Hablar de un coche a mediados de los sesenta o principios de los setenta significaba hablar de libertad, de categoría y de prestigio social.
Para la gran mayoría de familias de aquellos tiempos, un coche significaba el fruto de mucho esfuerzo y el tedioso pago de numerosísimas letras seguidas de una dolorosa entrada previa de unas 2.500 o 3.000 pesetas, o bien la posibilidad de que te tocase en suerte uniendo los vales de cartón que aparecían en el detergente AJAX y que te ofrecían la posibilidad de conseguir uno “por la cara”. No conozco a nadie que consiguiese un coche por ese procedimiento, aunque recuerdo que cuando mi yaya Lola llegaba de la compra, vaciábamos el polvo del detergente en una bolsa y nos afanábamos en la búsqueda del codiciado vale de cartón. Siempre aparecía uno, pero casualmente pertenecía a la parte trasera o delantera del vehículo y nunca, jamás de los jamases conseguimos encontrar el vale correspondiente a la parte central que nos permitiese completar el puzzle.
Una mañana de verano de 1968, mi padre me despertó y me pidió que le acompañase a dar una vuelta. Recuerdo que me sorprendió ya que eso solíamos hacerlo los domingos, y aunque no era domingo, tampoco recuerdo que día era. El caso es que mi madre me puso como un pincel y papá y yo salimos a dar un paseo. Entramos en un concesionario SEAT y nos metimos en un coche mientras que un tipo le daba a mi padre todo tipo de explicaciones. Papá le dio media vueltilla a la llave de contacto y salimos del concesionario con un SEAT 850 Especial de color verde botella. Yo miraba hacia atrás tratando de ver si el señor que nos había explicado tantas cosas corría detrás nuestro para recuperar el coche, pero lejos de eso, aquel caballero me saludaba con la mano y con una amplia sonrisa.
—Papá... este coche es nuestro? —Si cariño. Qué te parece? —WooOOoow...
A partir de ahí, desde el momento en el que un coche pasaba a formar parte de la familia, todo el universo giraba en torno a él: papá pasaba las noches asomado al balcón y vigilando que nadie le hiciese nada al recién llegado utilitario, la yaya Lola se ponía como loca a coser cojines de ganchillo y mamá se recorría las tiendas en busca de elementos para personalizarlo y hacerlo único y exclusivo.
Recuerdan? Seguidamente enumeraré algunos de los más característicos, pero seguro que la lista se podría ampliar muchísimo:
La correa del mareo: Todos los críos nos mareábamos en el interior de aquellos vehículos que alcanzaban la astronómica velocidad de 125 kilómetros por hora (en bajada) y que tomaban las curvas como si se tratasen de auténticas naves del espacio. Las biodraminas hacían su efecto, pero un día se pusieron de moda unas extrañas correas de goma que se colgaban del parachoques trasero y que supuestamente hacían auténticos milagros. Papá compraba una harto ya de pasarse el viaje diciéndonos “mira a la carretera. Tú mira a la carretera y verás como así no te mareas”, hasta que al final no quedaba más remedio que detener el coche en la cuneta para que potásemos y nos quedásemos a gusto. Por suerte, llegaba un fin de semana en el que salíamos con el coche y como no... con la correa del mareo colocada. Se le atribuían poderes mágicos a ese pedazo de goma diciendo, entre otras cosas, que por el hecho de ir arrastrándose por el asfalto transmitían unas cargas de electricidad estática al interior del vehículo que propiciaban un viaje feliz y placentero. Lo cierto es que pasadas unas cuantas curvas nuestros rostros palidecían y había que parar en una cuneta para vomitar ante la atónita mirada de papá que no daba crédito.
—Pero coño! —exclamaba—. Si llevamos la correa del mareo!!
El perro mueve cabeza: Auténticos engendros de plástico duro o cartón piedra que de un modo realista y con pelo, simulaban ser un perro situado en la parte trasera del vehículo y que con el movimiento del coche realizaban un sinuoso vaivén con sus cabezas. Un portento de gadget fruto de la elucubración de alguna mente enferma y que se comercializó con enorme éxito en aquella época. Yo recuerdo que me ponía de rodillas sobre el asiento trasero del coche, apoyaba mi cabeza entre mis brazos cruzados sobre el respaldo y era capaz de contemplar durante horas a aquel “bicho” como si se tratase de un pez en el interior de una pecera. Todo eso dio lugar a alguna que otra pesadilla y a suplicarles a mis padres que por favor, quitasen a ese monstruo del coche.
