Aquellos que con sus ojos recorran este blog con cierta regularidad quizá estén más que hartos de ver fotografías de este balcón, pero es que se trata de uno de los escenarios de los que mayores y más gratos recuerdos guardo de mi infancia.
Ese balcón fue el sofocante trayecto entre Death Valley y Monument Valley que a lomos de mi caballo de madera recorría hasta llegar a Flagstaff City para dar caza a una banda de forajidos perseguidos por la ley. Fue el galeón pirata a bordo del cual atravesé las profundas aguas de los mares del Caribe, y en ocasiones el Drakkar Vikingo que capitaneaba y con el que me hice un hartón de saquear aldeas y acumular riquezas. Un balcón que fue testigo de mis juegos, de mis sueños y en el que aprendí algo que en la vida me ha resultado de un valor incalculable; aprendí a jugar sólo, a divertirme conmigo mismo y a saborear la soledad hasta encontrarla un plato de exquisito gusto. No tuve hermanos ni hermanas, y aunque bajaba a jugar a la calle con los demás niños del barrio, mi soledad en mi balcón era algo mío que no permití jamás que nadie me arrebatara.
Además, más allá de mi balcón habían otros balcones que pertenecían a pisos habitados por otras familias que tenían también hijos e hijas y con los que alguna vez compartía juegos, yo desde mi balcón y los demás desde el suyo.
Una de esas niñas era Julia Mari; una preciosa cría con un rostro vivaracho y que vivía justo en un balcón frente al mío. Todos los mediodías salía con su uniforme de colegio y me llamaba para que saliese a jugar con ella. En ocasiones era yo quien le llamaba y juntos compartíamos el corto espacio de tiempo que había entre haber terminado de comer y volver a la escuela por la tarde.
Julia Mari tenía uno o dos años más que yo. Su condición femenina ya la hacía, por naturaleza, más inteligente, pero además esa diferencia de edad ya lo era todo para que siempre, en nuestros juegos, terminase pegándomela de la manera más cruel y descarada.
—Veo, veo... —Julia Mari iniciaba siempre algún juego.
—Qué ves? —le seguía yo.
—Una cosita de color... —pensaba en silencio mientras miraba en todas direcciones intentando encontrar algo que yo debería adivinar —... negro!
—Por qué letrita empieza?
—Por la “T”
Yo me dedicaba a buscar por los balcones vecinos cosas negras que empezasen por la letra “T”. Recorría todo el patio interior en busca de esa cosa que me permitiese ganar el juego y con él la posibilidad de hacerle buscar algo a ella.
—Tubo! —gritaba convencido de que había encontrado el objeto.
—Tubo?... Qué tubo?
—Ese tubo negro que hay en el balcón de encima del tuyo.
—Pero tú eres tonto? –me increpaba ella—. Cómo quieres que vea yo un tubo negro en un balcón que está encima del mío? No es ningún tubo... sigue buscando.
Finalmente siempre tenía que darme por vencido. No recuerdo haber acertado nada ninguna vez.
—Te rindes? —me preguntaba mientras que con una maliciosa sonrisa me mostraba todos los dientes.
—Me rindo —le respondía con absoluta resignación.
—Era el tapón!
—Qué tapón? —preguntaba yo.
—El tapón de la bombona de butano de ese balcón que está justo encima del tuyo.
—Ahhh... —y con mis cinco o seis años asumía deportivamente mi derrota y me quedaba convencido de ser un inútil por no haber podido ver ése maldito tapón.
—Me voy ya. Mañana nos vemos.
Y Julia Mari se despedía hasta el día siguiente a la misma hora en la que me la volvía a pegar.
—Ahora yo me escondo dentro de mi casa y tú esperas hasta que salga de nuevo. Vale?— proponía.
—Vale!
Al rato mi yaya Lola me llamaba para llevarme al cole y yo le decía que no podía ir... estaba esperando a Julia Mari!
—Vamos tonto. Hace ya un buen rato que se ha ido al cole. La he visto bajar con su madre —me explicaba mi abuela—. Aissss... otra vez te ha vuelto a engañar. Hijo... como no espabiles...
