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Dada esa constante rivalidad en la lucha por el fuego, proteger y esconder la madera se convertía en una cuestión vital. Nosotros escondíamos la nuestra en la parte trasera de la tienda del Vallcanera con la esperanza de almacenar la suficiente y poder crear una pira nunca antes vista para la noche de los fuegos.
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Sacos de cemento, hierros, ladrillos, piedras, pero ni rastro de madera. Aquella obra era un lugar enorme, lleno de cosas, pero ninguna de ellas susceptible de ser engullida por el fuego. Frustrados por el inútil intento y agotados de recorrer aquella zona en obras, nos sentamos entre algunos montones de escombros y comenzamos a charlar de nuestras cosas... ya que estábamos allí, algo había que hacer, y aunque no conseguimos objetivo alguno, aquel era tan buen lugar como cualquier otro para contarnos historias.
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El Hernández sacó un cigarro y se lo encendió con el mechero de los petardos. El día de la verbena salíamos con los petardos de casa aunque teníamos prohibido por nuestros padres encenderlos hasta la noche. El Hernández era el único que fumaba por aquellos tiempos, el resto empezamos poco más tarde.
—Cuidado con los petardos, no vayamos a arder —le advirtió el Vallcanera.
—Tranquilo, se lo que me hago. No es el primer cigarro que me fumo. Sabes? —respondió él haciéndose el mayor.
Alberto y yo estábamos echando de menos al boliche, llevaba rato sin dejarse ver y era de extrañar. El boliche era un buen amigo, pero en ocasiones resultaba cargante y eso de "desaparecer" y no dar la lata durante tanto tiempo empezaba a resultar preocupante.
—He chicos. Venid a ver esto! —gritó el boliche desde algún lugar de la obra bastante alejado de nuestra posición.
—Has encontrado madera? — preguntó el Vallcanera.
—No, no hay madera, pero venid. Rápido! —insistió.
Los cuatro nos pusimos rumbo hacia donde se hallaba el boliche con nuestras bolsas de petardos colgadas del cinto. Hubo que descender por una pared de ladrillos, meterse por el interior de un túnel que apestaba a orines y finalmente subir una pequeña cuesta de grava. Allí estaba el boliche, en lo alto, señalando algo a sus pies y metiéndonos prisa para que nos acercásemos.
—Habéis visto esto? Que maravilla! —el boliche no salía de su asombro.
Entremedio de un montón de sacos de cemento se hallaba una camada de perritos, seis para ser exactos, sus ojos aún no estaban completamente abiertos, apenas se sostenían sobre sus patas, temblorosos y absolutamente desvalidos estaban allí, prácticamente acabados de nacer y protegidos por esos sacos.
—Mira que graciosos, se dan golpes con los hocicos. Parece que andan buscando la teta —advirtió el Hernández.
—Pues lo llevan claro. Dónde cuernos estará la madre?
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Hernández fue el primero, casi a la misma vez que Alberto; ambas piedras impactaron en la cabeza de la recién estrenada madre que aún y así no cedía en el empeño de proteger a sus cachorros. Ante un nuevo ataque de la perra lanzamos fuego a discreción a medida que retrocedíamos lentamente. El Hernández prendió una traca con su cigarrillo y la lanzó entre sus patas. Los demás reponíamos arsenal agarrando piedras y más piedras del suelo, levantando polvareda, ensordecidos por las explosiones de los petardos y lanzando pedradas contra el animal que se resistía a la huída.
Dolorida y aullando de impotencia, la perra se alejó finalmente del lugar. En silencio nos mantuvimos en pie, jadeantes de cansancio, de miedo y de la sobredosis de adrenalina que rebosaba por los poros de nuestra piel. Permanecimos con las manos llenas aún de piedras y las uñas descarnadas mientras la polvareda flotaba en el aire.
Nuestros corazones saltaban en el interior de nuestros pechos. Mirábamos en todas direcciones, asustados y temerosos de que aquella perra u otro animal se lanzase sobre nosotros. Nos mantuvimos en alerta y por las cabezas de alguno de nosotros desfilaron las historias de guerra que el padre del Vallcanera nos había contado una y otra vez. Cualquier elemento de nuestro entorno era sospechoso y se nos mostraba como amenazador.
