jueves, 1 de septiembre de 2011

Anatomía Humana de SERIMA

No sé si les sucedía lo mismo a ustedes, pero me imagino que si. Me refiero a la sensación que de niño se experimentaba aquellas noches en las que uno sabía que al día siguiente, por la mañana, se presentaría un familiar: tía, abuelo, o quien fuese, con un flamante regalo y sin necesidad alguna de que fuese por nuestro cumpleaños o fiesta señalada en especial, simplemente; un regalo. Era una sensación indescriptible, de unos nervios que nos mantenían en vela, que no nos dejaban conciliar el sueño pensando en ese juguete y en ese momento en el que nos veíamos a nosotros mismos disfrutando del regalo que en pocas horas iba a ser definitivamente nuestro. Por fin! Nos imaginábamos en el parque exhibiendo nuestro flamante juguete nuevo ante las envidiosas miradas de nuestros amigos y vecinos. “Como mola!!!” decía alguno. “Que pasada!” apuntaba otro, y todos ellos con las miradas incrédulas al comprobar que un crío del barrio se había hecho con el juguete, que era suyo, que alguien se lo había regalado para que disfrutase a sus anchas de él. La diversión de los demás quedaba reducida a mirarnos con esas caras que transmitían admiración y rabia a partes iguales al ver como el afortunado, disfrutaba de lo lindo.

Mayor era el impacto entre los vecinos cuando se trataba de alguno de esos juguetes con los que uno había soñado una y mil veces, pero que por razones diversas, nuestros padres, nos decían que tal regalo no nos lo podían hacer porque se trataba de un juguete muy caro, así que habría que esperar a que llegase el tío de América (que había hecho fortuna) para pedírselo a él.

Yo nunca tuve un tío en América, y nadie en mi familia hizo jamás fortuna, de modo que los juguetes caros que cayeron en mis manos, se los tengo que agradecer, en parte, a mi tía Pilar, la esposa de mi tío José que trabajaba en la Compañía de las Aguas de Barcelona y ganaba un buen sueldo. No es que mi tía Pilar estuviese haciéndome regalos caros cada dos por tres, pero quizá por el hecho de que nos veíamos de uvas a peras y que sentía un gran cariño hacia mí, cuando se daba el caso se estiraba con alguno de esos juguetes que le dejaban a uno extasiado para el resto del día.

Uno de los regalos que me hizo la tía Pilar, fue el juego de la Anatomía Humana que las Industrias Termoplásticas SERIMA de Badalona, sacaron al mercado en 1963. No sé la repercusión que ese juego tuvo en su momento, pero me consta su éxito durante la década de los 70’s y la gran cantidad de críos que lo tuvimos en sus diferentes formatos. La casa SERIMA lo lanzó con números que iban del 1 al 4, y que respectivamente, y según su número, llevaban de menos a más complementos. Así pues podíamos encontrar una caja en la que tan solo hubiesen los huesos que formaban el esqueleto, otra en la que se hallaban los órganos internos, una en la que aparecía el maniquí con los músculos sobre una figura en relieve, y la número 4, la más cara de todas y la que lo contenía absolutamente todo: los huesos, los órganos, el maniquí con los músculos y un manual explicativo en el que se desglosaban todas y cada una de las piezas con sus correspondientes nombres. Aún recuerdo lo que por aquel entonces me fascinó cuando, en dicho manual, leí el nombre de uno de los músculos del cuello; el que venía indicado con el número 18 para ser exactos: esternocleidomastoideo. Me alucinó esa palabra que retumbó en mi cerebro como una de las mejores palabras jamás inventada. Se me hacía extraño que semejante vocablo sirviese única y exclusivamente para designar a un mísero músculo del cuello. Me pareció que se desaprovechaba un término que bien hubiese podido servir para definir algo con mayor entidad o empaque. Qué se yo... para construir frases enormes como: “La inmensidad del universo es infinita y esternocleidomastoidea”, o... “Por fin se ha firmado un acuerdo esternocleidomastideo en virtud del cual, las diferentes naciones del mundo acuerdan mantener la paz mundial”. Pero no, la palabra que a partir de ese día, fue para mí un término de culto, únicamente servia para definir a ese jodido músculo del cuello que permitía que la cabeza girase y se flexionase de modo lateral. O sea, que era algo así como decir que era mejor mirar hacia otro lado y restarle a la palabra “esternocleidomastoideo” la importancia que tenía.

El caso es que mi tía Pilar se gasto las 650 pesetas que costaba el juguete en su versión más cara y completa. Aproximadamente una cantidad que no llegaba a los 4 €uros, pero que por aquellos tiempos ya eran pelas, ya.

A partir de ese día mi infancia ya nunca fue la misma. Conocer minuciosamente cómo éramos por dentro me hizo tener sentimientos encontrados con mi propia especie. Las chicas por ejemplo; eran hermosas por fuera, guapas de cara y en especial los domingos cuando salían a pasear con las trenzas y las coletas bien hechas y no a toda prisa como sucedía en los días de cole. Los modelitos por encima de las rodillas que dejaban ver sus pantorrillas, sus calcetines blancos y esos zapatitos negros de charol formaban un conjunto de lo más atractivo. Y que decir de las revistas que papá y mamá escondían por algún cajón de casa o bajo la cama, y en las que mujeres exuberantes se mostraban desnudas en provocativas poses. Todo eso era fascinante y me producía un inexplicable calor en la entrepierna, pero... ellas, las chicas... Eran por dentro igual que mi maniquí de la Anatomía Humana? En serio? Tenían ese conducto de entre 6 y 8 metros de largo llamado intestino delgado, en el interior del cual se verificaba la formación del quilio y del jugo pancreático e intestinal que contenía fermentos, invertina, lactosa y maltasa? Joder... Pues que asco!

Por fortuna me convencí a mi mismo de que eso no era posible y de que las chicas, y debido a que se les llamaba “macizas”, eran eso, macizas, y que en su interior estaban formadas también de esa maravillosa textura compuesta de carne y piel que resultaba tan agradable al tacto y que desprendía un sensual olor. De lo contrario, la casa SERIMA hubiese sacado también un maniquí femenino, y... Por qué no lo hizo? Eh? Pues por eso, porque no merecía la pena, ya que las chicas no tenían ninguna de esas cosas asquerosas por dentro. Faltaría más!

Como ya indiqué en una entrada anterior, lo que resultaba más frustrante del juego de Anatomía Humana, fue el descubrir que el maniquí no tenía pito. No había colgajo alguno y en el manual de instrucciones, pese a detallar minuciosamente: el esqueleto, el aparato respiratorio, el digestivo, el sistema circulatorio, el sistema nervioso, excretor, endocrino, los músculos, etc, no decía ni palabra sobre los órganos sexuales, de modo que no había más remedio que creer a pies juntillas lo de la cigüeña y olvidar todas esas teorías perversas que apuntaban a que hombre y mujer se unían en un acto de cópula sexual para tener hijos. Una vez más la iglesia tenía razón en aquella España en la que la iglesia SIEMPRE tenía razón. Sin duda que aquello que me colgaba a mi entre las piernas no era más que algún tipo de malformación que era mejor no tocar, ya que en caso contrario se ponía duro, se marcaban las venas y se procedía al secado automático de la médula espinal y terminaba produciendose una irreversible ceguera.

Pese a todo, jugar con la Anatomía Humana de SERIMA, tenía su punto perverso. Eso de construir pieza a pieza a un ser humano nos convertía en jovencitos Frankensteins con ese punto de enajenación que caracterizó al personaje creado en 1818 por la dramaturga británica Mary W. Shelley y en la que su protagonista, el doctor Victor Frankenstein, elaboraría delicadamente a un monstruo formado con diversos trozos de seres humanos muertos, y al que finalmente daría vida. El juego de la Anatomía Humana nos proponía algo de eso. Y pese a esa Iglesia todopoderosa, omnipresente y represora, mi amigo Boliche y yo, encerrados en mi habitación y montando pieza a pieza a aquel ser de plástico, rivalizábamos con el poder de Dios construyendo a ese maniquí y convirtiéndonos en infantiles Prometeos dispuestos a desafiar a cualquier deidad estúpida que se atreviese a arrebatarnos nuestro poder. Un poder que con el tiempo tuvo sus resultados, ya que descubrimos, a pesar de la iglesia, de SERIMA y del régimen establecido, que el colgajo, el pito ese que muchos de mi generación consideramos que no se trataba de nada más que de una malformación, era en realidad un fabuloso ESTERNOCLEIDOMASTOIDEO, un instrumento que nos proporcionaría toneladas de placer y que sin duda, por eso y no por otra cosa... era considerado pecado.