En una ocasión mi padre me regaló una billetera en la que había una foto de la alineación del Barça en su parte frontal. Por aquel entonces aún no estaba muy definido que de mayor, yo iba a ser un defensor a ultranza de la erradicación del fútbol de las vidas de las personas, así que a mi padre, eso no se lo voy a tener en cuenta, y en su día acepté con agrado ese obsequio.
Lo que me sorprendió fue ver la cara de uno de esos jugadores e inmediatamente le pedí explicaciones a mi padre.
—Papá... este de aquí... Eres tú?
Se trataba de Gallego, uno de los jugadores que en aquella fotografía tenía un asombroso parecido con mi padre, y que al parecer (yo ahí ya no entro... por absoluta ignorancia sobre el tema), en la época era considerado uno de los jugadores estrella del equipo.
—Si, claro —me respondió mi padre.
Acto seguido enfilé mi carrera hacia el balcón y con restos del pollo de la comida aún en mi boca llamé gritando a todo pulmón a mi vecina.
—Julia Mariiiii!!!!!!
Al rato salió y le conté que mi padre era Gallego, el jugador del Barça. Obviamente ella no me creyó, e incluso fue lo suficientemente suspicaz como para decirme que si mi padre fuese Gallego... yo no estaría viviendo ahí.
Me asomé al interior del comedor de inmediato.
—Papá... si eres el Gallego ese. Por qué vivimos aquí? —le pregunté.
—Estoy ahorrando todo el dinero para cuando me retire del deporte poder montar un negocio —me respondió con una convicción que resultaba incluso palpable.
Ante la incredulidad de Julia Mari, y por más que yo trataba de hacerle ver que mi padre era Gallego, finalmente opté por poner toda la carne en el asador.
—Papá ven!... Sal al balcón.
—Anda hijo, no me toques las narices!
—Venga sal —le insistió mi madre. Con el tiempo entendí que quizá mi madre lo hizo en un intento de que por una vez... fuese yo quien se la pegase a la vecina.
Ante la presencia de mi padre a mi lado, ambos en el balcón y en un tiempo en el que no existía la virtualidad... Julia Mari se rindió ante la evidencia. Musitó un tímido... “anda!... es verdad” y añadió:
—Adiós. Me tengo que ir... hasta mañana —y se largó sin quitarle ojo de encima a mi padre.
Por el camino a la escuela mi madre me desmintió que mi padre fuese el tal Gallego. Imagino que para otro crío hubiese supuesto una desilusión, pero a mí... me importó más bien poco y seguí tan feliz ante la realidad de que papá era un humilde comerciante que vendía artículos de piel en un puesto de mercadillo. A decir verdad, absolutamente nunca desee más de lo que tuve, y encima podía disfrutar de la compañía de mi padre los domingos, cosa que de haber sido Gallego, me hubiese tenido que conformar viéndole jugar por televisión y además... jugando al fútbol!... que horror.
Imagino que por su parte, la madre de Julia Mari se lo desmintió también a ella. Oh!... engañada por un mocoso de pocos años y encima con su padre compinchado para tan horrible plan. La venganza... no se hizo esperar.
Un día yo me encontraba jugando en mi balcón con un peto tejano y mi gorrilla para protegerme del sol, cuando ella apareció en su balcón para proponerme jugar a algo nuevo.
—Nos enseñamos... nuestras cositas? —preguntó.
Bueno... por mi parte no había inconveniente alguno en mostrarle mi Madelman, mis camioncitos de plástico y algunos de los soldaditos del ejercito norteamericano que tenía desperdigados por el suelo, pero... al parecer no se refería a eso y tuvo que aclarar la situación, en voz baja, pero lo suficientemente fuerte como para que desde la corta, pero inexpugnable distancia, yo pudiese oírla.
—No me refiero a esas cositas bobo! Tú me enseñas tus cositas, y yo te enseño mis cositas.
Al parecer en mi cara había algo que ella captó como de medio lelo o algo así, de modo que fue directamente más explícita.
—Ya sabes hombre... el pito, las tetas... los huevos. Nos lo enseñamos?