—Allí, cuidado!... un nido de ametralladoras tras esos sacos terreros! —gritó el Vallcanera mientras señalaba el improvisado lugar de nacimiento de los pequeños cachorros.
—A cubrirse! —ordenó el Hernández, mientras saltaba al interior de un foso y el resto le seguíamos.
—Es necesario distraerles como sea! Hernández, lanza otra traca, eso les mantendrá despistados! —gritaba el Vallcanera mientras que con su mano simulaba sostener un Walkie-Talkie a través del cual solicitaba fuego de artillería. El Hernández prendía una nueva traca con su cigarro y la lanzaba sobre nuestro imaginario enemigo.
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—Alberto y tú, mientras el Hernández, boliche y yo os cubrimos debéis alcanzar la base de la colina de grava. Una vez allí soltad vuestras granadas para que nosotros podamos seguir avanzando —el Vallcanera tenía clara la estrategia a seguir y Alberto y yo obedecimos.
—Ahora!
Ambos salimos en dirección a la pequeña cuesta de grava y vimos como los truenos y las tracas de Hernández, boliche y Vallcanera retumbaban por la zona. Un trueno lanzado por alguno de los que nos estaba cubriendo a Alberto y a mi estalló a pocos centímetros de mi oído, caí al suelo, un intenso dolor invadió mi cabeza y no oía más allá de un agudo pitido.
—Estás bien? —gritaba Alberto a pocos centímetros de mi cara.
—Estás bien? —insistía, pero era inútil, no le oía, el pitido era el único sonido perceptible mientras veía como Alberto movía los labios.
—Estás bien? —preguntó de nuevo, y esa vez algo llegué a oír.
—Te sangra el oído! —dijo Alberto, a la vez que intuyó que seguía sin oírle —. Te sangra el oído! —repitió.
—Estoy bien, si... estoy bien —respondí.
—Pues vamos. Estamos a escasos metros.
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—Fuego de cobertura! —gritó el Vallcanera al ver que me dirigía en busca de un soldado herido.
—Todo bien boliche —le tranquilicé —. Una brecha más entre las muchas que tenemos.
Las explosiones iban poco a poco dejando de sonar, el humo y la polvareda llenaban el aire y la visibilidad era difícil. Boliche y yo pudimos apreciar como el resto de nuestra escuadra estaba en pie en la cima de la colina rodeando el abatido nido de ametralladoras. Nos ayudamos el uno al otro a levantarnos sin perder de vista a nuestros hombres, ambos estábamos sangrando y sosteniéndonos entre los dos. Nos acercamos poco a poco a la posición tomada mientras que el polvo se iba disipando lentamente y vimos que la cara del grupo era de espanto y de horror.
—Qué hemos hecho? —dijo alguno de nosotros.
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Uno de los cachorros pareció moverse. Estaba aparentemente hinchado, pero su barriguita mostraba indicios de algo parecido a unos intentos de respiración. Probablemente no estaba todo perdido y aún estábamos a tiempo de hacer algo para mitigar el inevitable azote de nuestras conciencias.
—No hay nada que hacer. Está en las últimas —dijo el Hernández —. Este no llega a la noche.
—Habría que hacer algo, aunque solo sea para evitarle el sufrimiento —dijo el boliche, y nos miramos entre nosotros tratando de encontrar a aquel capaz de dar el último tiro de gracia.
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Créditos de las imágenes: 1) Internet. Autor desconocido. 2) Poble Sec año 1958. Autor: Oriol Maspons. 3) DongHaVietnam1966. Internet. Autor desconocido. 4) Internet. Autor desconocido. 5) 3285 day under fire vietnam. Internet. Autor desconocido. 6) Foto de las obras de UTE en Palermo. Uruguay.indymedia.org. Internet. Autor desconocido. 7/8/9) Internet. Autor desconocido. 10) My Lai Massacre. Wikimedia Commons.org. Fotografía tomada por United States Army. Autor: Ronald L. Haeberle (16 de Marzo 1968). 11) Internet. Autor desconocido.