Créditos de las imágenes: 1, 2, 3, 4) Juego de la Anatomía Humana de SERIMA. Colección particular de El Kioskero del Antifaz. 5) Ilustración de Sergi Càmara. 6) Librito explicativo correspondiente al juego de Anatomía Humana y que proponía aprenderse el nombre de todas las partes del cuerpo. Para ello, los nombres de los diversos huesos, órganos, músculos, etc, estaban rotulados en rojo, y gracias a una filmina transparente del mismo color, quedaban ocultados a la lectura de modo que nos facilitaba su memorización.

martes, 30 de agosto de 2011

El Papus

El próximo día 20 de septiembre hará 34 años que el grupo terrorista de la ultra derecha, denominado “La Triple A” colocó un artefacto explosivo en la redacción de la revista “EL PAPUS” de la calle tallers de Barcelona. La bomba se la dieron al conserje del edificio para que le entregase “el paquete”a Xavier de Echarri, director de la publicación. Juan Peñalver Sandoval, el conserje, resultó muerto como consecuencia de la explosión que le pilló de pleno. Algo más de una docena de heridos leves fueron también las víctimas directas de aquel lamentable atentado.

Mi experiencia personal de aquel día la comenté ya en esta entrada y con motivo de un libro sobre el humor gráfico que realicé para Parramón Ediciones.

Los detalles sobre cuanto aconteció al hecho, a la investigación posterior, y el incomprensible desenlace de que, a día de hoy, aún no hayan aparecido culpables ni se hayan fijado indemnizaciones para las víctimas, lo pueden encontrar en este estupendo documental elaborado por RTVE que aquí mismo les enlazo.

De modo que lo único que puedo contar en relación al semanario de humor más corrosivo de la transición española, es una de las muchas anécdotas que conservo de mi colaboración con la que fue la segunda etapa de la revista después de la bomba. Breve colaboración debida a que el espíritu de la revista fue claramente afectado por la explosión y por una crisis de esas que durante los años 1984 - 1986, llevó a la editorial a una irremediable suspensión de pagos.

Les dejo con una historia que creo, refleja con claridad las numerosas contradicciones de una época en la que se estaba llegando al final de una transición política, pero en la que aún seguían mandando los mismos.

Recuerdo que cuando me mandaron la carta en la que “amablemente” me pedían que me alistase a las filas del flamante ejército español, hice un ejercicio mental en el que traté de imaginar cómo me iría a mí haciendo “la mili”. La verdad fue que lo que me esperaba no pintaba nada bueno. No tenía más que los estudios primarios y unos estudios secundarios incompletos. Tampoco tenía ningún oficio de formación profesional como de carpintería, electricidad, mecánica, o cualquier cualificación profesional que me asegurase algún destino más o menos llevadero en el ejército. Lo único que había hecho después de abandonar mis estudios y durante los siguientes cuatro años había sido dibujar historietas y humor gráfico dentro de la corriente underground de aquella época, de modo que mis dibujos estaban plagados de mujeres desnudas y de ocurrencias pretendidamente ingeniosas que apuntaban en contra de los políticos, de los militares, de los fascistas, así como en contra de cualquier cosa que pudiese significar un régimen autoritario. Definitivamente no era el material adecuado para mostrarles a los del ejército con el que dar fe de mi trabajo de dibujante y que, gracias a él, me destinasen a un cuartel con algún despacho cómodo en el que poder seguir con mi labor de “pintamonas”. Vaya... que me veía vestido de uniforme chupando guardias por un tubo ante las inclemencias del tiempo y haciendo más maniobras y moviéndome más por la pista americana que un garbanzo en la boca de un viejo sin dientes.

Pasaron los días, y cuando me encontré preparando mi petate y los enseres mínimos para tomar un tren e incorporarme al “ejerssito epañó” dispuesto a derramar hasta la última gota de mi sangre por Dios y por España, se me ocurrió que no sería tan mala idea después de todo. Llamé a mi editor Carlos Navarro por teléfono y le pedí una cita.

—Cómoooo? Pero tu te has vuelto loco hijo mío? —me dijo mi editor sentado en la mesa de su despacho, mientras que yo estaba allí, en pie frente a él.
—Se trata de una simple carta señor Navarro, no le pido nada más que eso. —le insistía yo.
—Vamos a ver, alma de cántaro. No estoy dispuesto a sentirme culpable el resto de mi vida porque te hayan montado un consejo de guerra y te hayan hecho fusilar —me decía él —. Que mira que esos tipos son muy bestias, y que aunque haga nueve años que se les ha muerto el jefe, los que mandan siguen siendo ellos.
—Lo sé, lo sé, y le entiendo perfectamente, pero prefiero pasar la mili en un calabozo antes que metido en una garita. Además... quién sabe, es posible que hasta se acojonen si ven que trabajo en un medio de comunicación subversivo. Igual hasta se cagan patas pa’bajo y me licencian en pocos días.
—Tú si que te vas a cagar. Con esa gente no se puede hacer el chulo. Acaso no recuerdas que nos pusieron una bomba? Y ahora quieres meterte en la boca del lobo y decirles donde trabajas? —me preguntó.
—Pues si. —le respondí con determinación marcial (lo de marcial fue, porque ya estaba yo practicando, y eso).
—No se hable más si eso es lo que quieres.

El señor Navarro pulsó un botón del interfono que había sobre su mesa y le pidió a su secretaria personal que tomase un papel con membrete de Ediciones Amaika y que redactase la siguiente carta:

—”Como editor gerente de Ediciones Amaika, informo a quien corresponda que el humorista gráfico Sergi Cámara, colabora desde...” Por cierto hijo. Desde cuando trabajas con nosotros?
—Exactamente no recuerdo.
—En fin, da igual. Prosigo señorita: “...colabora desde hace unos años en nuestras publicaciones editoriales tales como: El Papus, El Harakiri, El Puro, La Judia Verde, etc, y en calidad de dibujante y redactor de textos. Firmado, etc, etc”. En cuanto la termine tráigala a mi despacho.

Al poco rato aparecía la secretaria con la carta en la mano y con un sobre en el que también podía verse el membrete impreso de la editorial. El señor Navarro estampó su firma sobre la carta, la metió cuidadosamente en el sobre y me la dio.

—Joder! —exclamó —. Por un momento me he visto como el Generalísimo firmando sentencias de muerte. Estás seguro de lo que haces?
—Absolutamente señor. No se preocupe tanto que no va a pasar nada. Muchísimas gracias y ya pasaré a visitarle cuando me den permiso.
—Permiso? Me conformaré con no tener que ir a verte a una prisión militar para llevarte tabaco.

El señor Navarro y yo nos despedimos cordialmente. Quedamos en que durante mi estancia en la mili seguiría haciendo mis historietas y que o bien se las mandaría a él por correo, o las mandaría a mi casa para que mi padre pudiese ir a la redacción a hacer las entregas y a recoger los cheques. Y así fue, pese a mi nueva vida militar siempre encontré algún que otro momento (en la clandestinidad, obviamente) para dibujar algo de material que el señor Navarro pudiese publicar.

Para mí, la mili empezó en Colmenar Viejo. Allí me raparon, me dieron ropa de color verde, cubiertos, una llave para mi taquilla y unos platoons identificativos; no fuese el caso que pisase alguna mina o me estallase una granada en la mano y mi cuerpo quedase inidentificable. También me asignaron una litera y una compañía; concretamente la 24 del 2º batallón, y para terminar el Kit me dieron un número; el 222, y ese iba a ser “mi nombre” durante los siguientes tres meses.

A los pocos días empezaron a hacernos tests psicotécnicos, revisiones médicas y a clavarnos vacunas. Para todo había que formar largas colas, y una de ellas, una de esas colas, fue para rellenar un formulario y aportar documentos que acreditasen nuestro nivel de estudios y nuestra experiencia laboral. Allí fue donde entregué la carta de Ediciones Amaika que me firmó el señor Navarro... mi suerte estaba echada.

Una noche, mientras dormía placidamente en mi litera, me despertó un instructor. Eran alrededor de las tres de la madrugada.

—Recluta! El suboficial quiere verte!

En calzoncillos, pero con las botas y las trinchas puestas, seguí al instructor hasta el despacho del sargento de la que era mi compañía. Por el camino un cabo (el cabo Frutos) me hizo besar una foto con la alineación del Real Madrid y gritar: “Hala Madrid!”. Lo hice... que remedio.

El sargento en cuestión era un tipo de Valencia que también iba en calzoncillos, que llevaba puestas sus botas y sus trinchas y que me miraba con una cara de mala leche tremenda.

—Eres tú el tal “Sergi” que trabaja en esas revistas de rojos? —me preguntó.
—Si mi sargento. Soy yo.
—Curioso... te hacía con barba y con melenas —me dijo, mientras que a mis espaldas, el instructor, dejaba ir una carcajada.
—Y así era mi sargento, hasta que la pasada semana pasé por la barbería.
—de todos modos, veo que no eres muy amigo de la maquinilla de afeitar. Eh? —el sargento deslizó su bolígrafo por mi barbilla prestando atención al “ris, ris” que se producía al contacto con los incipientes pelillos que habían por mi cara.
—Es que... me crece, mi sargento— le comenté.
—déjenos solos instructor, y cierre la puerta —ordenó el sargento al capullo que estaba detrás de mí.

