miércoles, 3 de junio de 2009

Lamentable orgullo futbolero

Parece que ya terminó, por fin, la resaca futbolera. Aunque sólo lo parece ya que en realidad... vivimos en un país en el que el fútbol es lo más importante del mundo. La prueba está en los cerca de 20 aviones que partieron con destino a Roma para ver un partido (amén de los aficionados que se desplazaron por otros medios) y de las cantidades astronómicas que llegaron a pagarse por vuelo y alojamiento, vaya, que para según qué... Dónde está la crisis?

Yo soy de una galaxia extraña en la que eso del fútbol no forma parte de nuestras prioridades y quizá por eso no entiendo demasiado bien qué diablos significa todo esto.

119 detenidos por una celebración en Canaletes? Bueno... pues en la galaxia de donde vengo... eso no se entiende ya que una celebración es un momento en el cual los actos delictivos y vandálicos no tienen cabida alguna.

Para que se hagan una idea les diré, que en toda mi vida solo he visto un partido de fútbol, y además... no pude soportarlo entero. Me refiero al partido que tuvo lugar en 1978 entre el Barça y el Fortuna de Düsseldorf en Basilea... creo que por medio había una copa, o una recopa... o un copón, ya no recuerdo.

Todo fue por culpa de la insistencia del Hernández. Él, al igual que muchos de mis compañeros de clase no podían creer que no me gustase el fútbol y querían “convertirme”, hacerme ir por la senda del bien y que dejase de ser una oveja descarriada sin una fe religiosa ante la cual clavar mis rodillas en tierra, bajar mis orejas y sumir mi persona al ritmo de un himno, el ondear de una bandera, o el éxtasis que se siente (al parecer) ante la imagen de ciertos símbolos.

El Hernández me comentó que si acudía a su casa a ver ese partido mi idea sobre el fútbol cambiaría para siempre y que seguro terminaría convirtiéndome en una persona “normal”.

Acepté. A mis catorce años ya no tenía intención alguna de doblegarme ante ningún trapo ni a seguir a ninguna masa, pero mis padres me educaron en la tolerancia, así que decidí asistir.

En el comedor de su casa habían sido retirados todos los trastos que interferían entre la tele y el montón de sillas que habían sido distribuidas por toda la estancia. Sillas que pronto serían ocupadas por tíos del Hernández, hermanos, amigos, algún vecino, etc. Un total de treintaipico almas nos hallábamos ocupando esas sillas multicolores, desconjuntadas y practicamente todas distintas la una de la otra. La madre del Hernández y la esposa de algún tío se esmeraban en preparar todo tipo de canapés, bocadillos y refrigerios para que el resto, sentados y ocupando todo el comedor y parte del pasillo, pudiésemos disfrutar del encuentro.

Bufandas, gorras, boinas, camisetas, pitos, trompas, carracas, panderetas... todo con llamativos colores azules y grana colgaban de los cuellos, de las bocas o de las cabezas de la mayoría de los asistentes al evento. El Hernández me enrolló una de esas bufandas al cuello con la intención de hacerme sentir parte de algo grande, y si... para mi desgracia estaba formando parte de... aquello.

Un canario canturreaba en una jaula, pero su trino era absolutamente ignorado por cuantos allí se hallaban. El pobre canario era el único con quien yo me sentía algo identificado, a fin de cuentas... ambos estábamos allí encerrados y no teníamos escapatoria alguna.

El partido empezó y se apagaron todas las luces de la casa. La televisión en blanco y negro era el único foco de atención sobre el cual recaían no sólo las miradas, sino las pasiones y los sentimientos de cuantos allí estaban... absolutamente todo.

Yo seguía sin entender absolutamente nada. Solo oía gritos, cánticos, tacones de zapatos estallando contra el suelo que me hacían pensar en los pobres vecinos del piso de abajo. Desee que, cuanto menos, a ellos les gustase el fútbol para que pudiesen entender todo aquello, y agradecí también a Núñez y Navarro que construyese pisos tan caros que no me permitiesen jamás ser el vecino del piso de abajo del Hernández. Él se lo podía permitir ya que su padre era médico, pero por suerte, la escasez que había en mi casa me tenía marginado a un barrio en el que mi vecino de arriba daba igual si era forofo o no, afortunadamente la mayoría de esos partidos los vería desde la trena y pocos taconeos iba yo a escuchar en el techo de mi casa.