Las pegatinas en los cristales: Las familias motorizadas tomaban rumbo a algún merendero situado en plena montaña, comían paella, bebían vino con gaseosa y mirindas, y al terminar el día se les compraba un Chupa Chup a los críos y el dueño del lugar obsequiaba a nuestros padres con una pegatina del merendero para que la enganchase en el interior del cristal del coche. Por una parte implicaba publicidad para el local, por otra parte era como ir por la carretera diciéndoles a los demás dueños de vehículos: “Yo estuve allí”. Distintas pegatinas, pero con idéntica intención te daban si pasabas un domingo en algún parador nacional o lugar turístico, así como si asistías a alguna feria de productos hortícolas o de buscadores de setas. El caso es que las lunas laterales y traseras de los coches quedaban llenas de pegatinas que nos impedían contemplar el paisaje y no nos quedaba otra opción que la de ir leyendo los tebeos de la Pantera Rosa y como consecuencia... pillarnos un buen mareo.
El papá no corras: A veces papá se libraba de mamá, de la abuela y de nosotros y emprendía un viaje en solitario hacia algún lugar. No obstante, allí estaban nuestras fotos para recordarle que le queríamos, que le echábamos de menos y que no corriese demasiado para evitar tener accidentes. Los salpicaderos de la gran mayoría de coches lucían unos rectángulos de madera o aluminio forrados de escai que se sujetaban por medio de un imán y en el que aparecían los caretos de los miembros de la familia sobre la frase “Papá no corras” en letras metálicas. Vamos, una pieza super fashion de la muerte que posiblemente también motivó alguna pesadilla a más de uno.
Las hierbitas secas en el salpicadero: No sé si antes existía el pino aromático que ahora llevan los taxistas colgado del retrovisor y que desprende un “posible” buen olor que mezclado con el pestazo a sudor de tanta gente que entra y sale y de los aromas de los diversos perfumes, se acaba convirtiendo en algo nauseabundo, pero antes, en lugar de esos ambientadores artificiales se utilizaban auténticos remedios naturales.
Mientras papá buscaba caracoles por entre medio de las malas hierbas de la cuneta nosotros pillábamos un palo, y a modo de espada pirata terminábamos con una legión de enemigos imaginarios. Entre tanto, mamá y la yaya se dedicaban a recoger ramitas de romero o de tomillo que acababan colocadas en los armarios de casa y en el salpicadero del coche. A mí siempre me recordó al olor de la botica del pueblo.
Los cojines de ganchillo: Otra suerte de gadget que era una mezcla de horterismo e inutilidad a partes iguales. Se colocaba en la parte trasera del vehículo junto al perro mueve cabeza y servía única y exclusivamente para demostrar que las abuelas se entretenían en casa encantadas en decorar los coches de sus yernos. Los había de todo tipo, pero predominaban los motivos florales con unas pedazo floripondias enormes y los escudos de los equipos de fútbol. Nosotros creíamos que aquello debía tener alguna utilidad específica, así que tras una dura jornada de trajín en el campo, nos metíamos en el coche de camino a casa, nos entraba el sueño y agarrábamos el cojín para echarnos una siesta, pero no...
—Deja el cojín en su sitio! Con lo que has sudado hoy todo el día... Qué quieres? Llenarlo de porquería?
... definitivamente, no servían para nada.
Ah!... en la época se comercializó una pegatina especial para todo aquel conductor que no disponía de un cojín de ganchillo y que decía: “A mí también me están haciendo uno”.
Los colgantes de los retrovisores: Posiblemente se trata de un gadget automovilístico que perdurará por los siglos de los siglos, siguen siendo de uso obligado en el interior de cualquier vehículo que se precie y no han perdido su vigencia y rabiosa actualidad con el paso de los años. Los modelos fueron, son y serán de lo más variado y recorren todos los espectros estéticos. Algunos son discretos, simples elementos de decoración casi subliminal que pueden llegar a pasar desapercibidos. Por el contrario, otros... además de ser horteras y de tamaño XXL, obligan a los conductores a adoptar difíciles posturas con sus cabezas para poder ver la carretera a través de esos colgantes que ocupan prácticamente toda la luna delantera.
El de la foto corresponde al que se utilizó en el SEAT 850 de mi padre del año 1968. Representa la figura del Manelic; personaje central de la obra Terra Baixa del dramaturgo catalán Àngel Guimerà. El pobre está absolutamente descolorido y estropeado por el sol español que nos acompañó a lo largo de tantos y tantos kilómetros recorridos a través de nuestra geografía, pero ahí sigue, a sus 41 años y como si nada. Actualmente forma parte de mi colección de recuerdos setenteros y goza de un lugar privilegiado en una de mis vitrinas.