La máxima autoridad nocturna en la compañía y yo, estábamos frente a frente, solos. Todo indicaba que no habrían testigos de las vejaciones que aquel tipo parecía dispuesto a proferirme. Jamás pensé en mi vida que llegase un día en el que iba a ser torturado, y menos aún sentado en una silla, en calzoncillos, en trinchas y con botas. Me encajaba la idea de que mi torturador fuese un militar, pero el verle a él también en calzoncillos, con trinchas y con botas, le daba a todo aquello un macabro toque de humor, curiosamente típico de la revista... El Papus.

—Siéntate —me dijo—. Así que tú dibujas a las tías en pelotas que salen en esta revista?

Para mi sorpresa, del cajón de su mesa sacó un ejemplar de la revista Harakiri abierta por una página en la que aparecían dibujos míos.

—A esas tías las he dibujado yo... entre otras cosas.
—Estupendo. Mañana hay instrucción.
—Lo sé mi sargento.
—Los de tu compañía irán a dar barrigazos por la montaña, a revolcarse por el barro y a correr unos cuanto kilómetros bajo una lluvia de mil demonios.
—También lo sé mi sargento. Nos lo han explicado esta noche en la orden del día. Mañana tenemos instrucción.

El sargento valenciano se levantó, se acercó hacia mí, se puso a mi espalda mientras yo permanecía sentado en la silla, colocó sus manos sobre mis hombros y me dijo:

—Tú te quedarás aquí, en mi despacho. Estarás al lado de mi estufa. Los instructores te traerán papeles y todo cuanto necesites, y a cambio... nos dibujarás a unas cuantas de esas tías en pelotas. Qué opinas?
—Qué quiere que opine mi sargento? Me parece bien.
—Pues ahora lárgate a dormir, apenas quedan un par de horas para que suene el toque de Diana, así que en cuanto estés vestido te quiero aquí, en mi despacho.

Me despedí del suboficial, y cuando me acercaba a la puerta para asimilar toda aquella situación surrealista, el sargento llamó mi atención de nuevo.

—Una cosa más recluta. Hablas catalán?
—Lo hablo mi sargento.
—Excelente. Yo hablo valenciano así que podemos entendernos. Cuando estemos solos hablaremos catalán y valenciano y me tratarás de tú. En presencia de cualquier instructor, mando o recluta de esta compañía seguiré siendo tu sargento. Queda claro?
—Como el agua mi sargento.
—Que passes una bona nit —se despidió mientras se quitaba sus botas y se disponía a entrar en su litera.

Apenas hice instrucciones, guardias o imaginarias. El sargento valenciano se las ingeniaba como podía para dejarme en la compañía para que le hiciese dibujos: de su novia, de su hermana... me traía fotos de él con sus colegas para que les dibujase, e incluso me permitía que ocupase parte del tiempo en hacer las historietas para el señor Navarro. Quien le iba a decir a él que su carta, esa carta por la que iban a formarme un consejo de guerra, iba a terminar siendo un salvoconducto para un confortable escaqueo.

Yo creo que cuando dicen eso de “inteligencia militar”... se refieren al sargento valenciano de la 24 compañía del 2º batallón de Colmenar Viejo. Un tipo con sentido del humor.


jueves, 25 de agosto de 2011

Lulu y el génesis

No recuerdo el día en el que Lulu y yo nos vimos por primera vez. Puede que llegase a casa en la segunda o tercera noche de reyes de mi vida, así que yo no era más que un mocoso demasiado pequeño como para recordarlo. No obstante, tengo muy presente a Lulu entre mis juguetes de finales de los años 60’s. Se trataba de uno de esos juguetitos mecánico y metálico que ofrecía muy poca interactividad, ya que tras darle algunas vueltas a su cuerda poco más se podía hacer salvo observar como daba saltitos a la vez que remostaba su pico contra el suelo. Con ese tipo de juguetes siempre pasaba lo mismo; jugabas con ellos dos o tres días a lo sumo, te dabas cuenta de sus escasas posibilidades y finalmente les desterrabas a “la caja”. La caja era una especie de limbo para juguetes. Una especie de mundo entre los vivos y los muertos, o en el caso de los juguetes, la frontera entre el calor del hogar y el vertedero. En esa caja se hallaban aquellos muñecos que por tener rota alguna de sus extremidades ya no eran aptos para el servicio activo ni para ninguna misión que implicase salvar al mundo o algo así. También se podían hallar rompecabezas incompletos, cromos que nunca encontraron su destino final pegados en las páginas de su álbum correspondiente, piezas sueltas de algún juego de construcciones, cuentos pintarrajeados con los colores Alpino, cochecitos sin ruedas, pistolas sin cachas, soldaditos sin ejército ... y así cientos de objetos incompletos que permanecían en la caja, hasta el día en que mamá, en una de sus implacables revisiones, llenaba con ellos una bolsa de basura y desaparecían para el resto de los tiempos. Otros juguetes gozaban de mayor fortuna, eran los considerados “preferidos”, los que te llevabas los domingos al campo y viajaban en el SEAT 850 con el resto de la familia. Eran los que dormían con nosotros y compartían nuestro sueños e incluso a veces... nuestras pesadillas. Nunca viajé con Lulu a ningún lugar, y debido a su material metálico jamás dormí con aquella cadernera que a pesar de sus vivos colores daba pocas opciones de juego.

Sí recuerdo el día que encontré a Lulu en la estantería de mi habitación. Alguien se había apiadado de ella y la había rescatado de la caja para darle algún tipo de utilidad, ni que fuera de adorno. Acepté con agrado la nueva ubicación de mi cadernera metálica hasta el punto que pese a que la decoración de mi habitación iba cambiando con el paso de las décadas de los 70’s y parte de los 80’s, Lulu permaneció allí. Primero haciéndoles compañía a mis Madelman, posteriormente a los útiles de vidrio de mi juego de química, al lado de la rejilla para los tubos de ensayo. Más tarde compartió espacio con una minúscula colección de latas de cerveza vacías y posters de grupos de música Heavy, y así hasta que un día desapareció de forma definitiva, quizá por ser un objeto demasiado infantil para la habitación de un adolescente que empezaba a traer a casa a alguna que otra amiga. El caso es que le perdí la pista a Lulu. Mucho me temo que la abandoné en algún cajón y que con el tiempo fue a parar a alguna de esas bolsas de basura en la que terminan algunos juguetes e inician ese irremediable viaje sin posible retorno.

También recuerdo el día en el que, ignoro porque razón, Lulu vino a mi mente y sentí unos irreprimibles deseos de recuperarla. Aproveché una visita a casa de mis padres para buscarla por la que había sido mi habitación durante largos años, pero apenas quedaba nada de la vieja estantería, del armario con cajones, así como de algún rincón en el que hubiesen podido permanecer, aún, algunos viejos juegos. Mi habitación, se había convertido en la habitación de invitados y las posibilidades de encontrar por ahí a Lulu eran prácticamente inexistentes.

Hará pronto cuatro años que tuve algo en común con Lulu y con todos los juguetes que van a parar a "la caja”. Estuve, por decirlo de alguna manera... en el limbo y con inciertas posibilidades de regreso, pero regresé para disfrutar de lo que tienen de bueno las segundas partes (por más que haya quien diga que nunca segundas partes fueron buenas). Por experiencia puedo decir que no hay nada como una nueva oportunidad para poder vivir sin necesidad de preocuparse tanto por el futuro que es y será siempre incierto y para disfrutar más del presente que para lo bueno o para lo malo es, cuanto menos, palpable. Imagino que de ese breve viaje que hice por “tierra de nadie” nació también la vena nostálgica que me movió a recuperar parte del pasado para convertirlo en presente y plasmarlo poco más tarde en este blog en el que uno de mis primeros objetivos era precisamente el de poder escribir esta entrada. Lulu fue el primer juguete que busqué y busqué para mi colección que en sus orígenes no pretendía llegar a ser una colección. Se trataba únicamente de un intento por reencontrarme con años vividos, de recuperar formas, olores y sonidos de tiempos felices de esa infancia en la que los juguetes son inseparables compañeros con los que vivir inolvidables momentos.

Lulu, quizá por ese desapego que tuve con ella desde el día en que nos vimos por primera vez, se resistía a ser encontrada. Se negaba a formar parte de mi presente después de haberla desterrado a “la caja” tras un par o tres de días de haber jugado con ella. Pero Lulu, sin duda consciente de la importancia que tiene eso de ser un juguete para un niño mayor, cedió finalmente a mis búsquedas y se dejó encontrar para traerme con ella esas formas, olores y sonidos de tiempos felices, y para recordarme una vez más que todo es posible en esta vida y que incluso, en momentos difíciles, se puede salir de “la caja” y seguir haciendo camino.

jueves, 16 de junio de 2011

Cine NIC

Mis padres estaban a punto de llegar del trabajo mientras que mi yaya Lola andaba por la cocina preparando algo ligero para la cena. Yo permanecía clavado delante de la tele viendo algún programa de esos que hacían de entrevistas y actuaciones musicales, pero toda mi atención estaba centrada en escuchar cómo mis padres subían por las escaleras y entraban en casa, por fin.

—Yaya... Van a tardar mucho los papas?
—Me lo acabas de preguntar hace un rato, así que... ya queda un rato menos— me respondía ella desde la cocina.