Yo seguía presa de mi ingenuidad. Lo cierto es que a día de hoy sigue dándome lo mismo enseñar la cara que el culo, así que lo acepté como un juego más. Me pareció que podía resultar divertido.
—Empieza tú —me dijo.
Yo me quité la gorra y con dificultad me desabroché los dos botones que sujetaban mi peto vaquero, con lo cual mi pantalón se deslizó hasta el suelo.
Ella se arremangó la falda de su uniforme de las monjas y me mostró un muslo, posiblemente apetecible para un crío, pero no recuerdo si entonces me lo pareció.
Continué bajándome los calzoncillos y allí me quedé como mi madre me trajo al mundo con la salvedad de que un peto tejano y un calzoncillo blanco rodeaban mis tobillos.
—Me tengo que ir –dijo Julia Mari—. Hasta mañana!
El sol me daba de lleno en la cabeza, me agaché a recoger mi gorra y me la calé en la cocorota. Traté inútilmente de abrocharme los botones de mi peto tejano, pero eso era tarea exclusiva de madres y abuelas y un crío era absolutamente incapaz de hacer esa labor. Decidí entrar en casa y reclamar la ayuda de una experta. Con dificultad y dando cortos pasos debido a que la ropa en mis tobillos me impedía avanzar a mayor velocidad, conseguí meterme en casa con mis vergüenzas colgando.
La bronca que me cayó por parte de mi abuela fue descomunal. Al parecer eso de enseñarle el pito a una niña estaba muy mal y era algo que no se debía hacer. Nerviosa y sofocada la yaya Lola me abrochó el peto tejano, me llevó al cole y cuando por la noche llegaron a casa mis padres yo aún estaba castigado. Afortunadamente las carcajadas de mis progenitores ante la anécdota que mi abuela les contó, me sirvieron como exculpación absoluta hasta el punto de que estaba deseando que llegase el día siguiente y seguir jugando con Julia Mari a ese juego nuevo. Además... le tocaba a ella enseñarme sus cositas.
Con el tiempo Julia Mari y yo nos hicimos mayores y nuestros caminos se separaron definitivamente. Yo me dediqué a esto de dibujar y de contar historias. De algún modo ella es una auténtica profesional en algo similar, sólo que sus historias, y las que les saca a los demás a través de sus entrevistas, se escuchan por la radio y se ven por televisión. Julia Mari pasó un día a llamarse Julia Otero y a convertirse en una excepcional y conocidísima periodista, pero da igual, para mí sigue siendo la vecina del balcón desde el que era su piso en la calle Poeta Cabanyes del Poble Sec, una de mis entrañables compañeras de juegos en ese balcón que ocupa un gran espacio en mis mejores recuerdos.
Me despiertan una gran sonrisa esas constantes tomaduras de pelo de las que era víctima. Espero que sí ella las recuerda también, y sí concretamente recuerda el día de esta historia... aún se esté riendo a carcajada limpia.
Por otra parte... no me negarán que tiene su punto eso de poder decir que Julia Otero, fue la primera mujer que me vio en pelotas.
miércoles, 17 de junio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
11 comentarios:
una historia muy bonita y menuda sorpresa al final ja ja
Jajajaja ¡Qué bueno! ¡Y qué exclusiva!
"Julia Otero insta a un niño a que le enseñe sus genitales"; como titular no tendría desperdicio... aunque se tratase de la Julia Otero niña y no la adulta.
Me ha encantado la historia y el modo en que la has contado, y como ya iba siendo hora, estás oficialmente en la lista de blogs que muestro en la columna de la derecha. :D
Pero sobre todo, me he sentido muy identificado, pues a pesar de que tuve hermanos, primos, amigos y de todo lo que un niño pudiera desear para jugar, también me lo pasaba bomba yo solo, y si no hubiera aprendido a disfrutar de mi soledad, quizás ahora no poseería un mundo interior tan rico.
Un saludo ;)
¡ Vaya historia..mezcla de realidad
y ¿ ficción ?..
¿ En serio ? Anda y porque no ??