Total... que la moda de tunear coches parece que sea de ahora, pero al lado de nuestros padres, madres y abuelas, los tuneadores modernos son unos auténticos aficionados ;-)
Créditos de las imágenes: 1).- SEAT 850 de mi padre. En la foto aparecemos mi madre y yo en un desayuno de camino a alguna parte. 2).- Cartel publicitario de los 70 con el infalible SEAT 850. 3, 4, 5, y 6).- Imágenes bajadas de internet y debidamente tuneadas para la ocasión. 7).- El Manelic de mi viejo SEAT 850 que colgó durante años de su retrovisor, así como de los siguientes coches que tuvo mi padre. Colección particular.
jaa me has hecho recordar agradablemente los paseos de los domingos en direccion al campo de mi abuelo jose...mi tio y mi padre delante ,detras..mi tia,mi hermano ,mis tres primos y yo..cuando se abria la puerta nos desparramabamos todos,parecia el camarote de los hermanos max..no recuerdo muy bien la ubicacion dentro del coche pero cabiamos todos..bueno alguna pierna dormida ..ah y en el maletero las cestas con la comida para todos y el carrito de bebe de mi hermano..jajaj....el coche era burdeos y nada menos q un renaut 10...gracias por reavivar nuestros recuerdos un besote
Pues sí, efectivamente, me acuerdo de todo lo que has comentado, y es curioso, porque mi madre también tuvo un 850 verde, con su maletero en la parte delantera y esas formas redondeadas tan chulas. Felicidades por el blog.
Perrito, cojines y muñeco...¡tenías el kit de inutilidades estéticas! Yo tampoco comprendí nunca lo de los cojines de ganchillo; son como los que hay sobre algunos sillones... pero que no se pueden tocar porque se manchan. Pues vaya gracia...
Hace unos años fui a vender al rastro, pensando que ese perrito de cabeza bailona iba a ser imposible de endosar; contra todo pronóstico, se lo llevó una pareja de chonis, que lo miraban como si fuera la compra de su vida. Y así seguirá siendo con las demás horteradas automovilísticas por los siglos de los siglos.
Un saludo.
PD. en el coche de mis padres había pegatinas, pero de disney; mientras todos los conductores las exhibían, nosotros las poníamos con el dibujo hacia dentro; se trataba de disfrutarlas nosotros, ¿no?
Muy bien documentado todo, sí señor! ¿Te creerás que sún he visto ese perro trasero en algun coche moderno? Sobreviven! Lo de los cojines de ganchillo me ha hecho reír porque no recordaba ya esa moda tan hortera. Parece que se pretendía hacer una salita interior de mírame y no me toques.
El colmo de lo kitsch es ver un coche con adronos navideños en esas fechas. He sido testigo de algo así!
No hay duda ¡ ese coche era una extensión del cuarto de estar de tu casa ! Lo de la vomitona ¡ chico ! nos es común..recuerdo un viaje a Alicante..¡ puag !! entramos en la ciudad con la cabeza fuera de la ventanilla y la niña del exorcista no era ná comparada conmigo.. ( Siento ser tan gráfica ) Ahora, cojines no, el Dvd es lo más y ¡ que no falte el GPS para poder perderse ! Un abrazo a toda velocidad ;-)
Ser niño es una etapa en la que uno puede quedarse si quiere. No hay ninguna ley que lo prohíba, y para ello... no hay más que cerrar los ojos con fuerza y pedirlo con convicción.
No hay nada malo en hacerse mayor; al contrario, pero el único pecado real que existe, es el de borrar al niño que fuimos de nuestra memoria.
Hay algo que no encuentras? Entra en el almacén y a ver si hay más suerte
MICROMO
En busca de las seis etapas esenciales de la vida:
Una infancia feliz.
Una adolescencia promiscua.
Una juventud exitosa.
Una madurez serena.
Una vejez lúcida.
Una muerte digna.
El Kioskero del Antifaz.
EL ÁLBUM DE FOTOS
Me equivoco si afirmo que todos estos recuerdos son comunes para la mayoría de nosotros?
A dormir pequeñin
Vamos... que uno acababa de llegar a este mundo y en lo único que pensaban nuestros progenitores era en hacernos dormir. El pretexto era que ellos necesitaban hacer lo mismo, pero... Quién en su sano juicio iba a desperdiciar tantas horas durmiendo con todo lo que había por ver?