Era lógico que esperase con ansia su llegada. Yo tendría unos siete u ocho años y no me dejaban jugar solo con mi Cine Nic, las veces que lo había sacado de su caja sin permiso y me había puesto a ver películas con él, los resultados habían sido desastrosos: o bien me quemaba con su chapa recalentada por la bombilla de 40 vatios, o bien me cortaba con la fina hojalata de sus aristas. Así que no había otra; si quería ver alguna película con el Cine Nic... tenía que esperar a papá o a mamá, ya que mi Yaya Lola no podía dejar sus quehaceres para estar dándole a la manivela del pequeño proyector.

No fueron pocas las veces que me acosté sin ver la esperada película, los motivos eran varios, pero el más recurrido era el típico: “bufff cariño, ahora no, venimos muy cansados. Después de cenar. Vale?”. Yo cenaba a la velocidad del rayo, ya tenía bastante con esperar la llegada de ellos, así que las albóndigas desaparecían de mi plato en un visto y no visto. Aún y así, cuando la cena ya estaba terminada venía la segunda parte del eterno pretexto: “Cielo, a lavarte los dientes y a dormir que mañana tienes cole. Ya te pondremos alguna película el domingo que papá y mamá tendremos fiesta”. Creo que por eso siempre odié el trabajo de mis padres.

Resignado me largaba hacia mi habitación, me ponía mi pijama, me lavaba los dientes y me despedía de mis padres dándoles un desganado beso de buenas noches.

—Oye! No tuerzas el morro por todo. Me oyes?— me decía mi padre mientras que con un aspecto cabizbajo y arrastrando mis pies, desparecía por la oscuridad del pasillo.
—Jo!... es que...— mascullaba yo.
—Es que. Qué? A ver si aún voy a tener que darte un sopapo!— amenazaba mi padre sentado desde el sofá. Se giraba hacia mi madre y proseguía —Pero qué se ha creído este crío?... Será posible?

Afortunadamente el paso del tiempo tiene de bueno eso de que te pone años, cosa muy importante cuando uno es pequeño, no puede hacer según qué, y está deseando hacerse mayor. Así que entre momentos buenos, momentos malos, notas bajas y demás, pasaron un par de años, y entonces ya si, ya nada ni nadie podía impedir que le echase mano a la caja de mi Cine Nic y me organizase mi propia sala de proyección en mi habitación o en el comedor de casa. Tenía un buen montón de películas que podía ver una detrás de otra, y si me quemaba o me cortaba con la chapa del proyector, ya a nadie le importaba debido a que no me quejaba ante la posibilidad de ser obligado a desprenderme nuevamente de mi juguete.

Convertido ya en un experto proyeccionista no tardé en desear dar un paso más en “el apasionante mundo del cine”. A decir verdad la realización de las películas que se podían proyectar con un Cine Nic era de una sencillez absoluta. Bastaba con hacerse con un buen montón de papel vegetal, realizar una serie de dibujos (como si se tratasen de una tira cómica) en una franja superior y repetirlos en una franja inferior con alguna ligera variación que determinaría el movimiento. El talento y los rotuladores Carioca harían el resto, y como no, el sencillo mecanismo del proyector que se ocuparía de mostrar los resultados obtenidos gracias a mi creatividad y a la manivela, que servía para arrastrar la película por detrás del doble obturador que permitía ver de forma alterna los dibujos realizados en la banda superior y en la inferior, creando así la fantástica ilusión de los dibujos animados.

Mi madre se ocupó de proveerme de papel vegetal durante un tiempo. No recuerdo si lo vendían ya o no en las papelerías, imagino que si, pero una vez comprobado que el papel con el que se envolvía el pescado en la plaza otorgaba la textura y el grado de translucidez idóneo para la realización de los primeros films, era fácil conseguir la materia prima con la que me iniciaría en esta empresa.

—Toma Nuri, aquí tienes un buen montón de hojas limpias de papel para tu hijo— le decía la pescadera a mi madre, mientras que desde su puesto en la plaza, y sin perder de vista a la clientela que deambulaba por el mercado, cortaba la conversación en seco para llamar la atención de las clientas que miraban las merluzas de las paradas de al lado: —Miri nena! Peix fresc senyores! El peix més fresc de la plaça!
—Oh gracias! Mi hijo estará encantado— le decía mi madre.
—Que por cierto... Para qué quiere tu hijo papel para envolver pescado?— preguntaba extrañada la pescadera.
—Lo quiere para hacer películas— respondía mi madre no dándole mayor importancia.

“Películas?” pensaría la pescadera quedándose con cara de merluza, no entendiendo nada y volviendo, como si tal cosa, a propinarle hachazos a un pobre pescado abierto en canal sobre la madera de cortar.

No conservo ninguna de esas viejas películas que hice con el papel del pescado y aprovechando los cartuchos de películas Nic originales, que una vez destrozadas de tanto pase, formaban parte de mi departamento de reciclaje para convertirse en películas nuevas y caseras. Recuerdo especialmente una que tuvo una gran aceptación por parte del público, compuesto principalmente por vecinos del barrio, compañeros de clase y por mis padres, que mira tu por donde, pasaron de proyectarme las películas en esos días en los que no me dejaban tocar el proyector, a ser espectadores en un momento en el que ya era yo quien no dejaba que lo tocasen ellos. La película en cuestión se trataba de un plagio que hice, bueno... mejor dicho: “homenaje” o “remake”, de una de las películas clásicas del Cine Nic y que se titulaba “La isla del tesoro”, la mía se titulaba igual y la trama era más o menos la misma. Substituí a los anodinos personajes de la película original por piratas (creo que me pareció más comercial), y el final de la película en la que los protagonistas encuentran un mensaje de lo más ejemplarizante de la época, lo cambié por un final en el que mis piratas encontraban un cofre con un buen montón de monedas de oro; ya saben, el clásico final feliz, o “Happy End”.

No sé si fue por culpa, o gracias a, mi Cine Nic, pero a día de hoy, 36 años más tarde de jugar con mi proyector, sigo haciendo dibujos animados. Será cierto que un juguete es mucho más importante de lo que en un principio nos puede parecer.

Cine Nic

Seguidamente muestro un par de peliculas NIC; la primera es la original, realizada en la factoria del Poble Sec y de la cual hice mi particular Remake y que lleva por título "La isla del tesoro". La segunda se trata de una de las muchas que la empresa NIC adaptó de los estudios Walt Disney, y se trata del popular cortometraje de "Los tre cerditos".





Al igual que yo, el Cine nic nació en el barrio barcelonés del Poble sec. Los hermanos Nicolau Griñó: Josep Maria, Tomàs y Ramón, iniciaron en el año 1931 su periplo por el mundo de la fabricación de juguetes con la primera patente por la invención de “un aparato para la proyección de imágenes animadas”, lo hicieron en el local del número 48 de l’Avinguda del Paral·lel y desde allí, sacaron al mercado los primeros proyectores que terminarían convirtiéndose con el tiempo, en uno de los juguetes más deseados por lo niños de más cuatro décadas; desde 1931, hasta 1974, año en el que desapareció la marca. Fue en 1954 cuando la factoría Nic se trasladó a un nuevo edificio en el número 175 de la calle Conde del Asalto, hoy en día conocida como carrer Nou de la Rambla, y muy cercana a su emplazamiento inicial.

Tomàs era industrial e ingeniero textil, y en la empresa Nic se ocupó de todo lo referente a la dirección general, así como a escribir los guiones y a realizar las adaptaciones para las películas. Josep Maria era ingeniero industrial y se responsabilizó de las tareas administrativas, y finalmente, Ramón, que era arquitecto y poseía buena habilidad para el dibujo, fue el autor de los dibujos de casi todas las películas de la primera época, hasta mediados de los años 40.


Pere Bosom griñó, primo de los tres hermanos, así como su hijo Pere Bosom del Rosal, se encargaron del taller mecánico y del proceso de fabricación del juguete.

A lo largo de los cuarenta y tres años de existencia del proyector Nic fueron patentados una veintena de modelos distintos, algunos de ellos sonoros gracias a la incorporación de un soporte en el que se ponía un disco de piedra que giraba, al igual que la película, con el golpe de manivela, de forma que imagen y sonido se sincronizaban.

El Cine Nic se convirtió en un juguete de gran éxito que se comercializó también en Francia, Alemania, Portugal, Gran bretaña, Italia, Suiza, Cuba. México, Japón y Estados Unidos entre otros países. Su nombre cambió según el punto geográfico en el que se hallaba, pero siempre bajo la licencia cedida por los hermanos Nicolau. Así el cine Nic, en función del país, pasó a llamarse: Ciné Selic, Cine Tom, Eagle, Star Cinema, Topolino NIC, etc.

Al margen de las muchísimas películas creadas desde Barcelona por los dibujantes y equipo artístico de Nic, la factoría obtuvo de la Walt Disney Merchandising Divison, la licencia para la adaptación y reproducción de sus films, llegando a publicar un total de doscientos títulos de la Disney desde 1942 y empezando por la Blancanieves, hasta la última película realizada en vida de Disney, El Libro de la Selva, además de numerosos cortometrajes.