Todos hemos sido niños, ingenuos
y
si no un balcón,
que tambien, era la calle o la casa de otro amigo, donde jugabamos solos o en compañia de otros y a eso de imaginar no nos gana
nadie..Julia Otero solo era otra niña más, lista
¡ como no !( ya apuntaba maneras Sergi )y tú un encanto de crio..pero un poco tontuelo..ja ja
En serio, ¡ qué historia..es la vida de todos lo que tú escribes !
Un abrazo.
Ainsss no me mola nada la foto k has puesto de Júlia Mari...me gustó mucho en su época de 3x4, ahora me parece k se lo tiene demasiado subido, no sé...Claro, k para ser sinceros, me gusta mucho más su ex: Ramón Pellicer, k hombre, está envejeciendo mucho mejor incluso k el George ( Clooney )...Eso sí, Júlia Otero si por un casual de la vida llegaras hasta akí pronunciate al Sergi si todavía recuerdas esta anecdota de balcón...Saludets...
¡¡¡jajjajajajjajja!!!!¡¡¡¡¡ que buenoooooo!!!!!!mira que quedaste bien con lo de Gallego!!! jajjajaj, que inocente eras hijo!!!!jjajjaja!!! y la Julia Mari.. anda que no es nadie... ya apuntaba maneras de pequeña!!! si la que nace sabijonda......
saludos y enhorabuena por la entrada, es la que más me ha divertido.
jaaa si es q las niñas somos mu listas jajajaja
que inocenteee los niños jajjaajaj
me encanta este post
besos conchi
Mira Sergi, yo te envío ahora mismo un premio como sea, via telepática si quieres. Toma!! Ya es tuyo!!
Al relato más agradable, simpático y ameno que he leído en mucho tiempo.
Y con ese elemento sorpresa que me ha dejado con la boca abierta. El kioskero era vecino de Julia Otero!! Bueno, la famosa será ella, pero como yo ya te conozco a tí (un poco,vale, pero te conozco) voy a empezar a presumir de amigo bloguero.
Buenísimo!!
(Y supongo que, ante ellas, seguimos tan ingenuos, ¿no?)
Buffff... Me alegra que os guste la historia :-)
Lo cierto es que recordando esos tiempos con Julia Mari en casa de mis padres hace unos días, ya pensé en hacer de ello una entrada en el blog, pero... tampoco pensé que pudiese dar para mucho. No dejan de ser las típicas "cosas de críos" que nos han sucedido en cierta medida a todos, pero mira por donde... cada vez me doy más cuenta de que, a veces, lo divertido no está en contar cosas... "originales", "unicas", etc, sino en que las historias puedan ser más o menos las de todos y que formen, en mayor o menor medida, parte de nuestras vidas.
También veo que hay gran coincidencia en casi todos los comentarios con la idea de lo listas que son... (han sido y serán) las niñas, en comparación con los niños.
No me cabe la menor duda de ello. tengo una hija de 6 años y un hijo de 12; ni que decir tiene que ella, anda unos cuantos kilómetros delante de él en muchas cosas. Así ha sido siempre.
No había ninguna malicia en los juegos entre Julia Mari (Otero, para la mayoría)y yo. Al contrario, mi abuela siempre admiraba lo bien educadita que estaba y lo buena niña que era, y sin duda tenía razón. Lo que sí es cierto... es que yo era un rato tontuelo :-D
De veras, muchas gracias por vuestros comentarios.
Besos.
Joer con la Julia Mari, o sea que tú fuiste uno de sus primeros espectadores...
jajaja!!!... que historia tan entrañable, divertida y con sorpresón final!!!... Pero.. ¿te llegó ella a enseñar sus cositas...? Me alucina esta história... genial kioskero y que envidia!! ya me hubiera gustado a mi tener un vecino que me enseñara sus cositas y que ahora sea famoso para poder contarlo y vacilar un poco...pero no!!... no tuve esa suerte...
Me gusta mucho como narras tus recuerdos...
Un abrazö
Me ha encantado tu relato, tan inocente!!! Y con esa sorpresa final!!! Un saludo
Publicar un comentario