En las escuelas de finales de los sesenta y principios de
los setenta, y sobretodo en aquellas pertenecientes a barrios humildes de Barcelona
como en el que nací y me crié, cada vez que sonaba el timbre que daba por
finalizada la clase que coincidía con la hora del patio, siempre había uno que
gritaba: “Marica el último!” y tras semejante agravio en una España en la que
ningún macho podía ser marica, los tacones de nuestros zapatos Gorila golpeaban
nuestras nalgas en portentosas zancadas que nos hacían colocarnos en los
primeros puestos de la cola de salida.
Una vez en el patio, el Vallcanera, el niña, el Guijarro o
yo, proponíamos un juego; a menos claro está, que hubiesen cromos para cambiar,
ya que entonces se nos podía pasar tranquilamente la media hora con eso del
“tengui, tengui, falti, tengui, falti...”. Pero cuando no habían cromos, los
juegos eran siempre los mismos: el churro, mediamanga, mangotero, el pilla
pilla, policías y ladrones, indios o vaqueros, el escondite, las canicas y así un
largo etcétera. En todos esos juegos siempre habían unas coletillas que como
no, gritábamos también a pleno pulmón: “Churro, mediamanga mangotero. Adivinas
lo que tengo en el puchero?”, “Eh, tú... la pillas!”, “Un, dos, tres, Salvado!
Salvado por todos mis compañeros y por mí el primero!”, “Chiva, pie bueno,
tute, retute, matute”...
Al margen de los juegos, había días en los que nos daba por
sentarnos en un rincón del patio y comernos nuestros bocadillos de chorizo
ibérico manteniendo alguna conversación. Era curioso que el Vallcanera, el
niña, el Guijarro y yo nos comunicásemos en castellano. Jamás hablamos el
catalán entre nosotros, y eso que tanto ellos como yo, lo hablábamos en
nuestras casas y ese era nuestro idioma común. No obstante, por una serie de
circunstancias concretas, jugábamos y hablábamos siempre en castellano.
Una de esas muchas circunstancias, bien podía estar unida al
hecho de que cuando fuimos pequeños nunca pudimos asistir a una obra de teatro ni a
cualquier otro tipo de representación artística en catalán por culpa de una ley
que fue aprobada ya en 1940 por un gobernador civil llamado Wenceslao González
Oliveros; una ley relativa a lo que sería el uso de la lengua oficial y que
literalmente decía:
"Todas las manifestaciones sociales y
culturales de carácter público expresadas en lengua catalana quedan prohibidas
en todo el territorio nacional, quedando el catalán para uso estrictamente
privado y familiar".
Obviamente,
las dos únicas cadenas de televisión en las que veíamos dibujos animados,
Chiripitifláuticos, La Casa del Reloj, o el Un globo, dos globos, tres globos,
emitieron siempre en castellano. Luego era ese, y no otro, el idioma que nos
aseguraba el entretenimiento a la hora de nuestra merienda de pan con Nocilla y
de vaso de leche chocolateado con Nesquik.
Otra
circunstancia estaba ligada a otra prohibición, promulgada por otra ley que
venía de la "Inspección de Primera Enseñanza" en la que decía:
"Todo libro que esté escrito total o
parcialmente en lengua que no sea la española, debe ser retirado de la escuela,
igual procedimiento se utilizará en cuanto a las bibliotecas escolares, de
cualquier procedencia o clase".
Aprender
catalán en la escuela resultó algo imposible debido a esa ley. Los insuperables
momentos que pasé leyendo las aventuras de Tom Sawyer, o La Cabaña del Tío Tom,
así como toda la literatura de Enid Blyton o incluso las revistas semanales de
Don Mickey, TBO, Mortadelo y Filemón, Zipi Zape, etc, etc...fueron en
castellano también ya que no había posibilidad remota de encontrar libros
escritos en catalán en escuelas, librerías o bibliotecas. Afortunadamente
siempre hubo por ahí un movimiento clandestino de “libros prohibidos” que de
vez en cuando llegaban a nuestras manos. Prohibidos no curiosamente por sus contenidos,
sino porque estaban escritos en catalán.
Con
eso, nos obligaron a toda una generación a ser unos absolutos analfabetos en
nuestra propia lengua. Una lengua que hablábamos en casa y con algunos amigos
que no eran del cole, pero una lengua en la que no sabíamos escribir y que nos
costaba una barbaridad leer.
Ya
con 14 o 15 años, por allá por el 1977-78, algún profesor empezó a dar sus
clases en catalán con libros de texto en castellano, e incluso la asignatura de
Lengua Catalana, a razón de una hora de clase a la semana, empezaba a hacer su
tímida aparición por las aulas junto al Santo Cristo colgado en la parte
superior de la pizarra y esa zona más clara de la pared que evidenciaba la muy
reciente desaparición de un retrato con la imagen del Caudillo .
Lamentablemente yo dejé de estudiar poco después y todo ese proceso de
normalización e inmersión lingüística me lo perdí y continué con mi
analfabetismo hasta los 37 años, edad en la que a través de un acceso a la
Universidad para mayores de 25 años, me matriculé en psicología en la UOC y
tuve que aprender a escribir en catalán porque así era como se me daban las
clases, los libros de texto, y así era como debía presentar mis trabajos y
realizar los exámenes. Afortunado fui de poder aprender catalán a esa edad,
aunque, a pesar de eso, sigue costándome menos escribir en castellano. El
catalán, no obstante, es el idioma con el que comparto la gran mayoría de las
conversaciones con amigos, con el que juego con mis hijos, y con el que amo.