Algunos de los personajes creados por el equipo de Nic fueron: Tom el Cowboy, Miau, Nikito, Perro sabio, manolín, Pulgarcito, etc. Y se comercializaron títulos y series tales como: Dongo el hombre de la selva, Planeta K-10, Muñeco de nieve, Grandes cacerias, Coronel Cody, El viejo cañón, etc.

Créditos imágenes: 1) Proyector Cine Nic años 70. Colección Particular. 2) Proyector Cine Nic años 50. Colección Particular. 3) Proyector Cine Nic años 30. Colección Particular. 4) Peliculas para Cine Nic. Colección Particular. 5) Gif animado realizado por Sergi Càmara. 6) Logo de la marca Nic diseñado en 1932 por el ilustrador publicitario Eduard Jener (1882-1967). 7) Una de las múltiples imágenes realizadas para la adquisición de la patente.

Otros créditos: Películas extraidas del canal de Youtube de Salvi Jacomet.
Documentación y reseñas procedentes del libro titulado "El cine NIC, una joguina històrica del Poble-Sec", escrito por Jordi Artigas i Candela, y editado por L'Ajuntament de Barcelona en 1998.


viernes, 10 de junio de 2011

Harriet, la tortuga kioskera de los 70's

Os presento a Harriet. No sé si sabéis que Charles Darwin se hizo con un ejemplar de tortuga en uno de esos viajes en barco que realizó para estudiar a distintas especies animales y para finalmente, llegar a la conclusión, después de estudiarlos a todos, e incluso de descubrir a algunos de nuevos, que nosotros, los humanos... veníamos del mono.

Algo de razón tenía el bueno de Charles por más que los creacionistas insistan en contarnos que fuimos creados por un ser divino y superior. Superior? Anda que alguien superior hubiese perdido su tiempo en crearnos a nosotros pudiendo emplearlo en cosas más interesantes.

Volviendo a Harriet. El Sr. Darwin tuvo, por allá el año 1830, a una pequeña tortuga recién nacida a la que le puso ese nombre. Quizá era de esperar que un tipo como Darwin le pusiese uno de esos nombres que él solía poner del estilo de: “Quelonia Sauropsida” y tal, pues bien, ese nombre también se lo puso, y si no fue Darwin fue algún otro chiflado al que le molaba ponerles esos nombres a los animales para que al final... todo el mundo termine llamándoles “tortuga”, que es así como más familiar y más de estar por casa. El caso es que la tal Harriet murió en el año 2006; es decir... que la muy jodida vivió 175 años!!! Manda cojones el bicho!

Evidentemente el ejemplar que os muestro en la foto no se trata de Harriet. Me gusta coleccionar juguetes pleistocénicos, pero de ahí a tener cadáveres en mis estanterías... hay un abismo.

Se trata ni más ni menos que de una de las tortugas de plástico kioskeras que se hallaban en los kioskos setenteros, y que por más que me lo neguéis, no voy a creer que no tuvieseis nunca una. Qué niño o niña de la época no jugó con una de esas tortugas? Quién no alucinó con la tecnología punta que se hallaba en sus entrañas, y que tras tirar de un cordelito provocaba que la tortuguita corriese por el pasillo de casa como loca en busca de una hojita fresca de lechuga? Vale, la tortuguita era fea, pero era imposible; yo diría que inevitable... terminar comprando una. O no?

De las tortugas -aunque os pueda parecer que no- se aprende mucho. Basta con observarlas con cierto cariño y una buena dosis de curiosidad. Se aprende, por ejemplo, a que funcionando despacio por la vida se pueden llegar a conseguir todos los objetivos y sin necesidad alguna de pisar a nadie (no olvidéis que hubo una tortuga que incluso llegó a ganarle una carrera a una liebre). Se aprende también que eso de tomarse la vida con calma es uno de los ingredientes fundamentales para lograr una más que aceptable longevidad; Harriet, a pesar de que vivió algo estresada en compañía de Charles, es un buen ejemplo de ello. Y por último, pero no por ello menos importante, se aprende a que de nada sirve vivir deprisa, morir joven y convertirse en un bello cadáver. Mira lo feas que son las tortugas (porque no hay que negarlo... son feas, feas), pero no por ser feas y tener cara de tortuga (nunca mejor dicho), dejan de poseer su encanto. Es más, cuando uno nace feo es muy probable que con el paso del tiempo, hasta mejore.

Así que ya sabéis. Si de algo sirve lo que yo os pueda decir para que lo reflexionéis a lo largo de este fin de semana, tened en cuenta lo siguiente: Ir despacito es lo mejor, ya que tarde o temprano se llega a todas partes, y que además... eso de correr es de cobardes. Tomaros la vida con calma ya que de lo contrario... es tontería. Y en el caso de que seáis feos, o feas (lo siento, pero no va por mí), tened presente que con ese aspecto difícilmente iréis a peor.

Aunque con menos asiduidad de lo normal (amic Francesc ;-) sigo poniendo entradas en este blog. Os aseguro que para la próxima no voy a tardar 175 años; aunque eso si, cuando yo llegue a esa edad, estaré fresco como una rosa, o lo que es lo mismo, como una: “Centifolium Pholyantha”... como diría el amigo Darwin, Charles Darwin.

Créditos imagen: Tortuguita kioskera de plástico de los años 70's. Colección particular.


Nota del autor: La tortuguita de la foto puede que tenga unos 40 años, y ya veis... está hecha una chavala! ;-)

miércoles, 20 de abril de 2011

Tai-Pan de juguetes Gracia

Y mira que nos lo advirtieron... La fabrica de juguetes Gracia, por allá principios de los años 70, nos presentaba un juego fantástico que consistía en una caseta de tiro al blanco (bueno... al chino), provista de una pistola lanzadora de discos; para más señas... amarillos.

Se trató de un juguete premonitorio de lo que sin duda terminaría sucediendo. Fue un estertor, un grito desesperado de la empresa juguetera española que nos preparaba para lo que terminaría siendo la desaparición del “Made in Spain” y de la llegada del “Made in China” que a día de hoy resulta ser ya algo imparable.

La caseta de tiro de juguetes Gracia nos presentaba a cinco chinos que impertinentemente, y gracias a un sofisticado sistema mecánico accionado por una pila de petaca, asomaban en forma alterna sus cabezas sonrientes y nos retaban a que disparásemos certeramente en su entrecejo. Aún y así, los niños de la época no pillamos el mensaje. Nos limitamos a jugar con el Tai-Pan como si se tratase de un juguete más, cuando en realidad, lo que el fabricante nos estaba lanzando era el mensaje de que China, empezaba a tomar posiciones para llegar a convertirse en la primera potencia mundial. Nos decía que ese lejano y milenario país empezaba a abrazar la economía capitalista, y que no se conformaría con las copias malas de marcas internacionales que venderían a precio de saldo en mercadillos y bazares, sino que además, terminarían fabricando nuestros productos, tomando posesión de nuestros comercios, apropiándose de nuestros bares e incluso dejando a un lado al Chop- Suey para cocinarnos tortillas de patatas en el bar, que antes era “Bar Manolo” y que ahora, aunque mantenga el cartel de su antiguo propietario, el actual dueño es un chino.

Los chinos son como Dios -al margen de que hay tantos... que están en todas partes-, aprietan, pero no ahogan . Los chinos no van a permitir que caigamos en desgracia. Ellos van comprando nuestra deuda para asegurarse de que no vamos a dejar de comprar sus productos, de modo que para ellos, la inversión en deuda es un negocio rentable.

Además consiguen cosas imposibles. Consiguen que nos olvidemos de que China es una dictadura comunista que pisotea los derechos humanos. Que se trata del país que ejecuta en pena de muerte a más personas que el resto del mundo en su conjunto, aunque las cifras totales siguen siendo un oscuro secreto. Consiguen también que todo occidente mire hacia otro lado mientras ellos expolian y reprimen (desde hace más de 70 años) al pueblo tibetano en una invasión que ha supuesto la destrucción de monasterios actualmente reconvertidos en sedes oficiales del Gobierno chino, además de millares de asesinatos y de todo tipo de vejaciones que van desde las persecuciones y los encarcelamientos, hasta la tortura o el confinamiento de miles de tibetanos en campos de trabajo forzoso. Claro que mientras nos vayan dando parné... todo esto no importa, o importa poco.

La casa de juguetes Gracia ya nos lo advirtió. De un modo subliminal y con el Tai-Pan, nos estaba pidiendo que detuviésemos el avance de algo que terminaría siendo imparable, pero... tampoco hicimos caso.

Así pues, somos los únicos culpables de haber cedido todo este terreno. Nadie nos ha puesto (todavía) una pistola en la sien para que les cedamos nuestros negocios a cambio de un fajo al contado, ni de que con tal de producir más barato hayamos trasladado nuestras fábricas allí empobreciendo nuestra capacidad productiva de un modo irrecuperable.

