martes, 4 de mayo de 2010

De la charranca al cielo

Las adoquinadas calles del Poble Sec estaban repletas de extraños grafismos realizados en tiza que los niños éramos incapaces de entender. Ignoro por qué razón, pero casi siempre se trató de un juego de niñas. Ellas salían de clase con un pedazo de tiza en algún bolsillo de sus uniformes de colegio de monjas, e inmediatamente, rodilla en tierra, trazaban con gran habilidad unas casillas con números. Acto seguido, la que estaba de “mano” lanzaba sobre el gráfico de yeso una piedra plana y se dedicaba a dar saltitos sobre las casillas evitando pisar las líneas y tratando de alcanzar la última de ellas a la que denominaban “cielo”.

Nosotros, los niños, nunca mostramos ningún interés por ese juego, pero difícilmente perdíamos detalle de cómo sus coletas revoloteaban al ritmo de sus saltos o de cómo sus uniformes nos mostraban sus muslos de un modo intermitente. Jamás entendimos cómo podía gustarles un juego tan simple en el que no había violencia alguna, en el que por no perder... no perdían ni canicas y en el que no se jugaban nada. Lo hacían por el puro placer de pasar un buen rato.

Ellas ocupaban el pequeño espacio en torno a su juego de la charranca trazada con tiza sobre esos adoquines de las calles, mientras que nosotros, correteábamos de acá para allá jugando a policías y ladrones o a indios y vaqueros; nos perseguíamos y nos lanzábamos unos sobre otros llenándonos los codos y las rodillas de arañazos que posteriormente se convertían en postillas que disfrutábamos arrancándonos una y otra vez hasta que nuestras madres, finalmente hartas de ver como nos chorreaba la sangre siempre de la misma herida, terminaban diciéndonos eso de que “si no te dejas la postilla en paz, al final se te hará ahí un mal feo”. Lo del “mal feo” sonaba terrible, pero jamás nos intimidó lo suficiente como para reprimir ese deseo de arrancarnos poco a poco la dichosa postilla.

Sin duda que los juegos “para niños” y los juegos “para niñas” eran bien distintos, y si en los nuestros estaba presente el contacto físico, la competitividad, la necesidad de ganar o de perder algo, y esas heridas que se convertían en trofeos comúnmente llamados cicatrices. En los de ellas, ya bien fuese la charranca, las gomas o la comba... siempre estaban incluidos esos saltitos con coletas al viento, muslos al aire, y furtivas, pero a la vez tímidas miradas.

Puede que sea verdad eso de que con el paso del tiempo cada vez se tocan más los extremos. Probablemente hombres y mujeres estamos acercando posturas y alineándonos en una conexión favorable. Pero lo que no deja de ser cierto es que nosotros seguimos a empujones para terminar remostándonos las narices contra el suelo, mientras que ellas... siguen con sus saltitos tratando de alcanzar el cielo.

Hay algo acerca de esta vida que las mujeres saben, pero que nosotros... desconocemos.

6 comentarios:

abril en paris dijo...

Hay algo en ésta vida que nosotras sabemos...que nos necesitamos unos a otros y si no nunca alcanzaremos el cielo.
¡ Me ha encantado ésta entrada !
Te noto más sensible si cabe...

Un abrazo Sergi :-))

Ana Márquez dijo...

Por estos sures le llamábamos "el catre" a ese juego de niñas que se ha jugado en todas partes. Yo me pasaba horas entrenando solita a la puerta de mi casa, porque como nunca he estado bien de las piernas era bastante mala jugando a eso. Así que jugaba sola para cuando me tocara jugar con otras, no perder "en el 3", que era donde perdía siempre :-)

Gracias por traerme a mí misma, con coleta y falda escocesa, desde el ayer. Besos.

Marc. dijo...

Desde pequeñas se les enseña a TEJER (o DESTEJER) todo tipo de cosas: las trenas, los moños, los collaretes, las pulseras, los juegos aquellos con los dedos y los hilos (donde tensan formas geomètricas siempre distintas), o su versión más espectacular, donde interviene todo el cuerpo saltando entre un embrollo de gomas en los pies. Desarrollan una aptitud para tejer y destejer en todos los campos de manera casi imperceptible para nosotros. Y a menudo caemos en sus redes como patosos moscardones.

JuanRa Diablo dijo...

...Y las llamamos el sexo débil, cuando lo cierto es que nos dan catorce mil vueltas! :D

He preguntado a mi mujer cómo llamaba ella a ese juego de los saltitos sobre el suelo pintado con números, porque lo de charranca no me sonaba nada y me dice que aquí en Yecla siempre se ha llamado Mate. (?) En otros lugares se le llama Rayuela pero hay otro nombre que ahora no recuerdo que es con el que yo siempre lo he conocido. Bueno, si me acuerdo ya paso a decírtelo.

Lo de las heridas, qué cierto. Yo terminaba arrancándomelas pero sin querer porque llegaba un día que picaban cosa mala y ¡hala... scretch, scretch... a sangrar de nuevo! :S

En algunas cosas apenas se ha cambiado. En estas que cuentas hoy, nada de nada.

Un saludo!

Florenci Salesas dijo...

Por cierto, que esta es una entrada muy bonita. La leí en su día y me gustó mucho. Hoy la he releído y todavía me gusta más. Sí, las chicas, las que estan al otro lado del cristal, jugando a sus cosas. Al fin y al cabo todos pasamos lo mismo.

Una visión muy humana de la vida.

Space Online Game dijo...

Nosotros las haciamos de 100 numeos