mi infancia, en esos lejanos años 70’s, yo tenía un reducido grupo de amigos íntimos; a saber, la cosa estaba en esos cuatro o cinco de toda la vida y repartidos entre el cole y la calle. En cambio ahora, entre el facebook, el twitter y demás cachivaches virtuales me encuentro con que tengo alrededor de 1.400 y pico de intimísimos amigos que a una velocidad vertiginosa me están abandonando por no estar al día, por no tener un móvil inteligente y por la vergüenza de compartir un paseo conmigo que voy cargado con la mochila en la cual albergar a mi ladrillo de casi primera generación. Y claro... eso de perder amigos no se puede aguantar por nada del mundo mundial. Con lo que cuesta darle a la tecla de “Confirmar” y tener a un íntimo más en la familia!!

Así que me decidí a personarme en la tienda proveedora de mi servidor de telefonía habitual y hacerme con un instrumento de esos que, al igual que los Donetes, tiene la virtud de que te aparezcan amigos por todas partes.

—Buenas señorita. Vengo a ver qué móvil inteligente me da a cambio de mis puntos.

La señorita en cuestión, cargada de piercings en todas sus zonas de piel visibles (ni imaginar quiero cómo andará por las no visibles), me dijo:

—Hace tiempo que no cambia su móvil. Verdad? —ignoro si es necesario ser muy perspicaz para hacer tal afirmación, pero así fue la cosa.
—Mmmm... pues la verdad es que hace mucho tiempo, si.
—Tiene usted 18.000 puntos —me dijo.

Woww... yo ya me frotaba las manos. Seguro que por esa cantidad me daban un móvil inteligente con microondas incorporado y que incluso me proporcionaría orgasmos.

—Por esa cantidad de puntos le podemos proporcionar este.
—Este? —pregunté—. No parece... muy inteligente.
—Perdone?
—Quiero decir que es muy parecido al que tengo solo que algo más pequeño y aerodinámico, pero por el resto... No tiene ninguno de esos en los que tocas la pantallita y cosas de esas?... de pantalla digital y eso.
—Todos tienen pantalla digital —me dijo piercing-girl en un tono así como si estuviese tratando con un gilipollas—. Usted se refiere a pantalla táctil.
—Aaah... táctil. Bueno, pues eso.
—Es que usted lo ha utilizado muy poco. Para uno de pantalla táctil, para un SmarthPhone, necesita un mínimo de 30.000 puntos —concluyó.

30.000? Vamos, no me jodas!... O sea, que después de toda una vida de fidelidad con la misma compañía proveedora de servicios de telefonía me iban a dar un móvil que ni inteligente ni nada. Así que hice como en los años 70’s cuando te enfadabas con algún amigo de esos íntimos y le dije: “Ah si?... Pues ya no te ajunto! Me iré a la competencia y a ver que me cuentan”. Cogí la puerta y me largué.

En la tienda de la competencia había otra chica; esta sin piercings, pero con unos pendientes de aro enormes con los que seguro jugaba al Hula-Hoop en sus momentos de ocio. Lo que son las cosas, parece que di con las palabras mágicas:

—Buenas. Vengo de la compañía tal. Qué oferta me haces para que abandone a mi anterior compañía y me quede con vosotros para los restos?

Y se hizo el milagro. La chica me ofreció, absolutamente a cambio de nada y por el valor de 0 €, un teléfono móvil inteligente con pantalla táctil, con conexión a internet 24 horas tarifa plana y con llamadas gratis de 8:00 h de la mañana a 8 :00 h de la noche, y encima, por si todo eso fuese poco, la tarifa a pagar mensual era inferior a la que pagaba con mi proveedor anterior. No es bonita la vida?

Ahora mis amigos, cuando me ven con mi nuevo SmathPhone me dicen: “Walaaa... que guay. No?”, yo les miro así, como con suficiencia por encima del hombro y les digo: “Has visto cómo molo? Soy moderno a saco”. Ellos me preguntan cosas del estilo de si mi SmathPhone es compatible con 3G/HSDPA 2100, o si su procesador es un Qualcomm Snapdragon QSD8250 de 1GHZ, o si su salida es de 3.5 mm universal sincronizado con PC mediante Zune... ya saben preguntas sencillas. Yo les respondo que claro, que faltaría más, que se trata de un SmarthPhone inteligente, y añado: “pero nenes... si tiene hasta cámara!”. Reconozco que cuando les digo eso se quedan mirándome como si no hubiese entendido sus anteriores preguntas, y así... en confianza y entre nosotros... mis amigos, aunque intimísimos... hablan un idioma que no entiendo.

El caso es que ahora, ya bien vaya en metro, o esté de vacaciones en Zambia, o duchándome, o lo que sea, siempre tendré un momento y un artilugio entre mis manos con el que poder contarles a mis amigos íntimos anécdotas inteligentes del estilo de: “Buenos díassssss!!!!LOL” (eso lo haré por las mañanas), o “Buenas nochessssss!!!! XD” y así, de este modo maravilloso, podré compartir con todos los grandes logros conseguidos en mi habitual día a día.

Lo más divertido del caso es que desde que tengo mi SmathPhone, cada día recibo una llamadita de mi anterior proveedor de telefonía móvil ofreciéndome una fantástica oferta para que regrese, para que no les abandone y para que siga considerándoles modernos. Me ofrecen el oro y el moro, intentan mejorar la oferta del que ahora es mi actual proveedor, pero yo les miro con suficiencia, así como por encima del hombro y les digo:

—Ale, ale ale. Chincha y rabia... ya no te ajunto!

3 comentarios:

Carmen dijo...

¡Qué bueno, me he visto reflejada en lo que escribes!

Me tocó vivir un caso similar al tuyo, pero se ve que soy más torpe para las nuevas tecnologías, porque después de conseguir mi preciado móvil con pantalla táctil, vídeo llamada y cámara de 8 px, resulta que me pasé más de una semana en la que no había forma de hacer una llamada porque ni idea de cómo se hacía en el dichoso móvil...

Bueno, y ni te cuento lo que me costó aprender a mandar un mensaje, creo que hubiera mandado antes a un hombre a la Luna.

Es que las nuevas tecnologías me pillan ya muy mayor. Le das esto a un crío de 10 años y se conecta al sistema informático del Pentágono antes que cante un gallo.

ASí que ahora que al fin le he cogido el truqillo, me temo que llegará el día en que se vuelva un ladrillo... Pero esta vez prometo no caer en la trampa y serle fiel a mi ladrillo por los jamás de los jamases.

Besos.

Ana Márquez dijo...

Oyes, pues mírale bien todos los botones, que igual hasta te plancha la ropa.

Besazo gordo de esta troglodita que no sabe una papa de móviles.

JuanRa Diablo dijo...

Todos caemos, Kioskero. Tenemos ya tanta tecnología rondándonos que apenas se vislumbran ya los gozos de aquellas pequeñas grandes cosas de nuestra vida setentera.

Eso sí, que prevalezca la esencia de aquella época, eh?