Eso nos pasa por fiarnos de quienes nos ofrecieron arroz tres delicias y flipamos con eso. Para nuestra sorpresa, algunos seguimos estupefactos aún al descubrir que las tres delicias no eran más que: tortilla, jamón York... y guisantes.

Imágenes: Tai-Pan de juguetes Gracia años 70's. Colección particular.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Cyborg Generation

En la década que da título a este blog, los niños jugábamos a indios y a vaqueros, a piratas, o a mosqueteros. Las niñas, por su parte, jugaban a cocinitas, a papás y a mamás o ponían en fila a sus muñecas y hacían de maestras. El caso es que raramente coincidíamos ambos sexos en nuestros juegos, porque lo de jugar a médicos... eso vino luego. Así que únicamente nos juntábamos para darnos malestar común: los niños tirando de las trenzas de las niñas y ellas sentándonos al lado de sus muñecas para impartirnos alguna clase de cualquier cosa en la que encima... nos reñían por inútiles y por portarnos mal.

Afortunadamente el progreso nos ha traído a todos un juguete común. Un juguete que nos mantiene en contacto, aunque sea virtual y con el que es imposible tirar de las coletas de nadie, pero eso si... un juguete que marca la diferencia entre estar “In”, o estar “Out”, y del que os comunico a través estas líneas, que ya dispongo de uno. Me refiero al SmartPhone.

Adiós para siempre al viejo teléfono setentero de la marca CITESA de telefónica en sus diferentes colores crema, marfil, verde hospital, azul plomizo, rojo, etc, y a sus diversos supletorios modelo Góndola y que por el hecho de tener dos teléfonos en casa: uno en la sala de estar o recibidor, y otro en la habitación de papá y mamá, nos pensábamos que estábamos ya perfectamente comunicados con el mundo exterior (ingenuos). Adiós definitivo al sonido de timbre de campana que emitían semejantes artilugios que era imposible hacer portátiles más allá de lo que nos permitía la extensión del cable que les mantenía unidos irremediablemente a la roseta de la compañía de teléfonos.

Obviamente toca despedirse también (en este caso... despedirme) de mi viejo “ladrillo” portátil, de mi celular antediluviano, de mi móvil que apenas tenía pantalla a color y desde el cual no podía descargarme ninguna aplicación y que a duras penas me permitía acceder a mi correo electrónico.
Mi móvil, bueno... ahora ya mi ex móvil, era de esos de casi primera generación y que para hacerlo realmente “móvil” como su nombre indica, había que cargar con él en el interior de una mochila. Cada vez que recibía una llamada de alguien y tenía que sacarlo delante de mis amistades, me decían: “Pero... Dónde vas con eso alma de Dios!”. Me miraban como a una rareza de la naturaleza, como si yo fuese una extraña criatura abandonada por algún eslabón en la cadena evolutiva del ser humano. A lo que yo, todo orgulloso y con mirada de suficiencia (por encima del hombro) respondía: “Qué pasa? Es que acaso para recibir o hacer llamadas necesito algo más?”. Rápidamente mis amistades se afanaban en decirme que con la cantidad de puntos que debía llevar acumulados podría conseguir un teléfono mejor. Que a qué esperaba para ir de inmediato a la empresa proveedora de mi servicio de telefonía y pedirles, lo que ellos denominan... “un móvil inteligente”.

Por si eso fuese poco resulta que en mi infancia, en esos lejanos años 70’s, yo tenía un reducido grupo de amigos íntimos; a saber, la cosa estaba en esos cuatro o cinco de toda la vida y repartidos entre el cole y la calle. En cambio ahora, entre el facebook, el twitter y demás cachivaches virtuales me encuentro con que tengo alrededor de 1.400 y pico de intimísimos amigos que a una velocidad vertiginosa me están abandonando por no estar al día, por no tener un móvil inteligente y por la vergüenza de compartir un paseo conmigo que voy cargado con la mochila en la cual albergar a mi ladrillo de casi primera generación. Y claro... eso de perder amigos no se puede aguantar por nada del mundo mundial. Con lo que cuesta darle a la tecla de “Confirmar” y tener a un íntimo más en la familia!!

Así que me decidí a personarme en la tienda proveedora de mi servidor de telefonía habitual y hacerme con un instrumento de esos que, al igual que los Donetes, tiene la virtud de que te aparezcan amigos por todas partes.

—Buenas señorita. Vengo a ver qué móvil inteligente me da a cambio de mis puntos.

La señorita en cuestión, cargada de piercings en todas sus zonas de piel visibles (ni imaginar quiero cómo andará por las no visibles), me dijo:

—Hace tiempo que no cambia su móvil. Verdad? —ignoro si es necesario ser muy perspicaz para hacer tal afirmación, pero así fue la cosa.
—Mmmm... pues la verdad es que hace mucho tiempo, si.
—Tiene usted 18.000 puntos —me dijo.

Woww... yo ya me frotaba las manos. Seguro que por esa cantidad me daban un móvil inteligente con microondas incorporado y que incluso me proporcionaría orgasmos.

—Por esa cantidad de puntos le podemos proporcionar este.
—Este? —pregunté—. No parece... muy inteligente.
—Perdone?
—Quiero decir que es muy parecido al que tengo solo que algo más pequeño y aerodinámico, pero por el resto... No tiene ninguno de esos en los que tocas la pantallita y cosas de esas?... de pantalla digital y eso.
—Todos tienen pantalla digital —me dijo piercing-girl en un tono así como si estuviese tratando con un gilipollas—. Usted se refiere a pantalla táctil.
—Aaah... táctil. Bueno, pues eso.
—Es que usted lo ha utilizado muy poco. Para uno de pantalla táctil, para un SmarthPhone, necesita un mínimo de 30.000 puntos —concluyó.

30.000? Vamos, no me jodas!... O sea, que después de toda una vida de fidelidad con la misma compañía proveedora de servicios de telefonía me iban a dar un móvil que ni inteligente ni nada. Así que hice como en los años 70’s cuando te enfadabas con algún amigo de esos íntimos y le dije: “Ah si?... Pues ya no te ajunto! Me iré a la competencia y a ver que me cuentan”. Cogí la puerta y me largué.

En la tienda de la competencia había otra chica; esta sin piercings, pero con unos pendientes de aro enormes con los que seguro jugaba al Hula-Hoop en sus momentos de ocio. Lo que son las cosas, parece que di con las palabras mágicas:

—Buenas. Vengo de la compañía tal. Qué oferta me haces para que abandone a mi anterior compañía y me quede con vosotros para los restos?

Y se hizo el milagro. La chica me ofreció, absolutamente a cambio de nada y por el valor de 0 €, un teléfono móvil inteligente con pantalla táctil, con conexión a internet 24 horas tarifa plana y con llamadas gratis de 8:00 h de la mañana a 8 :00 h de la noche, y encima, por si todo eso fuese poco, la tarifa a pagar mensual era inferior a la que pagaba con mi proveedor anterior. No es bonita la vida?

Ahora mis amigos, cuando me ven con mi nuevo SmathPhone me dicen: “Walaaa... que guay. No?”, yo les miro así, como con suficiencia por encima del hombro y les digo: “Has visto cómo molo? Soy moderno a saco”. Ellos me preguntan cosas del estilo de si mi SmathPhone es compatible con 3G/HSDPA 2100, o si su procesador es un Qualcomm Snapdragon QSD8250 de 1GHZ, o si su salida es de 3.5 mm universal sincronizado con PC mediante Zune... ya saben preguntas sencillas. Yo les respondo que claro, que faltaría más, que se trata de un SmarthPhone inteligente, y añado: “pero nenes... si tiene hasta cámara!”. Reconozco que cuando les digo eso se quedan mirándome como si no hubiese entendido sus anteriores preguntas, y así... en confianza y entre nosotros... mis amigos, aunque intimísimos... hablan un idioma que no entiendo.

El caso es que ahora, ya bien vaya en metro, o esté de vacaciones en Zambia, o duchándome, o lo que sea, siempre tendré un momento y un artilugio entre mis manos con el que poder contarles a mis amigos íntimos anécdotas inteligentes del estilo de: “Buenos díassssss!!!!LOL” (eso lo haré por las mañanas), o “Buenas nochessssss!!!! XD” y así, de este modo maravilloso, podré compartir con todos los grandes logros conseguidos en mi habitual día a día.

Lo más divertido del caso es que desde que tengo mi SmathPhone, cada día recibo una llamadita de mi anterior proveedor de telefonía móvil ofreciéndome una fantástica oferta para que regrese, para que no les abandone y para que siga considerándoles modernos. Me ofrecen el oro y el moro, intentan mejorar la oferta del que ahora es mi actual proveedor, pero yo les miro con suficiencia, así como por encima del hombro y les digo:

—Ale, ale ale. Chincha y rabia... ya no te ajunto!

miércoles, 9 de marzo de 2011

Esplugues City... marcado por la ley

Fue en 1964 –el mismo año que me vio nacer- cuando los Etudios Cinematográficos Balcázar iniciaron la construcción de un poblado del Oeste americano en tierras catalanas y muy cerca de la ciudad de Barcelona. El motivo –obviamente, y procediendo la idea de unos estudios de cine- no era otro que el de rodar exteriores para películas del género Western.