10 comentarios:
Como siempre, genial relato, que también como casi siempre suelo identificarme... los motivos: otros, el ambiente: diferente, pero las peleas con pandillitas de niños, sean o no gitanos eran parte de nuestras 'guerras'. La noche de San Juan aquí las viviamos de forma diferente: En el patio 'San Francisco' hacían la quema de Juan y Juana o como se les decía 'Los Juanes', jamas pude asistir, mis padres nunca me lo permitieron, y después durante muchos años se perdió la tradición en mi barrio... hoy creo que tampoco la mantenienen aunque mi barrio vecino 'La Caseria' es el barrio que mantiene esa tradición más fielmente, con feria, hoguera, y decoración típica del momento y lugar.
Un saludo de Manolo
Joé!!! es una película!!!!! la búsqueda del fuego, como los cavernícolas, o uno rojo división de choque, o jurasik park con esa temida perra!!! quizás el silencio de los cordir...illos!!!! valla elementos que estabais hechos!!! y lo bien que lo pasabais. Yo tampoco he participado en ninguna hoguera y ahora que lo cuentas si que me hubiera gustado.
Completísimo tu relato, deberías pensarte eso de escribir un libro.
saludos
en mi pueblo haciamos muñecos con ropa vieja y la rellenabamos de paja ,papel y todo lo q se pudiera quemar...recuerdo q pasabas por las calles y en algun rincon estaban estos "juanes" q asi lo llamabamos ,sentados en una silla ambientado en algun escenario ..o simplemente tomando el fresco con algun q otro vecino de compañia..a las 12 se pasaba un cable de una casa a otra de la calle y se colgaba al muñeco y se quemaba....es curioso pero no se hacian hogueras...en el pueblo no...pero en la ciudad se van a la playa y si que las hacen....
feliz noche de san juan
besos conchi
Llevas ya unos días con muy buenos relatos, Kioskero, y este tenía, además, una fuerza desbordante.
Me parece a mí que aquellos niños del Poble Sec eran unos perlas de cuidado de los que brotaba la imaginación a raudales. Creo que los niños de hoy en día no se divierten como nosotros a su edad. Ni mucho menos. Les falta inventiva.
Recibe todos mis honores por haber sufrido los horrores de la Guerra de Vietnam... en una obra.
Un abrazo.
Me tenías acostumbrada a un tono humorístico en el que te mueves muy bien. Este relato muestra un registro tuyo más dramático que también me gusta mucho todo y que la historia es espeluznante.
Me agrada ver que me esperan aún muchas sorpresas por tu blog.
Estel
Yo creo que a esas edades era; o para no tenernos en cuenta o para inflarnos a leches.
En cualquier caso, feliz verbena a todos y muchos besos.
Azañas bélicas..en el barrio.
Eres un gran narrador efectivamente,
podemos imaginaros en el fragor del la batalla,
ajenos a las guerras reales con su " olor a napal"..es un relato agridulce...con un toque de humor
a lo Groucho Marx,
por aquello de : ¡ más madera..!!
Aqui donde vivo San Juan es algo menos ruidoso, pero la playa se llena de hogueras y la ciudad
de música, grupos musicales
que intentan darse a conocer sobre todo ..y mola salir por ahí
y encontrarse con ellos por las plazas.
Abrazos y a disfrutar de los petardos !!
Buen relato Sergi, me recuerda mucho a mi infancia. Recuerdo de pequeño en Orihuela. Recoger y pedir muebles viejos por las casas para montar una enorme hoguera en la plaza y arriba el muñeco de trapo… las mujeres cargadas con cubos de agua y los hombres y niños bailando alrededor de la hoguera… Luego me llevaron a vivir a Alicante y bueno aquí las Hogueras, ya sabéis son especiales….
Gracias por tus recuerdos, que en ocasiones hacen que pueda “saborearlo” como si fueran míos…
Menud historia amigo
Muy bueno, que recuerdos, yo pasé mi infancia en Pueblo Seco desde mediados 60 hasta ´77, me ha venido a la cabeza aquellas verbenas, vivia en la calle Magallanes, y también nos costaba lo nuestro encontrar leña, esas noches mágicas, ahora todo eso se ha perdido.
Enrique
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