Lo único que me reconfortaba de todo aquel salva madre, era el canturreo del canario que de vez en cuando llegaba a mis oídos entre medio de tanto grito, vocerío y cántico del himno del Barça que el Hernández, me animaba a que entonase también. Imposible, desconocía de tal modo la letra que no hubiese sido capaz de hacer ni un mal playback.

Lo peor llegó con el primer gol del Barça. Sinceramente yo no estaba preparado para eso. Nadie me advirtió de que ese momento iba a convertirse en el instante en el que cualquier antropólogo hubiese podido dar con el eslabón perdido; el encuentro definitivo con el homínido primitivo que terminaría dando lugar al... ser humano(?). Mis oídos no daban crédito a semejante alboroto ni a la que se montó en aquel comedor por el simple hecho de que un adulto en pantalón corto había sido capaz de colocar una pelota entre dos palos. Sí hubiesen retransmitido en directo el momento en el que Fleming dio con la penicilina y cuyo hallazgo logró salvar miles de vidas, lo más probable es que nadie hubiese hecho el menor caso, pero un delantero burlando la vigilancia de un portero estaba dando lugar a un acontecimiento único. No importaba lo demás.

Instantes después llegó un gol por parte del Fortuna que propició el empate. El malestar se hizo un increíble hueco en el apretado comedor. Un tío, amigo, o vecino se indispuso y con su bufanda y su gorra del Barça se fue al lavabo a vomitar carraca en mano. El resto se solidarizaron con él, todos parecían entender su malestar y le cedieron un sitio junto al balcón para que le entrase algo de aire fresco. El tipo estaba allí sentado cagándose en Dios, jurando y perjurando. Yo creí que se había encontrado mal por algún problema intestinal, pero al parecer su indisposición la causó el gol del equipo contrario... incomprensible.

El partido continuaba, los canapés salían de la cocina y eran devorados por aquellos primates que entre gritos y saltos mostraban el interior de sus bocas llenas de foie gras, queso, jamón dulce y pan Bimbo. Yo era el único que parecía disfrutar de aquellos deliciosos sandwiches que la madre del Hernández y sus pinches de cocina preparaban a toda velocidad. Los demás, simplemente llenaban sus estómagos de un modo automático. Entre tanto, intentaba abstraerme como podía para recuperar el trino del canario y huir de aquel entorno al que no estaba acostumbrado.

El comedor seguía a oscuras, la televisión y la voz del locutor eran algo así como los gurús de aquella ceremonia. La tensión iba creciendo a medida que un delantero se acercaba a puerta y marcaba un nuevo gol. Por la reacción de los asistentes entendí que el delantero era del Barça y que ese gol jugaba a favor. Nuevamente el estruendo hizo vibrar los cristales de las ventanas y yo tenía la desagradable sensación de que el suelo terminaría cediendo a mis pies. Entre medio, unos gritos poco habituales se hicieron escuchar, eran como un desgarro que no acompañaba a la celebración que estaba teniendo lugar sino más bien todo lo contrario. En la penumbra entre la oscuridad del comedor y la luz que provenía de la cocina, la silueta de la madre del Hernández parecía deshacerse entre gritos y sollozos. Inmediatamente el padre del Hernández, el doctor, encendió la luz del comedor preocupado por el estado de su esposa, la tomó del brazo, le cedieron una silla y la pobre madre se sentó intentando controlar sus llantos. La mujer trataba de señalar algo con su mano temblorosa, al parecer, los gritos que desencadenaron ese segundo gol del Barça habían sido demasiado para el pobre canario y la madre del Hernández pudo ver como el animal se convertía en una bola de plumas, daba un pequeño respingo y caía muerto al suelo de su jaula. Su corazón no pudo soportar la emoción descontrolada de los homínidos y ante la imposibilidad de salir de esa jaula vivo, decidió hacerlo muerto.

La madre del Hernández dejó de ser importante de inmediato. Sólo se trataba del canario, así que se apagaron las luces del comedor de nuevo y la ceremonia tribal prosiguió mientras que la silueta de aquella mujer, ahora sentada en la silla y asistida por las que habían sido sus ayudantes en la preparación de lo ágapes, seguía triste y cabizbaja.