La hora del baño
Siempre era inoportuna, siempre nos pillaba a destiempo y nos apetecía más cualquier otra cosa antes que la hora diaria del baño. Nuestros padres nos llenaban la "bañera" de juguetes de plástico con los que entretenernos; a veces esa táctica daba resultado, pero otras... no.
La hora del paseo
Nos encantaba que nuestros padres nos sacasen a pasear. Sin duda hubiese sido una experiencia mucho más gratificante si no fuese porque se empeñaban en ponernos siempre... esos dichosos gorros :-(
El poema de Navidad
En la escuela nos enseñaban un poema de Navidad que nosotros recitábamos en familia. Yo aún recuerdo uno de ellos que decía más o menos así: "Ya vienen los reyes por el arenal y al niño le traen oro, pan, vino y pañal. Oro le trae Melchor, incienso Gaspar y olorosa mirra le trae Baltasar".
De bruces con la realidad
De pequeño ya aprendí que siempre hay alguien que tiene las pelotas más grandes y que la competencia en la vida iba a ser dura.
Yo tuve un SIMCA
"Que difícil es hacer el amor en un Simca 1000, en un Simca 1000..." Ya lo decían los Inhumanos en su canción... Si, si, pero eso llegó algo más tarde, lo que realmente era bonito era... jugar con él ;-)
Cuando mi Simca se estropeaba era posible arreglarlo con escasos conocimientos de mecánica, pero es que entonces, nuestros juguetes no llevaban microchips.
También tuve un triciclo
Ya por aquel entonces las suelas de mis botas estaban llenas de polvo y de asfalto. Harley-Davidson's Kid... así me llamaban los que bien me conocían y sabían de sobra que era un tipo duro.
El estrecho balcón que servía de lugar ideal para nuestros juegos representaba para nosotros algo más que la legendaria Ruta 66.
La merienda
No es que hubiese mucho para comer, pero nunca faltaba una buena rebanada de pan con Nocilla para dejar la tripa llena.
Cumpleaños feliiiiizzz...
Por qué negarlo? Aunque ahora éso de cumplir años sea, para algunos, un engorro; de pequeños era motivo de fiesta y gran alegría: la tarta, invitar a los amigos, recibir regalos... siempre caían baratijas de kiosco a manos llenas, algún que otro juguete "de los caros", y como no... la típica tía que siempre nos regalaba ropa pensando que nos haría ilusión. Y evidentemente que por aquel entonces nada de "Happy Birthday", lo que se cantaba entonces era el "Feliz, feliz en tu día..." de los Payasos de la tele, faltaría más!
Los parques de atracciones
Una nube de algodón de azucar, una vuelta al Tio-Vivo, cuatro topetazos en los autos de choque y media docena de caramelos del tiro-Pichón, con eso... éramos los niños más felices de la tierra. Ahora no, ahora si no les llevas a Dineylandia no son nada. Los muy...
Los parques de columpios
Ya por aquellos tiempos se practicaban los deportes de riesgo de los que tanto se habla ahora. Quizá no estaban de moda el Puenting y el Rafting, pero el Toboganing... éso eran palabras mayores!
Montar en ése columpio al que me llevaba mi abuela alguna tarde, siempre fue para mi como cabalgar a lomos de mi caballo y atravesar las Montañas Rocosas.
Wild West
Todos queríamos ser Cow-Boys, desenfundar a gran velocidad nuestro Colt-35 de Joal y decir aquello de: "Ya te dije que no quería volver a verte a este lado del Mississippi... forastero"
Los veranos en la playa
Nosotros nos bañábamos en el mar y nos rebozábamos en la arena, mientras nuestras madres montaban las toallas y las sombrillas y nuestros padres gritaban eso de: "Que vienen las suecaaassss!!"
Los veranos en la piscina
Algunos veranos tocaba ir de "Ruta por España", pasar unos días de hotel, sumergirse en la piscina y ponernos morenitos con el sol de agosto. Yo llevaba siempre conmigo mi piragua hinchable de color verde con la cual flotaba en el agua de las piscinas, pero esa era sólo la realidad. En mi imaginación era un temible pirata que a bordo de su galeón surcaba los mares del sur. Por cierto... perdonarme si en la foto... os doy la espalda.
Los veranos en el pueblo
Los veranos en el pueblo quizá son los más gratamente recordados. Muchos de nosotros pasábamos parte de nuestras vacaciones en el pueblo de alguno de nuestros padres (concretamente yo iba al de mi padre; un pequeño pueblo bañado por las aguas del río Ebro). Allí vivíamos nuestras primeras experiencias en casi todo, nos reencontrabamos año tras año con nuestros amigos, y cargábamos las pilas para el regreso a la cotidianeidad de la ciudad.