Esta base fue la que dio lugar a la creación de dicho poblado formado inicialmente por una calle de unos 120 metros de largo y un promedio de 12 metros de ancho, a los lados del cual se levantaron los edificios típicos de las películas del Oeste.

LA HISTORIA

En septiembre del mismo año 1964, se estrena la película “Por un puñado de dólares”, uno de los primeros Spaghetti Western, dirigido por Sergio Leone y que sirvió (entre otras cosas) para catapultar a la fama al actor Clint Eastwood. La película fue estrenada con no muchas esperanzas de éxito, pero contra todo pronóstico fue la generadora del Boom de las películas de Cow-Boys y la que impulsó a numerosas productoras italianas a volcarse en el género del Far West de forma masiva. “Por un puñado de dólares” fue rodada en el poblado llamado Golden City construido en el término municipal de Hoyo de Manzanares en Madrid y en el parque natural de Cabo de Gata en Almeria.

Los permisos solicitados por Alfonso Balcazar para la “recreación de una calle típica de un pueblo del Oeste americano”, están fechados el 4 de mayo de 1964, vislumbrando al igual que su antecesor madrileño Eduardo Manzanos, que las películas del Oeste iban a convertirse en una inminente fuente de ingresos para las productoras españolas que dispusiesen de sets de rodaje que diesen cabida a coproducciones internacionales. Rodar en España resultaba mucho más barato que en sus países de origen, y además, los encargados españoles de los equipos técnicos, aunque quizá no tenían la pericia de los propiamente hollywoodienses, daban una calidad profesional más que aceptable. Prueba de ello es que posteriormente a Esplugues City, se construyeron los tres poblados del Oste en el desierto de Tabernas de Almeria: Fraile (1965), Juan García (1966), y en Gérgal el poblado de Tecisa (1966).

El lugar sobre el cual se edificó Esplugues City se trataba de un solar rectangular de una hectárea de superficie situado al lado del cementerio parroquial y a un kilómetro y medio de distancia de donde los Balcázar tenían ubicados sus estudios que desde el año 1951, y con una primera película titulada “Catalina de Inglaterra”, iniciaron una más que honrosa singladura por el mundo del cine con un buen montón de películas entre coproducciones y producciones propias y que se exportaron con mayor o menor éxito prácticamente por todo el mundo.

El pueblo del Oeste fue levantado por el constructor de decorados Enrique Bronchalo según un proyecto realizado por Juan Alberto Soler que se inspiró en el que fue el poblado de la 20th Century-Fox y en el que se rodó “El hombre de las pistolas de oro” (Warlock) producida y dirigida por Edward Dmytryk en 1959. Para la construcción de Esplugues City se hizo un minucioso estudio para controlar el espacio en función del recorrido del sol y pensando en los encuadres y en la disposición de los actores construyendo una calle de recorrido sinuoso en forma de “S” para evitar la filmación de los edificios modernos de la época que se hallaban en el exterior de los estudios.

El primer western que se rodó en el por entonces ya conocido poblado de Esplugues City, fue el titulado “Pistoleros de Arizona” dirigido por Alfonso Balcázar y que se estrenó en Italia con un buen éxito de público en diciembre de 1964 (en Barcelona se estrenaría el 3 Junio del siguiente año). Al parecer es un film bastante irregular, pero que consiguió una muy buena recaudación y dio a conocer al actor Fernando Sancho consagrándole como eterno mexicano en una gran cantidad de films, así como al actor protagonista Robert Woods.

Las edificaciones del poblado iban ampliándose y modificándose continuamente según las necesidades de los distintos rodajes que tenían lugar, así que el poblado llegó a tener más de 46 edificios incluyendo los típicos como: el Saloon, el almacén (General Store), la barbería, la herrería, el hotel, la oficina del Sheriff, la compañía de diligencias de la Wells Fargo, el banco, la iglesia, etc. La mayoría de edificios importantes eran corpóreos e incluso se podía filmar en su interior debido al cuidado en todos sus detalles; no obstante, otros edificios solo tenían construidas las fachadas o en algún caso disponían de la entrada completa, pero se trataban de fachadas cargadas de elementos de atrezzo sostenidas por postes que las mantenían en pie y que les daba simplemente un aspecto de edificios sólidos.

Como detalle curioso cabe destacar que los cristales de las ventanas eran de caramelo elaborado por la pastelería Figuls de la ciudad de Esplugues. Los fabricaba en cinco colores, cortando las planchas de caramelo en “cristales” rectangulares de 10X15 y en partidas que oscilaban entre los quinientos y seiscientos cristales que posteriormente se colocaban en las ventanas de los edificios permitiendo a los actores salir despedidos por ellas sin sufrir cortes o accidentes innecesarios. Tras los rodajes, los pedazos rotos de las ventanas se los daban a los niños de la vecina escuela de Isidre Martí que los devoraban con afán.

Fue en 1967 cuando el pueblo recibe un primer golpe al tener que ser trasladado de su ubicación original pues la autopista A7 debía de pasar por esos terrenos. El progreso provocó que se tuviese que desmontar el poblado y levantarlo de nuevo en otro solar justo enfrente de donde se hallaba originalmente, pero manteniendo intactos algunos de sus edificios y construyendo algunos nuevos. De algún modo eso fue lo que permitió que a muchos de los que éramos niños entonces se nos otorgase el privilegio de poder contemplar aquel pueblo del Oeste situado tan cerca de Barcelona, ya que al pasar en el coche con nuestros padres por esa autopista podíamos darle un fugaz vistazo y retenerlo para siempre en nuestra memoria.

Hay que decir que tanto en el primer poblado (1964-1967), como en el segundo (1967-1972) no estaba permitida la entrada al público en general debido a que se trataba de la propiedad de Producciones Cinematográficas Balcázar que obviamente era una empresa privada, de modo que los niños de la ciudad de Esplugues, a veces, podían presenciar algún rodaje desde el exterior, pero poco más. Nada de jugar a indios y vaqueros por el poblado con el riesgo de deteriorar el entorno o de sufrir accidentes que hubiesen sido responsabilidad de los estudios.

Lo que nadie les quitó a niños y mayores de la ciudad de Esplugues y de sus alrededores, fue la constante imagen de gitanos disfrazados de indios y de pistoleros a caballo paseándose por las calles y mezclándose con el tráfico de los coches y el gentío de la ciudad. Sin duda eso es algo que recuerdan con agrado los que contemplaron atónitos esas imágenes de contraste entre dos épocas que llegó a convertirse en algo cotidiano, pero que no por ello dejaba de ser curioso, a la vez que entrañable.

En el año 1971 la utilización del poblado empezó a disminuir debido a la decadencia del western europeo y al hecho de que los últimos rodados en Esplugues City habían consistido en productos muy menores. Los hermanos Balcázar, en un intento de mantener vivo el poblado y su leyenda, solicitaron los permisos necesarios para reconvertirlo en lo que hubiese sido el primer parque temático de Europa. Tras varios intentos en los que el ayuntamiento ordena su inmediato desmantelamiento finalmente consiguen los permisos y las autorizaciones necesarias para convertir el pueblo del Oeste en atracción turística, pero lamentablemente, la llegada de un forastero a la ciudad, significó la pena capital para la que había sido una fabulosa fábrica de sueños.


El forastero en cuestión fue recogido en el aeropuerto del Prat de Llobregat y llevado en coche hasta la ciudad de Barcelona. Se trataba de “Al”, más conocido por su nombre completo de Alfredo Sánchez Bella, ministro de Información y Turismo de la etapa franquista entre 1969 y 1973 sucediendo en el cargo a Manuel Fraga Iribarne. Al parecer tenía numerosos asuntos que tratar en tierras catalanas, pero a su paso por Esplugues City reparó en lo pintoresco de aquel poblado y preguntó a sus acompañantes que qué diablos era eso. Le respondieron que se trataba de un pueblo del Oeste en el que se rodaban películas, algo que al parecer no gustó al forastero ya que añadió que dicho poblado al lado de la autopista “daba mala imagen” a una España patria de pandereta, así que a pesar de los permisos concedidos para su rehabilitación como parque temático, lo que a día de hoy podría haber sido aún una realidad palpable pasó a ser un recuerdo de infancia.

Curiosamente, la orden de “Al el bastardo” no afectó a ninguno de los poblados almerienses que actualmente se pueden visitar con los nombres de Mini Hollywood y Texas Hollywood.

En agosto de 1972 Alfonso Balcázar prepara el rodaje del último western que se rodará en Esplugues City, titulado “Le llamaban Calamidad” y en el que hará coincidir el final en la ficción con el real del poblado. En la trama unos bandoleros dinamitan el pueblo provocando un espectacular incendio dejando el solar cubierto de cenizas y maderas quemadas.

Personalmente coincido con las palabras de Rafael de España y de Salvador Juan i Babot que en su libro titulado “Más allá de Esplugas City”, consideran que ese último gesto de Alfonso Blacazar, más que tratarse de una simple maniobra oportunista, se trató de un verdadero acto de amor.