Siempre
que en Catalunya utilizamos argumentos como los ya mencionados de la
prohibición, para defender el proceso educativo de inmersión lingüística, y en
general, de nuestra lengua: el catalán, no son pocas las voces que nos
recuerdan (como si no lo supiésemos) que Franco murió hace un montón de tiempo,
que la dictadura terminó, que hubo una Constitución en 1978 y que ya va siendo
hora de pasar página. Sin ir más lejos, recientemente nos lo recordaba la
vicepresidenta, ministra de la presidencia y portavoz del gobierno, Soraya
Sáenz de Santamaría. Pero el caso... es que Franco solo fue una parte de un
problema que ya venía de lejos, de muy lejos, y que sigue coleando, con mayor o
menor intensidad según la época, pero de un modo constante en la actualidad.
Un
ejemplo claro es lo fácil que resulta compartir vivencias anacrónicas con
personas de mi generación y motivadas por el uso de la lengua catalana; por
ejemplo, en mi caso, viví un momento surrealista en el año 1984. Estaba yo
haciendo la mili en Madrid, destinado en el Cuartel General del Ejército en
Cibeles y fui arrestado a un mes de calabozo por hablarle en catalán a un
soldado, compañero mío con el que compartía numerosas horas de charla y con el
que solo hablaba el catalán “en la intimidad” de la dependencia en la que me
encontraba destinado, y única y exclusivamente cuando ambos estábamos solos. Un
teniente coronel redujo la anterior condena a 15 días de arresto en prevención,
y parecía que aún tenía que estarle agradecido por ello. Vale, redujo mi
condena por hablar en catalán, pero condenó también al fin.
Pues en esa línea de anacronismos y de surrealismo –por
increíble que parezca- seguimos aún a día de hoy. Sin ir más lejos, no hay más
que echarle un vistazo al reciente Anteproyecto de Ley de Educación presentado
por el Ministro José Ignacio Wert, y en el que relega al catalán a las más
oscuras catacumbas. “Y bien que hace” puede que piensen algunos.
Seguro que, además, son los mismos que piensan que en Catalunya no se puede
celebrar un Referéndum por la independencia porque resulta que es
anticonstucional.
Pues bien... ya que hablamos de Constitución, y con ella en la mano,
echémosle un vistazo a lo que, en referencia al idioma, nos cuenta la susodicha
al respecto en su artículo 3.
1-. El castellano es perfectamente conocido por todos los
catalanes, estudiado, aprendido y con conocimiento demostrado. Personalmente me
afectaría que no fuese así, ya que el castellano es el idioma con el que
también hago un par de cosas no poco importantes para mí; en castellano pienso,
y en castellano escribo. Quizá alguien que viva en algún pequeño pueblo situado
en el interior de Cataluya pueda tener alguna dificultad con él, pero no mayor
que la que pueda tener cualquier español que viva en un pequeño pueblo situado
en el interior de España.
2-. Atendamos que ya en 1978 se hablaba de “oficiales” y no
de “cooficiales”. Eso de la cooficialidad es una manera de darles una calidad
de segunda a las otras lenguas que no sea la española, pero anotemos desde ya,
que el resto de idiomas hablados en España, y en sus respectivas comunidades
autónomas, son oficiales.
3-. Se habla de la riqueza y del patrimonio cultural que las
distintas modalidades lingüísticas suponen para España. Se hace especial
mención a que serán objeto de especial respeto y protección. Pero aún seguimos
recibiendo ataques por parte del Supremo tratando de anular artículos de
decreto expresados en el Estatut de Catalunya y avalados por el Tribunal
Constitucional. Anteproyectos de ley como los del actual ministro, y como no...
constantes y diarias tertulias en medios televisivos y radiofónicos, así como
interminables artículos en la prensa escrita y en los que parece que en
Catalunya, el derecho a defender nuestro idioma sea algo que venga de ahora y
que nos hayamos inventado nosotros.
Obviamente se trata de una defensa que, al parecer, es solo
responsabilidad nuestra, ya que los distintos gobiernos de España nunca han
estado por la labor de apoyar, y ni tan siquiera de cumplir con la
Constitución. Aunque eso ya viene siendo algo habitual teniendo en cuenta cómo
se nos garantiza la sanidad, la vivienda digna o el trabajo; principios también
constitucionales que parece que el presente gobierno no tiene en cuenta. Eso
si... a la hora de solicitar un Referéndum por la independencia, bien que se
arman con la Constitución y la esgrimen como si ellos fuesen los primeros en
cumplirla.
Les dejo con
una última reflexión por la que recientemente se me ha tachado de iluso, de
ingenuo y; como decimos en Catalunya, de somia truites (no les falta razón a
los que me han llamado todo eso), pero mi propuesta para el ministro Wert es
la de que cualquier niño español, independientemente de cuál sea su territorio,
tenga la obligación de estudiar y demostrar conocimiento de –como mínimo- dos
del resto de las lenguas oficiales del Estado.
Se trataría, sin duda, de la mejor manera de españolizar,
no sólo a niños catalanes, sino de españolizar a todos los niños ya bien sean
madrileños, extremeños, valencianos, etc.
Un país que se enriquece de sí
mismo y de su entorno es capaz de crear una sociedad sana, mientras que un país
que se dispara en el pie tratando de mutilar el que es su propio patrimonio, en
este caso cultural, es un país enfermo.
Créditos imágenes: 1. Ilustración de Sergi Càmara. 2. Fotografía de Alfonso Roldán, extraída de una entrada en su blog: La vida desde el lago.