La vuelta al cole
Terminadas las vacaciones, con nuestro plumier nuevo y nuestros zapatos "Gorila" recién estrenados, nos disponíamos a volver al cole y a respirar de nuevo ese aroma que era una mezcla entre lápiz de madera, goma Milán de nata y bimbollo de la casa Bimbo
Y llegaron ellas... Las mujeres!!
El primer contacto solíamos tenerlo con las primas; y claro, "cuanto más primo... más me arrimo".
Seguidamente les tocaba el turno a las vecinas. Terete fue mi primera novia (Bendita inocéncia). Era mi vecina y sus padres y los míos se hicieron amigos y nos hicieron pasar muchas horas juntos.
Paseábamos con los elementos imprescindibles que nos asegurasen una buena tarde: un juego de lanzar aros, una comba, un Madelman y... la atenta mirada de nuestras madres.
Ellas llevaban siempre la voz cantante, y bastaba un deseo suyo para que nosotros estuviésemos "a sus órdenes"
Un día ella te dice "Deja de llamarme Terete, me llamo Tere" (se empieza a hacer mayor y tú sigues siendo un crío). Sus padres se mudan a otra parte de la ciudad, se termina todo contacto, y llega... aissss... el primer desengaño amoroso.
La pandilla
Los inseparables que nos pasábamos el día jugando a los piratas, a indios y vaqueros y reviviendo innumerables aventuras con los Madelman y épicas batallas con los soldaditos de Monta-Plex. De izquierda a derecha: Laura, Alberto, el Kioskero del antifaz y Miguel Ángel.
I'm the king of the world!
Desde nuestra infancia, veíamos el futuro como algo alcanzable. Bastaba con estirar bien el brazo... y atraparlo!
8 comentarios:
jaa me has hecho recordar agradablemente los paseos de los domingos en direccion al campo de mi abuelo jose...mi tio y mi padre delante ,detras..mi tia,mi hermano ,mis tres primos y yo..cuando se abria la puerta nos desparramabamos todos,parecia el camarote de los hermanos max..no recuerdo muy bien la ubicacion dentro del coche pero cabiamos todos..bueno alguna pierna dormida ..ah y en el maletero las cestas con la comida para todos y el carrito de bebe de mi hermano..jajaj....el coche era burdeos y nada menos q un renaut 10...gracias por reavivar nuestros recuerdos
un besote
Yo de pequeña era conocida como Diana, la muñeca vomitona... Lo de la correa sin comentarios, menudo timo!!
Pues sí, efectivamente, me acuerdo de todo lo que has comentado, y es curioso, porque mi madre también tuvo un 850 verde, con su maletero en la parte delantera y esas formas redondeadas tan chulas. Felicidades por el blog.
Perrito, cojines y muñeco...¡tenías el kit de inutilidades estéticas! Yo tampoco comprendí nunca lo de los cojines de ganchillo; son como los que hay sobre algunos sillones... pero que no se pueden tocar porque se manchan. Pues vaya gracia...
Hace unos años fui a vender al rastro, pensando que ese perrito de cabeza bailona iba a ser imposible de endosar; contra todo pronóstico, se lo llevó una pareja de chonis, que lo miraban como si fuera la compra de su vida. Y así seguirá siendo con las demás horteradas automovilísticas por los siglos de los siglos.
Un saludo.
PD. en el coche de mis padres había pegatinas, pero de disney; mientras todos los conductores las exhibían, nosotros las poníamos con el dibujo hacia dentro; se trataba de disfrutarlas nosotros, ¿no?
Muy bien documentado todo, sí señor!
¿Te creerás que sún he visto ese perro trasero en algun coche moderno? Sobreviven!
Lo de los cojines de ganchillo me ha hecho reír porque no recordaba ya esa moda tan hortera. Parece que se pretendía hacer una salita interior de mírame y no me toques.
El colmo de lo kitsch es ver un coche con adronos navideños en esas fechas. He sido testigo de algo así!
Saludos Sergi.
... y no corras!
No hay duda ¡ ese coche era una extensión del cuarto de estar de tu
casa ! Lo de la vomitona ¡ chico !
nos es común..recuerdo un viaje a Alicante..¡ puag !! entramos en la ciudad con la cabeza fuera de la ventanilla y la niña del exorcista
no era ná comparada conmigo..
( Siento ser tan gráfica )
Ahora, cojines no, el Dvd es lo más
y ¡ que no falte el GPS para poder perderse !
Un abrazo a toda velocidad ;-)
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