De qué otro modo sino había que perpetrar la demolición del poblado? Obligados a hacerlo desaparecer, qué mejor que darle un final épico.



EL RECUERDO

Mis recuerdos de Esplugues City se parecen mucho a los de la mayoría de los de mi generación. Fundamentalmente tienen que ver con esos trayectos en coche que se realizaban desde Barcelona en dirección a Molins de Rey, Martorell o Corbera de Llobregat, lugares donde muchas familias barcelonesas iban a pasar los domingos para hacer alguna que otra costillada familiar y para la que los padres cargaban el utilitario con las mesas y sillas de camping, la abuela y los críos. Lo bueno de ese trayecto entre Barcelona y Corbera de Llobregat (en mi caso), era pasar por la autopista y a mano derecha, en el camino, contemplar aquel poblado del Oeste abandonado.

La primera vez que mi padre me comentó que pasaríamos por delante de él, me lo tomé como una broma. El hombre me advertía con entusiasmo de que pasaríamos por un pueblo vaquero, que estuviese pendiente y con mi cara pegada al cristal del coche ya que sería “visto y no visto”, pero yo no reaccioné hasta que no lo vi en realidad, y para cuando me quise dar cuenta ya nos estábamos alejando de él.

Pasé aquel día alucinando y contándole a todo el mundo que había visto un pueblo del Oeste. Lo mismo sucedió durante el resto de la semana, y contaba los días y minutos para que fuese nuevamente domingo y poder volver a pasar por aquel lugar.

El caso es que uno de esos muchos domingos que pasamos por Esplugues City -el que siempre había sido “el pueblo fantasma”-... la sorpresa fue más allá. Ese domingo el pueblo estaba lleno de vida, habían banderines que lo atravesaban colgados de fachada a fachada, carretas, gente vestida del Far West con sus revólveres enfundados en sus cartucheras, algunos iban montados a caballo, y todos paseándose por la polvorienta calle del poblado. Mi padre dijo que posiblemente estarían rodando alguna película, ignoro cual, pero sin duda alguna que con cinco o seis años que yo tendría, para mí eso fue un viaje al pasado en el que poder contemplar a través del cristal de un SEAT 850 y a escasos metros de mis narices, imágenes del mismo estilo que tanto me habían fascinado en los westerns que había visto en el televisor de mi casa.

Sin duda tengo un trabajo que hacer en el infierno. Se trata de vengar la desaparición de Esplugues City por orden de un malvado forastero, así que aún y que no me corre ninguna prisa, algún día me encontraré cara a cara con él, con mi Colt Walker colgado de la cartuchera de mi cinturón y podré decirle:

-Al?... Eres tú “Al el bastardo”?... Nunca debiste cruzar el río Llobregat.



Agradezco las imágenes y documentación cedida para esta entrada a Ángel Caldito y Ricardo Márquez del blog Historias cinematográficas, así como al ya citado libro de Rafael de España y Salvador Juan i Babot “Más allá de Espulgas City".

jueves, 10 de febrero de 2011

FRANCO, ese mileurista

Cuando el documento que figura al final de esta entrada cayó hace tiempo en mis manos, ya lo puse en duda, y a pesar de que me constaba que otros lo publicarían antes que yo, preferí dejarlo en cuarentena hasta tener, cuanto menos, la certeza de su veracidad, y por ahí, en mi escritorio, quedó olvidado.

Sinceramente, eso de que Francisco Franco fuese un mileurista me olía un poco a chamusquina pese a que cobrar 1000 euros (166.000 pesetas) en 1975... era una pasta gansa.

Piensen ustedes que cualquiera de los coches de moda por esos tiempos (No necesariamente de gama alta) costaba alrededor de las 150.000 pelas; es decir, que el caudillísimo se hubiese podido comprar tranquilamente uno al mes y aún le sobraba para algunas chuches de las que vendían en los kioskos piperos, mientras que el resto de españolitos pagaban -con no poca dificultad- una innumerable cantidad de letras para poder gozar de su pequeño utilitario.

Así que no se hagan ilusiones, a pesar de que el documento es suculento y aparentemente “histórico” para todos aquellos coleccionistas, hay voces por internet que afirman que es absolutamente falso y que forma parte de una campaña de limpieza de imagen de la figura del caudillo llevada a cabo por la Fundación Francisco Franco... o eso dicen.

Como comprenderán ustedes, a estas alturas no voy a dedicar un solo minuto en contrastar si el citado documento es falso o verdadero, me la trae al pairo.

Lo que es espeluznante es la inmensa fortuna que reunió el dictador a base de los “regalos” que por obligación tenían que ofrecerle los sometidos españoles de la época. Baste como ejemplo el controvertido Pazo de Meirás que le fue ofrecido como presente a “Paquito” con donaciones que oscilaban entre los 25 céntimos hasta las 400 pesetas, mientras que los que carecían de liquidez resultaban –como siempre- los peor parados ya que debían participar en la colecta con joyas pertenecientes a recuerdos familiares. Eso sin mencionar las expropiaciones realizadas para ampliar las tierras colindantes al Pazo en cuestión. Muchos de los habitantes de los aledaños, a medida que los muros que cercaban el Pazo iban avanzando, descubrieron que ya no tenían casa y sin recibir absolutamente nada a cambio.

Personalmente no conozco a ningún mileurista, que con su sueldo, se permita el lujo de tener un palacio como segunda residencia. En el caso de Paquito el palacio era una más de las muchas propiedades de edificios históricos que por suscripción popular o no, fueron a para a su saca.

Y que decir de los paseos que “la collares”, oficialmente conocida como Doña Carmen Polo de Franco, se daba por las joyerías de Madrid y regresaba a su casa, al Palacio del Pardo (que tampoco era un piso de protección oficial, que digamos), cargadita de joyas por las cuales, sus legítimos vendedores, jamás percibieron el valor de su importe.

Vaya, que así es mileurista cualquiera!

Así que falsa o no, ahí les dejo como curiosidad, la supuesta última nómina de Franco.

(Ultima hora (Editado): El diario ABC acaba de hacerse eco hoy mismo de la misma noticia, solo que ellos la dan por buena. Será que priorizan lo de vender periódicos a la cosa esa de contrastar las noticias).

miércoles, 5 de enero de 2011

Los Reyes son los padres


Fue Claudio Cebrian, y no otro, el cuellicorto cabrón que en una víspera al día de reyes de 1972, me soltó la milonga de que los reyes eran los padres.

Bien podría haberle atropellado un autobús al salir de su casa, o descolgársele sobre la cabeza una pieza de granito de 120 kilos proveniente de alguno de los muchos balcones en mal estado que habían por el barrio, pero no... Claudio Cebrian salió de compras con su madre al igual que hice yo con la mía, y tuve la mala fortuna de encontrármelo en uno de esos entrar y salir de las tiendas del Poble Sec.

Obviamente –yo que desde pequeño tengo una mente muy lógica- no creí una sola palabra de lo que me dijo ese soplapollas. Era absolutamente imposible que mis padres fuesen los reyes, ya que en un piso tan minúsculo como en el que vivíamos... no existía forma humana de camuflar a tres camellos; a duras penas era posible compartir espacio con mi hamster. Y Baltasar? Quién coño era Baltasar según Claudio Cebrian?... Mi abuela? Ja!...

No obstante, Claudio Cebrian ya sembró por siempre más la duda, y desde entonces hasta día de hoy, me sigo cuestionando sí algo de razón o no había en sus palabras.

La cosa es que mi hija de ocho años, ayer mientras cenábamos, comentó que en clase antes de las vacaciones de Navidad, una niña les había contado a un grupo de amigas que los reyes eran los padres. Sinceramente creo que Herodes no terminó su trabajo en el día de “la matanza de los inocentes”, alguien debería reclamar por ello.

Acaso no vemos durante estas fechas a sus Majestades los Reyes Magos en los telediarios? Nos mienten los programas informativos?... Bien es cierto que en las diferentes cadenas de televisión en las que aparecen Melchor, Gaspar y Baltasar no parecen ser los mismos, pero eso quizá sea porque la cara les cambia debido al cansancio que arrastran con eso de trasladarse en camello desde Oriente; que digo yo... A día de hoy? Por qué no toman un avión? También me mosquea que Baltasar a veces parece un blanco pintado de negro, pero vaya usted a saber... con eso de que son magos... cualquier cosa es posible.

Sea como fuere, lo que está claro es que a pesar de que actualmente vivimos en una sociedad un tanto convulsa motivada por una supuesta crisis que parece no tener fin. A pesar de los sindicatos que nos han hecho creer que vivimos en un “estado del bienestar”, o de los bancos que nos han hecho creer con sus préstamos que éramos clase media, y a pesar de que lo que somos, y en realidad hemos sido siempre, ha sido pobres... esta noche los reyes llegarán a todos los hogares, con más o menos regalos, con mayor o menor ostentación, pero repartiendo alegría a los más pequeños, y espero... que a los mayores también.

Yo me he pedido un montón de cosas, así que... Jódete Claudio Cebrian!