Tuve un repentino interés por saber el nombre del canario así que, como pude, entremedio de aquel griterío eufórico se lo pregunté al Hernández. El difunto pájaro se llamaba Joselito en honor al niño prodigio cantante, y una vez conseguido ese dato ya no quise saber nada más. Me despedí del Hernández que no entendió cómo podía irme sin ver el final del partido. Presenté mis respetos a la afligida madre, le agradecí su hospitalidad, le felicité por sus deliciosos canapés y salí de aquella casa tan aprisa como me llevaron mis pies.

Las calles de Barcelona estaban desiertas. Todo el mundo estaba congregado en sus casas delante de los televisores y en actitudes similares a la que yo había vivido en casa del Hernández. Por aquella época yo tenía algún que otro ramalazo progre y por mi mente cruzó la idea de que si alguien pidiese que la gente permaneciera en sus casas con motivo de un acto solidario, como por ejemplo, terminar con el hambre en el mundo... nadie haría caso. Sólo el fútbol era capaz de conseguir eso, y sentí una terrible vergüenza. A mí... simplemente no me gustaba el fútbol, pero a partir de ese día, de ese Barça en Basilea, empecé a sentir un auténtico rechazo.

Los trinos del canario Joselito me acompañaron hasta mi casa. Me estremeció oír su canto como si todavía estuviese vivo y decidí rezar por él. Era la primera vez en la vida que rezaba por el alma de un canario, y la última vez que lo hice por nadie.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que yo tambien soy de esa galaxia sin futbol.

Muy buena la pag, un saludo.

JuanRa Diablo dijo...

Vaya tela, Kioskero, cómo te creces!!
Esta entrada no tiene desperdicio y la he disfrutado de principio a fin.
¿No dijo Marx que la religión es el opio de pueblo? Pues hazte una idea de lo que debe ser el futbol. Como poco una droga pura y dura que nos embrutece, nos hace menos racionales.
A la edad que tenías cuando aquel incidente con el canario (el pobre Joselito no mereció esa muerte), a mí también me aburría el futbol y no le hacía el menor caso. Con los años me aficioné a las quinielas y a seguir los partidos y le encontré el encanto.
Hoy sólo veo partidos del Real Madrid y sólo si son decisivos, pero sí que he hecho a veces esos análisis que hacéis los "habitantes de otra galaxia" en los que uno se pregunta por qué ocurrirán estos fenómenos tan absurdos en los que los sentimientos se disparan hasta límites insospechados.

Un abrazo

conchita dijo...

haces ver el fenomeno del futbol desde la perspectiva de los q no nos gusta ese deporte...prefiero una buena pelicula con palomitas y coca cola..
buen post si señooo¡¡¡¡
saludos
conchi

abril en paris dijo...

desde fuera solo son 22 tios en calzoncillos corriendo tras un balón
impulsados por el griterio de la muchedumbre...
¡ Menos mal que solo se dán patadas porque si no..el coliseo seria un espectáculo para niños..!

Quizá exagero y deberia comprender mejor ese universo porque mi padre era un futbolero de 1ª y parte de mi familia tambien ( por lo que yo sigo de una manera muy lateral lo que viene siendo;( )..tardes de domingo con ese soniquete...

¡ Pan y circo..!!!

Abrazos.

MT dijo...

Me parece que ya somos varios los que no soportamos el futbol y ser de esa galaxia en donde brilla por su ausencia.

Hay otros asunto que reclaman más mi atención.

Saludos de Manolo

NÚRIA dijo...

Sergi cuando puedas pásate por mi blog...he publiado la prueba de quién llegó "primero" a la luna...

De fútbol, afortunadamente paso, y más afortunadamente mi marido también...Saludets.

El Kioskero del Antifaz dijo...

Me alegra no encontrarme solo en esa galaxia.

Hay momentos en los que me hago esa reflexión que dice:

"Tantos millones de moscas comiendo mierda... no pueden estar equivocadas"

Pero mira por donde... será que siempre me pilla con poca hambre.

La chica dijo...

Menos fútbol y más garabatos en las servilletas de los restaurantes, en los billetes y en las paredes.

Anónimo dijo...

Kioskero, creo que soy tu alma gemela de la otra galaxia.